Mind Game
Ay, Masaaki Yuasa, ay Masaaki Yuasa. Yo es que no puedo con este tío. No puedo, de verdad. A ver, Yuasa, hijo de puta, ¿quieres no hacer las cosas tan putamente bien? Ahora viene un chaval nuevo con ganas de petarlo en la animación ¿y qué hace? Que se vaya a su casa, ¿no? Porque después de esta mierda, ¿qué queda ya por hacer?
Ni Miyazaki ni Takahata ni Avery ni Williams ni Jancoviks, el verdadero genio de la animación es Yuasa. La sacada de polla que viene a ser
Mind Game ya no puede ser más cerril. Es que es todo: el montaje, la animación, los colores, la variedad de estilos, los planos, las imágenes..., todo está llevado al límite de sus posibilidades. Yuasa debe ser a la animación lo que Picasso a la pintura, lo que Welles al cine o lo que Cervantes a la literatura.
Pero si te centras en otras cosas que no sean la animación también ves que Yuasa es uno de los grandes del cine en general; posiblemente, el más grande de las últimas décadas (no sé de qué forma un Tarantino o unos Cohen o un Jarmush o un Yimou o un Scorsese pueden hacerle sombra a este titán). Lo que no entiendo es que este tío no tenga una mayor comida de polla crítica. Que le den el Oscar honorífico ya o algo, que seguro que lo merece más que cualquiera de los que lo reciben anualmente.
La historia es fantástica y, como cualquier buena historia fantástica, tiene dos lecturas: una, literal y otra, alegórica. El título es una catáfora que nos puede dar pistas de cómo interpretar el filme. Lo mental se vuelve físico en este videojuego diseñado por el mismo dios cruel pero noble de
The Tatami Galaxy. Hay ecos bíblicos en los temas de la resurrección y el cautiverio en el estómago de un cetáceo. En muchos aspectos, el mensaje puede recordar a la doctrina de Schopenhauer: parece que la felicidad es un bien inalcanzable siempre que mantengamos un mínimo de ambiciones, y la única forma de no sufrir es siendo un monje budista. Al final, Yuasa (que, como Schopenhauer, no predica con el ejemplo), parece querer darnos a entender que el ser humano fuerte no es el que se va a quedar aislado en el interior de una ballena, sino el que, absurdamente, y a pesar de la angustia que va a padecer, vuelve al mundo y decide correr la carrera que es la vida sin importarle ganar o perder.
Si os soy sincero, no sé cómo venderos esta puta obra maestra. Obviamente, si eres un normalfag que a Javis vas a votar, pues aléjate de esto como si de un leproso se tratase, pero si quieres ser bañado durante casi dos horas por la luz de uno de los espejos más puros y pulidos de lo sublime, mira esta película.