Los Panteras Negras V3.

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TonyTonyRaul
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Re: Los Panteras Negras V3.

Mensaje por TonyTonyRaul »

Capítulo leído he de confensar que cuando vi la extensión del capítulo me pareció muy largo, pero una vez leído no se te hace nada largo y es muy llevadero. Esas descripciones de las escenas son son lo que más me ha gustado del capítulo muy detallistas que llevan al lector a un uso rebosante de su imaginación.

Y como he visto que para Tony no hay cara, pues me he encargado de buscarsela ya que para algo es mi personaje.
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Vito Corleone
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Re: Los Panteras Negras V3.

Mensaje por Vito Corleone »

¡¡Llegó el momento que todos estaban esperandoooooooo o noooooooo pero da iguaaall!!

Ha costado una puñetera barbaridad que el menda se haya enterado de cómo utilizar el Dropboooooxx así queeee... ¡¡Chananananannnnn!!

https://www.dropbox.com/s/l252dk2v982g0 ... 5.pdf?dl=0

204 páginas. Qué barbaridat. Mi PC explotará en breves.
SÍ.
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TonyTonyRaul
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Re: Los Panteras Negras V3.

Mensaje por TonyTonyRaul »

Vito Corleone escribió:¡¡Llegó el momento que todos estaban esperandoooooooo o noooooooo pero da iguaaall!!

Ha costado una puñetera barbaridad que el menda se haya enterado de cómo utilizar el Dropboooooxx así queeee... ¡¡Chananananannnnn!!

https://www.dropbox.com/s/l252dk2v982g0 ... 5.pdf?dl=0

204 páginas. Qué barbaridat. Mi PC explotará en breves.
Perfecto, ya tenemos volumen 5 me emociono y todo :cry: :cry:
Vitocomo se nota que no has tenido un grupo de dropbox de clase con examenes de años anteriores :lol:

Chicos, ¿Alguien me puede pasar el link de descarga del tomo 4?Solo me falta ese, lo agradecería insanamente :mrgreen:
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wild animal
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Re: Los Panteras Negras V3.

Mensaje por wild animal »

Tony, te paso el link del tomo 4

https://www.dropbox.com/s/ianevlfawwmx6 ... 20VOL4.pdf

Por si acaso anexo el link del post donde los subi.

http://www.pirateking.es/foro/ftopic246 ... ml#p869969


Por cierto, ¿que piensan de la idea que comenté? lo de JK Read o la futura isla (idea de Tony)
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TonyTonyRaul
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Re: Los Panteras Negras V3.

Mensaje por TonyTonyRaul »

wild animal escribió:Tony, te paso el link del tomo 4

https://www.dropbox.com/s/ianevlfawwmx6 ... 20VOL4.pdf

Por si acaso anexo el link del post donde los subi.

http://www.pirateking.es/foro/ftopic246 ... ml#p869969


Por cierto, ¿que piensan de la idea que comenté? lo de JK Read o la futura isla (idea de Tony)
Gracias Wild, como dije que lo agradecería insanamente ahora voy y me muero :suicidio: xDDDDDDDDDDDD

A mi mi idea de la futura isla me gusta( :P ). Concuerdo en que nos hace falta una chica urgentemente en el grupo y como veo que no tiene ninguna akuma no mi me parece una candidata ideal J.K.Read. Yo personalmente pienso que ya tenemos bastantes por no decir (muchos)usuarios dentro de la tripulación así que por mi bien.

Pd:Necesitamos un tio/a que no sea usuario/a que vaya a saco paco, repartiendo ostias con "to" la mano abierta XDDD
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wild animal
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Re: Los Panteras Negras V3.

Mensaje por wild animal »

Chicos, os presento algo que planeaba desde hace tiempo. Tenía pensado que fuera mi post 3´000, pero no soporté la tentación :lol: . Les traigo algo que puede ser una canción o un poema, si lo escuchan con musica de fondo (como yo) y logran darle ritmo que mejor. Es la historia que llevamos hasta ahora, pero en verso. Realmente espero que les guste, y me digan que opinan.


Escuchen todos la leyenda que os voy a presentar
es la historia de un pirata, que llegó a ser rey del mar
Poned mucha atención, a la historia que te espera
de una tripulación, fueron llamados panteras.

Conocido es John Conde, el negrito mas sabroso
junto a su tripulación, son fuertes y peligrosos
John sufrió una tragedia, quedando solo de niño
siempre llevará a su hermano, que recuerda con cariño

Armado con una espada, y la fruta de las bombas
él tendrá mil aventuras, en el mar causando trombas
Aliado con sus amigos, esa es su tripulación,
llamados panteras negras, ellos no son del montón

Anthony es su segundo, orgulloso el desertor
era un caza recompensas, de Arabasta el mejor
Recordando a esa chica, a Kelia a quien adoró
hasta ese horrible día, por error la asesinó

Juró que se vengaría, de Jerou el capitán
esa enorme lagartija, poderosa cual titan
Fue una dura batalla, escapando por los pelos
Derrotando a Jerou, dejándolo por el suelo

En el cielo se divisa, a una extraña criatura
es un gigantesco grifo, arquero de las alturas
El príncipe desterrado, con un pasado muy duro
a pesar de ser pirata, conserva un corazón puro

Con sus flechas perforantes, te acierta desde lejos
y su fina puntería, mas de uno queda perplejo
En la isla Wolkenberge, la de las rocas flotantes
encontraron aventuras, y a Van el navegante

Asesino despiadado, ese es Van el mafioso
con la logia de energía, es astuto y peligroso
Todos con un objetivo, encontremos esa pista
aunque empiece una guerra y destruyamos la isla

Un detective famoso, ese es Diego enamorado
su defecto son las damas, lo dejan idiotizado
Es un hombre muy astuto, detective y ladrón
siempre buscando esa chica, a su verdadero amor

El estilo pierna negra, y una fuerza sobre humana
derrotando enemigos, la sombra se encargaba
En la isla competencia, una chica hace contacto
su nombre es JK, con un cuerpo de infarto

Con un corazón muy puro, mostrando sus ideales
la ultima de su especie, los escribas infernales
Ella escribirá la historia, de John Conde atención
y la banda de rufianes, que son su tripulación.

Han sido mil aventuras, desde Krugger pesadilla
hasta Hunter el traidor, nadie lo imaginaría
Con Tallans vicealmirante, renunciando a la marina
se convertirá en pirata, siempre los perseguiría

En el fondo del Grand Line, viven 4 gobernantes
Abbey buscando venganza, Yatros a quien gobernarle
Dorian Daniels inmortal, mandamas es de los muertos
Belzeb busca a su hermano, mientras desata el infierno

Una guerra se aproxima, algo se esta cocinando
Mientras pasan aventura, mas y mas van avanzando
Aquí termina la historia, aquí acaba la canción
de la historia de John Conde, y su gran tripulación


Bien chicos, espero les agradará, aprovechando que el tema esta vivo. Se aceptan criticas buenas y malas.

Saludos.
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TonyTonyRaul
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Re: Los Panteras Negras V3.

Mensaje por TonyTonyRaul »

wild animal escribió:Chicos, os presento algo que planeaba desde hace tiempo. Tenía pensado que fuera mi post 3´000, pero no soporté la tentación :lol: . Les traigo algo que puede ser una canción o un poema, si lo escuchan con musica de fondo (como yo) y logran darle ritmo que mejor. Es la historia que llevamos hasta ahora, pero en verso. Realmente espero que les guste, y me digan que opinan.


Escuchen todos la leyenda que os voy a presentar
es la historia de un pirata, que llegó a ser rey del mar
Poned mucha atención, a la historia que te espera
de una tripulación, fueron llamados panteras.

Conocido es John Conde, el negrito mas sabroso
junto a su tripulación, son fuertes y peligrosos
John sufrió una tragedia, quedando solo de niño
siempre llevará a su hermano, que recuerda con cariño

Armado con una espada, y la fruta de las bombas
él tendrá mil aventuras, en el mar causando trombas
Aliado con sus amigos, esa es su tripulación,
llamados panteras negras, ellos no son del montón

Anthony es su segundo, orgulloso el desertor
era un caza recompensas, de Arabasta el mejor
Recordando a esa chica, a Kelia a quien adoró
hasta ese horrible día, por error la asesinó

Juró que se vengaría, de Jerou el capitán
esa enorme lagartija, poderosa cual titan
Fue una dura batalla, escapando por los pelos
Derrotando a Jerou, dejándolo por el suelo

En el cielo se divisa, a una extraña criatura
es un gigantesco grifo, arquero de las alturas
El príncipe desterrado, con un pasado muy duro
a pesar de ser pirata, conserva un corazón puro

Con sus flechas perforantes, te acierta desde lejos
y su fina puntería, mas de uno queda perplejo
En la isla Wolkenberge, la de las rocas flotantes
encontraron aventuras, y a Van el navegante

Asesino despiadado, ese es Van el mafioso
con la logia de energía, es astuto y peligroso
Todos con un objetivo, encontremos esa pista
aunque empiece una guerra y destruyamos la isla

Un detective famoso, ese es Diego enamorado
su defecto son las damas, lo dejan idiotizado
Es un hombre muy astuto, detective y ladrón
siempre buscando esa chica, a su verdadero amor

El estilo pierna negra, y una fuerza sobre humana
derrotando enemigos, la sombra se encargaba
En la isla competencia, una chica hace contacto
su nombre es JK, con un cuerpo de infarto

Con un corazón muy puro, mostrando sus ideales
la ultima de su especie, los escribas infernales
Ella escribirá la historia, de John Conde atención
y la banda de rufianes, que son su tripulación.

Han sido mil aventuras, desde Krugger pesadilla
hasta Hunter el traidor, nadie lo imaginaría
Con Tallans vicealmirante, renunciando a la marina
se convertirá en pirata, siempre los perseguiría

En el fondo del Grand Line, viven 4 gobernantes
Abbey buscando venganza, Yatros a quien gobernarle
Dorian Daniels inmortal, mandamas es de los muertos
Belzeb busca a su hermano, mientras desata el infierno

Una guerra se aproxima, algo se esta cocinando
Mientras pasan aventura, mas y mas van avanzando
Aquí termina la historia, aquí acaba la canción
de la historia de John Conde, y su gran tripulación


Bien chicos, espero les agradará, aprovechando que el tema esta vivo. Se aceptan criticas buenas y malas.

Saludos.
Ostias¿Lo has hecho tu wild?mola tela, claramente mi parte favorita es la del principe desterrado. Con esto te hago un couplé, te lo llevo al falla y ganamos el concurso fijo(cosas mías del carnaval gaditano)

Con esto podríamos confirmar que la siguiente tripulante será J.K Read, pero la pregunta es¿la metemos en la siguiente saga o una más tarde?
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Vito Corleone
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Re: Los Panteras Negras V3.

Mensaje por Vito Corleone »

Gran trabajo, wild, gran trabajo :aplausos: :aplausos:

Me ha gustado mucho, tanto el vistazo a los tripulantes de los Panteras como al repaso a lo acaecido hasta ahora y el nombramiento de los 4 Emperadores. Chapó.


En fin, en cuanto pueda posteo una lista de personajes y lugares de Downpour y de la saga, para orientarse mejor, a petición de wild.

Besis de fresis.
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wild animal
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Re: Los Panteras Negras V3.

Mensaje por wild animal »

Saludos panteras (extrañaba decir eso). Tenia tiempo queriendo publicar esto, ya que mi post 1'000 fue en panteras, mi post 2'000 y mi post 3'000 también lo debe ser. Ha sido tanto mi deseo que mi post 3'000 sea con mis nakamas panteriles, que no he publicado nada en varios días (de hecho me perdí la final de Wanted), pero lo vale, ya que es mi tema favorito del foro y siempre es un placer ver que hay publicaciones nuevas en el tema.

Ahora ¿a que va todo esto? Leyendo y releyendo el tema he visto cosas que no concuerdan, cosas que salieron de la nada y tenemos dado por hecho. La explicacion abajo.

Hemos puesto muchas sugerencias, cosas que se quedan y otras que nadie ha apoyado o dado aprovacion (por los menos la mayoria), y por esa regla debo decir que Lo que aparece en la pagina 1 no es real, no es nada aprovado ni algo fijo.

No me gustaria se malinterpretaran mis palabras, pero la verdad es algo que fue puesto de la nada. No niego el trabajo de nuestro nakama, pero son cosas que no recuerdo no solo se aprobaran, si no se mencionaran siquiera. ¿En que momento se menciono lo del demonio del mar? ¿cuando discutimos lo del Pengarah? ¿cuando se hizo oficial personajes que jamas vimos ya lo damos por hecho en nuestra historia? ¿quien es el rey calabaza? ¿quien es el vicealmirante Zhan Yamanawa? ¿cuando dijimos esas frutas? ¿el vice que crea objetos elasticos? ¿el de la zoan rinoceronte? ¿alguien recuerda que se discutiera o se mencionara siquiera?

Hay cosas que hemos seguido y es por que nos a gustado, como lo de las maravillas o el demonio del mar, pero hay otras que no estamos obligados a obedecer.

Como dije, no es mal trabajo, pero dimos por hecho algo que nadie sabe de donde salió.

¿A que voy? Es simple, podemos aprovechar que el tema esta muerto (que lo esta) y no hay distracciones para poder hacer una reorganizacion (sin que afecte la historia actual), planear y detallar cosas que podrían afectar a futuro, y evitar DEMS. Un ejemplo de esto sería la historia de Tallans, que entre todos la planeamos y tenemos un excelente personaje perseguidor (que hasta logramos meterlo en la historia :ok: )

Tambien aprovechar para hacer algo bien planeado, con personajes se note fueron bien trabajados, y notar a buenos personajes que han caido en el olvido siendo suplantados por otros salidos de no sé donde. Un ejemplo es el shichibukai sugerido por Vito una vez, la logia de lazer, uno sugerido por movius con la pixel pixel no mi, y uno sugerido por su servidor con alas negras que se fortalece con la sangre, o la historia de Tom Conde (en lo personal me agrada bastante y ha sido olvidada).


Mis sugerencia:
  1. Aprovechar el paron para planear personajes en conjunto como lo hemos dicho muchas veces. Por ejemplo Shichis basados en algo en comun, desde peliculas, paises, generos, etc. Otro podría ser los supernovas, que cada uno sugiera uno y sean de diferentes paises. Cosas así.
  2. Una lluvia de ideas sobre la organizacion de nuestro mundo. Obviamente nada oficial, pero si para darnos una idea de donde estamos y no cometer un DEM despues.
Es momento de mostrar todas esas ideas que tenemos escondidas, volver a darle vida al tema.

PDT: Vito jamas me diste esa lista :( :lol: :lol: :lol:

Saludos.

PDT 2: En lo personal me gustaria cambiaramos la yonko Abbey Road, pero eso es un gusto personal.
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Re: Los Panteras Negras V3.

Mensaje por CaptainSoraking »

Buenas xD Voy a hablar un poco desde el desconocimiento ya que no voy al día con Panteras Negras pero creo haber entendido de Wild es que se ha escrito cosas desde el capítulo 1 con las que no concuerdan ni se sabe que hacer con ellas. Creo que es lo del pasado de John Conde, lo de matar a los padres y tal y la importancia de las espadas panteras. A lo mejor yo no he llegado al punto en el que se explican eso pero creo que se hizo sin saber la respuesta.

A lo que me refiero, se ha creado un misterio sin saber uno mismo la respuesta. Yo esto no lo recomiendo porque es difícil de llevar y más en una historia grupal. Pero también es jodido debatir sobre qué hacer porque spoileáis a los lectores que no participan en la creación de la historia.Tampoco quiero decir lo que haría o no porque ni pincho ni corto aquí xD Lo único que puedo prestar son consejos e ideas. Evidentemente me tendré que leer todos los tomos para hacer la saga de Panteras Negras en mi fanfic.

También me disculpo por no seguir leyendo Panteras negras :serio: Entre la universidad y el empujón y el brote de ideas con mi fanfic no me ha dado mucho tiempo pero ya os digo, podéis contar conmigo para consejos, ideas e incluso para dar mi opinión sobre algo que queráis hacer. Tan sólo me tenéis que mandar un mp y allí estaré :wink:
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Re: Los Panteras Negras V3.

Mensaje por Takagi »

CaptainSoraking escribió:Buenas xD Voy a hablar un poco desde el desconocimiento ya que no voy al día con Panteras Negras pero creo haber entendido de Wild es que se ha escrito cosas desde el capítulo 1 con las que no concuerdan ni se sabe que hacer con ellas. Creo que es lo del pasado de John Conde, lo de matar a los padres y tal y la importancia de las espadas panteras. A lo mejor yo no he llegado al punto en el que se explican eso pero creo que se hizo sin saber la respuesta.

A lo que me refiero, se ha creado un misterio sin saber uno mismo la respuesta. Yo esto no lo recomiendo porque es difícil de llevar y más en una historia grupal. Pero también es jodido debatir sobre qué hacer porque spoileáis a los lectores que no participan en la creación de la historia.Tampoco quiero decir lo que haría o no porque ni pincho ni corto aquí xD Lo único que puedo prestar son consejos e ideas. Evidentemente me tendré que leer todos los tomos para hacer la saga de Panteras Negras en mi fanfic.

También me disculpo por no seguir leyendo Panteras negras :serio: Entre la universidad y el empujón y el brote de ideas con mi fanfic no me ha dado mucho tiempo pero ya os digo, podéis contar conmigo para consejos, ideas e incluso para dar mi opinión sobre algo que queráis hacer. Tan sólo me tenéis que mandar un mp y allí estaré :wink:
Creo que no iban por ahí los tiros. Si no he entendido mal, el problema no radica en el pasado de John y tan el primer capítulo, el cual a mí al menos no me genera ninguna duda así que si alguien tiene dudas se responderán sin problema. El problema está en que muchas propuestas de personajes, organizaciones y similares fueron añadidos al primer post sin pasar por algún tipo de filtro o votación, a modo de recopilación, cajón de sastre o simple recordatorio, lo que puede ser bueno o malo, una base de datos útil o un caos.

Intentaré sacar tiempo para echarle un ojo, pero ahora mismo no dispongo de él.
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Re: Los Panteras Negras V3.

Mensaje por wild animal »

Sora es una pena lo de la falta de tiempo, pero es algo natural y totalmente comprensible, tienes un buen trabajo con tu fic y vale la pena seguir ese buen proyecto.

Anti, entendiste bien, a lo que me refería, siendo directo: Propongo reorganizar lo visto en la pagina 1 del tema. No todo obviamente, pero si cosas que nadie jamas menciono y fueron puestos derrepente (y por alguna razon todos dimos por hecho)

Las maravillas y la historia del demonio del mar estan bien, ya hasta es algo que incluimos en la historia, pero ¿los consejeros del gobierno? ¿bais? ¿peridiando? ¿solon? ¿jason? ¿pillon?. Apuesto a que ninguno habia escuchado de ellos antes.

No niego el trabajo de nuestro nakama, pero es un buen momento para proponer la organizacion de nuestro mundo, así que, ¿alguna idea?

Por cierto Tony JK tendría que entrar en la siguiente saga, por que como son tardadas no conviene tener una saga sin nakama para evitar esperas largas.

Saludos.
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Re: Los Panteras Negras V3.

Mensaje por Vito Corleone »

En fin, esto hay que retomarlo, aunque sea a trompicones.

Para ello os traigo el capítulo 53. Un apunte: entiendo que los que os gustaría escribir, ya sea por tiempo o por confusión u otras razones, no podáis hacerlo; la saga está complicada. Por eso, y añadiendo que dispongo de tiempo suficiente y tremendas ganas, me preguntaba si estáis de acuerdo con que enfile la saga y la plantee hasta los combates, para que el que venga al menos no tenga tanto cacao con los personajes y pueda pasar a la acción. Insisto, esto no lo hago por acaparar, sino más bien para que no se duerma el tema.

Lo dicho, el capítulo 53, que me voy por las ramas:
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Capítulo 53
Sólo Para Tus Ojos

Anthony sacudió su empapada cabellera, y se llevó la mano al bolsillo. Había encontrado cobijo bajo el que resguardarse en aquel barrio de aparente lujo. Las pérgolas de las intransitadas carreteras ofrecían un buen lugar para evitar la lluvia, y el Desertor agradecía aquel regalo de la ciudad.

Sacó un pequeño papel, algo mojado y húmedo, y lo leyó –por enésima vez- con detenimiento. Entornó los ojos, después, para observar a través de la niebla y la lluvia la hora que marcaba la imponente torre del reloj de la ciudad, de la cual Anthony gozaba de una inmejorable perspectiva desde aquella especie de colina que había sido nombrada como “Holyhill” por los transeúntes a los que les preguntó acerca de la dirección del papelito. Hizo una mueca de rabia. Las tres y media de la madrugada. Y pese a que el día siguiente era festivo, no eran ni por asomo horas a las que empezar a molestar a la gente.

Por un instante pensó que sus compañeros podían haber regresado al hostal. Desechó esa posibilidad al recordar las tenebrosas palabras de la anciana. Algo sobre cierta sombra a la que John, Tony y Van debían haber ofendido, hecho enfadar o cualquier otra cosa de la que, por desgracia, no se extrañaría en absoluto.

Una idea cruzó su cabeza. Un pálpito. Volvió a acercarse el papel, y, esbozando una ligera sonrisa de satisfacción, leyó el eslogan que venía escrito bajo el nombre del que le había dado la tarjeta.

“La luz que ilumina el camino cuando las cosas se ensombrecen”.

Por un instante maldijo entre dientes no haberse dado cuenta en el mismo instante en el que la vieja mencionó siquiera aquello. Luego pensó que, en efecto y como era más probable, aquello era una macabra casualidad, una simple jugarreta de un destino que parecía haberse cebado con él y sus amigos desde que había perdido la pista de John y Tony casi quince horas atrás.

Vaciló por un instante. El corazón dividía sus ganas de llamar al timbre del detective Diego Orlais o regresar al hostal y pedir cuentas a la abuela. Cerró los ojos, tomó la decisión que creyó conveniente y, sujetando con toda la fuerza que su mano izquierda le permitía una máscara metálica, echó a correr.

-------------------------------


La Vicelmirante de la Marina Isabella acostumbraba a dormir por la noche. Como la inmensa mayoría de los mortales, inmortales y muertos. Y como mortales e inmortales (al menos), odiaba desde lo más profundo de su ser que la despertaran cuando precisamente soñaba con cierto ascenso que, más allá del mundo onírico, rara vez sucedería.

Se hallaba sentada en el asiento trasero de un taxi de emergencia –lujoso, por si las moscas-, junto a Lady Di, a la que consideraba su mano derecha, y con unas ojeras que le llegaban casi hasta las rodillas. Pensó que si todos los días y todas las noches eran tan ajetreadas en la isla –o al menos en la gran ciudad-, los oriundos de Downpour podían meterse su delicioso whisky y sus secos puros por el culo.

Se recostó y acurrucó, haciéndose una especie de pelota con capa, y miró a través del frío cristal la gélida noche que le aguardaba al salir. Al final, en el taxi no estaba tan mal. Sintió envidia por el resto de Marines, que aquellas horas dormían como marmotas en camarotes o apartamentos de hotel. El vehículo dio de pronto un fuerte volantazo que a punto estuvo de romper la defensiva posición de la vicealmirante. Después frenó, como cegado por las parpadeantes luces, azules y rojas, que habían inundado aquella parcela urbana.

Perezosa, salió del coche, escoltada por su fiel compañera de servicio, y observó, rehaciendo su postura y de la forma más imponente que sus cansados hombros le permitieron, el desolador panorama. Había cerca de doce coches de la policía local, con sus respectivos agentes, todos ellos pálidos y pasmados como cadáveres.

- Debe ser el clima –propuso Lady Di en tono sarcástico, provocando una pequeña carcajada de su superior.

En seguida se acercaron caras conocidas. Stewart Strong encabezaba una nerviosa comitiva, secundada por Whisper Gulligulli, el respetable Abad Charles MacAbbeh –que se había pasado de respetable acudiendo a la cita en pijama- y el imberbe detective Diego Orlais, cuyo rostro parecía inquietantemente más sereno que el de los demás.

- Buenas noches, señores –dijo, haciendo una exagerada y burlona reverencia-. Un placer estar aquí con ustedes.
- Ya, lo siento mucho –se disculpó Stewart, llevándose la mano a la cabeza.
- No hace falta que lo sientas. ¿Qué coño ha pasado, han robado un crucifijo o qué? –preguntó percatándose de que estaban en la más prestigiosa iglesia de la ciudad.
- Pf… Ojalá fuera eso –respondió Whisper, que junto con Diego parecía ser el menos afectado de los cuatro.- Homicidio. Múltiple. Un tanto brutal.
- Vaya –contestó la Marine.- Touché.
- Y no son asesinatos al azar –intervino el Abad, cuya vestimenta obligó a Isabella a disimular una prominente sonrisa.
- Los 12 Ilustrados. Los 12 sabios que rigen desde el Parlamento este país. Los que manejan el cotarro, vaya.
- Es grave –finalizó la alta mujer, dedicando una mirada a los hombres. Lady Di observaba en silencio.
- Mucho –matizó Whisper. Isabella dedicó una mirada a Diego.
- Pareces relajado.
- Sólo finjo estarlo –respondió el joven, ofreciendo una escueta sonrisa.
- Será mejor que lo vea usted misma.

--------------------------------


David Brown tragó saliva y se mantuvo agazapado a la sombra de las tenues luces de aquel gris pasillo. Tenía una mano ocupada por una pistola de calibre 38, y la otra por tres jeringuillas rellenas de un líquido casi transparente. Se había despertado –otra vez- un escaso minuto antes, cuando el estruendo de cierta trampilla al cerrarse lo había alterado. Tras moverse todo lo rápido que pudo, se encontró con la inesperada situación que los tres prisioneros habían dejado: una puerta metálica con seguridad de clave numérica completamente abierta y su compañero desmayado en el suelo con una pequeña herida en la cabeza.

Había iniciado su persecución cuando unas voces le sugirieron que los imprudentes reclusos estaban regresando al epicentro de la catástrofe que estaba sucediendo en aquellos instantes, así que optó por la vía más rudimentaria. Esperar en una esquina hasta que los individuos en cuestión aparecieran en escena, tratar de sedarlos, y utilizar la pistola como último recurso. No se le escaparían. Escuchó unas voces a escasos metros.

- Puede que el pelirrojo tenga las llaves –dijo Van, “La Bestia”. Su voz le era reconocible.
- Probablemente. Y, si no, habrá que buscar al otro –contestó otro. 4 metros, calculó Brown.
- Sep –finalizó el tercero. 3.

2…
1…

Con un rápido movimiento, se abalanzó hacia el mafioso, primero de la comitiva, y le insertó una de las jeringuillas en el cuello, provocándole un desmayo casi instantáneo. Los otros dos continuaban algo sorprendidos cuando el hombre se incorporó con una velocidad endiablada y clavó la segunda jeringuilla en el estómago de Tony. Este cayó redondo al suelo. Propulsó su mano con fuerza para hacer lo propio con John Conde, pero este lo esquivó con un ágil recorte agachándose, tras lo cual embistió a Brown a la altura de la cadera, derribándolo. Tras un breve forcejeo, David consiguió golpear al joven en la frente con la culata de la pistola, provocándole una considerable hemorragia por encima de la sien, a lo que John, lejos de amedrentarse, respondió con un fuerte puñetazo doble en la nariz –todo lo que los dichosos grilletes le permitían-. El golpe hizo que Brown soltase la jeringuilla y se llevase la mano a la cara, instante que Conde aprovechó para husmear en la gruesa chaqueta de cuero del hombre, en busca de las llaves que le permitieran luchar en igualdad. Este no tardó en reaccionar, y rápidamente alejó a John con un fuerte puntapié a la altura del cuello, echándolo al suelo.

Los dos adversarios, jadeantes, se levantaron tranquilamente, dándose un pequeño respiro. Brown se limpió la sangre que manaba de su –rota- nariz con gesto dolorido, y John presionó con fuerza su herida haciendo una mueca de dolor.

- Eres duro de pelar –piropeó a su rival David, señalando las esposas.- Pese a eso.
- Quizá me cueste un minuto más de la cuenta –respondió John, con cierto deje de arrogancia.
- Puede –dijo Brown, apuntando con su pistola al joven.- Aunque no suelo fallar.
- Sólo queremos irnos.
- No podemos arriesgar. Si os hubierais quedado quietecitos en vuestra celda, en tres días estaríais paseando en las calles de Rondinum otra vez.
- ¿Debo creérmelo?
- Mejor no.
- Podíamos habernos quedado si supiéramos el porqué.
- El porqué es, precisamente, la razón, John Conde…

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Con su delicada y aún medio adormilada mano, cogió una taza de las lustrosas encimeras y la puso debajo de la máquina de café. No le gustaba, no le apetecía, pero lo necesitaba. Necesitaba mantenerse en pie. Mantenerse despierta. Llenó la taza con leche, hasta la mitad aproximadamente, y dejó caer el café, viendo las dos superficies mezclarse y adoptar un color intermedio.

Luego meneó la cabeza para evitar quedarse dormida, y dedicó una mirada al reloj que adornaba la vacía pared. Casi las cuatro de la madrugada. Se bebió de un trago el preparado, frío, y se relamió los labios. Había que empezar a moverse. Diego no estaba donde lo había dejado al acostarse. Había salido. Solía hacerlo.

Gladis caminó pausadamente hasta el vestidor. Le gustaba el frío tacto de la madera en sus pies descalzos. Abrió la puerta de la estancia, casi tan espaciosa como su propio dormitorio. Y de un armario sacó un vestido de tubo largo con abertura lateral, atrevido y negro como la noche que aguardaba fuera. Lo dejó sobre una silla, cuidando que no se arrugara en exceso. Miró con gesto serio a la toalla que cubría la mayor parte de su cuerpo. La echó al suelo. Se observó en su desnudez, en su pureza. Se sentía transparente. Como un cristal. Y frágil. Puso su mano derecha entre el pecho y el ombligo. Y acarició. Aún dolía; notó una lágrima recorrer su rostro. Fría. Sorda. Por última vez.

Se vistió. Sin prisa, pero siendo consciente, en cada gesto, en cada acción, de lo que hacía. Palpando el momento, sintiendo el paso de cada segundo como si fuera el último de su existencia. Fue al tocador después. Se pintó los labios de rojo carmesí, y remarcó sus ojos castaños con un rímel oscuro. Color café, pensó. Aún tenía el cabello mojado. Se secaría con los minutos. Con los segundos, con el aire.

Paso a paso, despacio, se acercó a la entrada, y se quedó mirando un DenDenMushi, convenientemente aparcado en una mesilla al lado de la gran puerta. Reloj. Cuatro y diez minutos. Estaba al caer.

El aparato comenzó a emitir desagradables chirridos. La muchacha, cuya elegante y esbelta figura cegaba lo imponente del hall de la mansión, no hizo más que descolgar. No esperó a que el llamador dijera nada.
- Recibido –sentenció, seca. Colgó.

Respiró hondo; abrió la puerta tras coger un paraguas. Y nada más sentir la fresca lluvia, la húmeda noche en su tez, una voz, ciertamente familiar, la sorprendió.
- Ops… Hola –dijo un muchacho de cabello gris. Cogió una empapada tarjeta de su bolsillo.- ¿Es aquí la… Orlais & Co. S.L.?

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La pendula fait tic-tac-tic-tic;
Les oiseaux du lac pic-pac-pic-pic;
Glou-glou-glou font tous les dindons,
Et la jolie cloche, ding-din-don;


- Mais Boum… Quand notre cœur fait Boum ! Tut avec lui dit boum !, et c’est l’amour qui s’éveille…

La abadía se transformó en una improvisada y personalizada comisaría. Diego Orlais gustaba de trabajar en su ambiente, en su burbuja, así que pidió al monaguillo de turno que le desempolvara algún disco de vinilo y lo hiciera sonar. Se encargó también de que le facilitaran una pipa y algo de tabaco, a la par que una botella de whisky. Mientras cantaba las canciones que sonaban entre dientes, organizó distintos departamentos con la ayuda de su amigo Whisper Gulligulli, que se mostró de acuerdo con las medidas tomadas por el joven.

El altar sirvió de mesa forense pese a las quejas de MacAbbeh, al que Stewart se llevó a una cafetería cercana para que se calmara un poco. El exterior de la abadía sirvió para que los hombres de Whisper inspeccionaran e hicieran guardia, buscando alguna pista. La Vicealmirante Isabella, que mostró una gran predisposición para ayudar, ya había dado la orden de que sus hombres localizaran e interrogaran a los vecinos y diversos posibles testigos de la acción o huida del asesino, o asesinos. Ella misma se dirigía en aquellos instantes a los buques atracados en el puerto para comandar a sus hombres.

El revuelo que se había causado aquella noche de sábado en Rondinum no tenía precedentes en el preciosista gobierno de Stewart Strong. No se limitaba al asesinato del primer ministro del país, suceso ya harto grave, sino que los cuerpos de los doce hombres más sabios de la isla habían aparecido colgados desde el techo de la abadía, en un alarde de acrobacia y sadismo increíble.

- Boum! Le Monde entier fait boum! –tarareaba Diego, que junto con Whisper se encargaba de supervisar cada uno de los departamentos.
- ¿Has elegido tú el disco?
- No, ha sido el monaguillo –juntó el índice con el pulgar.- Excelente gusto en música.
- Yo soy más rockero –respondió el jefe de policía, sonriendo como de costumbre.

La cosa marchaba bien. Acababan de comprobar las comunicaciones con los Marines y los grupos de policías que patrullaban la ciudad –que se realizaban por medio de una gigante mesa de la sacristía en la que habían sido colocados cerca de cincuenta DenDen Mushis, y el rastreo estaba siendo, rápido, preciso y silencioso. Faltaba la eficacia.

Las primeras pruebas forenses, por otra parte, mostraban que las muertes se habían producido todas por idéntico método: una bala en la cabeza. Quien fuera el asesino, se había encargado de matarlos a todos, uno por uno, y después de ello, se ofreció el gusto de colgarlos del techo de uno de los lugares más significativos de la ciudad.

Un fraile, que por lo visto había llegado al poco de que MacAbbeh se encontrara con el percal, se había ofrecido a dar su testimonio a la policía. Aguardaba en la pequeña sala de reuniones, en el sótano de la iglesia, a los dos hombres que, según le habían dicho, le harían un par de preguntas.

- ¿Crees que servirá de algo? –preguntó Diego, sin demasiado entusiasmo.
- Si no nos sirve, podemos darnos por jodidos. Hemos empezado a buscar muy tarde, el asesino podría estar en alta mar a estas alturas.
- No, no podría. Me he puesto en contacto con los del registro del puerto, y no consta que haya salido ningún barco de ningún puerto de la ciudad en las últimas cuatro horas. Lo que me preocupa es la…
- ¿Carretera? –interrumpió Whisper.- Imposible. Te cuento: las dos primeras salidas, la noroeste y la nornoroeste están cerradas por inundaciones, y las otras llevan paradas casi cinco horas por congestión. Por si fuera poco, he hablado con los agentes de los peajes y las salidas con la orden de que no dejen salir ningún coche. Es imposible que haya huido por carretera.
- Entonces, sigue en Rondinum.
- Tiene que seguir en Rondinum.
- Eso limita el ratio de búsqueda considerablemente –comentó Orlais, con más esperanza en apariencia.
- Y tan considerablemente. Pero sigue siendo como buscar una aguja en un pajar.
- En un pajar mucho más pequeño ahora.
- Cierto.

Llegaron a las escaleras que conducían al sótano, a las habitaciones y demás estancias vitales. A la casa de los sacerdotes de la Nueva Iglesia. Al hogar de los predicadores de la verdad. Descendieron a paso ligero, y enfilaron un bien iluminado pasillo, hasta doblar la esquina veinte metros después. Abrieron la primera puerta que encontraron a su derecha. Un hombre que debía rondar los sesenta alzó la cabeza para ver a los recién llegados.

- Que Dios nos ayude, ¡es horrible! –exclamó, levantándose para estrechar la mano de los dos hombres.
- Lo es, Mr. Dufresne. Efectivamente lo es –respondió Whisper, apretando con fuerza la temblorosa mano que el anciano le había tendido, como intentando darle algo de seguridad.
- ¡Oh, hijo! –farfulló Dufresne después, dirigiéndose a Diego.- Es demasiado joven para ver la muerte tan de cerca.
- Sí, tal vez –respondió el aludido tras una mueca de incomodidad. No era el hijo de aquel señor, no era un crío.- Esto… Nos gustaría que nos respondiera algunas preguntas.
- Lo que quieran; o lo que pueda. Qué tragedia…
- Bien –comenzó Gulligulli, cogiendo las riendas.- Ha dicho usted que estaba en un bar cercano con unos amigos tomando una copa a la hora en la que creemos que ha sucedido el asesinato.
- Sí, pregúntenle al barman si tienen dudas. He visto a alguien salir de la Abadía. Al principio me ha extrañado, pero no le he dado demasiada importancia. Después, cuando volvíamos aquí, hemos encontrado a Charlie… A Su Ilustrísima gritando aterrorizado –intentaba imitar con sus manos el gesto del Abad-. Después nos hemos encontrado… Con eso.
- ¿Podría describir al hombre que ha visto salir? –preguntó Diego.- ¿Ve usted bien?
- Por fortuna. Pero estaba lo suficientemente lejos como para que no pudiera fijarme en detalles. Creo que llevaba un esmoquin. Vestía de negro al menos.
- ¿Algún rasgo facial? –insistió Whisper.
- Las sombras que dejan las farolas lo ocultaban, era un mal ángulo. Aunque…
- ¿Sí?
- Me ha parecido ver una especie de destello. Como de metal brillante.
- Metal… ¿Seguro?-dijo Gulligulli.
- Casi. No lo juraría, pero si tuviera que apostar…
- Metal -repitió el jefe de policía, que acto seguido miró a Orlais. Este parecía meditativo, hasta que se le iluminó la cara.
- Una máscara de metal. ¡Una máscara! –exclamó.- Todo lo que un asesino necesita para ocultar su rostro.
- ¿Seguro?
- ¿Qué otra cosa puede ser?

El interrogatorio no se extendió mucho más. Un par de preguntas más, como hacia dónde salió el malhechor –pregunta esta ciertamente inútil, pues pudo dar un rodeo para despistar posibles testigos-, o el nombre del bar en el que estaba el buen hombre. Después los tres se incorporaron y salieron de la habitación, mientras charlaban acerca de lo acaecido, de que aquello ya era asunto de estado. Y, entre las decoradas puertas de madera de las habitaciones, comedores y baños, a Diego le llamó la atención una metálica, medio oculta en las penumbras.

- Mr. Dufresne… ¿Qué hay tras esa puerta?
- Ah, nada de interés. Escobas y fregonas.


Subieron a la planta principal y siguieron con la búsqueda del asesino.

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- El porqué es… ¿la razón? –repitió John, enarcando una ceja.
- Jamás lo entenderías. Ni tú ni tus amiguitos.
- No has intentado explicármelo.
- Te estoy diciendo que esto es precisamente para no tener que dar explicaciones.

Se produjo un tenso silencio después. David Brown se acercó despacio a John, sin dejar de apuntarle con su arma del calibre 38.
- Si te estás quieto y obedeces, a lo mejor te lo contaré mañana –dijo, empuñando con la otra mano la jeringuilla restante.
- No, mañana no.
Conde, en un gesto rapidísimo, sujetó la pistola por el cañón y la apartó de forma que el disparo de Brown sólo llegó a rozar su ondulada cabellera. Después, pateó la entrepierna de su adversario, y al dejar este caer la jeringuilla y la pistola, se apoderó de ambas y apuntó con la segunda a la cabeza de David. El semblante del joven era serio, pero escondía una ligera satisfacción.
- Mañana no –repitió.
- Impaciente… -contestó Brown, riéndose pese a estar agachado y con la cara casi morada.
- Me lo vas a explicar todo. Absolutamente todo. Y sin mentiras, ¿correcto?
- He dicho mañana.

En un arrebato de rabia, John clavó la jeringuilla en el pecho de su rehén –su primer rehén-, dejándolo dormido. Enarcó después las dos cejas, y comenzó a improvisar tácticas de reanimación. Apretó con las dos manos el pecho de la víctima primero, dando golpes, primero. Probó con espabilarlo mediante pequeñas bofetadas después. Nada funcionó. Vista la situación, y con cuatro medio fiambres en el suelo, optó por la vía que creyó conveniente: comenzó a vaciar todos los bolsillos de Brown, sin prisa, inspeccionando bien.
- Premio –musitó cuando encontró unas llaves.

Efectivamente, resultaron ser las llaves de sus grilletes. Una vez liberadas sus manos, se tomó el tiempo de acariciarse las muñecas, doloridas y enrojecidas. Después, se quedó embobado mirando la decena de papeles que había extraído de la gabardina y pantalones de Brown. Comenzó a analizarlos con detenimiento. Cogió uno, y le defraudó comprobar que era una lista de la compra bastante antigua. Y corta. “Comprar 50 metros de cuerda resistente”, decía el aviso. Lo apartó enseguida.

Siguió husmeando. Recibos, tickets de compra de whisky, una foto de apariencia antigua comandada por un hombre de mediana edad y de ojos brillantes. En la misma foto posaban una señora –aproximadamente de la edad del hombre de los ojos brillantes-, un chaval pelirrojo, otro moreno y de cabello rizado al que enseguida dio un aire de David, y una guapa chiquilla rubia de sonrisa brillante. Por alguna razón simpatizó con los integrantes de aquella estampa familiar, y no pudo evitar sonreír tiernamente.

Cuando iba a tirar la imagen junto a los demás artículos que le habían resultado inservibles, se fijó en el reverso del papel. Marcaba la fecha de veinticinco años atrás, con unas curiosas iniciales en el centro del envejecido material. “D.K.”. Dio la vuelta a la foto de nuevo, y se fijó en que, evidentemente, los dos chicos y la chica no se parecían en nada, y ninguno había heredado siquiera los ojos del hombre que parecía ser el padre de familia. D.K.

Guardó la fotografía en el bolsillo de su holgado pantalón, doblándola de la forma en que lo estaba cuando la había encontrado, y alzó la cabeza.
- ¡Hostia! –exclamó.- ¡Shira!

Rápidamente comprobó de nuevo los bolsillos de Brown. No encontró su preciada espada, y tras dejar escapar un “¡Joder!”, comenzó a recorrer los oscuros y concurridos pasillos, perdiéndose enseguida en aquel pequeño aunque complejo laberinto.

Pateó y rompió cada puerta que se le puso enfrente, inspeccionando la habitación que había tras cada una de ellas. Seguía sin encontrar nada. Las estancias, quitando las que estaban completamente vacías, eran sobrias y sin nada de más; John comenzaba a ponerse nervioso. No sabía cuánto duraría el efecto de los sedantes, y no quería verse en la tesitura de tener que asesinar a dos hombres a sangre fría. Lo ideal sería encontrar sus pertenencias, coger a Tony y a Van y largarse al hostal donde, probablemente, Anthony estaría esperándoles. Y, una vez ahí, decidir si intentar buscar al hombre al que venían persiguiendo desde que salieron de WolkenBerge –ya casi se había olvidado de él-, o retomar el hilo de los secuestradores. Lo ideal, pensó, sería poder decidir las cosas y buscar algo de sentido a todo lo que sucedía ahí.

Abrió la puerta de una habitación, algo jadeante. Y después, otra. Llegó, tras doblar la esquina, a una que ya había abierto. Y sin tiempo para darse media vuelta, una voz lo sorprendió.
- Ahí no encontrarás tu espada –dijo Sebastian Giggs, mientras se frotaba la herida de la nuca.

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Un té. Que fueran dos. Fue lo que un sorprendido camarero escuchó que le trajeran desde la mesa cinco. Sorprendido no por la petición, sino más bien por las personas a las que correspondía cada té.

Stewart Strong había llevado a Charles MacAbbeh al establecimiento de comida y bebida más cercano que encontró, resultando este ser un local bastante cutre –que portaba orgulloso el ingenioso nombre de “Bar Budo”- en el que a aquellas horas no había más que un vagabundo durmiendo, un borracho en el suelo, el camarero de la última ronda, el Abad de la Iglesia y el Gobernador de la isla. Y el servicio era igual de seco y burdo para todos. No había lugar para los autógrafos a las cuatro y cuarto de la madrugada.

Stewart bebió un sorbo de su té cuando el camarero trajo en unas tazas de porcelana a medio romper la bebida. Suspiró, y miró a través de la ventana las tenues luces de aquella zona, empobrecidas por la lluvia y el frío. Después dirigió su mirada al Abad. Iba a hablar, cuando Charles se le adelantó.
- ¿Cómo piensas darle la vuelta a esto, Stew? –preguntó, con la mirada perdida. El otro cerró la boca. Hubo un breve e incómodo silencio.- Esta vez no es como hace dos años.
- Lo sé. Veo que estás mejor ya…
- ¿Y cómo piensas arreglarlo?
- Lo dices como si fuera únicamente mi responsabilidad.
- Obviamente lo es. La figura del Gobernador, Stewart, ha de hacerse respetar más que la de ningún otro. Ha de hacer sentir a sus ciudadanos seguros.
- …
- ¿Te parece casualidad que esto sea exactamente dos años después del incidente de Saint Johann?
- Aquello fue una excepción, sin duda. Pero la isla nunca ha vuelto a vivir una situación similar.
- No, ya lo veo. Hasta hoy. ¿Estás al tanto de las huelgas de trabajadores en Easthampton y en Matebuk?
- Sí.
- La gente está harta, Stewart. Y esto es lo que les falta para atacar.
- ¿Esto?
- Ver resquicios en el Gobierno.
- Es un sistema a prueba de golpes de estado. Hace unas horas he hablado con Henry MacMoyes acerca del asunto.
- ¿Y?
- Pues lo de siempre, impagos. He ordenado que se lleven a los padres de las familias defraudadoras a las minas.
- Las medidas duras están bien, amigo. Pero hace falta demostrar poder. Evitar pequeñas sublevaciones como huelgas.
- ¿Qué debo hacer? ¿Ejecuciones públicas?
- Por lo pronto, atrapar a este individuo que nos está jodiendo tan bien la existencia.
- Nos ha pillado en bragas. Sabía cuándo y dónde atacar, ya lo has visto en la fiesta.
- Ahí tienes el fallo. Tenemos al enemigo comiendo de nuestra mesa.
- ¿Y a quién propones? –exclamó Stewart, bajando enseguida el tono al percatarse de que el camarero los miraba.
- Supongo que ni Sir Orlais ni Whisper tendrán constancia de las huelgas y de los maltratos ciudadanos, ¿no?
- Whisper algo sabe. ¿Isabella?
- Llegó ayer.
- Cierto.
- Si el topo era alguno de los asesinados y se lo han cargado para evitar situaciones embarazosas, la llevamos clara…

Entre comentario y respuesta, se habían terminado el té ambos. Hicieron ademán de incorporarse, aunque finalmente acordaron visualmente quedarse un par de minutos más, dejando que el corazón terminara de volver a su cauce habitual. La imagen, aterradora, aún seguía en su mente. Doce cuerpos balanceándose, meciéndose al son de los ecos de la Abadía, iluminados de vez en cuando por los rayos que caían del enfurecido cielo.
- Y si… ¿No fuera cuestión de justicia únicamente? –propuso Stewart finalmente.
- Explícate –respondió el Abad, con gesto sombrío.
- Piensa. El lugar. El simbolismo. El número. ¿Colgaría alguien que busca justicia a doce hombres?
- Sólo si lo considera justo, supongo.
- No… Podría ir más allá. La Abadía. Piensa. Doce. Hombres colgados del cielo, ahogados con el peso de su propio cuerpo, de sus propias acciones. Puede que desde el principio fuera algo más que justicia –dijo el Gobernador echando el cuerpo ligeramente hacia delante.

MacAbbeh contuvo la respiración por un instante. Su tez arrugada palideció de nuevo, y notó caer a través de sus sienes una fría gota de sudor. Tragó saliva. Observó su mano. Temblaba. Comprendió por qué el Jefe de Estado hablaba de aquella manera tan críptica. Y, con un hilo de voz, farfulló.
- No sugieras eso ni en broma, Stewart. Ni en broma.

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- Sí… -respondió Gladis, dubitativa.- Supongo. ¿Sabe la hora que es?
- Deben ser pasadas las cuatro.
- ¿Y no le parece que no es hora de andar llamando a los timbres?
- Parece preparada –respondió Anthony, dedicando una sugerente mirada a la bella joven.- Serán un par de preguntas.
- No tengo tiempo.

Anthony no supo muy bien qué postura adoptar cuando vio a la muchacha cerrar la enorme puerta a sus espaldas y descender la pequeña escalinata que unía el edificio con el jardín. Pensó en mostrar la máscara metálica, pero hubiera sido jugar su mejor carta a las primeras de cambio. Así que optó por la vía fácil.
- ¿Dónde puedo hablar con “La Sombra”? –preguntó, haciendo énfasis en lo último.

Como era de prever, la joven se detuvo en seco. Dos segundos después, se dio la vuelta. Clavó sus ojos castaños en los de Anthony, provocando a este un pequeño escalofrío. Se aseguró de que la máscara no podía ser vista por la muchacha y se repuso. Había conseguido lo que buscaba: atención.
- ¿Quién es? –preguntó, con el semblante frío. La lluvia que caía del cielo emborronaba la visión que el Desertor tenía de Gladis.
- Un fantasma.
- Je… -la muchacha sonrió.- ¿Y cuál es su nombre… fantasma?
- Mi nombre no importa ahora. Ni el suyo. Sí el de mis amigos. John, Van y Tony. ¿Le suena?
- No –torció el gesto.- No me suena.
- Dos de ellos estaban conmigo ayer por la mañana en las excavaciones.
- Ah, los recuerdo. Uno de cabello negro y rizado y el otro corto, liso… Sí, les pongo cara. ¿Qué sucede con ellos?
- Pensaba que usted podría ayudarme. Usted o Sir Orlais. Tengo entendido que “La Sombra” tiene prisioneros a mis compañeros.
- No debería pronunciar ese nombre en exceso –respondió Gladis con una pequeña sonrisa en la boca.- Se dice que la niebla de Downpour le sirve de cobijo. Debo irme.

Anthony vio que la muchacha se escapaba por segunda vez, y visto el panorama, decidió mostrar su baza final. La reacción marcaría un éxito o un fracaso absoluto.
- Hoy la niebla –sacó la máscara y se la mostró a la joven- no ha sido suficiente, por lo visto.

Gladis dio un respingo. Anthony sonrió. En el clavo.


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Al final de la calle brillaba una luz. Llovía. El suelo estaba mojado –casi inundado-, y era fácil resbalarse en el reluciente adoquinado. No había nadie en aquel abandonado rincón del Thames District, más que algún gato que, solitario y silencioso, cruzaba de lado a lado la rúa en busca de cobijo, o de algún tejado.

Y de pronto hubo alguien. En un suspiro llegó a la luz del final. Observó el cartel de madera que colgaba, enganchado por dos bisagras que chirriaban a cada golpe de viento a una barra de metal. Rezaba: “Ben’s Hostel”. Golpeó con fuerza la puerta.

No hubo respuesta inmediata. Probó una segunda vez. Nadie abrió. La tercera acometida, más poderosa, fue acompañada de gritos.
- ¡Miranda! ¡¡Vamos, abre!! –aguardó un par de segundos.- ¡¡Miranda!!

Escuchó unos pasos al otro lado de la empapada puerta. Ya llegaba. Se abrió, chirriando casi tanto como las bisagras que bailaban sobre su cabeza.
- Hola, Miranda –dijo, finalmente. Tenía gran parte del rostro tapado con una especie de mezcla entre abrigo y capa. Sin embargo, sus ojos parecían brillantes pedazos de cielo en la oscuridad de la noche.

Una anciana, de cerca de metro y medio, sonrió desde dentro del hostal, invitando al recién llegado a entrar.
- Hola, Ben. Has tardado.
- La edad no perdona.
- Has perdido la máscara.
- Lo sé. Ha sido un accidente. Ya da igual.
- ¿Lo has hecho?
- A medias. Ahora les toca a ellos.
- ¿A todos?
- A todos.

Se quedaron mirando el uno al otro durante algo menos de un minuto. El tal Ben se quitó el abrigo, dejando a la vista de la tenue luz del lugar su arrugada y mellada tez.
- A veces me pregunto si queda algo de esa ternura de antaño detrás de esa fría máscara de hierro.
- ¿Ternura? Sólo para tus ojos, Miranda. Ya no hay máscara. Nunca más la habrá.


Continuará…

¡Besis de fresis!



Edit: Aparte de eso, tengo una idea para Glad. Ya saldrá si es menester.
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Takagi
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Re: Los Panteras Negras V3.

Mensaje por Takagi »

Ya sabes cuál es mi opinión, encantado con el capítulo, con la forma que le estás dando a la saga y conforme con la idea de ver más capítulos tuyos si eso implica que todo tenga un nivel y un sentido como hasta ahora.
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Vito Corleone
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Mensaje por Vito Corleone »

Next chapter, hasta que alguien me diga que pare... xDDDD

Nah, espero que os guste. A ver si a medida que se va esclareciendo en cacao montado alguien se anima ^^
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Capítulo 54
W.K.

Dos figuras, cuyas sombras se proyectaban, temblorosas, sobre el suelo y las paredes de aquellos estrechos y enraizados pasillos, avanzaban en silencio. Sebastian Giggs, que parecía algo aturdido aún y sujetaba su cabeza desde la nuca tratando de calmar la hemorragia que tenía. Un par de pasos por detrás caminaba John Conde, con gesto serio y la mirada clavada en el pelirrojo.

El problema del joven, de claro matiz moral, no le dejaba destruir la máscara de impasibilidad que él mismo se había colocado. Por una parte, el hecho de haber permanecido prisionero durante un tiempo indefinido –ni siquiera sabía si llevaba días u horas en aquella especie de cárcel subterránea-, le provocaba impulsos violentos que lo invitaban a atizar al hombre que le precedía en la caminata. Sin embargo, prefería saber el motivo por el que fue encerrado y drogado. Y recuperar a Shira. Ciertamente, el orden no importaba.

Llevaban un par de minutos andando a paso ligero, cuando Sebastian enfiló unas escaleras descendentes que se ocultaban al final de un pasillo. La bajada se le hizo eterna al muchacho. Abrió una puerta después de llegar al pie de las escaleras, haciendo un gesto a Conde para que pasara al otro lado. Este, dedicando una mirada recelosa al desagradable anfitrión, accedió a entrar en la oscura estancia. Giggs encendió la luz.
- Búscala en ese cajón de ahí –dijo, señalando una estantería en el lado izquierdo. No obtuvo respuesta.

John tragó saliva. Giró sobre sí mismo, boquiabierto. Y avanzó. Se encontraba en una habitación de unos veinte metros de longitud por otros veinte de anchura. El techo se encontraba, además, a una altura de otros diez metros. Una estancia imponente, más allá de sus dimensiones, por el hecho de estar forrada de armas de todo tipo. Las paredes –de metal, grises como la niebla del exterior- apenas se veían a causa del negro de los centenares de miles de armas de todo tipo que decoraban las paredes.

Había ametralladoras, rifles, escopetas, hachas, navajas, pistolas, bazucas. De todos los tamaños y colores. De todos los calibres y filos imaginables. John, completamente impresionado, caminó hasta el estante que el pelirrojo había señalado. Abrió el enorme cajón central. No tardó en encontrar su tesoro. Shira descansaba sobre cientos de sables, navajas, katanas y demás armas blancas. Y entre todas las armas blancas, la más blanca fue retirada para alojarse en el cinto del muchacho. Escuchó la voz de Sebastian resonar en la sala.
- ¿Ahora me matarás?
- No es mi estilo –se dio media vuelta y clavó sus oscuros ojos en el otro.- Pero sí te pediré que me expliques ciertas cosas.
- No me pilla por sorpresa. Pero me temo que antes tendremos que pactar ciertas cosas.
- ¿Cómo si fuera una alianza?
- Exacto.
- Vuestros motivos tendrían que convencerme muchísimo. Vuestros métodos, de momento, no me gustan. Pero no me queda otro remedio, supongo. No he pensado que me fueras a devolver a Shira sin nada a cambio.
- No habrá más que una opción, John Conde.
- Empieza.

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Una calada. Sintió cómo sus pulmones se volvían un poco más negros. Cómo su garganta se tornaba algo más áspera, y sus dedos oscurecían. Probablemente por el efecto que la ausencia de luna provocaba en aquel lado sombrío de la Abadía de Southminster. Expulsó el humo, y agitó el cigarrillo para ver después la ceniza caer sobre el pavimento. La mirada clavada en los reflejos de las farolas sobre la empapada carretera de cinco pasos más allá. Se acarició la pequeña barba.

Whisper Gulligulli también fumaba un cigarrillo. No acostumbraba a hacerlo, pero cuando el estrés lo superaba, lo utilizaba como recurso. La lluvia había cesado algo en su empeño de inundar el mundo, y no caían más que inofensivas gotas. Algo temporal. Como todo.
- Diego, deberías irte a casa. Dormir un poco. Te veo agotado –dijo.
- Sí, probablemente –respondió este, sin apartar los ojos de la carretera. Su tono era vago y apagado. Whisper suspiró.
- Tenemos una buena base –prosiguió el jefe de policía.- Nuestros hombres rastrearán cada rincón de la ciudad y encontrarán la máscara en cuestión junto con el tío.
- A no ser que la haya tirado por ahí –añadió Diego, pesimista.- Es imposible que lo encontremos. No hay suficientes indicios.
- Tenemos lo de Sir Gergibond. Y esto. Es cuestión de atar cabos, sacaremos este caso adelante como hemos sacado todos los casos anteriores.
- Si al menos tuviéramos la cara del enmascarado. Su descripción, quiero decir. Glad nos dijo que el hombre manchado de sangre que vio en la fiesta era pálido, de cabello rubio y ondulado, de postura endeble y andares afeminados. Es una descripción válida. Pero no tenemos nada para casarlo con esta…
- Atrocidad.
- Atrocidad.

Diego dio otra calada al embutido de tabaco que tenía entre el dedo índice y el corazón. Whisper hizo lo propio. Ambos permanecieron un buen rato en silencio. El fino viento había hecho que el agua calara en los huesos de los dos hombres de la ley.
- Además –prosiguió Orlais, retomando el anterior hilo.- El modus operandi es radicalmente distinto. Fíjate. Uno sucede a plena luz del día, a la vista de cientos de personas. La otra, a la noche y con la protección de una máscara. Uno con una daga, el otro, con una pistola y una buena cuerda. El primero es un asesinato individual, el segundo es múltiple. El hecho de que sean asesinatos tan distintos deja a las claras que no han sido cometidos por la misma persona, y sin embargo, el nexo que une a todas las víctimas…
- Altos estamentos.
- Eso es. Es imposible de obviar.
- ¿Qué sugieres?
- Una organización terrorista.
- ¿A santo de qué iba una organización a matar trece hombres en un día?
- Whisp, no me como los mocos, aunque te cueste creerlo. El ambiente en Downpour, la tensión, es insostenible. Por lo de las minas.
- ¿Te lo ha contado Stewart?
- No –otra calada. Después, Diego echó el cigarro al suelo y lo pisoteó.- Te he dicho que no me como los mocos. La prensa se lo calla, pero la voz corre como el viento.
- Ya… Las minas. Es un problema, sí… -Gulligulli parecía ensimismado.
- ¿Hay algo que debería saber acerca de ese tema?
- ¿De ese…? No. Oh, mira. Stewart y Charles vuelven.

Whisper también tiró su cigarrillo al suelo, y los dos se acercaron hacia el Gobernador y el Abad, que acababan de cruzar la enorme puerta de la Abadía con semblante serio.

La lluvia dio una tregua a la ciudad. Las nubes dejaron de llorar, avisando de que regresarían, más pronto que tarde.

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El Ben’s Hostel era un lugar muy austero. Un apartado rincón de un barrio obrero, lejos de las luces y de los lujos del centro de la ciudad. Un oasis en la penumbra. Un bar con piso superior, ciertamente cutre, pero suficiente para los extraviados y agotados turistas que decidían alojarse ahí. Y el escondite perfecto.

El establecimiento debía su nombre a su fundador, Benjamin Louis Johnson, un honrado hombre nacido en una localidad de la provincia de O’Bitiland llamada Amparal. Había regido el negocio junto a su esposa, Miranda Bennett, una pequeña y simpática mujer. Sin embargo, Benjamin pasaba mucho tiempo fuera de la zona, incluso fuera de la ciudad, por asuntos personales. Los vecinos comenzaban a extrañarse y verlo como una especie de “vividor”, que dejaba a su mujer encargarse de lo grueso de la tarea mientras él se dedicaba a beber por la ciudad y utilizar su cautivadora mirada para atraer muchachas más jóvenes a su lado. Johnson, descontento con los rumores, decidió finalmente traspasar la propiedad del negocio a Mianda y desaparecer. Al menos sobre el papel.

Nada más lejos de la realidad. Benjamin Louis Johnson no era, ni por asomo, el alma libre que los vecinos describían. Como hombre exigente que siempre había sido, era un firme defensor de los derechos civiles e incluso participaba en numerosas manifestaciones contra la explotación laboral que se daba en las minas de kairoseki de la Meseta de Terralta. Y, si pasaba tanto tiempo fuera de casa, no era por más motivo que aquel. Reflexionaba sobre la manera de dar la vuelta a la situación. Pasaba largas horas en la biblioteca de la ciudad, a su vez. Y, por las noches, de vez en cuando, aparecía en el que había sido su hostal, para visitar a su amada.

Con el paso del tiempo, Miranda comprobó cómo su marido se volvía más frío, más seco. Más lejano. Hasta que, una noche cinco meses después de desvincularse del negocio, llegó al bar con un chiquillo pelirrojo, sucio y malherido, sujetado a su mano.
- Miranda… ¿estás bien? –preguntó Benjamin, poniendo su mano derecha sobre el hombro de la anciana y sacándola de sus melancólicos pensamientos.
- Ah, sí… Lo siento –respondió esta, asintiendo y frotándose los ojos con las yemas de los dedos.- ¿Quieres algo de beber?
- Whisky.

Miranda asintió, y se dirigió al bar. Ben caminó hasta una de las mesas de madera, y tomó asiento. Aquella ennegrecida superficie le resultaba cada vez más confortante. Probablemente, porque sabía que la hora de dejar las grandes emociones había llegado. Se quitó el abrigo, que tenía echado sobre sus hombros, dejando a la vista un esmoquin negro hecho a medida y decorado con una rosa en la parte izquierda del pecho.

Era un hombre de estatura media, que rondaba el metro ochenta; y, pese a que había superado los sesenta años un lustro atrás, aún se mostraba muy en forma. Una espalda ancha, brazos fornidos y unas piernas poderosas le daban la apariencia de un hombre mucho más joven de lo que en realidad era. Su cabello, completamente gris a aquellas alturas, lo llevaba cuidadosamente peinado hacia atrás, en forma de una especia de tupé que hacía destacar las horizontales arrugas de su frente. Sus ojos celestes destacaban en su fría cara, de boca precisa y nariz prominente, de anchas ventanas.
- Un Whisky –dijo Miranda, dejando el vaso enfrente de Ben- para mi jovencísima “Sombra”.
- Je…

Benjamin Louis Johnson, “La Sombra” – Leyenda del Crimen en Downpour

- Adoro tu sentido de la ironía, Yubaba.
- Pues yo no adoro que me llames así.

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Gladis abrió con fuerza una puerta; concretamente, la que daba acceso a una de las tres salas de estar de aquella flamante mansión. Su rostro no mostraba emoción alguna, y sus ojos no miraban a ninguna parte. Caminaba a paso ligero, con presteza, clavando los finos tacones de su calzado en el delicado tapiz rojo del suelo. Un par de pasos por detrás iba Anthony, que no estaba muy seguro de si debía dibujar una sonrisa chulesca de satisfacción en su cara, o si en cambio debía optar por mantener un gesto más reservado.

Había dos butacas frente a frente y, en medio, una mesa con un cenicero con un par de cigarrillos a medio consumir y un par de velas apagadas. El rastro de lo que parecía ser una noche romántica. La muchacha tomó asiento en una de las dos butacas, e instó a su acompañante a hacer lo propio en la restante. Anthony, algo sonrojado, asintió y se sentó. Sintió una necesitada liberación en sus cansadas piernas.

- Bien, habla –dijo Gladis, sacando un paquete de cigarros desde su bolso y un mechero de su escote. Anthony abrió los ojos, sorprendido, y la joven sonrió.- Los fisgones no suelen atreverse a mirar ahí.
- Es un mechero…
- Un mechero en según qué manos puede resultar peligroso, ¿no crees?
- Supongo.

Hubo un breve silencio. El Desertor puso la máscara de metal sobre la mesa, ante la atenta mirada de la muchacha, que terminó de encender el cigarro y ya se lo llevaba a la boca. Aspiró y expulsó el humo, tras lo cual llenó la superficie de porcelana que reposaba sobre un delicado cristal con algo más de ceniza.
- ¿Vas a hablar o voy a tener que tirarte de la lengua? –dijo.
- Creo que soy el que menos cosas tiene que contar, de todas for…
- ¿Dónde has encontrado la máscara?
- Ha sido cuando venía hacia aquí. No parecía haber nadie en la calle, cuando de pronto, ¡BAM! He chocado contra algo, o… ¡o alguien! –Anthony estaba siendo bastante expresivo en sus gestos- Me he caído, me he dado un golpe en la nuca, y para cuando me he levantado, no había nada… o nadie cerca. He dado un paso, y ¡ploc!, me he tropezado con esta cosita.
- ¿Dónde caminabas?
- Puesss… No sé. Venía del hostal donde nos hemos alojado, Ben’s Hostel creo que se llama, y he recorrido media ciudad a pata, así que…
- ¿Ben’s Hostel? ¿Estás seguro?
- Sssssí –respondió el joven, dubitativo.
- Bien –zanjó Gladis, y se levantó.- Disculpa que te deje sólo aquí durante cinco minutos. Vuelvo enseguida.
- ¿Me dirás ahora dónde están mis amigos?

La muchacha suspiró.
- Espera. Cinco minutos, ¿vale?

Anthony asintió, y observó cómo su anfitriona salía de la estancia.

Gladis, por su parte, hacía todo lo posible por mantener una respiración acompasada. Podía haber puesto una cara de absoluta indiferencia ante el visitante cuando le había enseñado la máscara, pero lo inesperado de la imagen la sorprendió demasiado. Un pequeño error que ahora podía costar caro. Por lo pronto, la operación tenía que ser aplazada como mínimo un día más, pues no podía largarse así como así en aquella situación.

Debía improvisar ahora. Hacer un par de llamadas. Quizá tres. Subió unas discretas escaleras de madera que quedaban ocultas tras una especie de cortina circular, pegada a la pared de una habitación llena de trastos viejos. Llegó arriba del todo, donde aguardaba una puerta de metal medio oxidada. Sacó las llaves de su bolso, y la abrió.

Un habitáculo, de dimensiones proporcionadas, y austero en su decoración, en contraste con la inmensa mayoría de estancias de la mansión. Las paredes, desnudas, ahogaban cualquier sonido que procediera del lugar, aislándola del resto de la casa. No había ventanas, por lo que toda la luz que había procedía de una larga bombilla de neón clavada al techo.

Y en la pared opuesta a la puerta, había una especie de escritorio, equipado con diez DenDen Mushis y una especie de monitor enorme, con botones y palanquitas de todo tipo. Gladis no pareció sentirse sobrepasada por todo aquel montón de cachivaches y tomó asiento enfrente de la mesa de operaciones. Descolgó uno de los comunicadores.


Diez minutos después.

Anthony seguía en la sala. Ya habían pasado cinco minutos desde que había decidido que estaba demasiado aburrido como para quedarse quieto en la butaca, así que había empezado a pulular por el salón, curioseando entre los cuadros, mini-bares y encimeras colocadas en las esquinas y paredes.

Incluso se atrevió a sacar un vaso cuadrado y una botella de whisky. Y a llenar el vaso y a beber de él. Dos veces ya. Iba a por el tercer trago cuando Gladis entró en la sala, enarcando una ceja al ver al joven. Este escondió el vaso y la botella a su espalda, e hizo ademán de saludar con la cabeza.
- Y… ¿Y bien? –dijo Anthony, que notaba la sangre bombear en su cabeza.
- Te llevaré a donde están tus amigos. Pero tengo que exigirte que no intentes escapar ni durante el trayecto ni después de llegar. O tendré que matarte.
- Co… ¡Correcto!

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5 minutos antes.

Había cinco hombres sentados en círculo, cada uno sobre su silla. Dos de ellos tenían los ojos abiertos, y los tres restantes tenían la cabeza echada hacia atrás, como si estuvieran dormidos. John Conde y Sebastian Giggs, de brazos cruzados, aguardaban a que los bellos durmientes se espabilaran. El primero le miró al segundo, y se le dirigió en tono aburrido.
- ¿Me lo vas a contar o no?
- Espera a que se despierten –respondió el pelirrojo.
- Espero que merezca la pena –refunfuñó John.
- Tiempo al tiempo. Prefiero contarlo todo de una vez y no repetir lo mismo tres veces.

Sonó un DenDen Mushi en el bolsillo de Giggs, que no tardó en descolgarlo. Tragó saliva, y carraspeó.
- Aquí D.K.2. ¿D.K.5?
- No es momento para formalidades, Seb –se oyó claramente desde el otro lado de la línea.
- Ehm… Bien, sí… -miró a John, que puso cara de haber oído su nombre.- De acuerdo. ¿Qué sucede?
- Un… Ligero contratiempo.
- Huy, qué bien. Cuéntame, preciosa.
- Tengo en la mansión a un chaval…
- Descripción.
- Pues… Estatura media alta, pelo gris, ojos castaños, moreno. Ropa holgada.
- Lo tengo. El Desertor Blanco.
- ¡Anthony! –farfulló John.
- Es tu amigo, ¿no? –preguntó Giggs.
- Seb, ¿va todo bien?
- Sí, sí. Resulta que tengo aquí a sus amiguitos.
- No jodas.
- Te lo juro.
- ¿Prisioneros?
- No –miró a Conde con gesto reprobador.- Pero digamos que la situación es… Estable. ¿El Desertor pregunta por sus compañeros?
- Afirmativo. Pero no es lo más preocupante. Tiene la máscara. La de Zero.
- No.
- Te lo prometo.

Giggs miró su reloj, y puso los ojos como platos. John se dedicaba a escuchar en silencio ahora, esperando que dijeran algo más de Anthony.
- Es muy tarde. ¿No te has puesto en contacto con él?
- Lo acabo de hacer. Está al tanto.
- ¿Y?
- Se retrasa. Hasta mañana. Resulta que no puede haber… Ya sabes. Gente de fuera que lo sabe o que pueda delatarnos.
- Precisamente –miró a John, que sonrió forzosamente.
- Dice que debemos reunirnos de nuevo mañana, a la hora de la comida. Procura que para entonces la amenaza esté neutralizada.
- ¿¡¡QUUUUÉÉÉÉ?!! –exclamó John, incorporándose de golpe.- Nonononono. A mí no me neutralizáis.
- ¿Quieres calmarte? –respondió Giggs, sujetando al joven desde el hombro.
- Giggs, ¿va todo bien?
- Más o menos –respondió el pelirrojo, después de asegurarse de que Conde se sentaba, a regañadientes.
- Lo dicho. Me dirigiré hacia allí. Mañana a la hora de la comida. Todos.
- ¿Hasta Mr. White?
- Él también. Ya tocaba conocerlo, ¿no?
- Tocaba. Cuídate.
- Lo haré.

Sebastian guardó el DenDen Mushi en el bolsillo de su abrigo, y dedicó una mirada asesina a John, que se encogió de hombros. Al joven no le gustaba que hablaran de neutralizarlo, y le parecía una falta de respeto absoluta, teniendo en cuenta que era él el que tenía una posición de fuerza en aquella situación.

Uno de los tres dormidos suspiró.
- ¿Habéis dicho algo sobre una máscara? –dijo Van, que se encontraba atado a la silla con grilletes de kairoseki todavía.
- Buenos días, guapete –respondió John, sacando la lengua a su amigo.- Los grilletes son por precaución, no te preocupes.
- Je… Payaso…
- Ñe… -dijo Tony, bostezando a continuación.

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Diez minutos antes, Abadía de Southminster.

El revuelo alrededor de la Abadía ya se había calmado. Una ambulancia evacuaba los cadáveres hacia el hospital de la ciudad, unas cuantas manzanas más allá, aunque no muy alejado del centro.

Tres hombres permanecían de pie enfrente de la puerta. Uno de ellos fumaba un cigarrillo. Los dos restantes permanecían en silencio.
- Es una lástima que los hombres muertos no hablen –dijo Orlais. MacAbbeh y Strong asintieron.
- Al ritmo que vamos, la ciudad acabará siendo silenciosa para cuando nos demos cuenta –dijo este último.
- ¿Dónde ha ido Whisper? –preguntó Charles.
- Lo han llamado al DenDen Mushi –contestó Diego, dando otra calada al cigarro.- No ha querido decirme quién era.

Precisamente, Whisper acababa de doblar la esquina de la iglesia y se dirigía al pequeño grupo con su ya clásica sonrisa psicopática en el rostro. Stewart se dirigió al jefe de policía.
- ¡Whisp! –dijo. Charles también comenzó a caminar. Diego permaneció donde estaba.
- Era… Urgente, Stew; lo siento.
- No pasa nada. Ehm… Tenemos que hablar.
- No –corrigió el Abad.- Tenemos que irnos, Stewart –miró atrás.- Los tres.

Diego alzó la mirada, y se acercó a los demás.
- ¿Iros? ¿Yo no cuento? –dijo, con una sonrisa torcida. Stewart agachó la cabeza, y se le dirigió.
- Diego… No es nada personal. Son asuntos muy delicados, que tienen que ser tratados con mucho mimo y…
- ¿Lo de las minas? Se lo he dicho antes a Whisp, no soy un puto crío; sé que la cosa va mal.
- No… No es sobre las minas. Te ruego que no me hagas más preguntas. Diego, te lo pido por favor. Vete a casa y descansa. Mañana será un día largo.

El joven respiró hondo, y asintió, echando a continuación el cigarrillo al suelo. Lo pisó con cierto deje de rabia. Volvía a suceder. Volvían a tratarlo como a un crío, como a un párvulo. Como lo que en realidad, reflexionó, era, por mucho que intentara disfrazarse. Sonrió de la forma más creíble que pudo.
- Hasta mañana entonces –dijo Strong, tendiendo la mano al chaval. Este la estrechó.
- Hasta mañana –respondió Diego, rascándose la barba.

Los tres “Importantes”, pensó. Subieron a una limusina negra, que arrancó enseguida. Avanzaba a trancas y barrancas entre los coches de policía, aparcados de forma muy desordenada. Observó los rostros que se reflejaban al otro lado de los medio opacos cristales. MacAbbeh permanecía serio. Stewart incluso parecía contrariado. Whisper, por su parte, permanecía quieto, con esa siniestra sonrisa en la cara. Diego maldijo entre dientes.

Dio un paso hacia delante, y después otro. A cada uno que daba, sentía sus piernas ir más y más deprisa. La limusina ya había salido del atasco, y se disponía a enfilar la recta que llevaba al centro de la ciudad. Orlais corría ahora con todas sus fuerzas a través del jardín de la Abadía, sin perder de vista el coche en el que iban, definitivamente, los tres hombres más poderosos de la isla. Cuando llegó enfrente de la carretera, entró en el único coche de policía aparcado fuera del pequeño atasco, dio gracias por el despistado agente que había dejado la llave del contacto puesta y arrancó.

La limusina ya corría a través del puente que unía la iglesia con los edificios del Palacio de Southminster y la Torre del Reloj. Un coche de policía, con las luces azules y rojas apagadas, la seguía a una distancia provisional de unos cien metros. Diego pensó, con acierto, que la limusina se dirigía al Palacio, por lo que redujo la marcha, para evitar sustos indeseables.

El largo y elegante automóvil se detuvo enfrente de la puerta principal del enorme edificio. Orlais dejó el coche en mitad del puente cuando vio a los tres hombres salir del vehículo negro. Corrió a toda velocidad después, temiendo que fueran a entrar en Palacio. Se calmó cuando llegó al final del puente, asegurándose de que se habían quedado en la entrada. Vio a Stewart ordenar algo al guardia que vigilaba la puerta, que entró raudo como el viento a las entrañas del lugar del asesinato de Sir Spencer Gergibond.

A medida que se iba acercando al trío, se abrochaba su cazadora marinera de forma que parte de su rostro quedara oculto. Dio gracias de no haberse puesto un traje, cosa que habría dificultado sobremanera su camuflaje; y, de todas, formas, echó de menos un sombrero que habría terminado de culminar el disfraz. Se encontraba ya a unos treinta metros de la entrada. Apoyó su espalda en un coche negro aparcado en la misma fila que la limusina, y aguzó el oído para escuchar la conversación entre el Abad, el Jefe de Policía y el Gobernador.

El murmullo del agua. El ruido de los motores de los automóviles que acababan de despertar, o que, por el contrario, disponían a acostarse. Alguna gaviota madrugadora, y la llovizna que se preparaba para dar la bienvenida a un nuevo día. Aún quedaba algo más de una hora para que el sol comenzara a asomar en el horizonte –si finalmente se dignaba a aparecer, al menos-, pero la ciudad, recién dormida, ya amagaba con abrir los ojos. Y Diego Orlais los tenía bien abiertos.

No pudo escuchar frases completas en la breve conversación que mantuvieron los tres hombres a los que Diego, en parte por curiosidad y en parte por demostrar que no era un crío, espiaba treinta metros más allá. Pese a todo, consiguió entender cinco palabras que le sirvieron para hacerse un esquema de lo que iba a suceder.

Larsat.
Yellow.
Mansion.
Una.
Hora.


Diego se dio la vuelta, dando la espalda a la conversación, y caminó a través de la carretera hasta llegar al puente. Una vez ahí, entró de nuevo en el coche que había abandonado cinco minutos antes, dio una vuelta de ciento ochenta grados y se dirigió a su mansión de Holyhill de nuevo. Stewart Strong, Charles MacAbbeh y Whisper Gulligulli entraron en el enorme edificio del Palacio.

Un DenDen Mushi sonó en su bolsillo.

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- ¿Se puede saber adónde vas ahora? –preguntó Miranda, algo alterada.
- Vas no. Vamos. Nos vamos, Miranda –respondió Ben.

El anciano se había vuelto a echar la capa a la espalda, y se acercaba a la puerta. Había mantenido una conversación por DenDen Mushi un par de minutos atrás, y no había tardado en pasar a la acción. La operación, que ya había tenido que retrasarse por precaución, pendía de un hilo.
- ¿Pretendes que me vaya, así como así?
- Es lo que pretendo. 5 me ha informado de que 8 va a pasar a recogernos en un cuarto de hora.
- ¿Me quieres explicar a qué viene esto? ¿No decías que se había acabado? Malditos numeritos, no hay quien se aclare…
- Eso creía. Vamos.

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Veinte minutos después, Palacio de Southminster.

Stewart Strong se quedó pasmado, una vez más, ante la ventana de su despacho. Su respiración era nerviosa, y su corazón palpitaba a un ritmo algo acelerado. Sacudió la cabeza, con la intención de despejarse un poco. Se acercó al escritorio, y observó el pañuelo con el que había ayudado a sujetar el cadáver de Spencer Gergibond. Estaba empapado en sangre. Se llevó la mano a los ojos, frotándolos.

Abrió uno de los cajones, y miró con detenimiento lo que había dentro. Acercó la mano, y sintió el frío acero recorrer sus dedos. Pesaba bastante. Temblaba. Una pistola. En un lateral tenía grabado el símbolo del gobierno mundial. Stewart lo besó y lo guardó en la cintura.

Mansión Orlais.

Abrió el armario. Sacó un smoking negro impecable, con una pajarita del mismo color. Elegancia. Clase. No era un crío, sino un hombre. Con todas las de la ley. Gladis no estaba en el lugar donde la había dejado, y el automóvil de la joven no estaba en su sitio. En aquel momento era igual. Se quitó su ropa mojada y tras secarse un poco, se vistió y miró su figura en el espejo. Imponente, como debía ser. Un hombre. Sonrió y se calzó unos mocasines negros.

Palacio de Southminster

Whisper Gulligulli descansaba, sentado sobre una silla giratoria forrada en auténtico cuero. Tenía la mirada fija en el techo, y con la mano jugueteaba con el par de pistolas que había dejado listas en la mesa. Toda precaución era poca. Él era el encargado de que nada saliera mal.

Sacó del bolsillo interior de su americana la placa de policía de Downpour.
Whisper Karl Gulligulli
Jefe de Policía
La volvió a guardar. Se sabía algo más que jefe de policía. Abrió uno de los cajones de su escritorio y sacó una llave dorada. Parecía ser antigua.

Mansión Orlais

Diego ya estaba preparado para salir. Dio un vistazo a su reloj de muñeca. Casi las cinco y media. Tenía tiempo hasta las seis, cuando tenía una especie de cita con una limusina que se dirigía al norte de la isla.

El joven se encontraba en una de las tres salas de estar de la mansión. El cenicero de la mesa guardaba un cigarrillo más que la noche anterior. Sonrió al recordar lo vivido unas horas antes. Sintió por segunda vez las mismas caricias, los mismos besos. Se fijó en el mini-bar – en uno de ellos-. Una botella de MacAllan de 50 años medio vacía y un vaso cuadrado medio lleno. Se acercó al mini-bar, y guardó el whisky. Después de tantear otras botellas, finalmente se decantó por una de Martini Negro. Abrió la pequeña nevera anexa, y cogió un par de cubitos de hielo que introdujo en un nuevo vaso –había diez-. Después, vertió el alcohol en el vaso, y lo removió con cuidado con un mezclador. Después, acudió de nuevo a la nevera para coger una pequeña rodaja de lima con la que empapó los bordes del recipiente, y la echó al Martini.

Dio un largo trago, y cuando hubo terminado, dejó el vaso y caminó hacia una de las alas de la mansión. La puerta de acceso, más grande que el resto, daba paso a una especie de garaje. Diego se acercó a un objeto cubierto con una manta, y la quitó. Su automóvil. Un modelo de la marca Royal, con sede en Rondinum. Sin duda, no era un coche para críos.

Palacio de Southminster, media hora más tarde.

- Que los Santos se apiaden de nosotros –rezó Charles MacAbbeh antes de dirigirse a la puerta de madera tras la cual aguardaban sus compañeros de viaje.

El taxi debía estar aguardando en la entrada del Palacio. Se mordió el labio inferior. Detestaba dormir poco, y sentía que los ojos se le cerraban irremediablemente, así que optó por abofetearse un poco. En el viaje tendría tiempo de echar una cabezadita. Resopló, y abrió la puerta. Estaba siendo un fin de semana de infarto, y no tenía el cuerpo preparado para semejantes trotes. Rezó para que lo que quedara de sufrimiento fuera algo menos estresante y más exitoso.
- ¿Está listo, Ilustrísima? –gritó Stewart Strong, tratando de mantener las formas que habían volado en las horas previas.
- Sí, sí –contestó este, a la par que salía de la estancia en la que había estado reposando. Whisper apareció enseguida.
- El taxi está esperando. Nos vamos. Hay un atasco terrible en los accesos a la ciudad, pero nos harán hueco, ya está arreglado.

Los tres hombres descendieron a paso ligero las escaleras principales, y llegaron a la gran entrada del edificio. Como el Jefe de Policía había informado, el automóvil estaba aparcado al lado de la acera. No tardaron en tomar sitio en sus respectivos asientos.
- ¿Ha cogido defensas, Ilustrísima? Por si acaso –preguntó el Gobernador.
- Sí, hijo –respondió este, enseñando una pequeña pistola que guardaba en algún bolsillo interior de la sotana.- Nunca se toman las suficientes precauciones. Y paso de más sobresaltos.

El coche arrancó con estruendo. El trayecto de un par de horas que les aguardaba hasta la localidad de Larsat, al norte de la provincia de O’Bitiland, había comenzado. Stewart y MacAbbeh se durmieron enseguida. Whisper Karl Gulligulli, en cambio, dejó sus ojos de color esmeralda brillar durante más tiempo.

A una distancia de unos veinte metros, un lujoso automóvil encendió las luces cuando consideró apropiada la distancia entre los dos vehículos. Diego Orlais sonrió y dio un vistazo a su reloj.
- Qué puntuales. Así da gusto.

A todos los Caballeros Oscuros; puede que tarde algo más de lo previsto en acudir a la comida programada para mañana al mediodía. El señor Gobernador de Downpour Stewart Strong nos ha citado en la localidad de Larsat para el desayuno. El plan por mi parte, marcha sin excesivas complicaciones. Reportando desde Rondinum a las 06:00 a.m..

Un cordial saludo,

W.K., Mr. White.


La lluvia comenzó a azotar la ciudad de nuevo.

Continuará…

Espero que os guste, ya voy cocinando el 55.
SÍ.
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