Los Panteras Negras V3.

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Takagi
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Re: Los Panteras Negras V3.

Mensaje por Takagi »

Encantado con tu capítulo, Traffy. Es todo un guirigay de narices, emocionante para el lector, complicado para animarse a escribir xD.
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Vito Corleone
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Re: Los Panteras Negras V3.

Mensaje por Vito Corleone »

Pues sigo con mi cruzada particular. Lo cierto es que ya tengo el desarrollo de la saga bastante bien estructurado en la cabecha, y a priori me gusta. A ver si sois de la misma opinión. Vamos con el capítulo número 55 de esta nuestra historia:
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Capítulo 55
A las 12 en punto en el Winding Stair
04:30 a.m. (hora y media antes de los hechos del capítulo anterior)

El aspecto del lugar era cálido y envolvente. Durante el día al menos. Durante la noche resultaba más bien tétrico y vacío. O no tan vacío. En lo oscuro del gigantesco edificio no se vislumbraba ninguna figura, y sin embargo, sí se oían pisadas sobre madera de roble, que empañaban el predominante silencio.

Se acercaba hacia la puerta. Con un libro antiquísimo bajo el brazo. Tan antiguo como el edificio mismo, se aventuró a pensar. Habían sido tres horas largas de ardua búsqueda entre los centenares de miles –incluso millones- de ejemplares que reposaban sobre las lustrosas encimeras del Hogar de los Sabios.

Había dado con él. Un paso menos para culminar su delicada misión. Tocaba descansar un rato antes de encarar la recta final –la más compleja de todas-, por lo que se alojaría en algún hotel cercano. No habría grandes problemas para encontrar uno, pues se encontraba en el corazón de la ciudad. El hecho de imaginarse en una mullida cama, durmiendo por primera vez en tres días, le provocaba dulces escalofríos.

Tres días, con sus respectivas noches. Rara vez había realizado semejante esfuerzo. Lo común era pasar una noche en vela para descansar en la siguiente, pero aquel proceso requería de mayor atención.

El título del libro: Historia de Downpour – Parte XIX. Sonrió con satisfacción, y una vez se halló frente a la titánica puerta, giró hacia la izquierda, donde había dejado una larga escalera –que los bibliotecarios del lugar usaban para alcanzar los libros de los estantes más altos- con antelación, y comenzó a subirla. Al final, una ventana abierta. Había entrado desde ahí escalando previamente la fachada del edificio a trancas y barrancas.

Sintió el aire fresco –más bien frío- azotarle la cara. Las gotas de lluvia parecían haber cesado desde la última vez que las notó recorrer su cuerpo. Y seguían sin gustarle. Se colgó de la cornisa tras cerrar la ventana –abierta desde fuera con un palo que le había servido de palanca- e inició el descenso, cuidando que el libro siempre estuviera a salvo de mojarse o caerse.

Sus músculos se relajaron cuando los pies alcanzaron a tocar el pavimento. El descanso estaba más cerca ahora. Se asustó al ver a un transeúnte caminar unos pocos metros más allá. Luego recordó que nadie podía verlo. El hombre que a punto estuvo de provocar un infarto a Bastian desapareció en algún lugar entre la niebla y la lluvia. Suspiró, y comenzó a caminar. Fuera de peligro, desactivó sus útiles poderes. No le gustaba utilizarlos cuando no era menester.

Se visualizaba ya sobre la cama de algún precioso hotel de Rondinum cuando una peculiar y helada voz lo sorprendió por la espalda.
- Disculpe, señor –dijo.- ¿Me puede prestar ese libro que lleva bajo el brazo? Mme, ja ja.

Bastian tragó saliva, bloqueado. Ante él se hallaba un hombre vestido con un chaleco azul de botones amarillos, unos simples pantalones blancos y botas de equitación. En su rostro, sombrío, se adivinaba una nariz aguileña. Y un paraguas lo protegía de la lluvia.

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Salida nor-noroeste de Rondinum, 06:30

- Hijos de puta –susurró Diego Orlais.

El cierre de las salidas de la ciudad, provocado por la búsqueda del asesino de la máscara metálica por parte de la policía, había formado un atasco kilométrico en las mismas que tenía parados miles de automóviles que habían ido amontonándose durante las cuatro horas previas.

En un principio incluso se había resignado a esperar, pero su confianza en los encargados de atender las vías se estampó contra el empapado suelo cuando vio a un par de agentes guiar el automóvil en el que viajaban Stewart, Charles y Whisper hacia delante, evitando el atasco y dándoles un trato preferencial. En realidad, tampoco era tan extraño.

- Hijos de putaaaa… -repitió algo más fuerte, cuando vio a la policía ordenando a los civiles que se apartaran e hicieran hueco, de malas maneras.

Se había armado un follón importante a cuenta de que los prestigiosos hombres pudieran seguir con su ruta con total normalidad, ante la comprensible indignación de los demás conductores, que no dudaron en expresar su descontento en forma de potentes cantos de bocina.

Diego mordió el cigarro que tenía en la boca, el enésimo de la noche. Ladeó la cabeza, como buscando una alternativa lógica a la saturada carretera que se extendía ante sus ojos. Notó una gota de sudor frío recorrerle la frente cuando se dio cuenta de que la limusina del Gobernador ya se había perdido entre el resto de coches.

Suspiró, apagó el cigarrillo en una especie de cenicero que había en el salpicadero del majestuoso vehículo, y apagó las luces del mismo. Después, con un rugido de motor apagado por las furiosas voces de los automóviles detenidos, viró bruscamente hacia la izquierda y salió de la carretera, adentrándose en un prado y avanzando a ciegas por la oscuridad, mientras cuidaba que ninguna luz llegaba a alumbrar su marcha.

Llegó en un santiamén al final de aquella colección de coches parados, y, tras avanzar unos doscientos metros más, frenó. La limusina aún no había superado el atasco, por lo que, sin apartar la vista del puesto fronterizo, se dedicó a aguardar. Hasta que finalmente, un vehículo especialmente largo y de color oscuro asomó el capó por delante de otros. El chófer bajó la ventanilla, y tras estrechar la mano al agente encargado de escoltarlos, pisó el acelerador y reinició su trayecto.

En cuestión de segundos, Diego vio pasar el automóvil de largo. Dejó transcurrir medio minuto y salió escopeteado por detrás. Se felicitó por la maniobra y dio gracias al sol de no haber iniciado su subida a los cielos aún, lo cual sumado a la lluvia dejaba muy poca visibilidad. Encendió las luces del coche y comprobó que la distancia entre ambos vehículos era idónea para seguir sin ser descubierto. Esbozó una sonrisa de satisfacción.

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Abadía de Southminster.

Había vuelto a llover desde que iniciara su camino de vuelta desde el puerto. Había rehusado de utilizar un automóvil para regresar a la escena del truculento crimen de aquella noche, pues habría significado mover una auténtica legión de coches para transportar a cerca de cien soldados que la acompañaban. Por tanto, la vuelta, al final, le había supuesto un contratiempo de un par de horas.

En vista de que los pocos hombres de los que disponía en tierra firme eran muy insuficientes para peinar toda la ciudad en busca de la dichosa máscara metálica, había decidido que la guiaran hasta el puerto –en vehículo a motor, cosa que sus piernas agradecieron a posteriori- y volver con un inmenso porcentaje de sus hombres a sus espaldas.

De hecho, había informado de ello a Whisper y a Diego, pues eran los únicos que a la hora de su partida seguían en guardia, mientras el gobernador y el abad reposaban. Por eso la sorprendía sobremanera que al llegar al patio de la enorme Abadía de Southminster no se encontrara más que el equipo de policías que se estaba encargando de interrogar a los pocos transeúntes que caminaban perezosos por la zona.

Entre sus hombres crecía un murmullo de agitación. Habían notado en el semblante de su superior que algo no iba como mandaban los cánones. La Vicealmirante Isabella, tras resoplar, buscó con la mirada a sus hombres de mayor confianza.

Había ordenado a Lady Di comandar en su ausencia a las tropas que la habían acompañado hasta la ciudad el día anterior. Le pareció ver a Cleofás erguido, pero enseguida cayó en que se había vuelto a dormir de pie. Pyramid –que sujetaba de la correa a su inseparable Lázaro- se había acercado a un par de policías que interrogaban a una joven de buen ver diciendo que era el relevo. Finalmente, su mirada se topó con la figura de un Burntower, que, pese a estar algo pasmado, se mantenía en posición.
- Hey, Burntower…
- ¡Dígame lo que desee, mi señora! –exclamó el otro, realizando el protocolario saludo militar. Como venía siendo costumbre, se golpeó con su traicionera mano- martillo, quejándose a continuación del nuevo accidente.
- Te tengo dicho que puedes ahorrarte el saludo… En fin, necesito que capitanees a los muchachos para que se extiendan lo máximo posible por la ciudad, que busquen la máscara de metal que os he mencionado antes. No ahorréis recursos, es importante.
- A sus órdenes, mi señora –contestó Burntower, reprimiendo su impulso de llevarse de nuevo el brazo hacia la frente.- ¿Y usted?
- Tengo que hacer una llamada. Urgente.
- Entiendo.
- Y, de paso, pon a Pyramid y a Cleofás a trabajar, que falta les hace.
- Sí, señora.

En cuanto Burntower se dio la vuelta, Isabella Regem maldijo entre dientes la lluvia y se sacudió la empapada cabellera. Sacó un DenDen Mushi de su enorme abrigo, y descolgó. Murmuraba entre dientes.
- Vamos… Cógelo… -aguardó durante unos segundos, y, al no recibir respuesta, colgó el transmisor y volvió a intentarlo. Nadie respondía.- Cerdos asquerosos… ¿Dónde cojones se habrán metido…?
- ¿Busca al Gobernador? –preguntó un agente de policía, que se acercó lo más amablemente que pudo hacia la Vicealmirante.
- Sí, y a los otros tres que iban con él.
- ¿Tres? Se equivoca, sólo el Abad y el Inspector Superior Whisper Gulligulli lo acompañaban. Han salido en limusina rumbo al norte hace hora y media.

Isabella apretó los dientes. Los asesinatos del anterior día y de la madrugada, la repentina conducta irreverente del Gobernador y sus allegados… El secretismo no le gustaba. Y, pese a estar atentando, en cierta medida, contra la intimidad de uno de los sacerdotes de la Nueva Iglesia, hizo lo que debía hacer. Descolgó otra vez el DenDen Mushi. Una voz ronca y distorsionada no tardó en sonar al otro lado del aparato.
- ¿Diga?
- Almirante… Tengo un problema.

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Provincia de O’Bitiland, 08:30 de la mañana.

La limusina frenó mansamente, con cuidado. Los tres ocupantes de los asientos traseros abrieron los ojos, sin prisa, dejando que la suave luz matinal penetrara a través de las ventanillas del vehículo. Charles MacAbbeh no pudo evitar proferir un sonoro bostezo, y Stewart hizo lo propio acto seguido. Whisper, en cambio, se limitó a sacudir un poco la cabeza.

El chófer les abrió la puerta, con la presteza y atención que aquellos hombres merecían. El abad y el jefe de policía fueron los primeros en abandonar el coche, justo antes de que el gobernador los emulara, despacio. Oyeron sus espaldas crujir cuando trataron de desperezarse, dejando que el chasquido de sus huesos acabara por calmarlos del todo. Habían dormido poco, pero toda siesta se agradecía en un panorama como aquel.

Y, sin embargo, lo que se abría ante sus ojos distaba muchísimo de los paisajes grises de la ciudad. A lo mejor, el hecho de que las nubes hubieran descargado toda su reserva por la noche y que el sol diera señales de vida colaboraba a que el ambiente fuera más bien colorido.

Una altísima valla de metal partía en dos una carretera que se ocultaba en un frondoso bosque si uno miraba atrás y que se componía principalmente de barro y piedras. Al otro lado de la barrera, sin embargo, el camino era perfectamente asfaltado y de anchos prados de flores a los lados. Se extendía a lo largo de unos coloridos doscientos metros, para toparse después con una gigantesca puerta dorada. La puerta, pese a todo, no parecía cerrar el acceso a ningún lugar que estuviera más allá -unos árboles plantados en línea con la apertura bloqueaban la visión-.

Charles MacAbbeh entornó los ojos.
- ¿Sigo soñando? –preguntó, sorprendido, provocando la carcajada de Strong.
- No, amigo. Es real.
- Pero… Pero… Esos prados, ¿aquí? ¿Cómo?
- Calma, Charles –respondió Whisper anticipándose al otro- si te sorprenden los prados de flores, espera a ver lo que hay al otro lado de la puerta.

El abad se aseguró de que sus gafas estuvieran bien colocadas, y echando su cabeza hacia delante como si así viera mejor, la ladeó, incrédulo.
- Veo la puerta, pero no entiendo para qué demonios sirve: ¡no hay pared, ni valla al lado, nada que impida pasar al otro lado sin cruzar la puerta! Y menuda puerta…
- Las apariencias engañan, Charles –dijo Stewart, sonriente.- MacMeck, ábrenos la puerta, haz el favor.

MacMeck, pues así se llamaba el silencioso y obediente chófer que los había llevado hasta aquel aislado lugar, se acercó a la valla metálica, hasta dar con lo que parecía ser una pequeña portezuela. Al lado había una especie de DenDen Mushi con un botón. Lo pulsó.
- ¿Sí?-dijo alguien.
- MacMeck. Traigo a Sir Stewart Strong.
- Ya sabe el protocolo, supongo…
- “Puertas del Paraíso”.
- Adelante.

Repentinamente, la portezuela se abrió de par en par, dejando vía libre a los recién llegados. El gobernador fue el primero en cruzar el punto que separaba el bosque de lo que parecía ser un mundo aparte. Hizo un gesto con la cabeza para señalar a MacAbbeh y Whisper que ya podían pasar. Después, con señas de mano, hizo ver a MacMeck que debía llevar la limusina hasta la puerta dorada de doscientos metros más allá.
- ¿Qué es este sitio, Stewart? –volvió a preguntar el abad, nervioso.
- Relájate, hombre –respondió Stewart. Whisper también esbozó una sonrisa, siniestra para variar.- Estás en “El Paraíso”, el secreto mejor guardado de Downpour.

La limusina los pasó por la derecha, yendo recto hacia la puerta. Y, a medida que se acercaban a la misma, se podía leer más claramente sobre ella, en rótulos de oro, “VIENVENIDOS A LARSAT”.



Rió. Nadie se había dignado a cerrar la puerta de la valla metálica. Ni siquiera desde dentro de aquel lugar. El trío comandado por el gobernador se hallaba ya muy cerca de la gigantesca puerta dorada. Era hora de salir de entre los árboles y decir adiós a la carretera de barro que había dejado su precioso coche poco menos que hecho una mierda. Así que se colocó unas serias y oscuras gafas de sol, se ajustó la pajarita y puso sus elegantes zapatos sobre el descuidado camino.

Mientras cruzaba la valla, echó la colilla de cigarro que tenía entre el dedo índice y el corazón de la mano derecha y cerró con calma la puerta que quedaba a sus espaldas. “Ante todo, calma” se decía. Después, fue directo hacia los campos de flores que le quedaban a la derecha, y siguió caminando hasta que las flores se convirtieron en árboles tras los cuales podía avanzar sin ser visto. Sonrió pícaramente.
- El susto que les voy a dar…

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En algún lugar de O’Bitiland…

- A mí este secretismo no me gusta nada, en serio –decía John, caminando detrás de Brown, que resoplaba.
- Ni a mí me gusta que estéis aquí, pero no tenemos más remedio, por lo visto.

David Brown transportaba una caja de cartón cerrada desde la “Habitación de Armas”, y Sebastian Giggs hacía lo propio unos metros más adelante, con la colaboración de Van y Tony, que se mostraban especialmente calmados en comparación a Conde. Ellos cargaban con unas pequeñas cajas metálicas.

Transportaron toda la mercancía a la sala principal de aquella especie de base subterránea, que ya albergaba una cantidad nada despreciable de cofres y arcones. Van, algo cansado a causa del contacto con las dichosas cajas metálicas, con los grilletes de kairoseki con los que había estado prisionero y de que todavía no se había recuperado del todo de los efectos sedantes, se sentó en una esquina. Levantó la cabeza, e hizo una seña a John y Tony para que se acercaran. Estos obedecieron, se sentaron al lado de su compañero.
- Bien –dijo el ex mafioso.- ¿Alguien me quiere decir por qué no nos los hemos cargado ya? ¿John?
- Estamos esperando –respondió con calma Conde.- Esta gente me despierta muchísima curiosidad.
- ¿Conoces el refrán “La curiosidad mató al gato”?
- Ya han tenido su oportunidad de matarnos. ¿Lo has pensado? Hubiera sido mucho más fácil para ellos. Mucho más.
- Nos han tenido encerrados. Nos han sedado y atado. Nos han tratado como a la mierda y nos han querido asustar con este jueguecito del jefe con máscara que planea algo brutal.
- Lo sé.
- ¿Y? ¿Qué piensas hacer ahora?
- Recibir explicaciones –intervino Tony, que se había mantenido un poco al margen.- Saber el motivo por el que han hecho todo eso en vez de meternos una bala en la cabeza cuando lo han tenido a huevo.

Van guardó silencio durante un breve espacio de tiempo, a la vez que John asentía, aprobando las palabras de su amigo. Hizo una mueca de resignación y enarcó las cejas, rascándose la frente después.
- Supongo que tenéis razón. A lo mejor tienen sus motivos. Pero eso no quita que me hayan tocado mucho los cojones.
- Y a mí –respondió Conde.- Pero nosotros estamos en una posición de fuerza, y ellos lo saben. Somos mucho más poderosos. Mi intención es conocer la razón por la que nos han hecho esto, y actuar en consecuencia.
- Me parece bien –finalizó Van, incorporándose.

De pronto, escucharon que al otro de la sala –las cajas obstaculizaban su visión- nuevas voces hacían acto de presencia.
- Menos mal que has llegado bien, ¡menos mal! –exclamó Sebastian, impetuoso.
- Hola, Seb –respondió una voz femenina.- Pues la verdad es que hemos tenido suerte: estábamos atascados en una de las salidas de la ciudad, cuando hemos visto un coche de policía vacío aparcado. Hemos probado, y, efectivamente, tenía uniformes dentro. Así que le he dicho a este de aquí que se lo pusiera, me he sentado en el asiento trasero, y nos han dejado pasar. La verdad es que la actuación ha estado bien.
- Glad, ¿habéis venido por el acceso norte? Se tarda media hora más.
- Era la menos transitada en aquel momento.
- ¿Quién os lo ha dicho? –preguntó Brown que, con un aparatoso trozo de esparadrapo sobre su nariz rota, se acercó al grupeto.
- Padre. Venía con madre por la Vía Terrae.
- ¿Cuándo llegarán?
- No lo sé. Me ha llamado hace media hora para decir que acababan de conseguir pasar la frontera de la ciudad.
- Él conduce bien, no tardarán mucho.

John, Van y Tony asomaron la cabeza, y no pudieron evitar esbozar una amplísima sonrisa cuando vieron la estampa. Sebastian y Brown estaban de cara a una hermosísima chica que iba acompañada por un señor rechoncho y simpático y por un rostro conocido. Exclamaron al unísono.
- ¡¡¡AAANNTHOONYYY!!!
- ¡Joder! –gritó el Desertor, sorprendido por encontrarse a sus compañeros en aquella situación.

John fue el más veloz, y cuando estaba a punto de lanzar un abrazo a su extraviado amigo, este le puso la mano en la frente y, con gesto serio, le reprimió, no sin antes dedicar una mirada asesina a Tony.
- Como intentéis darme esquinazo de nuevo después de una comilona y me hagáis correr debajo de esta meada celestial conocida como lluvia, os juro que os reviento a ostias. ¿Estamos?

Hubo un silencio bastante incómodo, tras lo cual a Anthony e le humedecieron los ojos.
- Qué susto me habéis dado, capullos… -dijo, aceptando el abrazo de John, y provocando las sinceras risas de sus tres compañeros.

Sebastian acompañó a Gladis a través de la sala hacia los pasillos más concurridos, probablemente a que ayudara a sacar más cajas. Brown hizo un discreto saludo a Anthony con la cabeza, y suspiró, dando media vuelta después. Un DenDen Mushi sonó en su bolsillo de pronto.
- ¿Diga? –preguntó.
- Hola, Dave. Soy yo, Ben. Llamo más que nada para saber si va todo en orden por ahí.
- Sí, va bien. De momento, al menos. Estamos vaciando la habitación, las cosas que nos dijiste. Supongo que eso no habrá cambiado pese a que se aplaza el plan.
- No, no, habéis hecho bien. ¿Estáis todos?
- Falta el Sr. White.
- Ya veo…
- A veces pienso que es alguien inventado.
- Je… Es real como la vida misma, hijo. Ya lo verás.
- Ah, sí. Ya que estamos. ¿Dónde y cuándo será la reunión?
- A las 12 en punto en el Winding Stair. Pasaremos primero por ahí. Si queréis, id yendo.
- Correcto.

La llamada se cortó desde el otro lado.


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La puerta dorada se abrió de par en par, mientras el gigantesco mecanismo de poleas que hacía que eso fuera posible, oculto bajo el suelo, producía el delicioso sonido de las cosas que funcionan. La limusina fue la primera en cruzarla, avanzando a toda velocidad hacia el otro lado. Los tres hombres que habían sido transportados a aquel lugar iniciaron su caminata después.

Ante sus ojos se extendía un lugar que excedía lo imaginable. Unas preciosas pérgolas guiaban al patio de un excepcional palacio cubierto de baldosas oro macizo en su totalidad. El edificio, además de contar con un tamaño colosal –probablemente fuera cuatro veces más grande que el Palacio de Southminster- era, con muchísima diferencia, el más ostentoso que había en la isla, y, con total seguridad, en muchos miles de kilómetros a la redonda.

Constaba de una nave principal que abarcaba un espacio espectacularmente amplio y de dos alas, una a cada lado de la nave, que tampoco tenían unas dimensiones desdeñables. El patio que servía de entrada al palacio estaba cubierto de flores de todos los tipos y colores imaginables, además de un par de elegantes fuentes y antiguas estatuas a los lados de los caminos.

Charles MacAbbeh no daba crédito de lo que veían sus ojos, y así se lo hizo saber a sus dos acompañantes.
- Esto… ¿de dónde ha salido?
- El sendero por el que se llega hasta aquí es peligroso, y poca gente se aventura a entrar. Los que lo hacen se topan con el puesto de la guardia de seguridad, ubicada a un par de kilómetros de la valla de metal. No la hemos visto porque íbamos dormidos. Es imposible llegar a este lugar… A menos que pertenezcas a él.
- De todas formas –intervino Whisper, bastante callado durante los anteriores intercambios de opiniones- me sorprende que usted no haya siquiera oído hablar de esto.
- ¿Oír hablar? Seguramente. Pero esto… Esto es excesivo. ¿Cómo es posible que nadie se dé cuenta de que esto existe?
- Hay quienes lo afirman, incluso hubo alguna filtración que no acabó de desaparecer, pero la mayoría de la gente toma por locos a aquellos que creen en la existencia de Larsat –insistió Stewart.
- ¿Larsat?
- Es el nombre del pueblo que hay en el palacio.
- ¿Dentro del palacio hay un pueblo? –preguntó, cada vez más atónito, Charles.
- No exactamente. Puede que no te hayas dado cuenta, pero estamos dentro del palacio ya.
- Explícate.
- Uh –dijo Gulligulli, mirando hacia arriba.- Mira ahí arriba. ¿Ves la gaviota que vuela hacia aquí?
- La veo –respondió MacAbbeh.
- Pues siga viéndola.

Repentinamente, la gaviota chocó contra algo en el cielo. No sólo chocó, sino que quedó destrozada tras el contacto con ese algo. El cuerpo del ave parecía caerse, pero dibujando una parábola inexplicable y más despacio de lo que debería hacerlo, desafiando las leyes de la física.
- ¿Contra qué ha chocado?
- Contra la cúpula –respondió Strong, sin apartar la mirada de la gaviota, que dejaba una estela de sangre tras de sí. Finalmente, tras coger algo de velocidad, cayó al suelo.
- Cúpula… Os juro que si me decís que he muerto, me lo creo.
- Es una especie de campana gigante, ideada por los más brillantes arquitectos e investigadores del Gobierno Mundial. Por el interior es como si fuera una milimétrica telita inofensiva, pero si alguien o algo la toca desde el exterior, actúa como barrera y aquello que ha impactado sobre ella queda hecho añicos. ¡Es apasionante!
- Y algo terrorífico…
- No, Charles, ¡no! ¡Es tan maravilloso como lo ves! ¡¡Bienvenido a la Yellow Mansion!!

Las puertas del palacio, de pronto, comenzaron a abrirse. Stewart Strong empezó a caminar con rumbo fijo hacia el edificio, secundado por los otros dos hombres.


Diego Orlais analizó el cuerpo del ave que le había salvado la vida. Estaba completamente rojo y apenas se distinguían plumas. Era como si alguien hubiera disparado una bola de cañón contra un conejo y lo hubiera estampado contra algo. Lo que quedaba del bicho no eran más que algunos huesos rotos, pellejo y sangre.

Medio minuto antes se disponía a pasar al otro lado de la puerta dorada sin cruzar la misma. En vez de eso, su intención era ahorrarse tiempo y opciones de ser visto pasando entre dos árboles. Algo quiso, sin embargo, que se fijara en una gaviota que sobrevolaba su cabeza. El choque del animal contra algo invisible le hizo frenar en seco. Tras la caída del cadáver, desconfiado, cogió un racimo de flores y lo lanzó hacia delante. Avanzó como era previsto durante un metro, pero acto seguido el ramillete impactó contra algo invisible que lo destrozó. El joven respiró profundamente, y expiró. El juego había dejado de serlo.

La enorme puerta dorada acababa de iniciar su cierre, así que Diego corrió veloz como el viento hacia la misma, consiguiendo cruzarla un par de segundos antes de que el exterior volviera a aislarse del interior. Se encontraba bajo una especie de pérgola a cuyo final corrió. Y, al final del camino, vio el gigantesco y dorado palacio. Contuvo la respiración. Vio la puerta principal cerrarse. Ya habían entrado. Farfulló.
- Si las aves hablaran…

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Un austero automóvil, envuelto en un manto de polvo y barro, frenó con estruendo enfrente de una pequeña choza de madera. Había dejado atrás un par de calles de casas del mismo estilo. Un anciano, que frunció el ceño al ver pasar el vehículo, parecía ser el único ser humano que se mostraba a la luz de los tímidos rayos de sol, que penetraban a través de las ramas de los grandes árboles que se alzaban sobre todo aquel conglomerado de edificios.

Amparal, el pueblo del bosque, como se lo conocía, era especialmente conocido por lo curioso de su organización. La localidad se mimetizaba perfectamente con el denso bosque que lo rodeaba, respetando la naturaleza. No constaba de más de veinte casas, todas ellas de madera, y habitadas, en su mayoría, por ancianos y ancianas que huían de los ruidos y del alboroto de las grandes ciudades como Rondinum, Bench o Dilemburg. Las cabañas, pequeñas y discretas, estaban construidas de la forma menos uniforme imaginable, eran de un color marrón rojizo, erigidas con mimo y delicadeza por las ásperas manos de los fundadores de la villa.

A resumidas cuentas, Amparal era un pequeño paraíso en mitad de la nada. Y como Amparal había otras treinta, o cincuenta, o cien, a lo largo de las provincias de O’Bitiland y McShire, ambas al norte de la Meseta de Terralta. El anciano refunfuñó para sus adentros y regresó a su hogar, dejando las calles vacías al margen del recién llegado automóvil, que quedó aparcado al lado de otro.

El coche se abrió por la derecha. Un hombre, vestido con esmoquin, bajó sin prisa y, acto seguido, acudió al lado izquierdo del vehículo para abrir la otra puerta.
- Ya hemos llegado, Yubaba –dijo Ben, dedicando una tierna sonrisa a su esposa.
- Si me vuelves a llamar Yubaba, cojo el coche y me largo –respondió la mujer, a la que costó un poco salir del auto. Después, añadió con sarcasmo.- Podías haberme traído por alguna ruta más movida. Esto es perfecto para mi espalda.
- La Vía Terrae es la más segura. Los accesos de la ciudad estaban cortados. ¿Por dónde íbamos a ir mejor?
- Y yo qué sé…

La pareja caminó abrazada hasta la puerta de su cabaña. La suya. Bejamin abrió la puerta, pasando a la estancia principal. Cruzaron el hall, entrando en un pequeño pasillo a continuación. Giraron a la izquierda. Una sala de estar. Había una chimenea ennegrecida a un lado con un par de butacas a su alrededor, y un mini-bar y una pequeña biblioteca al otro. En el centro, una alfombra.

El hombre se acercó a la misma, y la levantó, dejando a la vista una especie de trampilla. Después de remangarse un poco, tiró con fuerza y la abrió. Hizo un gesto con la cabeza, invitando a Miranda a que pasara por delante.
- No he echado de menos este sitio…
- Nadie lo haría en tu lugar. Nadie.



David Brown aguzó el oído. No cabía duda. Ya llegaban. Cogió las dos últimas cajas que quedaban en la sala principal y se apresuró hacia la entrada. De pronto, al tener la visión estorbada por lo que llevaba entre manos, chocó contra una pared, golpeándose –para su desgracia- su maltrecha nariz con aquello que le tocó enfrente.
- Mierda… -maldijo entre dientes, e hizo una mueca de rabia cuando notó que la sangre volvía a asomar.
- ¿Va todo bien, Dave? –dijo una conocida voz a su derecha, donde seguía el pasillo. Brown miró, y esbozó una sonrisa.
- Gracias a Dios que habéis llegado –dijo, dejando las cajas en el suelo. Se acercó a los recién llegados.- Hola, madre.
- Hola, hijo… -respondió Miranda, fundiéndose en un abrazo con el hombre.- Hacía mucho tiempo que no te veía…
- Hemos andado ocupados –respondió el otro.- Ya sabes.

Benjamin dio también un abrazo a David. Parecía como si no se hubieran abrazado en un largo tiempo.
- ¿Y los demás? –preguntó el anciano, dejando caer sus brillantes ojos azules sobre los oscuros de Brown.
- Hace un rato que se han marchado.
- ¿Los rehenes también?
- Glad se ha llevado a dos y Sebb a otros dos. Se están portando bien.
- Tendrán un motivo.
- Quieren saber por qué los hemos tenido secuestrados. Les hemos dicho que esperen hasta la comida.
- ¿Vendrán?
- No tenemos más remedio.
- Son gente peligrosa –recalcó Ben.
- Más que nosotros.
- Los que estamos aquí –puntualizó. Brown enarcó una ceja.
- ¿W.K.?
- No sé si conseguirá llegar a tiempo.
- …
- Tenemos un largo camino hasta Dilemburg. En marcha –dijo Miranda, interviniendo en la conversación.
- Id vosotros dos por delante –dijo Ben.- Tengo que coger un par de cosas antes.

Benjamin se aseguró de que Miranda y David ya habían cerrado la trampilla desde arriba, para encaminarse hacia las entrañas de la base. La base que él había construido con sus manos. Y con las de su familia. Pues aquello, pese a todo, seguía siendo un asunto de familia.
¡Espero que os guste!


Besis de fresis.
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Takagi
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Re: Los Panteras Negras V3.

Mensaje por Takagi »

Nada que objetar, ni mucho menos. Loable curro, genial capítulo y brillante saga. Estoy convencido de que llegará a buen puerto gracias a ti. Una vez acabe, veremos si alguno se atreve a pelear contigo xD.
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wild animal
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Re: Los Panteras Negras V3.

Mensaje por wild animal »

Saludos panteras. Primero debo decir que aunque no he podido leer los capitulos (estoy totalmente liado), confio en que Traffy nos dara una saga excelente y le agradesco por lo que esta haciendo (como le he agradecido por MP).

Ahora, ¿recuerdan que hace tiempo trabajaba en un especial parecido a un Daby back fight? algo parecido a incertidumbre, una historia no canonica, de la cual aunque fue bien aceptada, solo saque 2 capitulos. Pues ahora lo he retomado y traigo el capitulo 3.

Debo decir que creo este capitulo gustara por que trate de hacer algo bueno con la mayoria de los personajes. Garrak, la historia fue modificada (capitulos 1 y 2), para que aparezca J.K. asi como le di buenos momentos en el capitulo 3 (que espero te gusten, siento que te debo el haber hecho a Van el villano en incertibumbre, cosa que me encanto). Traffy, Stan, Movius y Tony, espero les agrade lo que he hecho de vuestros personajes. Anty preparo algo especial para John.

Algunas aclaraciones antes de empezar:
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La historia es no canonica
Se encuentra (en tiempo), masomenos al llegar a la red line, cuando seamos bastante fuertes, pero no con habilidades finales. Tal vez como los mugis en Shabody
Capitulo 1
¿Una isla de juegos?
Aventuras en la isla Suki
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La gente estaba emocionada, en la isla entera había hablado de esto por meses, por fin el tan esperado evento, nadie sabia lo que pasaría, los preparativos habían sido arduos pero nadie sabía con exactitud cuales serian las pruebas, ademas aun faltaba lo mas importante, los participantes, o como muchos los llamaban ¨las victimas¨.
Lejos cerca de ahí un enorme galeón con velas negras, adornado con una gran pantera negra en la proa, navegaba al alba sin rumbo aparente. En la popa 2 jóvenes discutían.
-Que si la gaviota me dijo que ahí hay una isla, lo sé -Decía un chico con chaqueta negra y sombrero rojo.
-Te digo que no hay una isla Tony -Contesto un chico de mas edad, llevaba un traje elegante, con una mano sostenía una especie de brújula y en la otra un puro.
-Mi instinto no me engaña Van, frente a nosotros hay una isla.
-¡¡¡ACABAS DE DECIR QUE POR UNA GAVIOTA!!!
-Bueno si, pero igual hay una isla derecho.
-Bueno bueno -Un joven de cabello blanco y templante serio apareció. -¿Que esta pasando aquí?
-Tenemos un problema Anthony -Dijo Van- Tony asegura que hay una isla frente a nosotros pero no siento su campo electromagnético, es extraño, ademas el log pose no la detecta.
-Un viajero en Banaro dijo que podría haber cierta isla -Dijo un joven desde las alturas, todos voltearon y vieron como ni siquiera había volteado a verlos, estaba concentrado en el mar, ese era Diego. -Debe de haber una isla, y si la hay todos sabemos que significa.
-¡¡Si!! -Contestaron todos al unisono. -La mari...
-BELLAS MUJERES -Grito el Diego saltando feliz. -Rubias, morenas, pelirrojas, rubias, pelirosas, ¿ya mencione rubias?
La discusión siguió un rato, así que decidieron seguirla en unas butacas cómodas en la proa.
-Que no -Dijo Van encendiendo un puro. -No puede haber una isla, y si la hay no es ¨natural¨.
-Debe de ser de plástico -Se rio J.K. una preciosa chica rubia, con un corto vestido y un libro en las manos. -De seguro no es natural, debe ser de plástico o de galletas.
-Imaginen las cosas que encontraremos ahi -Dijo Tony mientras se le iluminaban los ojos. -Podría encontrar mas flechas para mi arco.
-O libros -Volvió a hablar J.K.
-O flechas -Volvió Tony.
-O lindas chicas -Dijo Diego
-O flechas para.. -No pudo terminar la frase por que fue interrumpido por un golpe en la cabeza de Anthony, antes de que reclamara se acerco un joven moreno con el cabello alborotado y un sombrero que apenas lo tapaba. No venia solo, a su lado venia un hombre de unos 30-40 años y un joven de cabello blanco y aspecto desquiciado de unos veintitantos años.
-¿Que pasa? -Dijo John entusiasta, Anthony fue el primero en responder pero igual fue interrumpido.
-Detectamos una isla, o eso es lo que creemos por que...
-COMIIIIIIDA
-FLECHAS
-¡¡CALLENSE!! -Gritaron todos.
-No sabemos si hay una isla, pero si la hay no sabemos cual puede ser, el log pos no la detecta ni Van puede detectar el electromagnetismo -Decía Anthony. -Podría no haber isla...
-Pero la hay -Un chico al que nadie había visto entrar hablo, tenia el cabello castaño y lucia muy relajado, ese era Nepa. -A varios Kilómetros de aquí.
-Imposible -Dijo Tony, no puedo verlo.
-Pero yo si -Contesto Nepa relajado, cerro los ojos y se concentro, su dedo apunto a estribor casi automáticamente. -Por ahí -Dijo- Detecto muchas personas a varios kilómetros.
Tony se adelanto y de un salto subió al mástil, y de un solo movimiento uno solo de sus ojos cambio convirtiéndose en el ojo de un águila, pero solo el ojo.
-Es verdad -Dijo sorprendido. -Hay una isla enfrente.
-Con suerte hay comida -Dijo John esperanzado.
-Con suerte encontramos el aura de la muerte que ronde por ahí y nos de la mano dejándonos jugar con su fría y esquelética mano -Dijo Michael que hasta ese momento estaba concentrado anotando notas musicales, pero al parecer estaba atento a la conversación. -Ya les digo mis compañeros de barco, que en esa isla solo encontraremos muerte, desolación y tristeza.
Todos quedaron impresionados por las palabras de Michael, hasta que Anthony reacciono.
-Un momento, ¿esa no era la letra de una canción?

Poco después en la isla Suki, un hombre caminaba apresurado mientras ignoraba a todo el que lo saludaba hasta entrar en su oficina, tenia el cabello negro hacia atrás y llevaba un espantoso traje rojo..
-Tenemos el evento y no llegan piru, malditos Glum busters ¿por que tardan? piru. -Se decía. Tomó un periódico e intento sentarse a relajarse leyéndolo, pero al ver la primera plana casi se desmaya profiriendo un enorme grito que hizo se callera del asiento.
¨Glum busters atrapados ayer por la marina¨ Decía el encabezado.
-¡Señor! -Irrumpieron unos guardias -¿Se encuentra bien?, oímos gritar a una niña
-Eh la niña... eeeh se fue... piru piru... por la ventana... búsquenla y matenla... piru piru.
En cuanto los guardias se fueron el hombre callo en llanto, parecía enloquecido. -Pirupirupirupiru, si no encuentro una tripulación pronto todo esto se ira a la mier... -Una trompeta interrumpió su llanto, rápidamente levanto la cabeza y fue hacia la ventana tomando un catalejo, no pudo dejar de sonreir con lo que vio. -Me he salvado -Dijo mientras comía un canapé. -Me salve pirupirupiru craaaaa. -Su risa se detuvo mientras se ahogaba con el canapé.

El barco de los panteras se acercaba a la isla, aunque aun no podían divisarla bien por la enorme brisa que la rodeaba bien sabían ahora que había algo en el mar. El enorme galeón se acerco lo suficiente y la isla fue descubierta. Era preciosa, grandes montañas la rodeaban dando apecto de protegerla y de media luna, mientras que en el centro había una gran ciudad. La isla entera parecía llena de luz y colores, las nubes bajaban y se arremolinaban en las verdes montañas como no respetando la gravedad. Conectando varios puntos había puentes o túneles de cristal y acero, varias aves de tamaño colosal volaban a gran altura mientras que en el suelo grandes y modernas estructuras de metal brillaban. Sin duda era impresionante.

El galeón toco puerto y todos se pararon en cubierta a ver la magnificencia de la isla, las luces, los colores, la musica, el confeti en el aire, el movimiento de la gente.
-Sera mejor que pasemos desapercibidos -Dijo Anthony.
-¿Bromeas? -Dijo Stan. -1 de nosotros tienen alas, uno habla con una araña y traemos un tigre y una pantera.
Pensaron que Stan tendría razón pero no fue así, la gente estaba distraída, por todas partes había fiesta, era una especie de carnaval, lindas chicas en pequeños trajes, antifaces de colores con grandes plumas, confeti y luces, mas de una vez paso una especie de tortuga del tamaño de un oso junto a ellos.
La ciudad era espectacular, mas moderna que cualquiera que hayan visto antes, una mezcla de metal, cristal, colores, luces. La gente parecía pacifica, relajada, parecían no notarlos mientras pasaban lo mas sigilosos posibles por las calles, aunque una que otra vez hicieron contacto con algunos lugareños, por ejemplo uno que tropezó con Michael.
-Oh genial araña -Dijo un chico de aspecto idiota. -¿Es de plástico?, ¿donde la compraste?, se ve vieja y fea, yo quiero una.
-Veo la sombra de la muerte y la tortura en ti -Dijo Michael. -Lo puedo sentir, lo vaticino... por que yo seré quien te mate cabron. -Michael golpeo al chico cuando tocó a Black Song.
Otro altercado surgió cuando un chico tropezó con J.K. y se enamoró al instante.
-Hola muñeca –Dijo con aires de casanova -no te había visto por aquí, ¿Qué haces con esta banda de idiotas? ¿Te gustaría ver los juegos con un verdadero hombre?
J.K. rio un poco, le dio un beso en la mejilla y se dio la vuelta.
Sacó un pequeño cuaderno, escribió algo y susurro apenas audible “cadenas infernales”
Detrás de ella, de las piernas del chico surgieron fuertes cadenas al rojo vivo que lo envolvieron en segundos, jalándolo hacia el piso, hundiéndolo en quien sabe qué mundo infernal para siempre.
Siguieron caminando hasta el centro de la ciudad, donde encontraron una gran fuente frente a un castillo, y sobre ella una gran enorme plataforma de cristal.
Una música fuerte comenzó a sonar por toda la ciudad, era agradable, poco a poco aumentaba su intensidad, y la gente gritaba de emoción.
Las puertas del castillo se abrieron y el hombre del traje rojo salio, pero ahora llevaba uno amarillo canario, la gente grito mas al verlo.
-Esto es una estupidez -Dijo Anthony.
-No. -Dijo John emocionado. -Quiero ver.
-Yo digo. -Dijo Van enfadado. -Que los asesinemos a todos y nos vallamos.
Una mano veloz golpeo la nuca de Van en señal reprobatorio por el comentario.
-No seas idiota Van -Dijo Michael entono reprobatorio. -Primero los matamos y luego les robamos sus pertenencias.
Algunos se rieron aprobando la idea, pero antes de que pudieran decir algo el hombre del traje hablo.
-DAAAMAAAAASS Y CAAAAABAAALLEEROOS -Dijo en voz alta alargando la voz como todo un comentarista. -Sean ustedes bienvenidos piru a los Juegos Mundiales de Piratas.
-¿QUE? -Se sorprendieron los panteras.
-Este sera un año especial piru. -Continuo el hombre, lo hacia con una naturalidad increíble. -Este año atestiguamos la cincuentava celebración de estos juegos, y tenemos preparadas muchas sorpresas.
Un caracol de vídeo acomodado discretamente comenzó a proyectar a una pantalla que apareció rápidamente, en ella aparecían unas letras.
Los Juegos Mundiales de Piratas.
Un evento especial y único, donde se pone a prueba la fuerza, la resistencia y el valor, donde el mas fuerte gana, donde el mas ágil sobrevive, donde el mas astuto mata.

-Durante el siguiente día piru, seremos testigos de la mas grande competencia deportiva jamas creada -Dijo el hombre gordo y la gente grito emocionada, de hecho parecía eufórica o a punto de volverse loca, sin duda esos juegos deberían ser increíblemente geniales para que la gente reaccionara así, de hecho hasta los panteras veían emocionados, John, Tony, Stan y Diego estaban impresionados.
-Durante todo del día piru, se enfrentaran 4 bandas piratas <<la gente volvió a gritar>>, 4 poderosas tripulaciones se enfrentaran a muerte piru piru, a pruebas impresionantes donde solo una saldrá victoriosa, y tal vez solo una viva piru.
-Ahora esto si me gusta -Dijo Anthony sonriendo.
-Las pruebas han sido planeadas por 4 años piru, llevándose acabo en esta isla piru piru, la cual ha sido preparada para los juegos <<la gente casi se vuelve loca>>, con un premio de 100 millones de Berries.
-Que buena pasta -Dijo Van con pensamientos maliciosos.
-Ahora piru, les presentamos a las tripulaciones piratas que nos acompañan. -De este lado, los retadores, siendo perseguidos y conocidos en todo el mundo, los piratas de Camari.
Luces y bengalas iluminaron la plataforma mientras una plataforma subía y varias personas aparecieron, todas lucían ropa estrafalaria, con un enorme hombre corpulento vestido de pantalón negro y sin camisa presidia a su tripulación.
-El pirata con una recompensa de 70 millones piru, Camari el aniquilador.
La gente gritaba, mujeres lanzaban rosas y un chico afeminado callo desmayado sobre Nepa el cual lo esquivo un segundo antes.
El capitán Camari lucia seguro, serio, parecía nunca haber sonreído en su vida, con un cabello negro alborotado.
El entrevistador se acerco a él preguntándole.
-Capitán Camari ¿que se siente estar en los juegos? piru.
-Eh pues yo...
-Muchas gracias Capitán Camari piru. -Interrumpió el entrevistador alejándose. -Ahora otros retadores piru, provenientes del Weast Blue piru piru, con una recompensa total de 104 millones entre todos, la tripulación de los piratas de Jean piru.
La gente grito eufórica, el afeminado se despertó y volvió a desmayarse.
Humo de muchos colores apareció en la plataforma y de ellos salieron unas 9 personas luciendo igual de estrafalarias que los anteriores.
-Capitán Jaen -Dijo el entrevistador acercándose. -¿Que nos puede decir de esta experiencia piru?. -Cuando estaba apunto de contestar el entrevistador quito el micrófono y se alejo.
>>Ahora -Continuo- los actuales campeones, sobrevivientes de los 3 últimos juegos piru los actuales campeones, los sobrevivientes, los únicos, los piratas del capitán Davis, los piratas Toymaker. -Confeti y serpentinas invadió el lugar mientras unas 12 personas con extraños disfraces se acerco al escenario desde una plataforma colgante.
El entrevistador esta vez ni se acerco al capitán Davis. -Ahora. -Dijo poniéndose serio, las luces y reflectores se apagaron al instante intentando dar un aspecto serio y sombrío, algo imposible por que se encontraban a plena luz del día. -Las siguientes competencias serán mortales piru, pruebas tan difíciles que posiblemente ninguno salga con vida piru piru, y todo por el premio en monedas y por diversión de todos ustedes piru, en las pruebas deberán enfrentar bestias, obstáculos, misterios, fuego, truenos y toda clase de trampas mortales, donde casi nunca llega a quedar un solo sobreviviente piru.
-GENIAL -Grito John haciéndose escuchar en el ahora nuevo silencio.
-No crean que he olvidado a la ultima tripulación querido publico, aun falta una -Dijo el hombre señalando la ultima plataforma tras de él, la cual aun estaba cerrada. -Este año tenemos una tripulación que ha aceptado arriesgar la vida por vuestra diversión <<la gente no había estado mas atenta>>.
-No me gustaría ser el idiota que compita en estas pruebas de muerte -Dijo Tony riendo.
-Con ustedes -Dijo el entrevistador señalando la plataforma tras de él y rápidamente desviándola hacia el publico cuando los reflectores apuntaban a la banda. -Los Panteras Negras piru.
La gente grito euforica una vez mas cuando ninguno de los panteras reacciono.
Continuara...
Capitulo 2
Carrera entre las nubes
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-Panteras negras pasen al escenario piru -Dijo el hombre, la gente junto a los panteras estaba eufórica.
-GENIAL -Grito John siendo el primero en reaccionar, y de un salto subió a la plataforma.
-SIII
-NOOO -Algunos estuvieron felices mientras que otros no lo aceptaron, Anthony, Michael, Van y Tony no aceptaban, pero Nepa, Diego, J.K. y Stan estaban felices, de hecho fascinados por todo a su alrrededor.
-¿Ya que? -Dijo Anthony. -Él es el capitán. -Todos entendieron que no podrían hacer nada y decidieron seguirlo, no sabían exactamente que vendrían en las pruebas pero si que estando juntos era la forma mas sencilla de sobrevivir.
-Perfecto, perfecto piru -Dijo el entrevistador haciéndolos pasar a la 4ta plataforma la cual se abrió cuando todos estaban distraídos viéndolos. -Ahora tripulaciones por favor sigan el camino amarillo hasta las tortugas que los llevaran a la primer prueba, ahí se les informara de las reglas y cosas importantes. -El hombre se desvió hacia el publico y dijo con una potente voz. -Es el momento para que empiecen los juegos, yo soy Dean Donelini piru piru.
Todas las tripulaciones al escuchar eso siguieron el camino marcado hasta donde se encontraba una tortuga enorme y sobre ella varios asientos como si de un carruaje se tratara.
-¡¡MOLA!! -Dijeron casi todos al mismo tiempo. Este los llevo hacia la base de una montaña donde igual había gente, una estructura tapaba la mayoría de lo que había detrás y no podían ver en que consistiría la prueba. Las 4 tripulaciones llegaban al mismo tiempo pero eran dirigidas a diferentes lugares. Los Panteras estaban cautelosos, sentían que podía ser una trampa, pero John aseguraba que no, y tenían que seguirlo, hasta el momento los había llevado mas de una victoria y se había ganado su puesto de Capitán.
Llegaron a un lugar abierto y quedaron sorprendidos con lo que vieron, un camino larguísimo, con toda clase de decoraciones, este atravesaba las montañas verdes, las cuales eran alcanzadas por nubes en forma de serpiente que bajaban y parecían jugar con ellas, el camino se perdía, sin duda el final no estaba ahí, posiblemente atravesaba gran parte de la isla. Dean el presentador apareció tras de ellos segundos después.
-Damas y caballeros piru, estamos por iniciar la primera prueba, la conocida ¨Carrera entre las nubes¨ <<la gente gritaba emocionada>>, el objetivo es sencillo, el primero piru que llegue al final piru es el ganador, pero deben tener cuidado piru, el lugar esta repleto de trampas piru.
>>Las reglas son sencillas, cada tripulación se dividirá en equipos de entre 2 a 4 personas piru, los cuales irán montados en un giganimal piru piru, la pista estará llena de trampas mortales las cuales deberán superar piru, así como pruebas las cuales deberan vencer, el primer equipo de cualquier tripulación que llegue primero piru,le dará la victoria a su tripulación entera piru.
>>Solo se respeta la regla ¨no puedes dejar tu giganimal por mas de 30 segundos piru, si lo haces ese miembro dejara la prueba¨, pueden usar piru los recursos que quieran para piru vencer a sus rivales, aquí no hay trampas.
>>Existen ayudas piru durante la carrera, 3 símbolos que aparecerán repentinamente piru, una espada dará ayuda en ataque piru, un escudo ayudara en la defensa piru piru, y un rayo el cual dará algo al azar, ya sea una ayuda o algo que los perjudique piru piru.
Todos los participantes se veían desafiantes, sabían que muchos podían morir, y a ninguno le gustaba eso de ¨trampas mortales¨. Las 4 tripulaciones se dividieron en pequeños equipos y se les asigno un color a cada equipo. Siguiendo las indicaciones de Dean bajaron unas escaleras y vieron a lo que se referían con ¨giganimales¨.
Eran unos 50 animales enormes (uno por equipo), cada uno del tamaño de un elefante, totalmente variados, sobre su espalda o lo equivalente tenia algunos asientos y sobre los costados y patas un color distintivo del equipo.
-!GENIAL¡ -Dijo John cuando vio el suyo.
-Tiene que ser una broma -Dijo Stan al ver el de su equipo. Al subir vieron que tenia pequeños aditamentos variados, sin duda serian para las ayudas, así como 3 botones, uno con una espada, un escudo y un rayo.
Todos se subieron a sus respectivos giganimales y vieron como una pantalla se encendía frente a ellos. En ella aparecía el orden de los equipos y su giganimal.
Panteras Negras
Equipo rojo: Anthony, Nepa, J.K. –Toro
Equipo azul: John, Van, Diego – Rinoceronte
Equipo verde: Tony, Michael, Stan –Tortuga
La pantalla siguió mostrando los demás equipos, entre los que estaban un pulpo para el Capitán Camari, un escorpión para Davis, una hormiga para Jean.
Todos se prepararon, estaban listos sobre sus animales, John veia facinado su rinoceronte, J.K. orgullosa a su toro, mientras que Tony triste a su Tortuga esperando sea rapida de hecho desde otros equipos veian a la tortuga y se reían.
Una bengala roja atravesó el cielo y todos lo vieron como una señal, después una amarilla y se prepararon, por ultimo una verde y todos los animales arrancaron.
La tortuga con una increíble velocidad adelanto a todos, parecía imparable.
-BIEEEN -Grito Stan.
El animal corría como ninguno sacando mucha ventaja, pero después de 10 segundos de correr cayó agotada.
-ERES UNA INÚTIL -Gritaron Tony, Michael y Stan al mismo tiempo.
Los demás equipos pasaron junto a la tortuga, apesar del ruido podían escuchar las risas.
-Mas te vale que te levantes tortuga -Dijo Tony enojado el cual llevaba las riendas.
-Muuuuuuu -Dijo la tortuga.
-!!NO SE SUPONE DEBERÍAS HACER ESE SONIDO¡¡ -Dijeron los 3 al mismo tiempo.
-Cuack -Corrigió la tortuga.
-!!SIGUE ESTANDO MAL¡¡ -Volvieron a gritarle. Como pudo el animal se levanto y comenzó a correr, tenia buena velocidad, de hecho era probablemente la mas veloz, pero se cansaba seguido.
Mientras en la cumbre de la carrera los demás equipos disputaban los mejores puestos, era una pista chica, cruzaba toda clase de acantilados y aveces partes colgando sin nada a los lados, diseñado para que los competidores se caigan.
-Espada -Señalo Anthony Anthony cuando vio que un pequeño letrero apareció frente a ellos, este había estado escondido entre las rocas y salio sin que la mayoría lo notaran. Un miembro de Davis que estaba sobre un cangrejo salto para alcanzarlo, pero al hacerlo J.K. reacciono y de su cuaderno surgio una espada que le clavo la mano al letrero.
-Arma para el equipo de Davis -Se escucho una voz por megáfono.
-¿Pero que pasó?, si nosotros lo conseguimos -Grito Nepa.
El cangrejo se puso junto a ellos y 2 pequeñas metrallas salieron de los aditamentos, un chico del equipo se puso frente a ellas y comenzó a dispararles. Anthony reacciono y puso un escudo de arena enorme que generaba de sus brazos, pero por mas que los protegiera a ellos no podría proteger demasiado al enorme todo.
-Paragaragaragara -Reía el hombre enmascarado sobre el cangrejo, después este empezó a embestir al toro lanzandolo contra una de las orillas de la pista intentando derribarlos.
-Estais muertos -Dijo el que llevaba las riendas.
Derrepente algo pasó, algo enorme golpeo al cangrejo e hizo que se fuera de lado callendo por el precipicio, algo enorme y muy rápido, algo que pasó sin notar siquiera a quien había golpeado. Solo se escuchaba a los hombres de Davis gritar mientras cain ¨maldita tortuga¨
Un pulpo veloz atravezaba la pista adelantando a los demás, estos llegaron a una cueva donde la visibilidad era mínima, el precipicio a su lado era enorme, cualquier error les costaría la vida.
-Rayo -Grito un chico con traje de caballo que iba sobre un pollo.
-Lo tengo -Dijo John saltando del rinoceronte y destrosandolo de un golpe explosivo.
Sorpresa roja para el equipo patera -Volvió a decir la voz.
Decenas de luces iluminaron la cueva, después enormes bolas de fuego comenzaron a caer de la parte de arriba.
-John eres un idiota -Gritaron Van y Diego. Las bolas de fuego caían sin control, era casi imposibles de esquivar, eran demasiadas. Un cocodrilo salto sobre ellos e intento devorarlos pero fue detenido por una patada de Diego el cual logro ponerlo en su lugar lanzándolo donde aparecía un símbolo de escudo en el piso el cual fue destrozado por el golpe.
Defensa para el equipo de Camari. Una coraza salio de los aditamentos y cubrió al cocodrilo haciéndolo inmune al fuego.
El capitán Camari vio lo acontecido y decidió atacar, de un salto llego hasta el rinoceronte y se poso frente a John desafiante.
-¿QUE ES ESO? -Grito apuntando hacia atrás intentando engañarlos, fracasando totalmente.
Cuando todos pensaron solo seria un farsante aplaudió una enorme mancha de tinta invadió al rinoceronte evitando pudiera ver, este chocaba contra todo a su alrrededor mientras el capitán Camari volvía a su pulpo riendo. Era inevitable, no podían salvarlo, golpeo contra una pared, se acerco al acantilado y en un mal paso callo. Los 3 chicos pensaron seria su fin cuando algo tomo al rinoceronte y voló junto con ellos llevándolos a la salida de la cueva, al principio no vieron de que se trataba pero al salir pudieron entenderlos, un enorme y grandioso grifo los había salvado dejándolos sobre la pista de nuevo y volviendo a su tortuga la cual parecía apunto de desmayarse.
-Gracias grifo misterioso -Grito John, Van y Diego le golpearon la cabeza al instante.
-ES OBVIO QUE ES TONY -Dijeron.
Tony se poso sobre la tortuga y emparejaron al cocodrilo. Derrepente algo se clavo en el brazo de Michael, un pequeño dardo, este no reacciono, solo lo veia curioso mientras un hombre de cabello azul se reía de él.
-Te acabo de inyectar el veneno de una serpiente, si no sales de la carrera y lo tratas morirás jua jua jua jua.
Michaél comenzó a reír y salto hacia el cocodrilo, se arranco el dardo y dijo:
-Un veneno no puede dañarme, como el publico no daña al artista, me es imposible morir asó por que soy la criatura mas venenosa del mundo. -Diciendo esto se trasformó en una gigantesca araña, con grandes y poderosas patas que arrasaban con todo en el cocodrilo. Un hombre sacó una pistola y le disparó, aunque esto no fue nada para la araña, Michael volteo enojado y lo devoró de un bocado para después vomitarlo con enormes ácidos sobre sus compañeros los cuales fueron cegados al instante. Mucho muy enfrente un carnero iba sobre un puente y un francotirador disparo a Michaél.
-Yo me encargo. -Dijo Stan, desde la armadura de su pecho volaron pequeños cohetes que destrulleron el puente entero, derribando a 4 equipos que lo cruzaban pero impidiendo el paso.
-ERES UN IDIOTA -Grito Tony. Michaél volvió y vio orgulloso el caos que había provocado. Por todas partes varios animales estaban pegados al piso por enormes telarañas o por venenos ácidos.
-Oigan -Grito Nepa desde el toro junto a ellos. -Sera mejor que hagamos algo, no podemos saltar tanto, ninguno tiene un animal volador.
-Yo me encaro -Dijeron Tony, Diego y J.K. al mismo tiempo. Al llegar al final del camino varias cosas pasaron al mismo tiempo Anthony se adelanto y frente a todos levanto un brazo y provoco una enorme ventisca de arena para ayudar con el impulso. Tony se transformo en Grifo y levanto a su tortuga junto a sus amigos. J.K. se puso en la parte trasera, saco su cuaderno, escribio algo y dijo ¨esto va a ser genial, torbellino¨ de la parte trasera del animal salio un enorme remolino que destrullo parte del precipicio y sacando volando al toro.
Por otro lado aun quedaba el equipo del rinoceronte. Diego bajo y se puso tras él, con enorme fuerza lo tomo y lo levanto con ambas manos, sus músculos parecían apunto de reventarse, el animal pesaba varias toneladas, aun asi pudo con él y logro correr acercándose al precipicio.
-NO DIEGO NO LO HAGAS NOOOO -Gritaron John y Van al mismo tiempo, hasta el rinoceronte estaba asustado. Diego concentro sus fuerzas y dio un enorme salto, cruzando los mas de 100 metros del puente, con todo y rinoceronte calendo sobre un sapo gigante.
El camino se volvía difícil, la altura era demasiada, tenían que esquivar huecos que salían de todas partes, picos y cuchillas, ademas de deshacerse de varios enemigos ocasionalmente.
Y por fin lograron ver lo que deseaban, el gran final, una meta con colores brillantes y grandes torres. El capitán Camari encabezaba la carrera con su pulpo, después Davis en el escorpión, en 3er lugar los 3 equipos panteras seguidos por decenas de otros equipos. No quedaba mucho, algunos cientos de metros, debían hacer algo en ese momento. El pulpo de Camari se detuvo y el capitán empezó a cambiar frente a todos, sus brazos se volvieron grandes, largos y viscosos, su tamaño aumento y le salieron varias extremidades.
-Zoan de calamar gigante -Dijo Tony, esto nunca lo había visto.
El escorpión salto y lo ataco, su enorme cola atravesaba al calamar provocandole dolor, este lo tomo entre sus tentáculos y lo aplasto lanzandolo hacia atras quedando cerca de la meta el cual con esfuerzo comenzó a arrastrarse lentamente.
Tenían una oportunidad, la carrera estaba por terminar, cualquiera debería llegar, solo había una oportunidad. Habían 3 problemas, vencer el calamar gigante, los rivales tras ellos y terminar la carrera, debían trabajar en equipo. El todo y el rinoceronte se detuvieron mientras la tortuga moribunda seguía corriendo.
-ATAQUE COMBINADO -Gritaron todos. -Golpe de los 100 millones.
Anthony se paro frente a todos y lanzó una enorme espada de arena que partió la pista en 2 y casi inmediatamente Van lanzó un enorme rayo purpura que alcanzo a las demás mascotas electrocutandolas.
-Sad blade y Stellae beam, STELLAR SAND -Dijeron.
Michael saltó hacia enfrente aun sobre la tortuga y se transformó en el aire, con veloces telarañas logro pegar los tentaculos a los muros a la montaña y volvió a la tortuga.
-Aura down -Dijo Nepa parándose frente a él y apuntando con ambos brazos hacia el animal, este callo como si su energía fuera robada al momento.
-AHORA, EXPLOSIVE MEGA PUNCH-Gritaron John, Diego y J.K. dando un golpe al animal al mismo tiempo, John uso su puño explosivo, J.K. con sus poderes saco una enorme bola de fuego, y Diego una patada tan veloz que nadie logro verlo.
El animal callo, todo su cuerpo quedo bañado en sangre y tinta mientras volvía a la normalidad.
-Mi turno -Dijo Tony, levanto el vuelo y de un movimiento levantó a la tortuga mientras se transformaba pasando sobre Camari para llegar a la meta. Stan junto sus brazos y sacó un potente fuego dando propulsión. En un instante cruzaron la meta.
Los juegos artificiales explotaron, luces salieron de todas partes, el confeti voló y lleno el cielo.
-INCREIBLE -Grito Dean el comentarista el cual llevaba un traje verde limón. -Tenemos un ganador piru, el ganador de la primera prueba es el equipo del capitán Davis en el escorpión piru.
-¿QUEEEEE? -Gritaron todos los panteras, al mismo tiempo voltearon a ver la meta y vieron un escorpión medio aplastado que había llegado a la meta un segundo antes que la tortuga.
Capitulo 3
Una prueba violenta
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-¿Queeee? –Gritaron todos los panteras al mismo tiempo. No solo ellos se habían sorprendido, la gente del público también, muchos estaban emocionados, pero otros parecían atónitos, casi no reaccionaban, sabían que la carrera era de ellos y se las habían robado.
-Esto es un robo –Dijo Anthony golpeando el suelo con su arena rompiendo el asfalto ya débil.
-Debimos salir de aquí desde hace tiempo –Dijo Michael con aire asustado viendo alrededor–El aura de la muerte habita en cada rincón de esta colorida isla, tengo un mal presentimiento.
Tony lo volteo a ver sorprendido y dijo
-Vamos Michael, tu siempre tienes un mal presentimiento, ¿recuerdas cuando aquellos frijoles te parecían sospechosos?
-Bueno –Interrumpió Diego frotándose la barriga –Sí que lo eran, todo el barco estuvo enfermo durante una semana, el baño vio más caca en una semana que en 3 meses.
-Pero no es lo mismo –Se quejó Tony –No era caca por los frijoles, era por el pez negro que comimos.
-Yo soy doctor –Dijo Anthony –Y creo la consistencia era por los frijoles que…
-¿De verdad vamos a hablar de caca en un momento como este? –Levanto la voz Van enojado, las cámaras los apuntaban, las enormes pantallas los transmitían, y toda la isla escuchaba su conversación.
La isla entera estallo en carcajadas, no hubo hombre, mujer o niño que no se riera de lo que estaba pasando. Dean Donelini parecía encantado.
Aun con su espantoso traje, bajó de un enorme gato negro, del tamaño de un elefante, pero con una cabeza desmesuradamente grande.
-Ha sido genial piru –Decía mientras se acercaba a John. –Su actuación ha sido soberbia, magnifica, es una pena –dijo queriendo aparentar tristeza, pero sin conseguirlo –que os robaran el triunfo en vuestras narices piru, pero es su culpa, por descuidar la carrera.
-Pido al gordo –Dijo Van acercándose golpeando un puño con la otra mano con la clara intención de golpearlo.
-No –Dijo Neppa. El chico toco el hombro del mafioso y automáticamente su ira desapareció –Te ayudare a calmar tu aura amigo mío.
-Vamos, vamos chicos –Trato de calmarlos Dean, con sudor en su frente pero sin dejar de sonreir, con una sonrisa forzada. –Los juegos apenas comienzan piru, y aun tienen oportunidad de ganar los 100 millones.
-Te juro –Dijo John serio –Que si descubrimos que estos juegos están arreglados, no dejaremos un solo edificio en pie, en esta isla. –John termino su frase y se dio la vuelta, discretamente vio a sus amigos y susurro “Estaba practicándolo, eso se oyó genial”.
La competencia había dejado muchos problemas, varios miembros de la tripulación de Camari habían muerto, cerca de 30, la mayoría en las cuevas. De Davis 10, por tiro de bala, mientras que de Jean 5.
Los panteras no habían reparado en sus contrincantes. Cerca de ellos, se encontraba el capitán Davis recuperándose, rodeado de su tripulación. Todos en la tripulación llevaban estrambóticos disfraces; había un chico disfrazado de reno, otro de sol, uno de calabaza, un caballo, una figura tiki, un robot, un tiburón, un soldado, una preciosa chica de conejo, y el capitán Davis de mosquetero, que luciría elegante, si un hubiera sido aplastado como un bicho hace unos momentos.
La tripulación de Jean no eran menos llamativos, todos lucían un atuendo estrambótico, pero todos de un distinto color, negro, azul, purpura, rojo, y el capitán vestía totalmente de Blanco.
La tripulación de Camari, sin duda la más numerosa, vestían como para un carnaval, la mayoría lucia plumas y máscaras, algunos, túnicas largas, y entre las mismas, se apreciaban enormes armas escondidas. El capitán Camari lucia realmente aterrador, ahora que había vuelto a su forma humana.
Dean había subido a una plataforma cercana a los 10 metros de altura, desde ahí tomo un micrófono y comenzó a hablar de nuevo.
-Dammmas y caaballeros piru. –Hemos terminado la primera prueba, con una clara y contundente victoria de los piratas Davis. –Dio un vistazo rápido al público –Ahora, es hora de que comience la fase 2 de las pruebas piru, los veo a todos en el estadio de los caídos piru.
Tratando de hacer una salida sorprendente, Dean subió a su enorme gato jalando su correa cual caballo. El animal se paró sobre sus patas traseras para empezar a correr, provocando que Dean callera del mismo y de la plataforma de 10 metros de altura.
El público vitoreo y rio por lo acontecido. De repente decenas chicas aparecieron para escoltar a las tripulaciones. Pero no eran chicas normales, todas, absolutamente todas parecían supermodelos, como robots animados para distracción de los participantes. Las chicas vestían diminutos trajes de gatitas.
-¿Tu eres parte de la prueba? –Pregunto Stan emocionado.
-¡¡Jijiji traviezo!! -Contesto la chica agitando una mano tímidamente.
-¿Dónde será la siguiente prueba? –Pregunto Anthony serio.
-¡¡Jijiji traviezo!! -Contesto otra chica.
-DIEGO SUELTALAAA!!! –Grito J.K. Todos voltearon para ver como Diego besaba apasionadamente a una chica la cual golpeaba el suelo repetidamente tratando de respirar.
Después de varios intentos de toda la banda, una ramera rota, mucha sangre, y 3 dientes rotos de Stan lograron separarlos.
-Llamameeeee –Gritaba Diego desesperado mientras sus compañeros lo arrastraban a sus giganimals para la siguiente prueba.
Una vez más recorrieron la ciudad en esos “curiosos” carruajes, pudiendo notar mejor las partes escondidas detrás de la montaña. Al parecer la isla era bastante moderna, como sospechaban, el cristal y el acero eran sus componentes principales, rodeada de enormes montañas en toda su forma de media luna, y algunas ciudades pequeñas.
Pero a pesar de que llevaban ya un rato en la isla repararon en algo nuevo, algo que no habían notado. Cada tantos minutos, se escuchaban enormes crujidos, y la isla se movía muy, muy disimuladamente, solo Tony y Neppa pudieron detectarlo informando a los demás.
El recorrido fue largo, llegando hasta el otro lado de la ciudad, a un enorme y lujoso estadio empotrado en una montaña. Los chicos fueron dirigidos a la parte más alta del mismo y quedaron impresionados. El estadio se encontraba dentro del cráter de la montaña, adaptando sus asientos y arquitectura a la forma del cráter. En las 4 esquinas había 4 barcos piratas, impregnados en la roca, saliendo solo la mitad de los mismos, como si brotaran de la montaña misma.
En el muro norte de las gradas, en el centro, a nivel de campo, una plataforma se vislumbraba, ahí, obviamente estaría el presentador Dean.

20 Minutos después.
Los panteras habían sido llevados a una habitación en el estadio, una rustica estancia de madera, de enorme tamaño, suficiente como para albergar una iglesia. En diferentes estantes lucían toda clase de armas y armaduras preparadas para su disposición.
-Esto no me gusta –Decía Anthony, ahora que por fin tenían algo de privacidad para prepararse. –Esta isla es muy sospechosa, y ese tal Dean no me agrada.
-Vamos chicos –Decía Tony mirando maravillado un caso –Esto es divertido, siempre hacemos idioteces, pero esta vez nos pagaran.
-Y seguimos sin saber cómo no podemos detectar la jodida isla –Dijo Stan despeinándose inconscientemente.
-Saludos señores, soy Luna, la oficial a cargo de su preparación. –Una bella chica había entrado en la habitación de repente. –Os felicito por el segundo lugar, pero lamentablemente no cuenta en los juegos.
-Holaaa –Diego había llegado a una velocidad sorprendente a su lado –Soy Diego –con un movimiento beso su mano – ¿Podrías ayudarme?, creo tengo algo en mis labios, ¿podrías revisar?
-¡¡¡NO LO HAGAS!!! –Gritaron todos al unísono.
Después de algún golpe, y un ojo morado de Diego la chica prosiguió.
-Por favor, pongan mucha atención, la siguiente prueba consiste en…

Los tambores sonaban 20 minutos después, el evento estaba listo. El estadio estaba lleno, en cada uno de los barcos, en cada esquina, cada una de las tripulaciones esperaban. En el centro del estadio, una enorme plataforma de forma circular acaparaba gran parte del espacio, rodeado de un gran muro de unos 3 metros de alto, con unos 2 metros de grosor.
-Bienvenidos damas y caballeros –Dean Donelini hablaba a través de un micrófono desde la tribuna principal, había cambiado de nuevo su ropaje, ahora lucía un traje parecido al de un emperador romano, pero con horribles adornos de colores, que le daban aspecto de un payado. –La siguiente prueba piru es la ¡PELEA A MUERTE! –El público grito emocionado. – Varios miembros de cada tripulación lucharan en el ring, algunas peleas serán individuales, otras más serán de dobles, el equipo con un mayor número de victorias se llevara el premio.
>>>Pero debo advertiros piiiiiruuu –Con un dedo apunto al ring –Que gran parte de los muertos de estas pruebas, piru piru, salen de esta en específico.
>>>Ahora –Continuo –Mediante un sorteo no tan al azar piru, se mostraran los combates, en las pantallas.
Todas y cada una de las pantallas de la isla transmitían el evento, y en todas se vio la imagen, los emparejamientos, sobre todo, en la gigantesca que se encontraba en el estadio. En la misma cada participante veía el nombre de su rival, su tripulación, y una pequeña foto. Aunque la gráfica los mostraba en lista, el orden seria al azar.
Capitán John VS Capitán Davis
Anthony VS Luigino (Camari)
Van VS Maloni (Davis)
Tony VS Avery (Davis)
Diego VS Brow (Jean)
J.K. VS Mini (Camari)
Stan VS Davis Roni (Davis)

El primero en pelear resulto ser Diego, el cual bajo de un salto al escenario (escenario que estaba a casi 100 metros de distancia). Este se enfrentaba contra un hombre de casi 3 metros, que aunque Diego era bastante alto, quedaba totalmente opacado.
El hombre lo veía con risa, a carcajadas, mientras Diego conservaba esa pose seria y formal que lo caracterizaba.
Una canción comenzó a tocar, mientras una bengala cruzo el cielo y exploto en lo alto dando inicio a la pelea.
-Debes ser un hombre muy valiente, o muy estúpido para enfrentarte a mí, Buajajajaja –Reía el hombre, se quitó la túnica y mostro un arsenal digno del mejor ejército, 2 espadas, 3 pistolas, una pica, cadenas, entre otros.
Sin pensarlo más disparo a Diego con 2 pistolas, pero de alguna forma las balas parecían no dañarlo, más bien, atravesarlo. Sin que reaccionara el hombre Diego ya estaba tras de él, y por sorprendente que pareciera, había prendido una pipa.
-Tienes muchas debilidades –Dijo Diego calmado. –Esto será rápido.
El hombre enojado reacciono, y uso un enorme mazo, de varias toneladas sobre Diego. Pero este se detuvo en un momento. Diego sostenía con su pierna el mazo, el cual se convirtió en pedazos con una patada del chico. Con un sorprendente giro, con una velocidad tan grande que ni su rival, Dean, o cualquiera del publico pudiera ver, la patada giratoria de Diego lanzo contra el muro a su rival, partiendo su armadura y dejándolo inconsciente, o tal vez muerto.
Diego lucia feliz. De un salto llego hasta la plataforma principal, donde estaba Dean, el cual parecía asustado. Diego se acercó varios metros, y de un movimiento, frente a todos… beso a su asistente.
Batalla tras batalla continuaron, sangrientas y despiadadas, con montones de muertos y partes humanas.
El siguiente en participar era Tony, el cual parecía más emocionado que asustado, de hecho parecía no tener conciencia del peligro que corría, pero más bien, los que lo conocían bien sabían que Tony era muy listo, pero su emoción se debía, a que aún conservaba un corazón puro.
Tony toco el escenario y vio a su rival, un hombre peliverde, con aspecto agresivo.
-Te recomiendo que te rindas –Dijo el hombre, no es recomendable competir contra un usuario.
-¡Genial!, eres un usuario –Comento Tony emocionado. De repente el hombre comenzó a cambiar, se volvió más grande, cerca de un metro más grande, sus brazos poco a poco se transformaron en alas, y de su cuerpo comenzaron a salir grandes plumas blancas. El hombre se había transformado, en una gigantesca gallina.
Tony no pudo evitar estallar en carcajadas, su estómago se doblaba de la risa, mientras que su rival lo veía furioso.
El hombre gallina estaba colérico, se puso frente a Tony y trato de golpearlo. Tony detuvo el “golpe” con una garra enorme. Frente a su rival, cambio en unos segundos, transformándose en un majestuoso grifo, con grandes alas, cuerpo parte león y parte águila. Era por lo menos 2 metros más grande que su rival.
El hombre gallina soltó un huevo, antes de desmayarse.
La siguiente fue J.K. la cual tímidamente se paró frente a su rival, una chica igual de bella que ella, con un vestido corto y rosado.
La gente vitoreaba desde el público, silbidos salían por todas partes, besos y rosas eran mandados al escenario. Ambas eran bellas, pero Mini parecía ruda, mientras que J.K. lucia inocente.
Comenzó la pelea y mini automáticamente se separó. De su mano comenzó a salir una burbuja, parecida al cristal, la cual voló hacia J.K. que la esquivo con facilidad, con movimientos agiles y elegantes, como una bailarina.
Apenas tocar el suelo, otra burbuja salió, pero esta vez debajo de la misma J.K. la cual tuvo que saltar para esquivarla, una y otra vez.
-Ohhhh –Gritaba Dean el presentador, emocionado –Es la técnica de la crista-crista no mí piru piru, la cual le permite hacer burbujas casi indestructibles, de hecho se dice que son tan duras piru, que hasta para ella misma es difícil destruirlas.
La chica de la tripulación de Camari parecía feliz, una y otra vez hacia aparecer burbujas, aunque J.K. las esquivaba con una enorme naturalidad.
-Tormenta –Grito J.K. mientras escribía algo en su cuaderno.
Parecía que todo el estadio había sido transportado a un huracán, los vientos soplaron de nadie sabía dónde, mientras se arremolinaban violentamente en el centro del escenario. Mini salió volando y se estrelló contra uno de los muros que las rodeaban, y automáticamente la tormenta se detuvo.
La chica parecía furiosa, abrió sus manos y creo una esfera suficientemente grande como para cubrir todo su cuerpo.
-Minininini –Reía la chica –Esta es mi cubierta indestructible estúpida –Dijo –Es tan dura, que aun yo tardo en destruirla. Con ella no podrás hacerme daño, pero yo a ti si desde aquí.
J.K. sonrió al escucharlo, saco su cuaderno y escribió algo mientras pronunciaba.
-Tormenta ígnea
En la burbuja transparente paso algo muy raro, dentro de la misma broto fuego de los mismos muros, un fuego fuerte, vivo, con movimientos violentos y arremolinados, que rápidamente envolvieron a la chica del interior, girando sin control, hasta que cubrieron toda la burbuja impidiendo se pudiera ver qué pasaba. Gritos despavoridos, agónicos salían de la burbuja, aunque solo duraron unos segundos.
Mini no tardó mucho en caer muerta, mientras J.K. sonreía inocentemente al público, el cual estaba en silencio, atónito, ante el poder, y la malicia de la chica.
J.K. hiso una pequeña reverencia, y salió del escenario sonriendo.
El cuarto miembro en participar fue Van, el único que parecía ansioso por entrar en combate. Aun así, se tomó su tiempo para bajar, con calma, batiendo sus alas una y otra vez de forma presuntuosa, como un pavo real mostrando sus plumas. Por increíble que parezca, Van había bajado con un vaso de whisky.
El rival de Van era enorme, más de 2 metros de altura, el cual presumía enormes músculos y cicatrices.
La pelea comenzó pero nadie se movió. Maloni, el hombre musculoso veía a Van con arrogancia.
-No sabes quién soy ¿verdad? –Decía de forma petulante. –Soy Maloni músculos de acero…
-¿Tus apellidos son “músculos de acero”? –Interrumpió Van -¿o solo es un estúpido alias que usas?
-¿COMO TE ATREVEZ? –Grito Maloni –Mis músculos son tan duros como el acero, ni siquiera una bala podría hacerme daño en est…
No termino la frase. Van en un segundo había corrido hacia él, y le propino un golpe en el estómago que lo dejo de rodillas, y sin aliento.
El mafioso veía complacido a su rival herido, después sin preocuparse, le dio la espalda y miro a la gente regocijándose.
Cuando volteo, Maloni le propino un enorme golpe, uno tan fuerte y rápido que no alcanzo a activar su intangibilidad, arrastrándolo varios metros, estrellándose contra el muro y levantando una enorme estela de polvo. Era el primer pantera en recibir un verdadero daño.
Furioso se levantó, limpiando su amado traje y sus alas. Con ira volteo a ver a su rival. Estaba enojado, colérico, furioso enseñaba los dientes y gruñía.
Es difícil describir la carnicería que ocurrió ese día, pero los pedazos de Maloni fueron recogidos por todo el escenario en una enorme mancha de sangre. Van había saltado sobre Maloni cayendo en su espalda, sujetando sus brazos, y de un movimiento violento, se los arranco de los hombros.
Los gritos de Maloni fueron escuchados en todo el estadio. Eran agónicos, largos y fantasmales, de esos que escuchas entre sueños, te provocan pesadillas, y te trauman para siempre.
Van se paró frente a Maloni que lloraba, sus puños comenzaron a brillar y le dio un rápido golpe que le arranco un pedazo de carne. Otro golpe más, otro y otro. La tripulación de Davis estaba horrorizada, el capitán trataba de intervenir, pero era detenido por su tripulación, y se tenía que resignar, a solo ver, como todos los demás en ese sádico estadio.
Fue cerca de un minuto de carnicería. Cuando los pedazos restantes de Maloni eran tan pocos, que era imposible se mantuvieran en equilibrio.
Van, calmado, bañado en sangre sacó un puro, lo puso en su boca y tomó la cabeza en llamas de su rival. Aun con el puro en la boca la acerco y prendió el mismo, para después echarle una bocanada de humo al rostro de aquella cercenada cabeza.
Nadie en el publico decía nada, aun Dean estaba en silencio, mientras el mafioso limpiaba sus alas de sangre, y se dirigía a las gradas con su tripulación, los cuales, la mayoría, ya estaban acostumbrados a tales actos, a ver como su compañero se convertía en un animal salvaje de vez en cuando.
El 5to participante fue Anthony. El ex–cazarecompenzas, lucia serio, siempre pensativo. Anthony tomo a Zeo y bajo despacio, en una caminata larga. El desertor pudo bajar en un segundo usando su arena, pero era astuto, no quería dar información de más a su rival, siempre había sido el más listo de la tripulación.
El rival de Anthony era poco menos que un príncipe, seguramente el hombre más refinado de la isla. Sus ropajes eran ostentosos y finos, con una espada de mosquetero acomodada en su cintura.
La bengala cruzo el cielo, pero un segundo antes de que explotara, dando el inicio de la pelea, Anthony fue golpeado a traición, haciéndolo arrastrarse varios metros. Algunos miembros en la grada pantera se levantaron furiosos, reclamando a Dean por la traición, por haber golpeado antes del inicio. Desde las tribunas algunos también reclamaban, pero todos eran ignorados.
Anthony estaba más preocupado por otra cosa más que por la traición, aquel hombre, había conseguido tocarlo, y eso le preocupaba.
Luigino, el rival, lo venía complacido, de su puño derecho salía mucho vapor. Anthony transformado en arena se dispersó por todo el ring, apareciendo detrás del segundo de Camari, con una estocada veloz. Pero la espada fue detenida por un brazo rocoso. Luigino había sufrido una transformación.
Luigino era algo parecido a un humano, pero sin duda no era uno. Su altura era mayor, y su cuerpo estaba recubierto por rocas, en su totalidad, desde la cabeza a los pies, y estas estaban encendidas al rojo vivo.
Anthony lo entendió rápido, las rocas debía estar a tan alta temperatura que pudieron transformar la arena en cristal, y lo golpearon.
Luigino, daba golpes violentos y descontrolados, que una y otra vez destrozaban el suelo del escenario.
Anthony transformo su cuerpo en arena, cubriendo todo el escenario, impidiendo la visión de su rival. Luigino no podía hacer nada, la arena era demasiada, y contando con el vapor, que él mismo emanaba, hacían imposible ver.
Anthony decidió terminarlo, demostrar ante todos porque era el digno segundo del próximo rey del mar. Haciendo una posición extraña, golpeo el suelo con enorme fuerza, levantando toneladas de arena que rompían la roca del escenario saliendo por debajo.
La arena era demasiada, y giraba violentamente en el escenario, y para sorpresa de todos, absolutamente todos, en un momento se transformó en un enorme tornado que rodeaba a Luigino.
La gente batallaba para no ser arrancada de su asiento.
Luigino no soporto más y salió volando hacia arriba, por la atracción del tornado. Girando una y otra vez, a unos 200 metros del suelo, los poderosos vientos golpeaban su armadura de roca, despedazándola lentamente, hasta no quedar nada más que la piel. Solo alcanzo a voltear durante un segundo, para poder ver como Anthony aparecía por encima de él, propinándole un golpe tan fuerte, que lo lanzo hacia el suelo a enorme velocidad. Luigino cruzo el cielo como un meteorito, tan rápido que partió lo poco que quedaba del escenario en 2, sorprendentemente quedando vivo, pero totalmente inconsciente.
El siguiente en pasar fue Stan, el cual fue anunciado como el penúltimo de la tripulación en pasar.
Stan parecía estar en otro mundo, distraído y con el cabello despeinado, de hecho tuvieron que avisarle que seguía, porque estaba muy concentrado en unas anotaciones.
Stan no escucho siguiera el público que le gritaba emocionado, o las chicas que eufóricas con cada pelea lanzaban besos al escenario o enseñaban los senos.
El rival de Stan era un hombre de Davis, los cuales ya estaban bastante molestos con la tripulación pantera por las derrotas y las bajas sufridas en la prueba. Este hombre tenía el nombre de Roni, y era el que estaba vestido de robot, que vieron al finalizar la prueba anterior.
La pelea comenzó y Stan parecía apenas notarlo. Roni hiso brillar su traje, con decenas de luces y sonidos. Al parecer no era un disfraz de robot, sino un traje de robot verdadero.
Roni puso sus manos sobre su pecho y abrió un compartimento, del cual saco un cañón de unos centímetros de grosor.
Un pequeño misil salió disparado del mismo, pero instantes antes de tocar a Stan paso algo curioso; de la espalda de Stan, al parecer automáticamente, porque Stan lucia concentrado viendo el suelo, aparecieron decenas, de partes metálicas que detuvieron el misil sin problema, protegiendo a Stan.
Roni parecía furioso, avergonzado. De uno de sus brazos salió una hoja de espada y se lanzó hacia Stan, pero una vez más fue inútil, ya que las partes metálicas recubrieron la parte de Stan que debía ser cortada. Una y otra vez intentaba cortarlo, pero siempre era inútil.
Roni se estaba cansando, así que decidió ser drástico y uso una ligera metralleta que salió de entre sus hombros. Las balas nunca tocaron a Stan, y su rival sentía ganas de llorar.
-PARECE QUE NO TE IMPORTA LA PELEA –Gemía.
Stan reacciono, y vio a su rival. Parecía que era la primera vez que lo veía realmente.
-Genial –Dijo –Es un robot
-¡¡¡ ¿COMO PUEDES APENAS NOTARLO?!!! –Grito todo el estadio.
-Lo siento –Dijo Stan. De su espalda aparecieron las pequeñas piezas de metal y comenzaron a envolverlo. Cuando las piezas terminaron todos pudieron ver el resultado, una elegante y futurística armadura cubría casi todo el joven, con toda clase de artefactos lujosos, pulcra, estética e intimidante, 2 pequeños robots del tamaño de ratones flotaban sobre sus hombros dando aspecto de protegerlo.
-Perdón –Dijo Stan sonriendo. –Pero se me acaba de ocurrir una idea que revolucionara el mundo. –De uno de los hombros de Stan surgió un pequeño misil dirigiéndose contra su rival, era 10 veces más pequeño que el de Roni, más pequeño incluso que una abeja. La explosión que surgió cuando alcanzó a Roni fue tan grande que se escuchó en casi toda la isla. Roni quedo inconsciente, traumado, herido para siempre, y tal vez con la incapacidad de moverse el resto de su vida, pero vivo al fin.
-Demonios –Dijo Stan triste –Perdí la idea, no debí distraerme. –Y enojado, volvió a las gradas, para tratar de recuperar esa idea, que jamás volvería a ver.
El último en participar, fue el más esperado, con un grito atronador del público, el capitán John Conde, y el capitán Davis, bajaban al escenario.
-Pero esperen piru –Dijo Dean al comentarista –Hay algo más. –Con una sonrisa maliciosa, aplastó un botón frente a él.
CONTINUARA…
Espero les agrade, seguro pasan un buen rato, y al fin y al cabo todo esto es por diversion.

Saludos.

PDT: Es bueno volver a comentar en mi tema favorito del foro (por mucho mi tema favorito)
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Vito Corleone
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Re: Los Panteras Negras V3.

Mensaje por Vito Corleone »

Se agradecen los comentarios, anty ^^ (o Takagi)

wild, gran trabajo, me he leído de nuevo los dos primeros y el tercero lo he devorado en muy poco tiempo; ya estaba olvidado de esto y de lo divertido que resultaba ser. Breves y buenos combates en los que se demuestra la superioridad de los Panteras ante bandas de nivel más bajo. Mola ver el lado sanguinario de los protas, está bien ver que no son un calco de Luffy y cía y que son, por así decirlo, algo más "piratas".


Decir que tras un fin de semana (demasiado) productivo, me he visto en la tesitura de finiquitar el capítulo 56. Aquí os lo dejo, pa cuando queráis:
Spoiler: Mostrar
Capítulo 56
NOMBRES

09:15 a.m.

Entrar tenía pinta de ir a ser complicado. Incluso descubrir su posición podía derivar en una situación bastante embarazosa. Quería dar un hermoso susto a los que lo habían apartado del selecto “club” de personas de máxima influencia en Downpour. El supuesto hallazgo de aquel mundo paralelo en la isla, además, le despertaba muchísima curiosidad. Pero no sabía cómo entrar. No encontraba el momento. Ni el resquicio, la oportunidad.

Diego Orlais permanecía agazapado entre las sombras de un pequeño bosque de hermosos robles. Y alrededor había grupos de pequeñas flores, o de zarzas y matorrales. Los alrededores de la colosal mansión que se alzaba frente a sus ojos estaban llenos de DenDen Mushis de seguridad. Varios agentes, trajeados y de semblante serio, daban vueltas alrededor de la mansión. En los veinte minutos que llevaba ahí, observó que pasaba un guardia cada minuto y medio enfrente de la fachada. Sin embargo, en las balconeras del edificio también había hombres equipados con rifles. Se procuró un cigarrillo.

Dio un vistazo al suelo. Parecía seco. Miró al cielo. Al oeste, se veían nubarrones oscuros. Dio una calada. Y, como si el tabaco y el humo le hubieran despertado las entrañas, su mente se iluminó. Esbozó una pequeña sonrisa. Atravesó el robledal para acercarse a uno de los matorrales. Después, echó la mano al bolsillo interior de su esmoquin. Sacó un pequeño frasco. Vodka. Imprescindible, si de lo que se trataba era de entrar en calor en las frías noches de Rondinum. Quitó la tapa al frasco, y se acercó a una zarza, para verter el líquido en el corazón de la misma. Acto seguido, tras dar una última calada al cigarrillo, lo echó sobre la planta. Ni corto ni perezoso, sacó un par de cerillas más de la cajita que siempre llevaba en el bolsillo y, después de prenderlas, las dejó caer. El humo no tardó en aparecer. Y pronto fue a más, como dieron a entender las primeras llamas.

No llovía dentro de la cúpula. Y, por lo que parecía, se habían olvidado de regar la zona. Sea como fuere, el paso estaba dado. Diego regresó a su lugar en el robledal, y observó como el fuego comenzaba a invadir la zarza. Pronto tomó en sus garras los aledaños de la misma. Y, al ser un lugar de considerable vegetación, costaría detenerlo. Pronto se escuchó un grito. Los agentes de seguridad que daban vueltas al edificio –los dos que estaban cerca- se apresuraron hacia el lugar. Lo que vendría a continuación era un simple ejercicio de psicología. ¿Quién daría importancia a la aparición de un hombre trajeado en la puerta de la mansión?

Frunció el ceño y comenzó a correr hacia la entrada, saliendo de su escondite. Los guardias de los balcones, que miraban a otro lado en el instante en el que el joven salió a la luz, enseguida repararon en él, preparando sus armas.
- ¡Un momento! –exclamó Diego.- ¡Ayudadnos, se está propagando un fuego en esos matorrales!

Parecieron sorprendidos. Tras vacilar unos instantes y ver las llamas –que ya habían tomado incluso parte del robledal- asintieron y corrieron hacia el interior del palacio, para bajar a ayudar después. Orlais les aguardó en la puerta, que no tardó en abrirse. Unos diez hombres trajeados, equipados con extintores, corrían hacia el incendio. El joven preguntó a uno de ellos.
- ¿Dónde están los extintores? –preguntó, entrando en el palacio.
- ¡A lo largo del edificio hay cientos! –respondió el hombre, sin dejar de correr.- ¡¡Coge uno y ven a ayudar!!
- ¡Voy!

Diego corrió hacia el gigantesco hall del edificio, donde no había nadie en aquel momento. Perfecto. Se apresuró hacia uno de los pasillos laterales, que probablemente conduciría a una de las alas del edificio, y entró en la primera puerta que encontró a la derecha, cerrándola enseguida. De pronto, una gota de sudor frío le recorrió la frente.
- Ehm… Hola, oiga… Esto… ¿Puedo ayudarlo en algo? –preguntó una voz. Orlais se dio media vuelta.

Vio un discreto despacho, con un escritorio, un flexo y un señor sentado. Este último fue quien realizó la pregunta. Diego, que se riñó por no haberse esperado algo así –o peor-, intentó reponerse con la más forzada de sus sonrisas.
- Sí… Mire… Es el… -pensó un instante qué decir- ¡Cambio de turno! Debe estar cansadísimo.
- Acabo de empezar a trabajar, señor –respondió el otro, que parecía estar aún más asustado que el propio Diego, que suspiró, consciente de que la situación era insostenible por esa vía.
- ¿Cómo se llama?
- Wayne.
- Mire Wayne –dijo, y se llevó la mano a la cintura. Sacó una pistola y apuntó al hombre, que parecía tener cerca de sesenta años.- He dicho que toca cambio de turno. ¿Algo que objetar?

El tal Wayne sintió cómo se le cortaba la respiración, y tragó saliva. Levantó las manos, y se incorporó, comenzando a caminar hacia el joven.
- Eso es, Wayne. Buen chico –dijo Diego que, pese a todo, no se encontraba cómodo en aquellas situaciones. Ni se le pasaría por la cabeza disparar a aquel hombre, al fin y al cabo.- Ah, por cierto, una cosita: no sabrás, por casualidad, dónde están el Gobernador y sus invitados ahora mismo, ¿verdad?
- S… Sí, señor… Están en… En el pueblo, señor.
- ¿Qué pueblo?
- El que está en los jardines del Palacio señor, ¿no lo sabe?
- Ah, sí. El pueblo. Soy relativamente nuevo aquí.

Wayne abrió la puerta, y se dispuso a salir. Sin embargo, justo antes de que lo hiciera, Diego habló, con voz áspera.
- Ah. Y ni media palabra sobre que tengo armas aquí. ¿Eh? Llevémonos bien, Wayne. Vaya a ayudar a los agentes a apagar el incendio.
- S… Sí.

El joven suspiró cuando la puerta finalmente se cerró. Y analizó la estancia. Había otra abertura en la pared justo detrás del escritorio. Guardó la pistola, y avanzó hacia allí. Abrió la puerta, para encontrarse con otro despacho. Aquello tenía toda la pinta de ser un perfecto laberinto.

---------------------------------

11:00 a.m.

- ¿Dónde estamos? ¿En Rondinum? –preguntó John, moviendo la cabeza de lado a lado, inspeccionando el lugar.
- No. En Dilemburg –respondió Gladis, que bajó justo después del joven.- Estamos en la provincia de McShire.
- Ya veo… ¡Mira, Anthony, menuda fuente!

El Desertor fue el último que abandonó el vehículo, acercándose después a John, que se había colocado a unos tres metros de la atractiva muchacha que los había llevado hasta ahí. Habían aparcado en una pequeña y preciosa plaza, con espacio para unos pocos coches y llena de gente. El adoquinado del suelo era de un color gris pálido, y se expandía en forma de ondas de un círculo desde una gran fuente de unos diez metros de alto por otros tantos de ancho, con un gran ángel en su cúspide, que hacía las veces de centro del lugar. Desde su cumbre brotaba el agua cristalina que había dejado de manar desde el cielo escasos minutos atrás.

Las esquinas de la plaza, llenas de cafés y restaurantes, ofrecían una colorida visión de la misma, a causa del color que las prendas de los clientes de los establecimientos. Había niños y niñas jugando con una pelota cerca de la fuente, y algunos se acercaban a ella para refrescar sus blanquecinas frentes.
- Se la conoce como “La Ciudad de la Paz y el Sosiego”. Es una gran ciudad, pero aquí no llegan los ruidos o las contaminaciones de Rondinum –dijo Gladis, con un amago de sonrisa.

En ese instante otro coche se detuvo justo al lado del de la muchacha. De su interior salieron Sebastian Giggs, Van y Tony. Estos dos últimos se acercaron a sus dos compañeros, que los acogieron con la mirada. Sebastian, por su parte, se acercó a Gladis mientras se procuraba un cigarro.
- ¿Quieres uno? –dijo el pelirrojo, ofreciendo el paquete a la joven, que vaciló un instante para terminar aceptando la propuesta.
- Dame fuego –pidió Glad, que parecía algo desgastada.
- ¿Estás bien? –preguntó Sebastian, mientras acercaba el mechero a la boca de su amiga.
- Estoy cansada –respondió esta, dando una primera calada.
- Eso es mierda para los pulmones –dijo Anthony, mirando a los dos que, por lo visto, compartían adicción. Su vocación de médico le empujaba a advertir a la gente, pese a que en el fondo aquello le diera igual. La chica sonrió ligeramente.
- Lo sé.
- …

John ya se había acercado hacia una de las esquinas de la plaza, donde había un quiosco de prensa al que acababa de llegar una nueva hornada de periódicos desde la imprenta de la ciudad.
- ¿Qué haces, John? –exclamó Tony, extrañado por la conducta de su capitán.
- Documentarme –respondió el otro, cogiendo un periódico de los tantos que el quiosquero había puesto en exposición. Van enarcó una ceja y soltó una carcajada.

Lo hizo porque creyó conveniente saber a qué día vivían, cuánto tiempo había transcurrido desde aquella una y media del mediodía en la que un perfecto desconocido los secuestró a Tony y a él en la cima de la Torre del Reloj de Rondinum. Observó con sorpresa que no era más que el amanecer del día siguiente. Y recordó el motivo por el que habían ido a aquella isla. “Puede que aún no hayamos perdido del todo la pista de la Maravilla”.

Después, bajó un instante la mirada, y no pudo evitar dar un respingo de horror ante la dantesca imagen que ofrecía la portada del diario The Downpour Times. En la fotografía se observaban doce cuerpos, colgados mediante una gruesa cuerda desde el techo de lo que parecía ser una gigantesca iglesia. El titular del periódico rezaba “Una nueva Sombra se cierne sobre Downpour”, mientras el subtítulo explicaba: “Los 12 Jueces Supremos de Rondinum son hallados muertos en la Abadía de Southminster en extrañas circunstancias. La policía busca al culpable, un hombre con máscara metálica”. Tragó saliva. Un poco más abajo, en una imagen algo más discreta, encontró una noticia que le heló aún más la sangre. “El Primer Ministro del país, Spencer Gergibond, asesinado en una fiesta en Palacio hacia la una del mediodía”.

Recordó la imagen de la Torre del Reloj. El hombre al que había roto la nariz unas pocas horas antes –equipado con una ridícula barba postiza y gafas de sol- apareció desde una trampilla. Recordó que hablaba con alguien por DenDen Mushi. Y recordó la camisa manchada de sangre. Recordó algún instante de su estancia en la cárcel subterránea de aquel marginal pueblo. Y de cómo un hombre se hacía llamar “La Sombra”. Llevaba máscara. Y el desconocimiento y la incredulidad se convirtieron en repentina inseguridad.

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Rondinum, 11:00 a.m.

La gente estaba escandalizada con las últimas noticias. Y millares de personas exigían explicaciones frente al Palacio de Southminster, pidiendo a gritos las declaraciones del Gobernador Stewart Strong acerca de los sucesos del día anterior, vilmente ocultados durante las últimas horas a las humildes gentes de la isla. Burgueses, aristócratas, nobles y gente del clero y de la clase alta se manifestaban, indignados, ante semejante falta de respeto.

Isabella Regem, junto a sus subordinados de mayor confianza, eran unas cabezas más –gente peculiar, como poco- en aquella reunión multitudinaria. La Vicealmirante Isabella Regem, la Subteniente de Fragata Lady Di, el Teniente Comandante Pyramid –con su inseparable perro Lázaro-, la Subteniente Segunda Mónica, el Instructor Burntower y el Capitán Cleofás se mantenían erguidos pese a ser constantemente zarandeados por las furiosas gentes que se arremolinaban a su alrededor.

La Vicealmirante manca se encontraba sumida en sus pensamientos. Había acudido a su más inmediato superior, su Almirante, y la respuesta de la llamada la dejó aún más consternada que el propio motivo de la misma. “Una barca de remos no se mete en una batalla naval entre buques, ¿verdad?”. Ese fue el mensaje que le fue transmitido. Le daba vueltas a todo aquello, cuando la muchedumbre, agitada, comenzó a emitir sonidos de repulsión y gritos de rechazo.
- ¡Loco! –exclamó un hombre con monóculo.
- ¡¡Que alguien se lo lleve de aquí!! –propuso de malas maneras una adinerada anciana.
- ¡¡Das asco!! ¡Menudo infra ser!

Los Marines notaron cómo la gente abría paso a alguien que avanzaba en el sentido opuesto al del Palacio. Finalmente, el individuo llegó enfrente de ellos. Alguno llegó a dar un ligero paso hacia atrás, pero se mantuvieron firmes, a la espera de una orden de Isabella. Esta clavó su mirada en el hombre que se arrastraba por la calle cual rata, ensangrentado y sucio, mientras se golpeaba con un látigo en su despellejada espalda.
- Es un flagelante –dijo esta ante las miradas interrogativas de Burntower.- Un extremista. Dejadle pas…
- ¡¡VICEALMIRANTE ISABELLA!! –exclamó de pronto con toda su fuerza el flagelante. La mujer tragó saliva. El hombre le hizo señas de que se le acercara.- ¿Nuestra deidad nos ha abandonado? ¿Será lo de hoy un prolegómeno para la muerte de todos nosotros?

Isabella no supo qué contestar. La gente cercana observaba atónita la escena. Un alto cargo de la Marina se acababa de acercar a un loco, a un desgraciado, para escuchar sus palabras. Sus lamentos. La Vicealmirante, finalmente, sujetó al hombre por los hombros con su único brazo y lo ayudó a incorporarse.
- Jamás dudes de Dios –le contestó, con palabras que parecieron lanzas por lo tajante y frío de su tono.- Dios sólo abandona a aquellos que se lo merecen.

El flagelante cayó desmayado tras escuchar aquellas palabras. Isabella frunció ligeramente el ceño, y tras un par de respiraciones pausadas, alzó la mirada, y la voz.
- Pyramid, Mónica, llevad a este hombre a un hospital en el acto, pedid un taxi. Está perdiendo muchísima sangre –dijo, mientras los aludidos cogían el cuerpo y se lo llevaban entre la sorprendida muchedumbre.
- ¿Se encuentra bien, señora? –preguntó Lady Di, al darse cuenta de que la Vicealmirante había comenzado a caminar hacia el Palacio con paso firme.
- Sí. Pero tengo qué saber qué cojones ha sucedido aquí. Coged vuestros remos chicos, nos vamos a involucrar en una batalla naval.

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Larsat, 09:30 a.m.

Había dos fuentes a cada lado de la escalera por la cual se descendía a aquellas 800 hectáreas de jardines. En los mismos había pequeñas casas, estrechas y de tejados afilados y picudos, amontonadas a veces, solitarias en otras. Incluso había grandes lagunas y, allá donde los ojos no alcanzaban a ver, árboles y bosques de sombra verde y fresca.

Pero bajar a Larsat, el pueblo de los jardines, hubiera sido demasiado agotador, así que Charles MacAbbeh, Whisper Karl Gulligulli y Stewart Strong prefirieron tomar el té en la plazoleta que hacía las veces de porche de aquel gigantesco y cuidado lugar. Ahora aguardaban a que la asistenta les trajera su bebida. Finalmente llegó, y los tres hombres tomaron su primer sorbo.
- Bien –dijo Stewart, con semblante serio.- Supongo que sabéis por qué estamos aquí.
- Creo que puedo llegar a suponerlo –contestó Whisper, asintiendo brevemente.
- La prensa está al tanto de todo –dijo el Gobernador.- Es verdad que al principio, decidimos no publicar lo de Gergibond. Pero intentar pararlos con lo de la Abadía es inútil.
- ¿Les has dado el permiso? –preguntó MacAbbeh.
- Sí. Devolverán el dinero de ayer. Lo publicarán todo. Hubieran sido millones malgastados. Y lo peor es que probablemente nos lancen alguna puya utilizando a “La Sombra”, cuando ni siquiera está confirmado que haya vuelto.
- Lo más probable es que sí lo sea.
- Lo sé, lo sé. Pero esa no es la cuestión.
- Ajá –intervino el jefe de policía.- La cuestión es que tememos que esto vaya más allá de las manifestaciones por lo de las Minas de Terralta, ¿verdad?
- Todo lo de la Abadía… –dijo Charles.- Lo que representan los Doce Ilustrados, el lugar, el macabro modus operandi.
- Es la sombra –dijo Whisper-, y sabe demasiado.
- Acerca de…
- Sí –interrumpió el Gobernador, procurando que el abad no terminara de decir su frase.- Y temo. Por nuestro pellejo. Si eso llega a salir a la luz, el país se derrumbará. Literalmente. Y no habrá nada ni nadie que los detenga.
- ¿A quién? –preguntó MacAbbeh.
- A los de arriba.

Se produjo un tenso silencio, emborronado por el delicioso sonido del agua manante de unos metros más allá. Un soplo de aire fresco, producto del sistema de ventilación de la cúpula, levantó algunas hojas de roble del suelo y se las llevó para no devolverlas más. Y el pueblo de ocre que poblaba los jardines adoptó un tono más gris cuando se nubló el cian de aquel cielo inventado.
- Nadie que no debería hacerlo nos oye aquí –dijo finalmente Whisper, inquieto.- ¿Por qué no nos dejamos de mensajes crípticos y hablamos claro?
- Sí… -vaciló Strong.- Será mejor.
- Deberíamos doblar la guardia en toda la ciudad. Hasta que pase el peligro –propuso Charles.
- Encontrarán la Corona. Saben cómo moverse por la ciudad, la conocen como su casa. Es su territorio.
- ¿En serio crees que es su objetivo? –preguntó Gulligulli, algo contrariado.- No han ido en ese sentido hasta ahora.
- Vamos. Yo lo veo bastante claro. Si fuera por las manifestaciones se limitarían a cargarse a algún cargo público de menor relevancia. ¿Pero el Primer Ministro? ¿Los Doce Ilustrados?
- Recuerda que para el pueblo no eran más que “jueces” que velaban por nuestra seguridad –intervino Charles.
- Yo creo que “La Sombra” lo sabe todo –matizó Whisper. Todos agacharon la cabeza. Hasta que, como por arte de birlibirloque, a Stewart se le iluminó la cara.
- ¡No! –exclamó.- ¡No saben dónde está! De otra forma… ¿no creéis que lo habrían cogido ya?
- Podrías tener razón…
- Tenemos que destruir todo lo que pueda llevar a ello. Nosotros lo sabemos, ¿verdad? Nadie más tiene por qué saberlo.
- ¿Qué propones? –preguntó el abad.
- Whisp, reúne a tus muchachos. Que acuda alguno de incógnito a la biblioteca de Rondinum y busque el libro. Y que lo queme. Que no quede de él ni el menor de los rastros.
- ¿No hay más copias? –preguntó el aludido.
- No debería haberlas.
- Voy –Whisper se incorporó.- ¿Os quedaréis aquí?
- Probablemente –respondió el gobernador.- He ordenado a Henry que pase ronda en las ciudades de McShire y mande a las minas a las cabezas de familia de aquellas que no hayan pagado los impuestos este mes. Y tenemos que gestionar lo de las salidas de Rondinum, además de inventarnos una excusa creíble para justificar a la Vicealmirante Isabella nuestra fuga.
- Todo en orden. Yo informaré a alguno de mis hombres y viajaré a McShire. Tengo que solucionar un par de asuntos con… cierta banda de malhechores.
- Cuídate.

Así, Whisper se incorporó, saludó formalmente a los dos hombres y se dirigió hacia la puerta que unía los el gigantesco porche y los jardines con el palacio. Cerró la puerta a sus espaldas. Después de beber su último sorbo de té, los dos que aún compartían mesa se incorporaron. El gobernador invitó al abad a una visita guiada a través de los enormes laberintos de cuidados arbustos, pequeños lagos artificiales y hermosas fuentes, a lo que el anciano accedió de buen gusto.


Respiró en cuanto dieron la espalda y descendieron las cincuenta y tres escaleras de mármol que conducían desde la mesa a los jardines. Una de aquellas anchas fuentes cercanas a la improvisada terracita le había servido de escondite y había resultado ser el lugar idóneo para espiar una conversación sin duda jugosa. No había sido sencillo dar con los tres hombres a los que había ido a buscar ahí. Tras una larga travesía por los pasillos de aquel colosal edificio, finalmente escuchó las voces de aquellos pesos pesados de la isla diciendo que iban al “porche”. Anticipándose al movimiento, se situó en un lugar en el que no le verían desde ninguno de los ángulos que ofrecía la mesita de terraza predispuesta en el lugar.

Se procuró un cigarrillo. En la caja ya no quedaban más. Caminó hacia la puerta. La intención de darles un susto y aparecer en escena diciendo “Lo siento, llego tarde” no le pareció para nada útil. A cambio, volvería a casa con una información deliciosa y más dudas y certezas que nunca en su joven cabeza.

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Dilemburg, 11:50 a.m.

Lo cierto era que se lo había callado. Creyó que era mejor así. No quería imaginarse la reacción de Van, violento por naturaleza, o la de Anthony, que ya era bastante desconfiado de por sí, o la de Tony, probablemente asqueado por toda aquella crueldad que respiraban los poros de su corazón puro a su alrededor.

Lo cierto era que se limitó a decirles que se mantuvieran en guardia. Y decidió no moverse bruscamente ni gritar más de la cuenta, temeroso no de lo que pudiera pasarle a él, sino de su propia reacción. “Tiene que ser un motivo de peso. Tiene que serlo, no lo entiendo de otra forma”. Intentaba convencerse a sí mismo de que no debía partir el cráneo a toda aquella gente que ahora parecía tan apacible pese a haber sido tan hostil en su recibimiento. De que aquello tenía más trasfondo que el de ir matando políticos y gente importante por pura diversión.

Toda la comitiva iba callada como un ejército de mudos sin nada que decir ante lo que hacían. Finalmente, tras haber caminado durante veinte minutos por las calles de la ciudad, se detuvieron ante una especie de pérgola que conducía a la puerta de una casa de apariencia antigua. John alzó la mirada. Había un rótulo.
WINDING STAIR
*****
- ¿Es un restaurante? –preguntó Conde.
- Sí –respondió Sebastian.- El mejor de la ciudad y uno de los mejores del país.
- John, ¿estás bien? –preguntó Anthony, medio en broma medio en serio.- No has empezado a gritar ni a correr a por carne todavía.
- Estoy bien –contestó John, comenzando a ir hacia la entrada. Todos lo acompañaron.

Un espigado hombre, que parecía ser el maître del lugar, acudió raudo a recibir a los recién arribados clientes.
- ¡Oh, bienvenidos! –dijo, con una voz cantarina y amanerada. Su repeinado bigote resultó gracioso a Tony.- Señorita Gladis, está usted divina.
- Gracias, Paul –respondió la muchacha, sonriente.
- ¿Podemos ir pasando? Venimos de avanzadilla, el resto no tardará en llegar más que diez minutos –dijo el pelirrojo.
- ¡Por supuestísimo! La mesa quince, como siempre. Veo que traéis invitados esta vez.
- Algo así, sí –contestó Giggs, dedicando una mirada a los jóvenes que los acompañaban.
- Todo correcto entonces –finalizó el tal Paul, dedicando una mirada a John y compañía.- Pero, por el amor de mi madre, dadles unas lecciones de cómo vestirse, ¡ugh! Esos harapos, cariño. ¡Qué será lo siguiente!
- Paul…
- Sí, lo siento –dijo el maître, pidiendo perdón con las manos y llevándoselas a la comisura de los labios.- Pasad, por favor.

Entraron en el restaurante, ordenados y sin sacar ruido. El interior respondía a lo que se podía esperar a un restaurante de lujo. Candelabros en unas mesas barnizadas cubiertas de una tela pura y blanca, un suelo tapizado y limpio, y clientes de clase alta y de dinero en el bolsillo, y las paredes pintadas de un carmesí con tonos granas suave y agradable a la vista. La elegancia por bandera.

Cruzaron el local de lado a lado, con la mirada fija en la cara opuesta a la entrada, donde una larga mesa al lado de amplias ventanas les aguardaba, ansiosa de albergar una buena comida. Los novatos en aquellos lares observaron admirados cómo los cristales conducían directamente hacia el río Clade, que atravesaba la ciudad, dibujándola con sus sutiles curvas. Asó que tomaron asiento. John, Anthony, Van y Tony formaron en fila por este orden, mientras que Gladis y Sebastian se situaron en el otro lado de la mesa –el que miraba hacia las ventanas-, más cerca de la silla presidencial de la tabla de ébano.
- Espero que nos saquéis de dudas –dijo, tajante, John.
- Lo haremos, no os preocupéis. Lo haremos cuando nos reunamos todos. Pero debemos pediros que os comportéis y no hagáis grandes aspavientos. Esa es nuestra condición.
- Eso será así dependiendo de lo que nos contéis –respondió Van, frío como el hielo.
- No, Van –corrigió Conde.- Sí, estaremos callados hasta que terminéis de explicárnoslo, y sí, estaremos quietos mientras dure la historia. Pero si no me convence o no me gusta, daos por jodidos. Me habéis hinchado los huevos suficiente a estas alturas.

A sus tres compañeros casi se les salieron los ojos de sus órbitas al escuchar las palabras del joven. Era raro ver a John así. Pero las sílabas salieron cortantes como el filo de una espada, seguras, firmes. Y en las caras de Sebastian y Gladis se veía la convicción de que si daban un paso en falso más, no vivirían para contarlo.

Nadie dijo media palabra durante los próximos cinco minutos. Con la cabeza gacha, aguardaron a que llegara el resto de comensales. No tardaron en hacerlo.
- ¡Oooooh, bienvenidos señores! –exclamó Paul, con su voz de mezzosoprano bigotuda.
- Intenta ser algo menos ruidoso, Paul –respondió un anciano de ojos brillantes, con una tímida y cansada sonrisa en el rostro. Llevaba esmoquin.
- Lo siento, Ben. Pase, pase. Sus chiquillos le aguardan en la mesa quince. Como siempre –dijo.
- Gracias, Paul –respondió Miranda.- Vamos, Dave.

Los tres cruzaron el restaurante como minutos antes habían hecho los demás, y tomaron asiento. Benjamin se sentó en la presidencia de la mesa, y reservó para Miranda el sitio que le quedaba a mano derecha, justo al lado de Gladis. Por su parte, Brown, se sentó a la derecha de Sebastian, quedando cara a cara con Van. Sin embargo, seguía habiendo un plato sin propietario, exactamente a la izquierda de Ben y a la derecha de John.
- Buenas –dijo el anciano, con semblante serio.
- Sí, algo así –respondió John, seco. Después señaló el asiento vacante.- ¿Falta alguien todavía?
- Sí. Pero parece que no llegará a tiempo –respondió el hombre. Ya eran las doce y un minuto.
- Pues comencemos –sentenció Conde.
- Creo… -dijo Anthony, llevándose la mano al amplísimo bolsillo interior de su chaqueta beige justo después de aflojarse la bufanda- que esto es suyo.

Sacó la máscara metálica, y la puso sobre la mesa. Era tenebrosa incluso a la luz del día. Benjamin no tardó en estirar el brazo para cogerla. Después, se dedicó a observarla durante un buen rato. Nadie decía nada.
- Creo que alguien –dijo Ben, clavando su mirada en John- ha visto el periódico de hoy.

El joven se sorprendió y, tras hacer una mueca, asintió resignado.
- Pues antes de que digas nada, sí, dice la verdad. Hemos sido nosotros.
- Padre…
- Cállate, Seb.

Miranda, que observaba la escena en el más absoluto de los silencios, entregó el periódico que un par de minutos antes había comprado en un quiosco que quedaba cerca del restaurante. El anciano se lo entregó a John después. Este, tras dar un nuevo vistazo a la portada, se lo pasó a sus compañeros, que leyeron sorprendidos las noticias. Tony miró desconcertado a Brown. Recordó su camisa pintada de sangre en la Torre del Reloj. Anthony y Van, por su parte, clavaron sus miradas en la máscara y en Benjamin.
- Bien –dijo este.- Entiendo vuestras caras y vuestra sorpresa. Pero ahora, haced el ejercicio de paciencia que ha realizado vuestro jefe y no reaccionéis como lo haríais en otra situación –miró a los muchachos, que, milagrosamente, mantuvieron la compostura. Debían tener muchas ganas de saber el porqué de su reclusión, el porqué de todo aquello.- Haced memoria. Repasad lo que os ha sucedido desde que llegasteis a Downpour.
- Sois vosotros los que tenéis que hablar –respondió John.
- Lo haremos. Primero haced memoria. Van, “La Bestia”, ¿te apetece comenzar?

Sus tres amigos dedicaron una mirada de asombro a Van, que miró receloso a Ben. Después, dejó escapar una ligera sonrisa y habló.
- Llegamos a la isla anteayer, por la tarde. Atracamos en el puerto y recorrimos la ciudad en busca de un hostal. El demonio quiso que llegáramos al vuestro. En ningún momento me dio buenas vibraciones. La locura fingida de esta señora, esas mesas preparadas como si alguien fuera a cenar ahí… No lo entendí.
- Bonita introducción –dijo el anciano.- Sigue.
- Tuve una pesadilla, y desperté. Escuché voces en la planta baja, así que decidí acercarme a ver. Cuál fue mi sorpresa cuando me encontré a nuestra hostelera hablando con un hombre alto y enmascarado, de ojos brillantes. Cuando el hombre se retiró y ella volvió a sus cosas, salí fuera. Quería saber quién era ese hombre de la máscara. Pero para lo único para lo que llegué a tiempo fue para ver un automóvil doblar la esquina. Sin embargo, me encontré una nota. “Me gustaría preguntarle sobre lo que ha oído, aunque me falte tiempo ahora mismo. Le agradecería sobremanera perseguirme ahora. Si es que puede, claro está. ¡Ah! Y, créame, le conviene hacerlo.” Desde el principio sabíais que caeríamos.
- No es del todo así –intervino Benjamin. El ambiente seguía siendo tenso, y alguno dudaba sobre la conveniencia de respirar.- Desde el momento en el que me di cuenta de que habías escuchado la conversación supe que TÚ caerías.
- Y colaboré activamente viniendo yo solo a Dilemburg, y volviendo solo después al hostal. Era presa fácil.
- Je… -rió Ben.- Una lástima que te hayas dado cuenta algo tarde. Pero sí, ordené a Sebastian que aguardara tu llegada ahí.
- Un momento… -dijo Anthony.- ¿Por qué no nos lo dijiste, Van?
- No creí que fuera a resultar así de embarazoso… -sentenció el exmafioso.- Veo que me equivoqué.
- En fin… -reflexionó Anthony.- ¿Y por qué secuestrasteis entonces a John y a Tony?
- Fue una tremenda casualidad –intervino Brown.- Es cierto que Miranda nos había comunicado que “La Bestia”, el famoso mafioso que anduvo hace cinco años en esta isla, había venido con otros tres acompañantes, pero no teníamos ni los nombres ni las descripciones. Que aparecieran en la cima de la Torre del Reloj no fue nada planeado. De haberlo sido, no hubiera aparecido en escena con una camisa manchada bañada en sangre de ministro y con una barba postiza.
- Anthony, lo nuestro no tiene mayor misterio. Te toca.
- Lo cierto es que mi historia empieza desde por la mañana. Van se vino aquí, y nosotros a explorar un poco la ciudad… Lo primero fue en aquel bar. Un niño nos robó nuestras espadas, y un señor bastante raro nos las devolvió. Fue una buena carta de presentación. Luego nos encontramos con un flagelante, un hombre que se daba ostias a sí mismo por alguna creencia religiosa. Era una excavación, para encontrar la tumba de no sé qué pirata.
- Rackram –interrumpió John, molesto por la ignorancia de su compañero.- Rackram el Rojo.
- Ese. Era el Gremio de Arqueólogos de Downpour. John entró a ayudar, la lió y el encargado, que se llamaba Diego, se le puso hecho un basilisco. Justo entonces apareció ella –dijo, señalando a Gladis- y se fueron los dos.
- Luego –prosiguió John- el Sr. Queólogo…
- ¿Sr. Queólogo?
- Déjelo.
- El Sr. Queólogo nos llevó al distrito de los palacios y los ricachones.
- A Grayhall y Southminster, supongo –dedujo Benjamin.
- Sí –respondió Anthony.- Ahí fue donde perdí a estos dos cafres. Me pasé un buen rato buscándolos. Luego… Me acerqué al palacio. Ese Diego y… ¿Gladis? –dijo, mirando interrogativamente a la muchacha. Esta asintió.- Gladis salieron. Les pregunté a ver si habían visto a mis amigos, y me dijeron que no. Que si necesitaba ayuda más tarde… Acudiera a ellos.

Anthony sacó la tarjeta de visita, y clavó sus ojos en Glad, que siguió con la guerra de miradas, implacable. El Desertor contó cómo volvió desesperado al hostal, y cómo se le encendió la bombillita.
- La señora me dijo que Van había enfadado a “La Sombra”, o algo así. Me di cuenta del paralelismo entre “La Sombra” y el segundo nombre del tal Diego: “Light”. Decidí ir a la dirección de la tarjetita. Era una locura.
- Pues menuda vuelta más tonta que hiciste –interrumpió Tony.
- Sí. La cuestión es que en el camino choqué con alguien –miró a Benjamin- y me encontré esto en el suelo. La guardé por si acaso, y seguí hacia la dirección de la tarjeta. Cuando llegué, Gladis me abrió. Estaba ignorándome descaradamente, así que probé suerte. Podía haber quedado como un auténtico pardillo, pero al enseñarle la máscara, se asustó y admitió que sabía dónde estaban mis amigos. A partir de ahí supongo que no tiene más misterio.
- Ya hemos hablado. Os toca –finalizó John, pasando la pelota al tejado de Benjamin y cía. Había cumplido con su parte. No habían alzado el tono, no habían atacado.

Se disponía a hablar “La Sombra” cuando un espantoso grito llegó desde la calle al interior del céntrico restaurante. Después, mientras sonaba una especie de himno por megafonía, los gritos de horror y los primerizos llantos se multiplicaron exponencialmente. Benjamin se incorporó y caminó hacia la entrada. Todos los reunidos en la mesa hicieron lo propio, mientras Paul se acercaba. La música, que sonaba imperial, no cesaba.
- ¿Qué sucede, Paul? –preguntó Ben, aunque estaba bastante seguro de saber el porqué de aquel repentino jaleo. El restaurante ya se había vaciado: todos habían salido a la calle.
- Es el Ministro de Hacienda, Henry MacMoyes –respondió este, con gesto sombrío.- Va a dar los Nombres.
- ¿Nombres? –preguntó John.- ¿Eso nos va a servir de explicación?
- No lo sé. Pero estoy convencido de que será una buena introducción.



Continuará…
Espero que os guste o no vomitéis con él al menos :3


Besis de fresis :3333
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Takagi
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Re: Los Panteras Negras V3.

Mensaje por Takagi »

Conociéndote seguro que ya tienes uno o dos más escritos debido a mi tardanza a la hora de leerlo xD. Me ha gustado "Nombres", me ha gustado por lo mismo que me gustaron los anteriores, una saga compleja, con una trama enrevesada, en una isla con múltiples localizaciones, un personaje principal que nadie conoce mejor que tú, referencias y otros personajes que ya habrán dado muchas vueltas en tu cabeza antes de empezar la saga... Todo encaja, todo funciona.
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Vito Corleone
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Re: Los Panteras Negras V3.

Mensaje por Vito Corleone »

Bueno, pues ya tengo el 57 en la recámara, probablemente lo publique entre hoy y mañana, que me falta pulir algunos detalles y decidir alguna cosa.

Por ahora, y para pasar el rato, me he puesto a buscar posibles caras para Benjamin, que todavía no tenía, y he encontrado la adecuada, que encaja a la perfección en su descripción además xDD

Benjamin - Anthony Hopkins
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Tengo más caras preparadas, pero los personajes a los que pertenecen aún no han aparecido físicamente en la historia, así que será mejor esperar xDD
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wild animal
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Re: Los Panteras Negras V3.

Mensaje por wild animal »

Nueva publicacion en panteras, oh, la felicidad
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Ahora al tema. El rostro me parece bien, de hecho creo tiene una cara de villano x 100, pero tambien parece el tipo mas listo del mundo.

Hablaba con Traffy y veiamos la posibilidad de enviarle algunas caracteristicas sobre nuestros personajes en la lucha, para cuando lleguen las escenas de accion puedan ser representados de forma correcta. En lo personal preparo las de Van.


Platicando hablabamos sobre la siguiente saga. Tony, Traffy y su servidor hablamos de una isla donde podriamos competir contra otras bandas, una saga llena de accion, donde conoceriamos a JK. Es el momento donde los panteras podrian darse a conocer al mundo como una banda real y establecida.

¿Que opinan?

PDT: No he podido hacer el capitulo 4, pero estoy en el. Saludos.
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Vito Corleone
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Re: Los Panteras Negras V3.

Mensaje por Vito Corleone »

Creo que, efectivamente, la siguiente saga no ha de ser tan compleja y laberíntica, sino más bien una saga donde los papeles estén claros desde un principio y se sucedan, como dice wild, las escenas de acción.

Capítulo 57; disfrutadlo (o intentad hacerlo al menos). Tiene una parte comprometida hacia el final, ya me daréis vuestra opinión:
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Capítulo 57
A PROPÓSITO DE STEWART STRONG

La muchedumbre parecía nerviosa. Cientos de personas se habían arremolinado, en menos de cinco minutos, alrededor del quiosco que se alzaba en mitad de la plaza y que hacía de tarima en determinadas ocasiones, como aquella. Los sonidos de chiquillos jugando con pelotas de fútbol había sido sustituido por el atronador resonar de las cornetas y demás instrumentos de viento que presidían el imponente himno de Downpour.

Respiró, y arrugó más su ya arrugada y pálida tez. Tras un breve soplido y vigilar que su corto y rizado pelo no era el mismo que se le había quedado tras más de 24 horas de trabajo ininterrumpidas, se ajustó su corbata rayada e inició la subida de las escaleras. Le esperaba un DenDen Mushi amplificador amarillo. Avanzó hasta él, exponiéndose a todas aquellas miradas. El himno calló.
- Ejm… -dijo, comprobando que el artefacto funcionaba a las mil maravillas a causa de un agudo pitido que provocó las quejas de los ciudadanos allí presentes.

Tragó saliva, y el “gloc” de su garganta se escuchó amplificado en todo el lugar. En sus tiempos de inspector de la policía rara vez le había tocado hablar en público, y ahora, siendo Ministro de Hacienda de la isla, seguía sin acostumbrarse a aquello. Con voz temblorosa y atravesando el cristal que separaba su voz del oído de la ciudad de Dilemburg, inició su discurso.
- Da… Damas y caballeros. Soy Henry MacMoyes y…
- ¡Ya sabemos quién eres, imbécil! –exclamó un hombre que rápidamente fue reducido por el cuerpo policial trasladado hasta ahí. MacMoyes tuvo que parar para asimilar la situación. Otra vez.
- Soy Henry MacMoyes y el Gobernador Sir Stewart Strong me ha enviado aquí a comunicaros que las cabezas de familia de todas aquellas casas… -respiró- que no hayan pagado sus impuestos este mes, ¡serán enviadas a realizar labores sociales a las Minas de Terralta por tiempo indefinido!

Un murmullo de voces que fue creciendo tomó la plaza. Se escucharon los primeros gritos de lamento, las primeras solicitudes de piedad, las cabezas gachas y rodillas dobladas y brazos en jarra. Y los primeros llantos, y los segundos. Pese a que la mayoría de la gente no reaccionó de manera catastrofista ante la noticia, hubo personas que, enfurecidas, se abalanzaron sobre el quiosco. No tardaron en ser silenciadas a porrazos. Henry MacMoyes sacó un pequeño cuaderno del bolsillo.
- Los condenados a la Mina serán…

A partir de entonces, aquello fue una lluvia de nombres que duró algo más de cinco minutos. Los presentes mantuvieron, en general, la compostura, si bien fue más de uno quien se derrumbó. Y allí, entre las centenas de almas, cuatro muchachos observaban con un gesto más de interrogación que de enfado.
- ¿Las minas de Terralta? –preguntó John.- ¿Eso queda cerca?
- ¿Ves aquellas montañas de ahí? –dijo Brown.
- ¿Cuáles?
- Si no las ves hoy que está despejado… Esas –insistió.- Las que sobresalen al sureste.
- No veo el pecado –opinó Anthony.- No han pagado sus impuestos, ¿verdad? Creo que es justo y normal que los condenen a labores sociales. Desahuciarlos sería peor, y en Alubarna sucedía.
- No veis el problema…

En esos instantes, un niño de unos doce años comenzó a escalar el quiosco tras escabullirse entre los agente. Estaba vestido con unos trapos viejos e iba descalzo. Para cuando la policía hubo reaccionado el chaval ya se encontraba frente a MacMoyes. Su llanto, amplificado por megafonía, sonaba desgarrador.
- ¿¡Y mi padre!? –exclamó.- ¡¿Os lo vais a llevar a él también?! ¡¡No ha hecho nada malo!!
- Supongo… ¿quién es este?... Mira, hijo; tu padre no ha pagado lo que han pagado los demás ciudadanos. Ha traicionado a su país, y ha de recibir justicia.
- ¡¡BAJADAESECRÍODEAHÍ!! –exclamó un rarísimo hombre que por lo visto no vocalizaba bien. Llevaba una impresionante medalla colgada sobre su uniforme policial.

El muchacho se abalanzó sobre el Ministro, tratando de pegarle.
- ¡¡¡MI PADRE NO ES UN DELINCUENTE!!! ¡¡TÚ SÍ LO ERES!!

Tan pronto como las palabras dejaron de salir de la boca del niño, Henry, harto de las lágrimas de alguien, sacudió un tremendo golpe a la criatura, que salió despedida contra la barandilla del quiosco, golpeándose la cabeza y haciéndose una brecha. MacMoyes jadeaba. La madre del muchacho no tardó en aparecer en escena, alterada, mientras los agentes le entregaban a su hijo. John sintió una sensación parecida a la de una daga. Y, en algún punto de la plaza, a alguna persona, ese golpe le dolió como si se lo hubieran dado a él mismo.

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Larsat, 12:15

Tras haber mostrado buena parte del pueblo al abad, y tras haberse asegurado de que el misterioso incendio que se había propagado en la entrada tres horas atrás ya estaba controlado y no corría peligro de extenderse, Sir Stewart Strong se tomó un momento de calma y de reposo. Por una parte, aguardaba nuevas de Whisper, que se había ido hacia Dilemburg hora y media atrás, después de ordenar al ejecutivo Frederic Warmpess la destrucción de cierto libro de la Biblioteca Nacional de Downpour, “El Hogar de los Sabios”.

Por la otra, se había movilizado para organizar el día de forma adecuada. Comería rápido y arreglaría los detalles con la prensa. Acto seguido, se pondría en contacto con Diego y le preguntaría acerca de la investigación de los Ilustrados. Al mismo tiempo, diría a la Vicealmirante que salieron hacia el norte por tener que inaugurar un museo en la localidad de Joyful, cerca de la frontera de la provincia de O’Bitiland con la de McShire. De hecho, tenía que haberlo inaugurado, pero se movió rápido para que el Ministro de Cultura moviese el culo para algo y se callase acerca de la excusa, siempre a cambio de una buena remuneración. También tenía que resolver ciertos asuntos burocráticos con la Asociación de Arqueólogos de Downpour y frenar su excavación para que no se dieran de bruces con el subsuelo de la Abadía. Y tenía apalabrado un viaje a las Minas de Terralta para supervisar que la recolecta de mano de obra había ido bien. A las ocho.

Pero tocaba descansar. Para ello, decidió pasar un buen rato en una de sus diez casitas de Larsat, pese a tener sus principales aposentos en el interior del Palacio de Oro. Por capricho. De paso, comería en el lugar, para lo que pidió y rogó a su esposa Marianne que acudiera al pueblo de los jardines y le cocinara un pequeño guiso. Ya le llegaba el aroma desde los fogones.

De las Minas de Terralta viajaría, ya de noche, hasta Larsat otra vez, donde tenía una reunión extraordinaria con cierto tipo de las altas esferas a quien las últimas noticias en los diarios de Downpour le habían llamado la atención poderosamente. Le entraba el canguelo cada vez que visualizaba a aquel hombre chiflado con cara de bulldog que le rendiría visita a las once y media. Pero ese canguelo era insignificante comparado con el que le entraba al pensar acerca de todo lo que podía decirle. Por suerte estaría bien protegido.
- Cariño, tienes la comida en la mesa –dijo la dulce voz de una dulce mujer.
- Voy.
Se llamaba Marianne, y a ella sí la quería.

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Larsat, 10:15 a.m.

Whisper, tras abandonar en su improvisada terraza a Charles y a Stewart, se había dirigido directamente hacia su despacho. Tardó más de veinte minutos en cruzar todo el edificio y llegar a la puerta. Era de madera de acacia, a petición propia, tallada a mano por los artesanos más prestigiosos de Easthampton, en la costa este de la isla. La empujó y entró. Tenía trabajo.

Se abrochó bien la corbata primero, y tras remangarse el traje, se acercó a un cajón. Lo abrió. Tenía cuatro DenDen Mushis, todos ellos pintorescos y coloridos. Cogió uno y descolgó. La respuesta no tardó en llegar.
- Qué cojones quieres, Whisper, estoy ocupado, puto cabrón. Déjame vivir, cariño.
- Frederick… Necesito que te ocupes de cierto asunto.
- ¿Serio?
- Mucho.
- Cielo, soy todo oídos, capullo.
- Ve al “Hogar de los Sabios”. Necesito que borres del mapa un libro.
- ¿Y para esa mierda de misión contactas conmigo, mi amor? ¡Creía que me tenías en mejor estima, cerdo!
- Nadie más debe saber de esto. El libro en cuestión es “Historia de Downpour; Parte XIX”.
- Está hecho.
- Gracias. Procura no ser visto. No llames la atención… Aunque te cueste.
- Me cago en tu puta estampa… Mira que llamarme para eso, picarón…
- Adiós.

Whisper suspiró. Dejó el DenDen Mushi en el cajón del que lo había extraído y cogió otro, situado al lado de la anterior, descolgándolo. Esta vez la voz desde el otro lado tardó algo más en llegar.
- Dígame.
- ¿Lewis? –dijo el Jefe de Policía.- Soy yo.
- Sí, yaloveo, sí.
- Tengo que ir hacia Dilemburg en poco tiempo. Pero no creo que llegue a tiempo para el “discurso” de Henry. Necesito que hasta que llegue yo te hagas cargo de la seguridad. ¿Correcto?
- Siseñor.
- Todo en orden. Muchas gracias.
- Nadahombre, nada.

La llamada finalizó, y Gulligulli se sentó sobre la silla de su despacho. Apoyando su cabeza en el respaldo, dejó que su mirada se extraviara en las altas luces de la estancia. Tenía la mente muy ocupada. Se sacudió el cabello, y se llevó la mano al bolsillo. Sacó una llave de oro, y la dejó sobre el escritorio, para mirarla después receloso.

De pronto, reparó en la esquina izquierda de su mesa, y enarcó una ceja. Su terrorífica sonrisa se esfumó de un plumazo. Se acercó a aquello que había visto, sorprendido. Después miró en uno de sus cajones: había un tablero de ajedrez en el mismo, con todas sus fichas… Salvo una. Faltaba un peón. Peón que curiosamente debía ser del mismo color que el que estaba sobre la mesa: blanco. El hueco que dejaba el peón dejaba vía libre a una torre colocada justo enfrente. El rey quedaba al descubierto.

Cerró violentamente el cajón y echó el peón al suelo.

---------------------

John Conde comenzó a caminar hacia el quiosco, clavando su mirada en la pálida tez de Henry MacMoyes, que probaba de nuevo el micrófono. El joven avanzaba, apartando suavemente a la gente que entorpecía su ruta. Paso firme, frente alta, y los ojos afilados.

Se hallaba ya a menos de cincuenta metros, cuando cerca de la entrada del restaurante, ciertos muchachos se dieron cuenta de que su amigo había desaparecido.
- Anthony… -dijo Van, señalando al lugar donde antes permanecía en silencio John.- John no está.
- ¿¡Qué?! –exclamó el Desertor mientras los ojos se le salían de sus órbitas.
- Andas despistado, eh… -puntualizó Tony.
- ¿Adónde habrá ido? –preguntó David Brown, alzando la cabeza para buscar el gorro rojo del joven entre la muchedumbre.
- A devolverle el “regalo” al imbécil del micrófono.
- Evitadlo –ordenó Benjamin.- Esta gente es muy influyente…
- Joder… ¡Encontradlo antes de que llegue al quiosco!

Henry MacMoyes recogió los papeles que se le habían caído al suelo, y reinició su discurso. La gente, que hasta ese instante había estado murmurando, contrariada por el terrible golpe del ministro al niño, que había quedado inconsciente, se calló para escucharlo.
- Hoy a las 8 de la tarde deberán acudir todos los nombres mencionados a la Plaza del Whisky. Ahí serán registrados y enviados a las minas para iniciar su trabajo hoy a la noche.

John ya estaba enfrente del quiosco. Había dejado de escuchar lo que decía Henry. No le interesaba oír más de lo que había oído. Ni le interesaba, ni le hacía falta.
- ¡Ey, joven, no puede acercarse más al quiosco! –exclamó uno de los agentes de policía que rodeaban el quiosco. El aludido le miró a los ojos.- A…Ah…
- Quítate de en medio –respondió. El otro no supo moverse. Estaba agarrotado, inmóvil.

John empujó al policía a un lado, y subió a la estructura como una exhalación, llamando la atención de todos los presentes, incluso del ministro. El que parecía ser el encargado policial del lugar gritó.
- ¡¿QUIÉNADEJAOSUBIR A ESE!?
- Ostia. Míralo dónde está ya –se sorprendió Tony, que buscaba a Conde entre la gente, junto a Sebastian.
- ¡¡Sacadlo, joder!! –exclamó Ben, que ya había empezado a correr con agilidad hacia el quiosco.
- ¿Qué haces…? –preguntó MacMoyes, tratando de mantener la compostura mientras el joven se acercaba con paso firme hacia él.

John dio un paso más, y preparó su brazo, echándolo hacia atrás.
- ¿¡QUÉ HACES?! –insistió Henry.

No pudo decirlo otra vez. Conde puso el pie izquierdo por delante, ladeó el cuerpo, y lanzó el puño directo hacia la cara de aquel repugnante ser, que no pudo sino ver su vida pasar en centésimas de segundo enfrente de sus ojos. Un brutal impacto que mandó al ministro fuera del quiosco dejando tras de sí un hilo de sangre.
John se mordió el labio inferior, y recuperó el aliento. El cuerpo inconsciente de Henry MacMoyes no había terminado de caer. Todos los presentes en la plaza observaban, bloqueados, la locura que aquel desconocido joven había llevado a cabo. Una vez el cuerpo del Ministro de Economía terminó de chocar contra el suelo, una reacción de incredulidad se expandió como una onda de luz a través de toda la zona. El encargado de policía, que tenía ojos rojos y una enorme nariz, se puso carmesí de ira y se desgañitó dando órdenes a sus subordinados.
- ¡¡¡DETEENEEEEDDDLOOOOOOOOOO!!!

Antes de que John tuviera opción de reaccionar, un agente de policía disparó su pistola contra él, dándole en el pie. El joven enseguida se llevó la mano al gemelo, retorciéndose de dolor. Kairoseki.

Anthony estaba a punto de entrar en el perímetro de visión del cuerpo de policía para sacar a John del entuerto en el que se había metido, cuando Benjamin entorpeció su paso.
- ¡Quítate! –exclamó el Desertor, intentando apartar al anciano.
- No. Mantén la calma.
- Le han disparado, tengo que sacarle de ahí y llevarlo a un lugar más calmado.
- Esto no funciona así, chaval. ¿Ves a ese calvo que habla sin vocalizar? Es Lewis Rowhead, Inspector Jefe de la provincia de McShire, y no es ninguna perita en dulce. ¿Pretendes que te claven una bala y que en el mejor de los casos termines entre rejas el resto de tus días?
- ¿Pretendes que deje a mi amigo en la estocada?
- Simplemente sugiero que lo dejes por ahora. No le harán nada sin procesarlo. Ha atizado a uno de los hombres favoritos del Gobernador, rompiendo una de las leyes principales del país, lo cual acarrea pena de muerte, pero no le harán nada sin juzgarlo antes.
- ¡¿Te estás oyendo!? ¡Esto es absurdo! –exclamó Anthony. Los ciudadanos que tenían cerca ya comenzaban a observar la escena con cierta preocupación.
- Cálmate –respondió Ben, tajante.

En ese instante un automóvil se detuvo en la plaza, detrás del quiosco. De él salió un hombre de cabello negro liso y bastante largo, con una intimidante sonrisa de psicópata en el rostro. Un agente de policía ya se había encargado de esposar a John en el lugar donde lo habían abatido.

El recién llegado, pistola en mano, se acercó en seguida, y tras mantener una breve conversación con el tal Lewis Rowhead, se acercó a Conde.
- John Conde, 50 millones de recompensa. ¿Qué haces tú en un lugar como este?
- Algo con un mínimo de sentido… -farfulló John, sorprendentemente debilitado por el material que tenía incrustado en la pierna y que le rodeaba también las muñecas.
- Llevadlo en coche hasta Rondinum. Al final voy a tener que aplazar mis tareas… -alzó la cabeza.- Por Dios, ¡que alguien atienda a Sir Henry!

Anthony sintió un sudor frío recorrerle la espalda. John no podía ser apresado tan fácilmente. No en aquellas circunstancias. No por el impacto de una simple bala. Todo había sucedido demasiado deprisa. Encontró a Tony y a Van, que estaban siendo detenidos también por Sebastian y Brown, respectivamente.
- ¿Por qué hacéis esto? ¿Lo teníais planeado? ¿Es para debilitarnos? ¿De qué vais?
- Lo hacemos por vuestro bien. A vuestro amigo se le ha ido la cabeza y ahora corre peligro. Pero no por ello debéis hipotecar vuestra seguridad.
- …

El Desertor vio cómo la gente comenzaba a retirarse a sus hogares o a sus quehaceres, mientras John era introducido entre quejas y gritos en el coche de policía recién llegado. Henry MacMoyes, por su parte, estaba siendo transportado entre dos personas hacia una esquina de la que una ambulancia lo recogería.
- ¿Quién es el de la sonrisa de loco? –preguntó Anthony.
- Whisper Gulligulli, Jefe de Policía de Downpour, Inspector Superior y Consejero del Gobernador. Otro pez gordo.
- A menudo país hemos ido a parar…
- Vayamos al restaurante. Allí decidiremos qué hacer. Paciencia y mente fría.

El muchacho miró por última vez el automóvil, que ya se disponía a desaparecer entre las calles de Dilemburg. Después dirigió sus ojos a sus compañeros que, a juzgar por sus caras, habían escuchado casi las mismas palabras.

John ya no estaba con ellos.

----------------------------

Diego Orlais entró en un bar, y se sentó enfrente de la barra para pedir un Whisky al camarero. El mejor que tuviera, dijo. Después de embriagarse del fuerte aroma de la bebida, la hizo desaparecer de un trago.

El minúsculo DenDen Mushi que llevaba en uno de los bolsillos de su esmoquin sonó de pronto. Decidió atenderlo.
- ¿Diga?
- Diego, soy yo, Stewart.
- Ah, hola, Stew –respondió el joven, tratando de sonar lo más natural y afable posible.- ¿Qué pasa?
- Quería saber qué tal iba la investigación. Ya sabes, la de la Abadía y tal…
- Pues… No hay avances. De momento. Es una investigación compleja, y no hay indicios que conduzcan a nadie en concreto, ya sabes…
- La Sombra. Diego, hace cinco años una organización criminal atentó contra el Gobierno del Mundo. Sospechamos que son ellos otra vez.
- No te entiendo muy bien…
- Es imposible que no te acuerdes. El incidente de Saint Johann. Hace exactamente dos años.
- ¿Insinúas que han vuelto? Creía que su cabecilla había muerto.
- Yo también… Pero deberías mirar en los archivos de entonces. Puede que algún nombre salga a la palestra.
- Hecho.
- Por cierto… Sobre la excavación de la tumba… Tenéis que parar. Ya se ha invertido demasiado dinero en esto, y además, podría afectar a la infraestructura de la Abadía.
- Precisamente…
- No. Ya he dado la orden, no intentes discutírmelo. No habrá más excavaciones.
- De… De acuerdo. ¿Eso es todo?
- Es todo.
- Gracias. Hasta luego.
- Hasta luego.

Diego colgó, y tras dejar un billete de mil berries sobre la barra que el camarero aceptó muy gustosamente, caminó hacia la puerta.
- Capullo.

Tenía importantes cosas que hacer todavía.

---------------------------
Stewart Strong abrió la puerta del automóvil. El camino hasta las minas de Terralta era muy largo, de unas cuatro horas a causa de las densas nieblas y las accidentadas carreteras que llevaban hasta la misma, así que convenía iniciar cuanto antes la ruta.

Allí aguardaba Sir Daniel Lecter, encargado de las Minas y presidente de la empresa Lecter Metals, principal exportadora de kairoseki de aquella zona del Grand Line. Con él mantendría una breve charla acerca de las condiciones de seguridad –pésimas- del lugar, acerca del rendimiento de la mano de obra, y algunos otros asuntos burocráticos muy pesados acerca de los que no le apetecería extenderse demasiado.

En realidad, lo que ocurriera fuera de las paredes de sus palacios no le importaba demasiado, a no ser que lo mismo le afectara a él. Pero necesitaba una excusa para mantenerse alejado de Rondinum y del foco de aquellos asesinos que parecían no temer a nada en el mundo, y necesitaba una excusa para no ser el que recibiera al hombre de la cara de bulldog. Le recorrió un escalofrío sólo de imaginarse la situación.

El coche ya había arrancado. Lo que había dejado atrás le intimidaba, pero lo que venía tras ese affaire a las minas lo aterrorizaba.

Miró a través de la ventanilla cuando salieron de la cúpula que rodeaba el palacio. Había salido un buen día finalmente. Un DenDen Mushi sonó en su bolsillo.
- Hola –dijo, seco.
- Vaya, menudo recibimiento.
- Lo siento, Whisp; estoy bastante…
- ¿Agobiado por lo de la noche?
- Puede.
- Ya… Pero no te puedes ablandar.
- Estamos muy jodidos, Whisper. Muy jodidos.
- Respecto a eso… Puede que tenga una buena noticia.
- Soy todo oídos.
- ¿Conoces a John Conde, “La Pantera Negra”?
- ¿Ese pirata emergente que aparece en todos los periódicos últimamente?
- El mismo.

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Dilemburg, Restaurante Winding Stair

- No me lo puedo creer… -farfullaba Anthony.
- ¿Por qué cojones no hemos atacado? –reflexionaba, por su parte, Van, bastante resentido.
- Le hemos fallado –intervino Tony.- Él hubiera pasado a la acción por nosotros.
- No seáis tan melodramáticos –dijo Ben, tratando de destensar el ambiente.- Se lo habrán llevado a la Prisión de Rondinum. No le harán nada hasta juzgarlo.
- No es por meter cizaña… -corrigió Miranda- pero ¿qué juez lo juzgará?
- ¿Lo dices por lo de los Ilustrados? –preguntó Brown.- En el caso de que ninguno esté operativo, como se da esta vez, el poder judicial recae sobre el Gobernador de la Isla. Ergo, Stewart Strong.

Los tres jóvenes –Anthony, Van y Tony- fruncieron el ceño, como preguntando, indirectamente, quién era ese tal Stewart Strong, y dónde podrían encontrarlo. Sus intenciones, más allá de la de liberar a su capitán, resultaban difíciles de predecir.
- No –zanjó Sebastian, como si hubiera adivinado lo que pasaba por la mente de aquellos forasteros.- No podéis enfrentaros a su Gobierno así, por las bravas.
- Pues lo haremos por las relajadas –cortó Tony.- Decidnos lo que sabéis de él.
- Sólo –habló Gladis, muy callada durante toda la conversación- si nos prometéis que no actuaréis a lo loco.
- Mira, chavala –dijo Van incorporándose, amenazador-; ya no es mero interés por saber qué cojones hacemos aquí comiendo con vosotros cuando deberíamos estar buscando a cierto tipejo al que venimos siguiendo desde WolkenBerge. Han apresado a nuestro amigo.

Su convicción y lo afilado de su mirada parecieron calar hondo en la joven, que hizo ademán de encogerse en su propio asiento, como intentando esconderse del ex-mafioso. Después, Anthony tiró de la manga de su camisa a Van para que se sentara de nuevo, y apoyó su espalda en el respaldo.
- Stewart Strong es Gobernador de Downpour desde hace dos años –dijo, de pronto, Ben.
- Benjamin, no sigas… -dijo Miranda, sin alzar la cabeza.
- No, tienen razón. No ganamos nada prolongando este silencio absurdo. Como iba diciendo, Strong fue nombrado Gobernador hace algo menos de dos años. Antes de que asumiera el mandato, el país era regido por los Nobles Mundiales.
- ¿Nobles Mundiales? –preguntó Tony.
- Sí –dijo Van que, al haber vivido un corto periodo de tiempo en la isla cinco años atrás, sabía algo del asunto.- Son los descendientes directos de los fundadores del Gobierno Mundial. Se los conoce como Dragones Celestiales. Se dice que son semidioses, superiores a los humanos, y que consideran lacra a los que no ostentan su misma categoría. Las personas más poderosas del planeta.
- Exacto. Y el que tenía más poder en estos lares era Saint Johann.
- La Abadía de Rondinum lleva su nombre.
- Tú lo has dicho. En realidad, Johann es un apellido. La isla estaba bajo el mandato de su estirpe desde tiempos inmemoriales.
- ¿Y qué tiene que ver eso con ese Stewart Strong?
- Su historia es compleja. Veréis… Sólo adquieren el título de “Dragones Celestiales” aquellos cuyo linaje es puramente noble.
- Eso no es del todo correcto. La decisión recae en el Noble. Mirad: Stewart es el hijo bastardo de un Noble Mundial –abrevó Miranda.- Su padre, Saint Johann, tuvo un solo hijo, y fue fuera de su feliz matrimonio con una noble mundial, que al final resultó ser estéril.
- Vaya culebrón…
- Johann, para salvar su vida en pareja –prosiguió Ben- renegó de su hijo, y dejó que la madre lo criara por su cuenta, en una familia de la aristocracia de la isla. La noticia de que era un hijo bastardo no salió a la luz hasta después de la muerte de la esposa de Saint Johann. Stewart, que ya había cumplido los dieciséis años, pasó a formar parte del Comité de Gobierno.
- ¿Y Stewart no pasó a ser un Noble Mundial? –preguntó, intrigado, Anthony.
- No. Su padre le negó el título por respeto a su difunta esposa. A cambio, le dio muchos de los lujos de los que un Noble Mundial pudiera disponer, y le dejó en herencia su bien más preciado: su País, el de sus ancestros.
- Supongo que no le hizo gracia –dijo Tony.
- Ninguna. Aceptó el regalo, pero renegó de su sangre cambiándose de apellido, y ha manifestado en más de una ocasión su odio a los Dragones Celestiales.

Hubo un proceso de asimilación camuflado en un tenso silencio. Benjamin y sus pupilos observaban a los jóvenes que habían escuchado la historia por primera vez, que expresaban confusión y contrariedad en sus miradas y muecas.
- Resumiendo: –dijo Anthony- Stewart Strong es hijo de un Noble… Pero no es un Noble.
- Algo así.
- Vaya. Menuda historia.
- ¿Por qué deberíamos creeros? –saltó de pronto Tony.
- Porque es la verdad –respondió Van, firme.- Saint Dannae, la esposa de Saint Johann, falleció apenas un mes antes de que yo me fuera a WolkenBerge.

Anthony lanzó una mirada reprobadora a su compañero cuando escucharon unos gritos desde la entrada. El numeroso grupo no pudo evitar curiosear con la mirada lo que sucedía en la puerta del restaurante. La voz de mezzosoprano de Paul sonaba alterada desde la misma.
- Pero… ¡No puede entrar sin reserva, señor! –decía, tratando de ser lo más amable y educado posible.- ¡No, oiga, señor, deténgase!

El ángulo que ofrecía la ubicación y la disposición de la mesa no dejaba ver lo que sucedía en la entrada, pero el sonido, que llegaba claro, y las palabras que este traía consigo, no dejaban lugar a dudas de lo que sucedía.
- ¿Quién viene? –preguntó Sebastian, haciendo ademán de incorporarse.
- Pues no lo sé –respondió Brown, estirando el cuello para tratar de ver algo.- Parece problemático –sentenció, llevándose la mano a la cintura, donde llevaba una pistola.
- Deja eso, Dave –ordenó Benjamin, sin dirigir la mirada al aludido.

El intruso, pese a las constantes quejas de Paul, acabó por entrar en escena, parándose enfrente de la mesa.
- Espero que haya aprovechado –dijo.

Brown, impulsivamente, empuñó la pistola, mientras a Sebastian se le salían los ojos de sus órbitas, al igual que a Anthony y a Tony. Ben, Miranda, Gladis y Van, por su parte, parecían muy tranquilos. David apuntó al recién llegado.
- ¿¡Qué haces tú aquí y qué quieres?! –exclamó.
- Vamos, Dave; baja el arma. ¿Ya no os acordáis de mí?
- ¿Qué? ¿Quién eres?
- Soy el Sr. White.


Continuará…
SÍ.
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wild animal
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Re: Los Panteras Negras V3.

Mensaje por wild animal »

Leido y disfrutado. No esperes una analisis ni una critica por que no la hay, ya que el capitulo me ha gustado y lo he disfrutado con una buena taza de cafe... ok es una total mentira, el cafe me salio horrible :lol: , pero el capitulo es bueno.

Creo lo controversial te refieres a los nobles mundiales. No le veo nada de malo, es algo que has necesitado para la saga y creo es lo correcto, siempre y cuando no excedamos informacion desde el principio. Lo otro posible que supuse te referias era lo de "la pantera negra", pero igual me parece un buen punto. Por cierto, debo añadir que te felicito como has retratado a Van, iracundo, pero astuto.


Por cierto, teniamos tiempo sin hacer preguntas, asi que aqui van unas:

-¿Como es un dia normal para el/ella en el barco?
-¿Pantera con quien mejor se lleva en combate?
-¿Su enemigo ideal? (concidera que esta pregunta puede ser usada para futuras sagas)
-¿Por que de su nombre?
-¿Alguna fobia?
-¿Que no tolera? y no hablamos de injusticia y eso, si no de cosas absurdas y banales
-¿Hace ejercicio?
-¿Que tanto?
-¿Cada cuanto se baña?
-Suponiendo los panteras llegan a un baile ¿que haria?
-¿Como se vestiria? (si puedes poner una foto mucho mejor
-¿Que animal lo/la caracterizan?
-Inventa un ataque

Saludos
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Vito Corleone
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Re: Los Panteras Negras V3.

Mensaje por Vito Corleone »

Vaamos con las preguntas:

-¿Como es un dia normal para el/ella en el barco? Despierta temprano para preparar el desayuno (antes se da una buena ducha fría), no le dejan preparar el desayuno, se enfada porque no le han dejado preparar el desayuno, desayuna enfadado (prueba a hacer mezclas como juntar galletas con cereales o el zumo con la leche). Después lee el periódico (compran dos para que no haya riñas con Anthony, Read o Van), hace un par de horas de gimnasio y antes de comer se dedica a dar una vuelta para ver lo que hace el resto. Después de comer se encierra en su despacho, con música y un buen whisky, y se dedica a fumar en pipa, leer, y pensar acerca de todo lo que ha leído en el periódico y a tratar de enlazar noticias con cosas en común para ir apuntándolas: todo esto para mantener su mente activa. Al atardecer saca un hueco para pescar o para intentar ligar (siempre con elegancia) con las damas del barco, cena, y a la noche a veces va a dormir temprano y otras veces se apunta a los descerebrados planes de John, Tony, Nepa y compañía.
-¿Pantera con quien mejor se lleva en combate? Difícil de responder, por sus características quizá con alguien que usa un estilo muy físico como Tony, Van, Michael o el propio John.
-¿Su enemigo ideal? (concidera que esta pregunta puede ser usada para futuras sagas) Alguien que comparta su elegancia, su estilo, quizá su personalidad de galán y caballero, e inteligencia (o que al menos tenga métodos para contrastarla o superarla).
-¿Por que de su nombre? A sus papás les pareció sonoramente bonito (?) xDD. Lo de Light por ser un detective e intentar sacar las cosas a la "luz".
-¿Alguna fobia? A los pepinillos.
-¿Que no tolera? y no hablamos de injusticia y eso, si no de cosas absurdas y banales El excesivo calor, los calcetines con sandalias, la arena y que le llamen "niño, crío" o cosas así.
-¿Hace ejercicio? A diario, dos horas. Si su estilo de lucha se basa en lo físico, mantenerse en forma es esencial.
-¿Que tanto? Dos horas diarias.
-¿Cada cuanto se baña? A diario.
-Suponiendo los panteras llegan a un baile ¿que haria? Buscar a la chica más guapa, utilizar su cerebrito para impresionarla e invitarla a una noche romántica.
-¿Como se vestiria? (si puedes poner una foto mucho mejor) De traje o de esmoquin, siempre elegante. Imagen
-¿Que animal lo/la caracterizan? El tigre malasio
-Inventa un ataque Lotus Flower: lanza al enemigo al aire de una patada de manera que este quede cabeza abajo; después salta para ponerse a su altura, sujeta la cabeza del enemigo con los pies, y haciendo una tirabuzón, inicia el descenso. Con el impacto contra el suelo, la cabeza de la víctima revienta contra el suelo, dando como resultado una nube de sangre y polvo del material del suelo que hace la forma de una flor de loto.




Y cambiando ya de tema, me alegro muchísimo de que no os haya resultado tan chocante, sobre todo por lo que viene a continuación.

¡Ya estoy con el 58! Siento de verdad que esto esté siendo tan largo, pero creo que el planteamiento tan revuelto que se hizo a la saga merece un desarrollo y un desenlace que no sean dos tortas y fuera :oops:




Besis de fresis.
Última edición por Vito Corleone el Dom Ago 16, 2015 2:14 pm, editado 1 vez en total.
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Re: Los Panteras Negras V3.

Mensaje por Takagi »

Traffy, ya sabes que el 57 me parece muy correcto, esperando el 58.

Sobre las preguntas, así a vuelapluma:
Spoiler: Mostrar
-¿Como es un dia normal para el/ella en el barco?
Divertido, cansado, entretenido. Pese a la aparente falta de conciencia en lo que hace, ser capitán nunca es fácil. Pero su objetivo es pasarlo bien y que los suyos estén contentos.
-¿Pantera con quien mejor se lleva en combate?
Con el Desertor.
-¿Su enemigo ideal? (concidera que esta pregunta puede ser usada para futuras sagas)
Grande, fuerte, resistente, con preferencia por el cuerpo a cuerpo. Uno que no destaque por plantear combates sesudos.
-¿Por que de su nombre?
Relación con su hermano y con el creador de ambos xD.
-¿Alguna fobia?
Las... Explosiones xD.
-¿Que no tolera? y no hablamos de injusticia y eso, si no de cosas absurdas y banales
Verduras y charlatanes.
-¿Hace ejercicio?
Sí.
-¿Que tanto?
Bastante.
-¿Cada cuanto se baña?
Cuando puede, una vez al día... Si se acuerda.
-Suponiendo los panteras llegan a un baile ¿que haria?
Partir la pana. Darlo todo.
-¿Como se vestiria? (si puedes poner una foto mucho mejor
El dibujo de Bargas es demasiado perfecto para sustituirlo por otra cosa.
-¿Que animal lo/la caracterizan?
Pantera Negra (juas juas)
-Inventa un ataque
Mi mente dio el máximo con los combos estos del C4 y tal.
Imagen
Spoiler: Mostrar
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Re: Los Panteras Negras V3.

Mensaje por wild animal »

Envie unos MP a todo pantera sobre algo que aparecera en el tomo 6, si no has recibido el mensaje me puedes decir para mandarlo.

Aqui estan mis respuestas, algunas coinciden con las de Vito de hecho.

-¿Como es un dia normal para el/ella en el barco?Suelen variar pero hay patrones comunes. Despierta temprano para ver y sentir el clima, tambien para atender sus actividades como navegante. Unas horas despues suele pelear con Diego para que no prepare el desayuno (como cuando quiso hacer pollo relleno de pescado), despues de comer se relaja cerca de una hora con Whisky tomando el sol. Luego busca el periodico, Diego siempre compra 2, alguno se lo queda Anthony pero siempre logra robarselo. El resto de la mañana lo dedica a hacer ejercicio, sabiendo que su estilo de combate se basa en su fuerza demoledora, tiene un entrenamiento muy riguroso (suele ejercitarse con Tony cerca de 4 horas diarias). No ayuda en la cena, pero suele quejarse bastante de que la comida apesta (aunque no lo haga, solo para molestar a Kokuran). Empezando la tarde descanza bastante, lee algo, escucha musica o ve alguna pelicula en un el salon grupal del barco. En la noche convive con sus compañeros, tal vez alguna fiesta o inicia una pelea.

-¿Pantera con quien mejor se lleva en combate? Diego, ambos combaten cuerpo a cuerpo y suelen ser elegantes.

-¿Su enemigo ideal? (concidera que esta pregunta puede ser usada para futuras sagas) Debera ser un barbaro, un sadico como Van, pero despiadado y sin compacion con todos, que sea lo contrario del mafioso, que no tenga honor. Debera combatir fisicamente, tal vez con metal o algun material que sea inmune a la electricidad o el calor.

-¿Por que de su nombre? Es el nombre del protagonista de una de mis series favoritas, ZOIDS.

-¿Alguna fobia? Si, a las arañas, por eso le molesta tanto cuando Michael (si es que entra el personaje) lo despierta.

-¿Que no tolera? y no hablamos de injusticia y eso, si no de cosas absurdas y banales Tiene cierta intolerancia a la suciedad, la gente descuidada. Tambien por lo orgulloso que es tiene muy poca tolerancia con todos, osea que a la menor provocacion reacciona violentamente.

-¿Hace ejercicio? Si

-¿Que tanto?4 o 5 horas al dia, ya que depende de su fuerza para pelear.

-¿Cada cuanto se baña? Todos los dias despues de hacer ejercicio.

-Suponiendo los panteras llegan a un baile ¿que haria? Buscaria si hay peligro, alguien sospechoso o probable trampa (el mundo del crimen te hace estar alerta) Al notar es seguro probablemente buscaria a una chica bonita (despue de tomar un baso de alcohol). Tomaria a la chica y estaria con ella toda la noche. Si se aburre probablemente empezaria una pelea o robaria algunas joyas.

-¿Como se vestiria? (si puedes poner una foto mucho mejor

Probablemente asi (arma incluida)

Imagen

-¿Que animal lo/la caracterizan? Un lobo sin duda

-Inventa un ataque

1. Van se cubre de energia a enorme temperatura en forma de burbuja, que va extendiendose, quemando el aire y electrocutando a su enemigo al instante

Imagen


2. Despues del nuevo mundo, Van saca enormes esferas de calor de su cuerpo que lanza a enorme velocidad quemando y electrocutando todo a su paso.

Saludos.
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Vito Corleone
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Re: Los Panteras Negras V3.

Mensaje por Vito Corleone »

Tras casi un mes después del último, aquí traigo el nuevo capítulo. El número 58 de la serie y la 13 de la saga. La cosa avanza sin prisa (más bien ninguna) pero sin apenas pausa. Espero que disfrutéis el capítulo así como espero que lo estéis haciendo con la saga tanto como yo escribiéndola ^^.
Capítulo 58:
Sonrisas y Lágrimas
Spoiler: Mostrar
Stewart Strong entró apresuradamente en su despacho. Se desabrochó la corbata, y corrió hacia el mini-bar, para servirse, todo lo rápido que pudo, un vaso de whisky que se bebió de trago. Vertió más alcohol en el recipiente, y repitió la operación. Después agitó la cabeza, aturdido, para abrir uno de los cientos de cajones de su lustroso armario de madera y cristal y sacar un DenDen Mushi a continuación. La respuesta no se hizo de rogar.
- Hola, Sir Strong.
- Hola, Sir Graystone. ¿Puedo pedirle un favor?
- El que quiera si puedo serle de ayuda, señor.
- Necesito que vaya a las Minas de Terralta. Tenía una cita y no puedo acudir. Si está en Rondinum llegará bastante rápido además. Arreglaré lo de las fronteras de la ciudad para que pueda salir sin problemas.
- Entendido, Sir. ¿He de dar alguna explicación a Sir Daniel Lecter?
- Dígale que me ha surgido una importantísima reunión y que no puedo hipotecar la tarde. Ah, y muchísimas gracias; le pagaré bien por esto.
- No me esperaba menos, Sir. Cuídese y suerte en lo que tenga.
- Gracias, la necesitaré.

Acto seguido cogió otro DenDen Mushi para llamar a los agentes de las fronteras de la ciudad y les informó de que el Ministro de Cultura saldría de la misma con destino a las Minas de Terralta. Después, se recostó en su butaca y resopló.

30 minutos atrás, en la Limusina del Gobernador

- ¡¿Cómo dices!? ¡¿Qué tienes al pirata John Conde recluido por haber dado un ostión a Henry y que ha dicho algo sobre “La Sombra”!? –exclamó Stewart, dando un salto sobre su asiento en la parte de atrás del extenso automóvil.
- Exactamente –respondió desde el otro lado del aparato Whisper Gulligulli.
- ¿Y adónde lo llevas?
- Ahora mismo lo tengo en la comisaría de Dilemburg. ¿Por?
- Tráelo a Larsat. Inmediatamente. Llamaré a Frank para que prepare “la sala”.
- Entendido. Pero… ¿Qué vas a hacer con la visita a las minas?
- Ya me encargo yo. Sólo espero sacarle todo lo que sabe para cuando llegue…
- Podría ser una de las últimas salidas. Intentémoslo. ¿Digo a los otros tres que vayan también?
- Sólo que lleguen a tiempo a la reunión.
- Recibido. Hasta luego.
- Hasta luego –cortó Strong. Después le habló a su chófer, el señor MacMeck, diciéndole que diera media vuelta y regresara al Palacio de Oro.


Stewart salió de su ensimismamiento cuando un puño golpeó con fuerza la puerta de la estancia. Se abrochó rápidamente la corbata e intentó recuperar la compostura que correspondía a todo un Gobernador.
- ¡Pasa! –exclamó, carraspeando antes y después de su intervención.

Un hombre abrió la puerta, y Stewart enarcó las cejas, como si lo que había entrado en el despacho lo asqueara soberanamente. El individuo en cuestión calzaba sandalias de suela dura, y llevaba unos pantalones de tirantes de color amarillo chillón como único atuendo, dejando ver un robusto torso. En su cara destacaba un larguísimo y fino bigote que se estiraba a cada lado de la nariz y rematado con sendos lacitos. Unas grosísimas cejas hacían ademán de tapar sus achinados ojos. Un cabello azabache recogido en una coleta de la cual colgaba lo que parecía ser una llave brillaba sobre su cabeza. Llevaba una gigantesca piruleta en la mano derecha, que le quitaba toda la seriedad que podía haberle quedado.
- Buenas, Stewart –dijo.

Frank Otorrino “Tlé Eulo” – Capitán de la Policía de la Provincia de O’Bitiland

- Frank, deja la jodida piruleta. Esto es serio.
- ¡¡NO QUIERO DEJAR LA PIRULETA!! –exclamó el otro, pataleando como un bebé contra el suelo.- ¡¡NO-QUIE-RO!!

Strong suspiró, y se rascó la frente. Después, tras dar media vuelta, murmuró para sus adentros.
- Por el amor de Dios, que todo pase pronto…

---------------------------

Isabella se encontraba sentada enfrente de la pequeña mesa de escritorio que le habían facilitado los empleados del hotel. Los dedos de sus manos estaban entrecruzados, y apoyaba el mentón sobre los mismos, mientras los codos servían de soporte en la superficie de madera, por la cual había desperdigados unos pocos DenDen Mushis, papeles e información que, por lo visto, no servía de mucha ayuda.
- ¡Mi señora! –dijo Lady Di cuando entró en la estancia súbitamente.
- Dime.
- Uno de los soldados que hemos infiltrado en la frontera nornoroeste nos acaba de comunicar que ha recibido una llamada del Gobernador.

La Vicealmirante se incorporó de golpe.
- ¿Y bien?
- Dice que le ha ordenado que deje pasar el automóvil del Ministro de Cultura a través de la frontera, que a él le ha surgido un imprevisto en la provincia de O’Bitiland y no podrá acudir a la Meseta de Terralta.
- Llama de nuevo al soldado de la frontera. Y ordénale tú que no deje pasar a nadie hasta que lleguemos nosotros.
- ¿Nosotros?
- Di a Burntower que venga también, y que el resto de oficiales se queden a cargo de los muchachos mientras siguen con la búsqueda.
- Entendido, mi señora. ¿A qué hora saldremos?
- Inmediatamente.

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Algún lugar de la isla

Abrió los ojos lentamente. Sintió el frío del suelo mojado en su mejilla, y trató de incorporarse. No veía nada más que una completa negrura. Se frotó los ojos con fuerza, pero pronto se dio cuenta de que aquello no era culpa de su estado adormilado. Sin lugar a dudas, se encontraba en algún lugar cerrado, y el hecho de que la superficie que pisaba estuviera mojada se debería, probablemente, a que él mismo había estado mojado con anterioridad.

Cuando intentó dar un paso al frente, notó que algo le bloqueaba la pierna izquierda. Escuchó a la vez un sonido metálico. No tardó en darse cuenta de que estaba atado. Cayó en la cuenta de que su ropa, si bien seguía húmeda, estaba ya casi seca, al igual que su cabello. Y se preguntó cuánto tiempo llevaba en aquel lugar. Y por qué estaba en aquel lugar.

De pronto, un chispazo iluminó su mente. Dio un respingo y, frenético, comenzó a buscar por el suelo algo que entendió haber perdido. Palpó todo a lo que alcanzó a llegar, con nulo resultado. El libro había desaparecido. Tragó saliva.

Se sentó y trató de hacer memoria. Acababa de salir de la biblioteca, cuando dejó de ser invisible, y…

- Mme, ja, ja…

Aquella risa resonó en su cabeza como si estuviera volviendo a oírla. Se apretó con fuerza las sienes. Trataba de visualizar al hombre con el que se cruzó. Pantalones blancos, chaleco azul. Una nariz aguileña. Creía tener la imagen. Después se centró en recordar lo que dijo.

Lo recordó. Una voz de hielo.
- Disculpe, señor; ¿Me puede prestar ese libro que lleva bajo el brazo? Mme, ja ja.

Respiró hondo. A él, que era subordinado de confianza de uno de los 4 Emperadores del Nuevo Mundo y usuario de una fruta que otorgaba el poder de la invisibilidad, en una misión del más alto grado de importancia y en el que a buen seguro se jugaba el pellejo, le habían robado la pieza clave. Pese a todo, mantenía algo de esperanza. Sólo él era conocedor de la leyenda que señalaba, de forma críptica, la ubicación de la Maravilla que había ido a buscar. Se preguntó qué sería de él a partir de ese momento.

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Restaurante Winding Stair, Dilemburg, Provincia de MacShire

El recién llegado dio un par de pasos al frente ignorando el cañón de pistola que todavía le apuntaba, y tomó asiento al lado del resto de –atónitos- comensales. Se echó una mano al bolsillo interior de la americana de su esmoquin, y sacó un mechero, para dejarlo sobre la mesa. Después buscó una cajeta de cigarrillos en sus pantalones. Encendió uno de ellos, y le dio una calada. Se colocó bien sus gafas de sol.
- ¡¿Tú eres el Caballero Blanco!? –exclamó, consternado, Sebastian.- ¡¿Tú!?
- Me sorprende que te sorprendas, Seb –respondió el otro, con una pícara sonrisa de medio lado en la cara.- Pero más me sorprende que no me reconozcáis.
- Claro que te reconocemos –contestó Brown, acercando la pistola a la cabeza del recién llegado.- Pero que te reconozcamos no es precisamente una buena noticia para ti. Qué pasa, ¿has descubierto cómo funcionamos y te haces pasar por W.K.? ¡¡Contesta!! –colocó la pistola en la frente de aquel hombre. Este se limitó a escupirle algo de humo a la cara y a quitarse las gafas de sol, dejando al descubierto unos brillantísimos ojos azules.

Brown tragó saliva. Algo le impedía apretar el gatillo, algún rincón de su mente le decía que no debía hacerlo. Un impulso frenador. Sebastian seguía intentando asimilar aquello, mientras Anthony buscaba impetuosamente algo en su bolsillo. Benjamin, de pronto, se incorporó para acercarse a Brown y al recién llegado. Al hacerlo, sujetó la pistola desde el cañón y se la quitó a David de la mano.
- Os presento –dijo el anciano- a Diego Orlais. White Knight, el Caballero Blanco, W.K., como prefiráis llamarlo. Pero comportaos.
- Diego… ¿tú? –insistió Giggs. Anthony ya había dejado de buscar en el bolsillo.
- Si os lo hubierais esperado, no tendría ninguna gracia.
- No la tiene –interrumpió Brown.- ¿Cómo quieres que te vea como alguien más que un puto títere de Stewart Strong y su séquito de chupópteros?
- Un momento… -dijo Diego.- ¿Esto no es una coña? ¿En serio no me reconocéis?
- Tú… El detective –dijo Anthony, que después recordó las palabras del joven en la excavación.- ¿El amigo del Gobernador? ¿Eres de este bando?
- La verdad es que no sabemos qué cojones quieren los de este bando ni los del otro…
º
Diego apagó el cigarrillo en el cenicero dispuesto en la mesa para dicho cometido, y se colocó bien la pajarita. Después hizo un gesto para que Paul, que observaba la escena desde un lugar medio seguro, acudiera.
- Sácame un vasito de whisky.
- Pero, señor…
- Hazlo, Paul –ordenó Benjamin secamente.
- Es… Está bien.

Cuando el metre desapareció en la cocina, el ambiente volvió a tensarse. Nadie decía una palabra. Benjamin y Miranda mantenían su mirada perdida en alguna parte mientras Gladis analizaba los gestos de Sebastian y Brown. El primero parecía reflexivo, como si estuviera reconstruyendo ciertos hechos, y el segundo mantenía sus ojos clavados en los de Diego, si bien su gesto parecía haberse relajado. Por su parte, Anthony y Tony no sabían muy bien qué postura adoptar ante aquel extraño encuentro. Van, en cambio, adoptó la suya: la de no tener ni idea de quién era aquel joven de ojos de color celeste y cabello rubio oscuro tan elegantemente vestido.

De pronto, Brown, que había estado observando bien al recién llegado, dio un respingo y se sentó en su asiento, aturdido. Se mojó los labios con la lengua, para farfullar después.
- Te… Te creía muerto… Desde el Otoño Rojo…

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De pronto, entró un halo de luz en el habitáculo. Era estrecho, y John tenía el cuerpo encogido, como si estuviera aún en el vientre de su madre. Un recuerdo punzante se clavó en su mente como una pequeña astilla, disparada a traición. Pero se sacudió la cabeza y trató de entornar los ojos para no verse cegado por la ráfaga de luz.

La mirada de un hombre con sonrisa de loco lo devolvió al mundo real. No recordaba haberse recostado en un maletero. Comenzó a dar vueltas a todos los cambios de lugar a los que le podían haber sometido. De aquel primer coche de policía a la comisaría de Dilemburg, donde se encargó de amenazar a todos los presentes… Lo más probable era que lo hubieran drogado. Otra vez. A ver si iba a terminar volviéndose adicto a aquellas mierdas sedantes.
- Vamos, Conde –dijo el hombre de la sonrisa de loco.- No vamos a llevarte en brazos.
- Tampoco os lo he pedido.

Así que, como pudo, se incorporó. Tenía las manos atadas a la espalda y un dolor punzante en el gemelo izquierdo. Un agente de policía de ojos hundidos le ayudó a salir del maletero, y, sujetándolo del hombro, a caminar.

John Conde alzó la mirada, y dio un respingo. Después abrió y cerró los ojos con fuerza, intentando situarse, o despertar. Un largo camino de gravilla rodeado de todas las flores que uno pudiera imaginarse, y allá, al final de todo, un enorme palacio que parecía estar recubierto de oro.
- ¿Qué es este sitio? –preguntó.
- Un fantasma –respondió el hombre de la sonrisa de loco.

Siguieron caminando hasta el final del camino de gravilla. Desde que había llegado no había oído hablar sobre un colosal palacio de oro tras millones de flores. Si lo habían drogado no había sido para quitárselo de encima, sino para que jamás supiera llegar ni hacer llegar a nadie a ese lugar. Una especie de base secreta. Genial.

El hombre de la sonrisa de loco sacó un DenDen Mushi del bolsillo de sus pantalones y descolgó. Después habló un rato con el hombre –pudo distinguir que era hombre gracias al sonido rudo que emitía el transmisor- que sujetaba otro caracol al otro lado de la línea, hasta que creyó oportuno finalizar la llamada.

Pese al persistente dolor de la pierna y la debilidad que le hacían sentir aquellas esposas de kairoseki, consiguió seguir caminando casi al ritmo del hombre de la sonrisa de loco hasta llegar cerca de la fachada del palacio de oro.

En aquel momento otro vehículo negro aparcó justo al lado de aquel del que había descendido el joven, del cual salió un hombre muy extraño. A John le costó un poco identificarlo. Pero no había duda. Era el que parecía estar al mando de los agentes de policía en Dilemburg, el que gritó atropelladamente.

La parte superior de su atuendo era la de un traje normal, con su chaqueta azabache, su camisa blanca y su corbata negra. Nada fuera de lo común. Sin embargo, en el lugar donde todo hombre medianamente racional –siempre bajo el punto de vista de John- debería llevar unos malditos pantalones, llevaba una no menos maldita falda a cuadros verdes con líneas rojas y negras, seguramente de lana. Calzaba unos mocasines amarillos que dañaban mucho la vista si el sol les daba lo suficiente. Sus cejas se dibujaban de manera que su brillante calva parecía el lugar ideal donde echarse una partida de pinball. Tenía los labios apretados, como si estuviese de mal humor. Y sin embargo, lo más llamativo del hombre era la cicatriz que le rodeaba la susodicha calva en forma de círculo alrededor de toda su cabeza, como si le hubieran realizado una intervención quirúrgica a cerebro abierto.

No tuvo mucho más tiempo para observar al hombre con falda. Porque otro hombre salió del palacio cuando las puertas del mismo se abrieron. Este era un hombre de media altura, vestido con un lustroso esmoquin carmesí y unos pantalones negros. En su cara, presidida por unos de color avellana y en parte cubierta por una discreta barba de dos días, se reflejaba una sonrisa nerviosa. Como si hubiera algo en toda aquella pantomima espectacular y casi improvisada que no era del todo deseado.

John Conde respiró profundamente.

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Rondinum, “Hogar de los Sabios”, unos veinte minutos antes

Las puertas estaban abiertas de par en par, previa orden de los mandamases. Pero en aquel domingo, al contrario de cualquier otro domingo, la biblioteca solo permanecía abierta para los agentes de policía.

Y todo grupo de policía tiene a su capitán. El que comandaba el lugar –y toda la provincia- era un hombre bastante alto, de casi metro noventa, corpulento, rubio y bien peinado hacia un lado. Probablemente, la causa de su considerable altura radicaba en los tacones de aguja que llevaba. Su atuendo también era peculiar. Llevaba unos pantalones cortos y ajustados que no le tapaban las rodillas aunque sí los muslos, una camisa blanca con corazones rosas, una bufanda de plumas moradas y un cigarro que sobresalía de una boca rodeada de labios mal pintados. Un tipo peculiar.

Frederick Warmpess “El Princeso de Hierro” – Capitán de la Policía de la Llanura del Río Thames y de Rondinum

En aquel momento se encontraba evitando el acoso de una decena de periodistas que intentaban sonsacarle el porqué de la operación policial, a lo que Frederick respondía “No estoy autorizado para hablar, joder, mis amores”. Peculiar. Hastiado de tantos DenDen Mushis y ojos saltones curiosos, decidió caminar con delicadeza pero paso firme al “Hogar de los Sabios”. Y entró, sin ninguna oposición.

El interior del edificio estaba repleto de agentes de policía de todos los rangos imaginables: desde los agentes más rasos hasta los tenientes. Y todos parecían compartir la tarea de buscar algo que no aparecía. O se negaba a aparecer. O ni siquiera se encontraba allí. Warmpess hizo una mueca de resignación tras ver el panorama, se dio media vuelta y se quedó mirando al exterior. De pronto, un ruido en su bolsillo lo alertó.
- ¿Digaaa? –dijo, con su voz cantarina.
- Freddie. Bien. ¿Qué tal va la búsqueda del tesoro?
- Pues mal, cari, mal. No conseguimos encontrar nada, y eso que tenemos buscando a medio cuerpo de policía de la ciudad, hostia puta.
- Pues sigue buscándolo. Que sigan buscándolo. Ese libro no puede salir de la biblioteca. Joder, ¿por qué está ese libro en la biblioteca?
- La ley supongo… Lo que es de la ciudad es de la ciudad, querido. ¡Uy! Espera. Uno de los míos me está haciendo señales con los brazos. Así. –al imitar al individuo en cuestión, el DenDen Mushi se cayó al suelo.
- ¿Freddie? ¡FREDDIEEE! A tomar por culo –y colgó. Parecía malhumorado.

Frederick se acercó al agente que hacía señales con los brazos. Estaba en la segunda planta, en el sector A de la nave izquierda, pasillo uno. El que se veía desde el piso de abajo. Acudió con presteza y de forma muy ligera, como si estuviera volando sobre aquellos tacones de aguja.
- Holiiii, ¿tienes algo? –dijo. El policía hizo un amago de reírse. A Warmpess se le oscureció la mirada.- ¿Te has descojonado de mi forma de hablar, cabrón?
- N… No, mi capitán. Jamás haría eso, Señorito –respondió el otro. Señorito era como le gustaba a Freddie que le llamaran sus subordinados.
- Eso está dabuti –sonrió el capitán de la policía de la provincia.- ¿Qué tienes?
- Un hueco.
- ¿Cómo un hueco?
- Mire, Señorito –explicó el agente, señalando las baldas.- Historia de Downpour - Parte XVII; Historia de Downpour – Parte XVIII; Historia de Downpour – Parte XX.
- Falta la XIX… Que es la que queremos.
- ¿Eso es malo?
- Horrible, mi amor. Joder. Horrible.

Así que se apresuró a bajar por donde había subido y a recoger del suelo el DenDen Mushi que tan descuidadamente había dejado caer. Tuvo que colgar y descolgar para poder efectuar la llamada.
- ¿Qué quieres ahooora? –preguntó una voz, a caballo entre el aburrimiento y el mosqueo, desde el otro lado de la línea.
- Que me escuches, capullo. El libro no está. Y no hay rastros de polvo en el hueco vacío. El robo es reciente.
- Mierda. MIER-DA. Lo tienen. Informa al Abad y coge un automóvil que te traiga hasta Larsat. Cuanto más rápido, mejor.
- Oído.

Y se quedó mirando un par de segundos a la nada antes de correr, de aquella manera tan ágil y acompasada en que lo hacía, directo a un coche.

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“Traerá un poco de luz a este país en penumbras”

David Brown lloraba a moco tendido. Al igual que Sebastian Giggs. Y a Benjamin, Miranda y Gladis se les escapaba alguna lagrimilla. Los dos que lloraban se habían abalanzado sobre Diego, mientras la euforia les hacía perder cualquier rastro de raciocinio y cordura. Pero daba igual. Porque eran felices.

Tan felices como si hubieran descubierto que un ser querido al que creían muerto no estaba muerto en realidad. Que era, precisamente, lo que sucedía. W.K., el Sr. White, el Caballero Blanco, todas eran formas de llamar de una manera demasiado formal al que era su hermano. Su hermano pequeño.

Era cierto que Anthony, Van y Tony se sentían bastante fuera de lugar, pero no podían evitar alguna clase de incomprensible simpatía hacia aquellos secuestradores que parecían aspersores gritando a pleno pulmón. Así que decidieron esperar a que el torrente de emociones pasara, a que el río volviese a su cauce. Pero el río siguió desbordado casi diez minutos más, quizá por culpa de y gracias a las lágrimas de Brown y Giggs, o quizá no.

Pero amainó la bienvenida tormenta. Amainó como amaina cualquier tormenta, o cualquier tormento, que a menudo van de la mano. No era el caso.
- ¿Por qué no me abriste los ojos antes, joder? –soltó David, mientras se secaba las lágrimas de las mejillas. Feliz.
- Tú y Seb sois unos bocazas –respondió Diego, igualmente sonriente y a lo mejor emocionado pero intentando no mostrarlo.- Hubiera sido hipotecar la misión.
- ¿Padre? ¿Madre? ¿Glad? –dijo, de repente, Sebastian.- ¡Lo sabíais!
- Nosotros dos porque teníamos un derecho casi constitucional –dijo Benjamin Louis Johnson, feliz también.- Y Glad porque alguien tenía que hacer de puente, ayudarle.
- ¡O sea que nosotros dos éramos los únicos que no sabíamos nada! –exclamó Brown, todavía contento, pero algo indignado, aunque solo fuera aparente.
- Sois unos bocazas –insistió Miranda, a la que la lágrima brotó de manera definitiva desde su ojo derecho.

Finalmente Diego, entre sonrisas y lágrimas, se acercó a cada uno de los de la mesa, para fundirse en un abrazo con Sebastian, David, Benjamin y Miranda. Con Gladis no. Porque Gladis se anticipó a cualquier movimiento del joven y le besó apasionadamente, provocando un “¡Oooooh!” generalizado. El joven se sentó en el asiento que quedaba libre. Paul, que había observado la escena desde una posición alejada, se acercó a la mesa con el vaso de whisky que el recién llegado había pedido y una sonrisa de oreja a oreja. No era ningún ladrón problemático.
- Supongo que os debo una explicación –dijo el muchacho, dirigiéndose al resto. Tony, Van y Anthony observaban en silencio.
- Y tanto. ¿Diego? ¿En serio? ¿Desde cuándo? –lanzó Brown, con cierto tono de ironía.
- No iban por ahí los tiros. Y sí, Diego porque Glad me lo sugirió y no me pareció mal. Me refiero a mi desaparición. Pero antes de nada tengo que mencionar un par de cosas.
- Como gustes –respondió Sebastian. Tony, Van y Anthony observaban en silencio.
- No me gusta ser impuntual, y el hecho de que lo haya sido tiene un motivo de peso. He perseguido a Stewart Strong, Charles MacAbbeh, y Whisper Gulligulli en automóvil –comenzó a decir. Ben y Miranda hicieron un gesto de dolor.- Ha sido por la noche, estoy totalmente seguro de que no me han descubierto.
- Bueno, sí, ¿y?
- Hay un pueblo oculto. En la provincia de O’Bitiland. Se llama Larsat. Está rodeado por una cúpula invisible de vete tú a saber qué tecnología que destruye todo aquello que lo roza desde el exterior. Y hay un palacio. Enorme. De oro. Es el centro de operaciones de Stewart Strong. No el Palacio del Parlamento –Brown y Sebastian observaban atónitos, pero la mirada franca de Ben les hacía creer aquella disparatada historia. Tony, Van y Anthony observaban en silencio.- Han tenido una discusión. El Gobierno está muy afectado por los atentados. Temen que sea por la Maravilla.
- ¡¡¡MARAVILLA!!! -exclamaron Tony, Van y Anthony, al unísono.
- ¿Qué sabéis de la Maravilla? –preguntó Benjamin.
- Llevamos persiguiéndola desde WolkenBerge.

Todos los que no eran Tony, Van y Anthony, compartieron una mirada de complicidad. Hasta que Diego soltó:
- Si nos ayudáis a derrumbar el país de Stewart Strong, es vuestra.

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Entrada de la Golden Palace

John, que hacía un esfuerzo por mantenerse en pie y no perder detalle de lo que lo rodeaba, vio cómo el hombre del esmoquin carmesí, la barba de dos días y los ojos de color avellana se le acercaba con el gesto serio y nervioso. El tipo extraño de la falda y la cicatriz circular también corrió hacia ellos. Mientras lo hacía, el que salió del palacio estrechó la mano del hombre de la sonrisa de loco. John pensó que si supiera los nombres de aquellos individuos sería todo mucho menos cansado.
- Hola, Whisp. Gracias por venir tan rápido –dijo el del esmoquin carmesí al de la sonrisa de loco.
- Como el viento, Stew –respondió este.

Güisp, Estiú. Vaya nombres raros.
- ¡¡YOTAMBIENEVENÍO!! –exclamó el de la cicatriz circular, atropelladamente. John sintió a cada supuesta palabra que un martillo le golpeaba la sien.
- Ya veo que has venido, Lewis –dijo Estiú. Lewis era un nombre más fácil de recordar.

Lewis Rowhead “El Hombre de la Falda” – Capitán de la Policía de la provincia de McShire

Después el tal Estiú se acercó a John. Lo miró desafiante, de sus ojos de color avellana a los del otro de color castaño oscuro, casi negro. Y sonrió. No cabía duda. Aquella era una pesca gorda, gorda.

Decían las leyes de Downpour –siempre según la anticuada libreta de Van, que no había pisado la isla en cinco años- que, debido al alto índice de criminalidad de la isla, todo hombre que llegaba desde fuera quedaba exento de sus pecados, fueran cuales fueran estos. Fuera cual fuese la recompensa que ofrecían a cambio de la cabeza del forastero. Y así había sido. Al menos hasta que al individuo en cuestión se le ocurriera plantar su puño en el jeto de alguien mínimamente influyente. El Ministro de Economía podría servir de ejemplo. En ese momento, todo lo que el agresor llevara en la mochila comenzaba a pesar. Y no era lo mismo haber cometido un robo en una frutería que acabar con un oficial de cierto rango de la Marina, de haber sembrado el caos en un reino y de haber hecho una isla trizas, literalmente.

Stewart Strong, pues así se llamaba el fulano y no Estiú, sabía todo aquello, y sabía que el sujeto llevaba como extra en su mochila un cartel de búsqueda y captura de cincuenta millones por su cabeza. Ni más, ni menos. Y si, además, el agresor de, por ejemplo, el Ministro de Economía, comenzaba a proclamar a los cuatro vientos que tenía relación con la banda terrorista –que previamente se había encargado, eficazmente y como mandaba su doctrina, de sembrar el terror- local, pues resultaba que el nuevo y reluciente prisionero iba a terminar siendo un precioso trofeo.

Nadie sabía mejor que John que la había cagado. Y a cada doloroso paso que daba en el interior del impoluto palacio, lo sabía mejor que al anterior. Y en cuanto llegó a aquella sala, con una silla de madera dispuesta en medio y las paredes sumidas en la oscuridad, lo supo mejor que en ningún otro momento. Pero se había quedado a gusto. Había hecho lo que tenía que hacer, lo que su particular visión de la ética le había hecho hacer.

Y meditó acerca de los hombres y mujeres que lo habían tenido prisionero la noche anterior. En poco tiempo se cumplirían dos días de su llegada a la isla. Pensó en todo lo que le habían hecho pasar desde que un hombre con la camisa ensangrentada les drogó en la cúspide de la Torre del Reloj. Lo aprisionaron, huyó, peleó y adquirió una posición de fuerza. Pero no explotó. Su instinto no le dejó hacerlo. Pese a que esa gente había matado a un total de trece personas en menos de veinticuatro horas. Creyó entender algo cuando vio al jodido Ministro de Economía –un pelele- atizar a un niño por llorar la partida de su padre.

Siguió meditando mientras le despojaban de su espada, de su abrigo y de su camiseta, y mientras le dejaban el torso desnudo y atado a la silla de madera dispuesta en medio de la sala. Y cuando un hombre raro –otro más- con una enorme piruleta en la mano le atizó el primer latigazo, siguió meditando.

Nadie sabía mejor que John que la había cagado. Lo sentía, sobre todo por sus amigos. Probablemente, el universo le hubiera proporcionado otra oportunidad, más apropiada, para atizar al Ministro de Economía –un pelele-. Pero lo hizo en ese momento, y la cagó. Otro latigazo. Cerró los ojos, y los volvió a abrir. El hombre del esmoquin carmesí se le acercó, secundado por el de la sonrisa de loco.
- ¿Qué sabes de La Sombra? –dijo.- ¿Dónde está y quién es?
- No seguiré consciente mucho tiempo más –respondió John.- Pero juro que durante ese tiempo no voy a darte lo que quieres.
- Yo no estaría tan seguro –otro latigazo.- ¿Y bien?

No respondió.
- ¿Estaba contigo, en Dilemburg? ¿Con tu amigo el Desertor Blanco?

No respondió.
- ¿Viste cómo trabaja? ¿Le ayudaste en algo?

No respondió.
- John Conde… El Cielo se te va a caer encima.
- Pues que caiga.


Continuará...
Última edición por Vito Corleone el Lun Ago 03, 2015 12:25 am, editado 1 vez en total.
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Takagi
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Comandante de la Flota
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Re: Los Panteras Negras V3.

Mensaje por Takagi »

Sé que te dije que esperaría... Pero no quiero que se me pase. El capítulo es tremendo, tiene momentos CLAVE para la saga y para la historia en general, John a tope, Diego brilla, Traffy se luce, bravo.
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