Los Panteras Negras V3.

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wild animal
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Re: Los Panteras Negras V3.

Mensaje por wild animal »

Capitulo leido. Es hora de juzgar.


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Originalmente no iba a hacer análisis, pero Traffy se lo ha ganado a pulso.

Contras:
  1. Debo decir que me he liado, muuucho con los personajes, pero eso es desde el principio, nunca se quien es quien, ahora ubico mejor a Sevastian y a Brown, pero los nuevos se que me confundirán.
  2. He de decir, y soy 100% sincero, no me convence el físico de los nuevos personajes, no sé, será por que soy muy fijado en la ropa y esas cosas y me parecen poco serios. Esto es algo mio, asi que no cuenta, y no puedo criticarlo.
  3. John no ha salido de la captura desde siempre. Ya lo capturaron 2 veces en Downpour y 2 en Wolkenberge, en si no es una critica fuerte, pero creo debemos dejar de usar ese recurso en adelante.
  4. Espero John reaccione y les parta la madre a todos en la habitación
Pros:
  1. Lo que mas me ha gustado, sin duda, es lo de la maravilla, el hecho de ya estar entrando en eso me encanta, es un arco enorme y genial, si es que no es mas bien el objetivo de la historia de los panteras.
  2. Debo decir que no esperaba que el hombre de los pantalones blancos tuviera a Bastian, eso fue un buen acierto
  3. Me ha dado no se que al ver a los panteras esperar campantes mientras John esta fuera, pero se que es por algo, y la escena de la reunion me agrado.
  4. Lo del libro ha sido bueno, un misterio que poco a poco toma forma (aunque hasta ahora seguimos totalmente confundidos)
  5. Ver las llaves fue un buen guiño.
Conclusion: Un buen capitulo, de esos que entrelazan todo antes de la accion, y debo decirlo, me muero por ver accion, ya que esta saga ha tenido bastante trama, la hora de la accion nos sabra excelente.

Sigue asi nakama, no puedo esperar a ver el siguiente.


Por cierto, con suerte y aprovecho para escribir el capitulo 4 del especial.

Saludos.
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Vito Corleone
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Re: Los Panteras Negras V3.

Mensaje por Vito Corleone »

Gracias a los dos por el interés, la atención y la opinión. Sé que esto se está haciendo largo y lento y lo siento, pero si se aceleran las cosas corren el peligro de quedar chapuceras y no es plan.

Vamos con el capítulo 59:
Capítulo 59
La Ciudad Negra
Spoiler: Mostrar
Golden Palace, un par de horas más tarde.

Un automóvil, oscuro, serio, probablemente el reglamentario para la policía local pero sin duda algo más lustrosa y elegante que los utilitarios de los soldados rasos, se detuvo cerca de la fachada después de que su acceso fuera aceptado sin más dificultades por el hombre anónimo que vigilaba al otro lado del timbre, paciente y, seguramente, resignado a conformarse con su suficiente pero pobre sueldo.

Del vehículo descendió un hombre rubio, con pantalones cortos que dejaban a la vista sus pies sin rasurar, una camisa blanca con corazones rosas, una bufanda de plumas moradas y tacones de aguja. Nada más tocar el suelo, se llevó la mano al bolsillo y se procuró un cigarrillo. No tuvo que esperar más que unos pocos segundos para que una especie de comité de bienvenida apareciera delante de sus narices, con cara de amables y una bandejita donde había un par de pastelitos que habían sobrado de algún visitante previo y un vaso de chupito de licor de menta.

Frederick Warmpess bebió de un trago el contenido del vasito e hincó el diente a uno de los dos pastelitos, comiéndoselo en un par de bocados. Después se acercó a la puerta del palacio, y cuando se disponía a entrar, vio que un coche desbocado irrumpía en el camino de gravilla, derrapando y casi llevándose por delante a un par de miembros del comité de bienvenida. Hasta que se estrelló contra un árbol que se encontraba situado en una esquina de los multicolores jardines, cerca de donde el primer automóvil se había detenido.
- ¡¿Quién cojones ha dejado conducir a ese puto descerebrado!? –exclamó Warmpess, indignado.

En ese momento abrió la puerta del coche un hombre. Y salió. Llevaba unos maltrechos pantalones largos de color beige medio ocultos por unas botas de cuero marrón que parecían tener manchas de sangre seca. Su camisa era roja, y su corbata, negra. Sonreía. Probablemente a causa del canuto que se estaba fumando. Sus ojeras, marcadas, medio ocultaban unos ojos verdes que alguna vez pudieron ser brillantes. Y su pelo, negro pero con tintes anaranjados, iba cubierto por un extravagante sombrero de látex con una especie de cuerno cortado en el centro.
- ¿Pete, te has vuelto a poner el gorro-preservativo, mi amor? –dijo Warmpess, sarcástico.
- Pueess… -respondió el otro acercándose también a la puerta del palacio.- Probablemente. No lo sé. ¿Lo tengo? ¿Puesto?
- Sí, pedazo de imbécil. Quítatelo.
- Oooh… Qué bonita tu bufanda. Es… Morada.

Peter Bungalow “I-Legal” – Capitán de la policía de la provincia de Downpourton

Entraron en el palacio.

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Planta Superior del Golden Palace, Salón del Cielo, diez minutos después.

El Salón del Cielo se llamaba así por varias razones. La primera, que era el lugar más alto del palacio, ubicándose a unos setenta metros de altura, y en el límite que marcaba la cúpula. La segunda, que el techo era trasparente al juntarse con la susodicha estructura, dejando ver toda la corteza celestial. Lo cual, en días poco lluviosos como aquel, era un bonito espectáculo. La tercera, que estaba decorada y construida como si fuera a ser una residencia para los dioses: una superficie ininterrumpida de casi mil metros cuadrados y un techo a algo más de diez metros de altura, unas paredes cubiertas en su totalidad de oro, y muebles dignos de la persona más rica del mundo. Un grito en un lado de la habitación se oía a muy duras penas en el otro. La cuarta razón era que precisamente era ahí donde se unían el cielo y la tierra.

Una de las cuatro entradas, situadas en los cuatro puntos cardinales, se abrió. La Este. A través de ella entraron en la colosal estancia cuatro hombres. Uno de ellos llevaba un esmoquin carmesí, otro tenía una sonrisa de loco, otro una falda, y el último una piruleta de un tamaño tan desproporcionado como el de la sala.

Stewart Strong se apresuró al centro de la sala. Caminando a paso ligero, el pelotón llegó al centro de la misma en algo menos de un minuto. Había una especie de salita improvisada allí. Una mesa de cristal, con seis sencillas butaquillas a un lado y un sofá, ancho y lujoso, al otro. Como si se quisieran dividir las clases sociales que iban a colocar sus posaderas en aquellas cómodas superficies.

Tomó asiento bruscamente, en una de las seis que había en un lado. Los otros tres hicieron lo propio en las localidades próximas a la que se había adjudicado el Gobernador.
- Cálmate, Stew –dijo Whisper Karl Gulligulli.
- No puedo –respondió el aludido, consternado y ansioso. Golpeaba con los dedos el brazo de la butaca.- Nuestra baza ha perdido el conocimiento sin soltar prenda.
- ¡¡LAVERDQUE LAHEMOS CAGAO!! –exclamó Rowhead.
- Deja de chillar, jolín –protestó Otorrino, dando un lametazo a su enorme piruleta. El bigote se le quedó pegado al dulce.- Ayayayay… Ayudadme. Anda. Que duele.
- No me jodas, Frank. Ya has soportado dolores más… Dolorosos –le regañó Whisper, que parecía ser el único sosegado y sin pasaporte directo a un hospital psiquiátrico.
- Pero esto son dolores inhumanos, mecachis –insistió el de la piruleta. Hasta que optó por arrancarse el bigotillo izquierdo.- ¡¡AAAAAAAAHUHUHU!!

Sin embargo, como por arte de magia, donde había estado el bigote arrancado, que ahora estaba pegado a la piruleta, apareció otro pelillo idéntico al anterior. El hombre hizo un lacito en su punta, como antes había hecho en la punta del pelo anterior.

Hubo un breve silencio. Todos decidieron perder su mirada en alguno de los millones de puntos fijos que podía haber en aquella pared. Y aguardaron. A que sucediera algo. A alguien. Y la tensa espera se acabó cuando un DenDen Mushi en el bolsillo de la americana de Whisper comenzó a emitir un desagradable ruido.
- ¿Freddie?
- Sí, cari, soy yo, hostia. ¿No ves la cara del puto caracol?
- Dis… Disculpa. ¿Dónde estás?
- Estoy con Pete. Llevamos un buen rato buscándoos por los pasillos y despachos. ¿Dónde cojones estáis, mi alma?
- En el Salón del Cielo. Venid rápido.
- ¡Heeeeey, Whispey! –dijo una voz vacilona, que no era la de Warmpess ni por asomo.- Tienes buena cara.
- No me ves, Pete. ¿Vienes fumado?
- Pues también es verdad. ¿Has dicho algo de adoquines?
- No he dicho nada de adoquines.
- Aaah.
- ¿Vais a subir, Freddie? –dijo Stewart, insistente y malhumorado.
- Precisamente estamos subiendo las escaleras, mi amor. Vaya prisas llevas, cabrón.

En ese momento, un hombre trajeado, bien afeitado y con gesto serio, entró apresuradamente en el majestuoso Salón del Cielo. Acudió esprintando a donde estaban sentados el Gobernador y los otros tres hombres. Jadeaba, y se mostraba nervioso.
- ¿Qué sucede? –preguntó Stewart, contrariado.
- Un automóvil no registrado solicita permiso para entrar en la cúpula, señor.
- No es posible –saltó Whisper. A continuación miró a Strong.- ¿Crees que es él?
- No. Es un tío demasiado puntual para haber llegado siete horas antes de lo acordado.
- ¿Ya son las cuatro y media? Jolín, hay que ver cómo pasan las horas –comentó Otorrino, dando un lametazo a su piruleta.
- ¿¡AQUIÉN SUGIERES!? –exclamó Rowhead.
- No lo sé –respondió Stewart, incorporándose.- Habrá que ver.
- ¿Va todo chachi, cariño? –preguntó Warmpess desde el otro lado del aparato, que aún seguía descolgado.
- Pues no estoy seguro, Freddie. Por lo pronto, no vengáis al Salón del Cielo. Es más, volved a la entrada de palacio y manteneos a la espera de que lleguemos nosotros.
- Hostia, me encantan los lápices de colores –dijo de pronto Peter Bungalow, justo antes de que Warmpess colgara el auricular.

Stewart Strong suspiró y, acompañado de los presentes en aquella sala, caminó hacia la salida de la misma y hacia la entrada del palacio después, dejando que su mente se preguntara, tan nerviosa como aterrorizada, quién sería aquella persona que quería entrar en la cúpula.

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Un cuarto de hora después, en la valla metálica de acceso a la cúpula de la Golden Palace.

No dejaba de pulsar el timbre con el dedo índice de su mano derecha. Comenzaba a sentirse malhumorado y algo decepcionado. Dio una rabiosa patadita a la puerta de metal que provocó que se abollara ligeramente. Hasta que una voz habló desde el contestador del timbre.
- Disculpe por la espera, Sir. Puede pasar.

La puerta metálica se abrió de par en par, sin ningún chirrido estridente, como si alguien se hubiera encargado de darle aceite justo antes de abrirla. Así que se puso al volante de su automóvil, hizo un gesto para que los dos coches que cerraban la comitiva le acompañaran y enfiló la senda que llevaba hacia aquella gigantesca puerta dorada, que también se abrió.

Y tras cruzar la misma, los ojos de todos los ocupantes de cada uno de los automóviles se abrieron de par en par, sorprendidos por el inimaginablemente colosal palacio que se encontraba unos pocos cientos de metros más allá.

Nadie se interpuso en su camino hasta que estuvieron a una distancia de unos doscientos pies, instante en el cual un par de decenas de agentes armados y trajeados salieron de la puerta principal del edificio para formar en dos filas enfrente de la misma. Se pusieron diez a cada lado, cinco por fila, dejando un pasillo en el centro, a través del cual apareció caminando y tratando de parecer sosegado Sir Stewart Strong.

Así que sin más preámbulos, Diego Orlais abrió la puerta derecha de su Royal negro y descendió del mismo, no sin antes colocarse bien sus gafas de sol y sin ajustarse la pajarita. Con gran agilidad y en pocos pasos se situó al lado izquierdo del coche y abrió la puerta a su acompañante. A Stewart le pareció ver a Gladis más hermosa y sensual que nunca. La muchacha, acto seguido, abrió la puerta trasera del vehículo, del cual sacó a un hombre, con las manos atadas a la espalda y la cabeza gacha. Era Van. De uno de los otros dos automóviles bajó un hombre anciano, que ya habría superado los setenta años pero que aún gozaba de una apostura casi juvenil, y sacó del maletero a un joven de cabello grisáceo y las manos también en la espalda. Era Anthony. Del tercer coche bajó un hombre pelirrojo que Strong enseguida identificó como el chófer de Diego, y que por lo visto había traído consigo otro chaval, de cuerpo robusto y maniatado como los otros dos.

Strong jadeaba de forma nerviosa. Tras él apareció su siempre fiel Whisper Karl Gulligulli, Jefe de Policía de Downpour. Ninguno de los dos daba crédito de lo que veía. Diego Orlais se había presentado como si nada en un lugar en el que supuestamente no había estado jamás ni al que debería saber llegar, con un séquito de vete tú a saber qué y tres prisioneros. El Gobernador se acercó al recién llegado.
- Tú… ¿Cómo?... No entiendo nada.
- Vamos, Stew, no soy imbécil –dijo Diego mientras se procuraba un cigarrillo.- Hubiera sabido llegar aquí con los ojos vendados.
- ¿Cómo? –insistió el otro con una casi irrisoria mueca de interrogación en la cara.- Nunca has estado aquí.
- Este lugar ha sido siempre tu “base”. Me he fijado varias veces en tu limusina. La marca que la comercializa no tiene ninguna fábrica, sobre el papel, en ninguna parte de la isla, pese a llevar el escudo de armas del país.
- No es motivo suficiente para…
- ¿Qué me dices de las hojas y pétalos de rododendro que a veces aparecían pegados a las llantas? Esa flor sólo crece al norte de O’Bitiland, amigo. ¿Y del color, ajado por la cercanía del mar?
- Hay… Cientos de puntos en O’Bitiland donde crecen rododendros, y la mitad de sus fronteras dan de bruces con el mar.
- Pero hay pocos lugares donde las gaviotas choquen con cosas invisibles y caigan descuartizadas al suelo. No sabes bien lo que se encuentra uno haciendo senderismo por lugares poco recomendables, Stew –zanjó Diego, con una sonrisa de oreja a oreja.

El joven hizo un gesto para que Gladis acercara al que se habían traído prisionero en la parte trasera de aquel flamante coche, y la chica accedió sin rechistar. Diego dio una calada al cigarrillo.
- Pero eso no es lo que importa –dijo.- Probablemente no conozcas a esta gente más que de vista –señaló a Sebastian y a Benjamin.- Son mis colegas, son la “Co.” de “Orlais & Co. S.L.” y les he pedido que me echaran una mano con lo de la abadía.
- ¿Ha habido resultados? –preguntó Stewart, a quien la cara se le iluminó de pronto.
- ¿Por qué no lo juzgas tú mismo? –respondió Diego.

Acto seguido, agarró de la cabellera a Van, y tiró hacia arriba, dejando al descubierto un rostro tapado por una máscara de metal. Strong dio un respingo.
- Es… ¿Es él? ¿La Sombra?
- Van, “La Bestia”. Es un mafioso con cierto renombre en los bajos fondos de Rondinum. Hace dos años, tras el incidente de St. Johann, huyó de la isla. Sin embargo, hace dos días regresó al país con tres nuevos aliados después de perder a todo su séquito en WolkenBerge, y ha vuelto a las andadas. Se ha echado de amigos a John Conde, a quien supongo que ya has conseguido apresar después de lo de Dilemburg, Anthony “El Desertor Blanco” y Tony “Flechas Perforadoras” una banda pirata de medio pelo que acaba de arrancar. Todo lo que ha hecho ha sido, probablemente, para ganarse otra vez el respeto entre las demás mafias de la ciudad, después de haber escapado como un cobarde después de su mayor hazaña. Lo hemos encontrado en la salida este de la ciudad, a punto de salir escopeteado hacia Easthampton.
- Tú… -farfulló Stewart, cayendo de rodillas para ponerse a la altura de Van. Su mirada era gélida. Diego lo observaba ahora en silencio.- Tú mataste a mi… padre. Tú has degollado a Sir Gergibond. Y tú has colgado del techo de la Abadía a los Doce Ilustrados. Tú… ¡Tú eres el responsable de todo mi sufrimiento!

El Gobernador empezó a dar patadas en el estómago al joven, hasta que hizo que este escupiera sangre. La rabia lo embargaba.



Dos años atrás. Palacio de Larsat, despacho del Ministro de Defensa

Stewart Strong se encontraba sentado sobre la silla que había dispuesta enfrente de su escritorio, sobre el cual no había más que un tablero de ajedrez con una partida empezada. Pero no había nadie más alrededor. Sólo él y su tablero. Estaba jugando solo. Y jugaban blancas. El silencio era absoluto. Finalmente, el alfil que vivía sobre las casillas negras hizo un movimiento de dos hacia adelante y hacia la izquierda. Después dio la vuelta al tablero. Se había puesto en una situación comprometida. Estaba jodido. Así que comenzó a pensar. Y el silencio, el silencio era absoluto.

O lo era, hasta que alguien golpeó con excesivo ímpetu la puerta del despacho, haciendo que Stewart diera un pequeño bote sobre su silla.
- ¡Pase! –dijo, haciendo el tablero a un lado. Mientras lo hacía, el que había golpeado la puerta entró en la estancia. Parecía muy alterado, pues su tono de piel era más pálido de lo común. Tartamudeaba pese a no ser tartamudo.- ¿Qué pasa? –dijo Stewart. Las fichas del tablero, debido al impulso, comenzaron a tambalearse.
- Ha sido en el Rondinum Eye. Lo han asesinado. Un francotirador ha hecho volar su cabeza en mil pedazos.

Una ficha del tablero cayó de la mesa. Era el Rey blanco. Jaque Mate. Stewart palideció y se desmayó.




Van, “La Bestia”, había asesinado a su padre. Y ni siquiera uno de los Almirantes de la Marina, que había acudido de inmediato a la isla, supo encontrarlo. Su huida, su nueva llegada y su vuelta a las andadas. Todo coincidía.
- Que lo ejecuten. Ahora mismo –sentenció Strong, entre la euforia y el odio.
- Ey, ey, ey –intervino Diego, poniendo su mano izquierda enfrente de la cara del Gobernador.- Hay unas leyes, Stew. No podemos ajusticiarlos sin un juicio previo.
- Al carajo el juicio. Esto es personal, Diego.
- Lo sé, y lo entiendo, pero el país entero se te echaría encima si asesinas a su “defensor” –hizo un gesto con los dedos señalando unas comillas- sin ningún juicio. Imagínatelo. El escándalo de las minas, sumado a un asesinato fuera de la ley… No podrías detener una fatal revuelta. Nadie puede parar a una nación entera, Stew.
- …
- Hazme caso. Yo te los entrego, los metes en la celda con el amiguete que falta, y esperamos al juicio. Estoy dispuesto a pasar por alto el hecho de que jamás me hayas contado la existencia de este jodidamente maravilloso lugar, pero… Stewart, de colega a colega, te daré un consejo: nunca decidas en caliente, nunca.
- En realidad, tiene razón –subrayó Whisper, interviniendo por primera vez.- No perdemos nada esperando un poco. Incluso podríamos fardar de tenerlos prisioneros ante él.
- ¿Él? –pregunto Diego alzando una ceja.
- Nada, nada –dijo Stewart, dedicando una mirada reprobadora al Jefe de Policía.- De acuerdo; los encerraremos hasta nueva orden.
- ¿Puedo?
- Será un placer, amigo.

Así, Diego hizo una seña para que su grupeto de detectives y prisioneros empezara a caminar. Un elegante mayordomo, que probablemente no conocería nada más allá de aquellas paredes, les guió a través de cientos de pasillos, cientos de puertas, y cientos de metros hasta llegar a unas escaleras que descendían en espiral.

Al término de las mismas, que daban con sus huesos en algún lugar bastante por debajo del nivel del suelo, anduvieron a través de un larguísimo pasillo con estrechas puertas de barrotes a los lados. Después, dieron las gracias al mayordomo, que les dio las llaves de la celda 34 y se marchó. El lugar estaba mal iluminado por cuatro antorchas, en contraste con el lujo de las lámparas de araña de unos cuantos pies más arriba.

Y allí estaba, en la celda 34. John Conde, atado de pies y manos, tumbado y magullado en el suelo. Estaba desmayado. Había recibido numerosísimos golpes en la cabeza, y heridas lo suficientemente profundas para acabar con la vida de cualquier ser humano normal. Su torso también presentaba marcas, producto de la horrible tortura a la que había sido sometido. Diego Orlais observó la placa. CELDA 34. Comenzó a dolerle la cabeza, y sintió un horrible mareo. Pese a todo, se repuso y tras hacer un gesto con la mano diciendo que estaba bien, abrió la puerta de la celda.
- ¿Qué hemos hecho…? –dijo Anthony, hundido por ver a su amigo de esa guisa. Se acercó rápidamente hacia él.

Diego agachó la cabeza, como hicieron Benjamin y Sebastian, sabiéndose en parte culpable porque aquella situación se hubiera dado. Pero finalmente el joven se rehízo, y tras mirar nuevamente la placa de la celda, echó la llave al interior de la misma, dio media vuelta y dijo:
- Ya sabéis cómo sigue. Buena suerte.

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La Vicealmirante Isabella era tajante en todo. Cuando quería algo, no sólo lo pedía, sino que lo exigía. Aquella no fue la excepción. Detuvo el automóvil de Sir Graystone en la frontera de la ciudad, y le pidió por las buenas (apuntándole con una pistola en la sien) que dejara que lo acompañara hasta las Minas de Terralta, a lo que el hombre accedió a regañadientes.

Y ahí estaban. Las Minas de Terralta. La oficial de la Marina observaba, con gesto serio, lo que se abría ante sus ojos. La mujer se erguía, imponente, en la cumbre de aquel altísimo monte de piedra de más de tres mil metros. Y en la cumbre, amplia y extensa, se abrían innumerables boquetes de donde salía y entraba gente, de donde salía y entraba kairoseki. Y había cuerdas, y escaleras, y dinamita.

Pero hubo una cosa sobre todas las demás que llamó la atención de la Vicealmirante. La gente. Los individuos, languidecidos, pálidos y huesudos, que trabajaban a destajo cubiertos con harapos, telas sintéticas deshilachadas. La gran mayoría iba descalza y con la mirada perdida, probablemente en algún lugar al lado de la que fuera su lejano hogar. Y la mente no en los cartuchos de dinamita o en las carretillas que transportaban, sino en sus familias. En su propia supervivencia. Parecían fantasmas.

A unos doscientos metros del pico donde se encontraba Isabella, había un vertedero de deshechos. Dio un respingo. Había cadáveres humanos entre los negros escombros. Toda aquella gente era culpable de algún delito en Downpour. De mayor o menor grado. Desde un hurto menor como el de una manzana o un tomate hasta una violación a una adolescente a las dos de la madrugada. Y entre esos dos extremos, toda clase de timadores, ladrones de bancos o incluso padres de familia que habían faltado al riguroso pago de los impuestos.

Vio unos cuantos críos de no mucho más de diez años, cargados de piedras como mulas. Tosían. Uno cayó al suelo. Uno de los guardianes, que llevaba máscara anti-gas, vigilantes, o lo que fuera, se acercó al muchacho. La Vicealmirante no pudo oír lo que le decía, pero pudo ver cómo el hombre daba tres puntapiés al yaciente. La rabia comenzó a poblarle la cabeza.

Que hubiera criminales adultos lo veía incluso razonable –hasta cierto punto-, pues eran conscientes de sus actos. Pero los niños no. Una criatura como aquella apenas hacía uso de razón. Era normal que una vez, quizá envalentonado por sus amigos o incluso obligado por el hambre, tuviera la tentación o necesidad de coger una manzana de algún cesto de alguna tienda. No todo el mundo merecía redención, pero si alguien lo merecía, eran los niños y niñas que deambulaban por aquel lugar.

Vio con desazón como el guardia cogía el cuerpo del pequeño y lo llevaba al vertedero. No pudo evitar morderse el labio inferior para reprimir sus impulsos más maternales. Pese a no tener hijos, sí tenía sobrinos, y los quería mucho. Se vio por un momento en el lugar de esa madre a la que, tiempo después de arrebatarle a su chiquillo, le dicen que ha fallecido porque un guardia le ha dado tres patadas en la cabeza.

Maldijo entre dientes la triste vida de aquel asesino de niños. Sir Daniel Lecter, el supervisor –más bien alcaide- de las Minas, se quedó de pie junto a Isabella después de ponerse a su altura. Había venido de ofrecer un té con galletitas a Sir Graystone.
- Es una visión tan maravillosa y espectacular… ¿no cree? Este debería ser el destino de todos los criminales.
- Absolutamente de todos –respondió la oficial.

Había oído leyendas de aquel lugar. “El aire, lleno de polvo y material químico, intoxica el corazón. Estos van oscureciéndose y marchitándose hasta que un día, sencillamente, deja de latir. La esperanza de vida para quien respiraba prolongadamente aquel oxígeno envenenado es de tres meses”. Eran las Minas de Terralta situadas en la montaña del mismo nombre, que se erguía en el mismo centro de Downpour, y que era conocida en todo Grand Line con el nombre de “Ciudad Negra”.

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- ¡No! ¡Te lo ruego! ¡No dispares!

Un ruido sordo resonó en su cabeza. Cerró los ojos. Y dio un sorbo al delicioso té que el Gobernador le había ofrecido y al que había accedido gustoso, junto a sus compañeros. Esbozó una sonrisa.
- Stew, no me hartaré de repetirte que jamás he tomado mejor té que en tu casa.
- Es lo menos que podía ofrecerte, en serio. No sé muy bien cómo agradecerte esto.
- Si me permitís –comenzó a decir Gladis-, sí hay algo que nos gustaría.
- Te escucho –respondió Stewart con una sonrisa.
- Hay una leyenda –empezó a decir Benjamin.- Una leyenda que habla sobre una de las Diez Maravillas de la antigüedad.
- Sólo las lenguas más ancianas de la isla aciertan a contarla con cierto atino, aunque lejos de una versión completa –prosiguió Diego.- Y, como gente curiosa que somos, querríamos saber si nos puedes contar la historia completa, tú que lo sabes prácticamente todo acerca de este nuestro país.
- Je… Pero… -en el semblante de Stewart se reflejó cierto nerviosismo.- ¿Qué sabéis de la… Maravilla?
- En realidad, sabemos más bien poco. Preferimos que nos lo cuentes todo, sin perdernos en puras conjeturas.
- ¿Para qué queréis saber nada?
- Curiosidad –insistió Sebastian.

Stewart dedicó una discreta mirada a Whisper, que se encogió de hombros como diciendo “te lo dije”. Finalmente, el Gobernador, tras dibujar una media sonrisa en el rostro y ponerse cómodo en su butaca, habló.
- Sí, en Downpour, tal y como cuentan las leyendas, se encuentra una de las Diez Maravillas de la Antigüedad. Para ser más exactos, se trata de la Corona del Soberano. Oye… -se acercó un poco a Diego, que hizo lo propio.- ¿Te importa salir un momento? Prefiero contártelo de amigo a amigo. No me gusta contar secretos de estado a completos desconocidos.
- Pues salgamos –respondió el joven mirando a sus compañeros.- Supongo que no perdemos nada.

Así que salieron. Una de las trescientas catorce salas de estar del palacio guiaba a uno de los novecientos veintidós balcones del edificio. El aire era agradable y el cielo estaba limpio. Después de la tromba de las veinticuatro horas anteriores, las nubes estaban escasas de cargamento.

Así que aceptaron con felicidad la deliciosa brisa otoñal. Había una pequeña mesa redonda de cristal en el centro, y tres sillas dispuestas en círculo, de las cuales ocuparon dos. Y en cuanto se hubieron sentado, Strong comenzó a hablar otra vez.
- ¿Son de fiar? –preguntó.
- ¿Mis amigos? ¿Bromeas? Me acompañan en los casos más difíciles. Me han ayudado a dar con La Sombra.
- Bien, bien. Me fío. Pero es un tema demasiado peliagudo, ¿sabes? Quiero decir… El Gobierno Mundial podría lincharme si os doy acceso a ella.
- No quiero la Maravilla para nada, no la necesito. Pero me interesa el Mundo, Stew –abrió una cajetilla de cigarros, y cogió uno.- ¿Puedo?
- Por supuesto.
- Me interesa el Mundo.
- ¿El Mundo?
- En su totalidad. Quiero entenderlo. No hablo de los volcanes, ni de los bosques. Hablo de la gente. De la gente que ha poblado este Mundo desde hace miles de millones de años. De sus creencias. De sus mitos. ¿No te parece fascinante saber en qué creían los humanos de hace quinientos años? Me he pasado ocho de mis diecisiete años de vida en la biblioteca.
- Aproximadamente –dijo Stewart, entre risas. Diego le correspondió.
- Aproximadamente. He leído cosas increíbles. Pero están en los libros de historia, Stew. Son reales, por inverosímiles que parezcan. Y a cada dato nuevo que consigo guardar en la cabeza, me surge un millón de preguntas. Las Akuma no mi. ¿De dónde vienen? Las Diez Maravillas de la Antigüedad. ¿Quién las creó y usó? ¿Para qué? ¿Por qué están rodeadas en ese halo de misterio, qué hacen que las hace tan especiales? Y si tengo una oportunidad de saber algo sobre ellas, de estar cerca de una… ¿Por qué no? ¿Dónde está?
- En la Abad… -se calló, mordiéndose la lengua. La había cagado.
- ¿Está en la Abadía? –exclamó Orlais, entusiasmado.- ¡Por el amor del cielo, déjame verla! ¡Ya sé! ¡Está en las catacumbas! El acceso está vetado por eso…
- Diego… -Stewart suspiró.- No funciona así. No soy yo el que no te quiere dejar, sino el Gobierno Mundial. Si encuentras una Maravilla, si consigues tener una, te matarán. Aunque no la quieras para nada. No te creerán.
- Sólo quiero ver el lugar. La cámara. El cofre. El…
- ¡¡NO!! –exclamó Stewart, completamente salido de sus casillas. Echó la silla que estaba libre al suelo. Diego lo miró alucinado. El Gobernador se repuso, se tranquilizó y se sentó de nuevo.- Lo siento… Lo siento, pero no puedo dejarte. Te matarán. Son los huesos de toda una generación, son los huesos de mi padre los que están enterrados con esa corona. Está bien donde está. No alteremos la paz de los muertos –se le escapó una lágrima.

Diego dio una última calada al cigarro, que ya se había quedado en nada. Después, apagó la colilla en el cenicero de la mesa. Después dejó que su mirada se perdiera en algún lugar de los infinitos jardines que se veían desde aquel balcón. A lo lejos, se veía un pequeño pueblo. Y un lago, e incluso un monte, no muy alto, verde y lleno de pasto para las vacas que paseaban por su falda. Y flores de mil colores y formas diferentes. Era precioso. Al ver todo aquello, sintió un nuevo mareo, un nuevo dolor de cabeza. Le habían enseñado a llamarlo Déjà Vu. Siempre le habían inquietado esas sensaciones de estar viviendo lo mismo otra vez.
- Pues qué pena –dijo, finalmente, y se levantó, dándose media vuelta después.

Al entrar en la sala, y para su sorpresa, se la encontró totalmente vacía. Frunció el ceño, y caminó hacia donde estaban los sillones. Stewart lo miraba extrañado desde el balcón. Diego dio una vuelta alrededor de la zona de las mesas y las butacas, mirando a ambos lados y buscando a alguien.
- ¿Pasa algo?
- No están.
- Whisper se los habrá llevado al minibar –dijo Stewart mientras Diego seguía mirando por la zona, entrando ahora en detalles en las butacas.
- Noto una presencia inquietante. Como cuando vas por la noche al baño y piensa que te observan.
- Hombre, no soy ningún bellezón, pero no creo que mi mirada sea tan inquietante… ¿Diego? ¿Estás bien?

El joven se había detenido en seco enfrente de una de las butacas. Tenía un tapizado amarillo con rosas, rojas y verdes. Tragó saliva cuando vio que una de aquellas rosas no era una rosa sino una mancha de sangre, a la altura del tórax de un hombre de media altura que se hubiera sentado ahí. Siguió buscando.
- ¡Ey, Diego! ¿Estás bien? –insistió Stewart, inquieto. Ya se había incorporado y estaba de pie en el balcón.
- No… -musitó el joven.

En las otras butacas, de idéntico tapizado, también se veían rosas de sangre si uno se fijaba bien. Diego reprodujo la imagen mental que tenía de la sala justo antes de salir. Y cayó en la cuenta, confirmando sus sospechas. Tarde. Miró a su amigo Stewart Strong a los ojos y le dijo, tajante y con una sonrisa que reflejaba repulsión:
- Malnacido.

Y terminó, y algo lo embistió a una velocidad endiablada, y después todo fue negro.



Continuará…

Un par de apuntes, siguiendo el hilo de lo mencionado por wild y no siguiéndolo (no leer antes de leer el capítulo y esas cosas xDD):
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- Sí, los Jefes de Policía de las distintas provincias son irreverentes y unos lunáticos de cuidado, pero es todo por meter unas personalidades que sean distintivas (sus ropas son parte de su "personalidad").
- La situación de John no es la más apropiada, y a mí tampoco me gusta vejarlo así, pero es por cuestiones de guión y se lo compensaré de la mejor forma que pueda.
- Por si no ha quedado claro, toda la historia de que Van es "La Sombra" es un plan para poder entrar en la Mansión sin oposición. Al padre de Stewart lo asesinaron hace dos años y Van abandonó la isla hace cinco. Pero eso el bueno de Stew no lo sabe xD
Espero que os esté gustando la cosa ^^
SÍ.
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Takagi
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Re: Los Panteras Negras V3.

Mensaje por Takagi »

Ojo, que lo digo en el buen sentido, pero esta saga es Dresrossa xD. Quizá leída capítulo a capítulo parezca áspera, pero una vez acabe y se pueda leer del tirón seguro que será mejor (aún). A mí me maravilla el curro y el resultado, largo, entretenido, cuidado y abriendo puertas para el futuro. No hay nadie que quiera ver a John en una situación mejor que yo, pero no me molesta como está, aunque se nos esté gastando el recurso xD.

Y al igual que en One Piece, cuando Traffy finalice esta saga, por la que una vez más sólo puedo darte las gracias, creo que la historia debería apuntar a una saga pequeña, en todos los sentidos. Duración, trama, personajes, conflictos... Sencillita, para variar, nada más.
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wild animal
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Re: Los Panteras Negras V3.

Mensaje por wild animal »

Traffy no pude distinguir pros y contras, por que son notas en general, ya que el capitulo me gusto mucho (de los mejores de la saga sin duda) y practicamente no tiene contras.

OMG OMG OMG, tuve que interrumpir mi lectura solo para poder escribir esto,
"La cuarta razón era que precisamente era ahí donde se unían el cielo y la tierra"
Me he perdido totalmente cuando suena el den den mushi, cuando faltaba un miembro y no sabia llegar al salon del cielo
Oie vamos que esta bien que a Van no le pasara nada con tocar algo metalico (no es Kriptonita), pero si vaz a ponerle una mascara metalica, ¿por que al que siente dolor al tocar el metal jaja? Obviamente este punto es coña

Un acierto total la capacidad detectivesca de Diego. Al ser uno de los mas listos del grupo, y haber sido detective, tiene la capacidad natural de descubrir cosas solo con ver algo rapidamente, un punto sin duda favorable para los panteras en su aventura.

Jajaja genial lo de "Co" no lo habia pensado :lol: :lol:

Eso del rey blanco fue genial, muy muy muy buen trabajo, siempre he creido que eres el mejor en las analogias en este grupo.`

La resistencia de John sobre humana, muy acertado, recordemos ninguno de ellos es cercano a los humanos, 3 son mas rapidos que balas, tienen fuerza demoledora y pueden con decenas de marinos promedio cada uno.

Bastante divertido lo de "pidio por las buenas"

PTM (puta madre) hasta senti coraje, dolor, odio y mas dolor con lo de las minas, un gran punto en este capitulo. Nos has mostrado el dolor y sufrimiento de la gente, como en aquella escena den Calm, una forma Dressrosiana de ver una isla, y que te den ganas de que pateen a los villanos.

Algo que me llamo la atencion es la curiosidad de Diego, empezamos a ver como muestra sus sueños, sus ambiciones, y que desea salir y conocer el mundo, una excelente excusa para viajar con los panteras y tener su funcion en el barco.

Tengo la duda de donde puede estar la corona. Por una parte esta donde la tierra y el cielo se unen, pero tambien recuerdo que en la abadia hay una puerta cerrada con llave que nunca pudieron abrir.

Tengo que aceptar que me perdi un poco con lo de las manchas de sangre a la altura del torax, pero al final creo lo entendi, esa escena si no me quedo muy clara la verdad.



¿Anty te refieres a una saga parecida a la de Calm? Tony recomendo una buena idea antes de volver a irse, hace poco hablaba con traffy de ella, creo es una buena idea, podria ser la proxima, y asi incluir la integracion de J.K. (que nos caera de maravilla una chica en el grupo)


Por cierto preparo lo que mencionamos, asi que esperen un MP con el formato para el tomo.

Saludos.
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Vito Corleone
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Re: Los Panteras Negras V3.

Mensaje por Vito Corleone »

Takagi escribió:Ojo, que lo digo en el buen sentido, pero esta saga es Dresrossa xD. Quizá leída capítulo a capítulo parezca áspera, pero una vez acabe y se pueda leer del tirón seguro que será mejor (aún). A mí me maravilla el curro y el resultado, largo, entretenido, cuidado y abriendo puertas para el futuro. No hay nadie que quiera ver a John en una situación mejor que yo, pero no me molesta como está, aunque se nos esté gastando el recurso xD.

Y al igual que en One Piece, cuando Traffy finalice esta saga, por la que una vez más sólo puedo darte las gracias, creo que la historia debería apuntar a una saga pequeña, en todos los sentidos. Duración, trama, personajes, conflictos... Sencillita, para variar, nada más.
Se agradece todo comentario positivo, muchas gracias ^^
Y sí, la saga va a ritmo lento, quizá hubiera sido mejor ir más al grano, pero lo hecho hecho está y toca rematarlo con dignidad. Sólo espero que sigáis leyendo y animados para mantener esto vivo. Ya llegarán días mejores.
wild animal escribió:Traffy no pude distinguir pros y contras, por que son notas en general, ya que el capitulo me gusto mucho (de los mejores de la saga sin duda) y practicamente no tiene contras.

OMG OMG OMG, tuve que interrumpir mi lectura solo para poder escribir esto,
"La cuarta razón era que precisamente era ahí donde se unían el cielo y la tierra"
Me he perdido totalmente cuando suena el den den mushi, cuando faltaba un miembro y no sabia llegar al salon del cielo
Oie vamos que esta bien que a Van no le pasara nada con tocar algo metalico (no es Kriptonita), pero si vaz a ponerle una mascara metalica, ¿por que al que siente dolor al tocar el metal jaja? Obviamente este punto es coña

Un acierto total la capacidad detectivesca de Diego. Al ser uno de los mas listos del grupo, y haber sido detective, tiene la capacidad natural de descubrir cosas solo con ver algo rapidamente, un punto sin duda favorable para los panteras en su aventura.

Jajaja genial lo de "Co" no lo habia pensado :lol: :lol:

Eso del rey blanco fue genial, muy muy muy buen trabajo, siempre he creido que eres el mejor en las analogias en este grupo.`

La resistencia de John sobre humana, muy acertado, recordemos ninguno de ellos es cercano a los humanos, 3 son mas rapidos que balas, tienen fuerza demoledora y pueden con decenas de marinos promedio cada uno.

Bastante divertido lo de "pidio por las buenas"

PTM (puta madre) hasta senti coraje, dolor, odio y mas dolor con lo de las minas, un gran punto en este capitulo. Nos has mostrado el dolor y sufrimiento de la gente, como en aquella escena den Calm, una forma Dressrosiana de ver una isla, y que te den ganas de que pateen a los villanos.

Algo que me llamo la atencion es la curiosidad de Diego, empezamos a ver como muestra sus sueños, sus ambiciones, y que desea salir y conocer el mundo, una excelente excusa para viajar con los panteras y tener su funcion en el barco.

Tengo la duda de donde puede estar la corona. Por una parte esta donde la tierra y el cielo se unen, pero tambien recuerdo que en la abadia hay una puerta cerrada con llave que nunca pudieron abrir.

Tengo que aceptar que me perdi un poco con lo de las manchas de sangre a la altura del torax, pero al final creo lo entendi, esa escena si no me quedo muy clara la verdad.



¿Anty te refieres a una saga parecida a la de Calm? Tony recomendo una buena idea antes de volver a irse, hace poco hablaba con traffy de ella, creo es una buena idea, podria ser la proxima, y asi incluir la integracion de J.K. (que nos caera de maravilla una chica en el grupo)


Por cierto preparo lo que mencionamos, asi que esperen un MP con el formato para el tomo.

Saludos.
Ostie, pues de lo de la máscara no me di cuenta xDDDD Si alguna vez tenemos SBS y alguien pregunta por ello, responderemos con que "Lo resistió con la fuerza del amor" xDD

Sobre lo de la unión del cielo y la tierra, es genial que te hayas dado cuenta. Se irán desvelando más secretos a medida que avance esto, puede que sí y puede que no esté ahí... ¡Chananan!

Lo de la capacidad detectivesca, la cuestión es que he tardado mucho en introducirla en la historia y ahora toca meterla de forma que no quede (muy) forzada.

El bullying al pobre John ya finalizará en el 60. Lo juro. Después se cambiarán las tornas.

Sí, las ambiciones de Diego (como buen detective y persona curiosa) son bastante... Ambiciosas. Por comparación, podrían ser similares a los de Robin. Aunque con menos sosura, espero. XD

Sobre la última escena, tendrá explicación en el 60, don't worry!!

Y sí, coincido en que conviene que la próxima saga sea cortita y ligerpa para compensar y para que se anime la gente ^^

Por cierto, el capítulo 60 se llamará "El Invitado". Ya pueden ustedes debatirse por el título adecuado para el ¡sí! Tomo 6.


Besos de fresis y gracias de nuevo por leer ^^
SÍ.
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Vito Corleone
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Re: Los Panteras Negras V3.

Mensaje por Vito Corleone »

Bueeeeno, cuando uno está de vacaciones fuera de casa el tiempo libre se multiplica, y lo mío no es una excepción. Así que, tras haber decidido aumentar la productividad y aumentar el ritmo para así aligerar la saga, ya tengo el capítulo 60 terminado y el 61 por la cuarta página. Así que sin más dilación os dejo el que cerrará el Tomo número 6. Espero que lo disfrutéis ^^
Capítulo 60
El Invitado
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Algún lugar de la isla de Downpour

- No tenemos nada, capitán.
- Si tan sólo tuviéramos algo con lo que conseguir esas llaves…
- ¿Nos sirve el prisionero, capitán?
- ¿Bromeas? No. Como mucho nos darán dos palmaditas en la espalda. Necesitamos algo más convincente, un objeto de chantaje a la altura.
- No antepondrán nada a eso.
- ¿Qué proponéis, muchachos?
- La sangre sabe mejor cuando se condimenta con oro… ¿no crees?
- Mme, ja, ja… Sois tan incorregibles como yo… Decidido, entonces.

---------------------------------------------

Stewart dedicó una discreta mirada a Whisper, que se encogió de hombros como diciendo “te lo dije”. Finalmente, el Gobernador, tras dibujar una media sonrisa en el rostro y ponerse cómodo en su butaca, habló.
- Sí, en Downpour, tal y como cuentan las leyendas, se encuentra una de las Diez Maravillas de la Antigüedad. Para ser más exactos, se trata de la Corona del Soberano. Oye… -se acercó un poco a Diego, que hizo lo propio.- ¿Te importa salir un momento? Prefiero contártelo de amigo a amigo. No me gusta contar secretos de estado a completos desconocidos.
- Pues salgamos –respondió el joven mirando a sus compañeros.- Supongo que no perdemos nada.

Así que salieron. Y dentro se quedaron los demás. Benjamin, Gladis y Sebastian a un lado, y Whisper Karl Gulligulli al otro. El silencio era tenso. Los ojos gélidos del anciano se clavaban en la terrible sonrisa del Jefe de Policía. Sebastian y Gladis parecían no atreverse siquiera a mirar a aquel imponente y siniestro hombre.
- Gulligulli, es usted un hombre inteligente –comentó finalmente Ben. Fuera, Diego se había procurado un cigarro.
- Vaya –respondió este, sonriente pero calmado.- Es agradable que se lo recuerden a uno.
- No era por piropearle. Stewart no es tonto, pero usted siempre ha estado un poco por encima. Y quien dice un poco, dice una barbaridad.
- Respeto a Stewart. Es un buen estratega.
- Lo es. Pero no es esa la cuestión.
- ¿Y cuál es la cuestión?
- No se haga el loco. ¿Hasta cuándo va a seguir fingiendo y qué nos va a hacer?
- Hasta que me venga en gana, Benjamin.
- Ha sido un error de cálculo por nuestra parte pensar que no estaría aquí.
- Siempre estoy aquí. Aquí, o donde se me requiera.
- Es usted un ser despreciable. Aún estoy esperando a que me apunte a la cabeza con su arma.
- Mi trabajo consiste en ser despreciable a ojos del mundo. Suerte que el mundo no me ve, ¿eh?
- Una suerte tremenda.
- Con su permiso –dijo Whisper, incorporándose. Stewart le había dedicado una discreta mirada desde el balcón.- No necesito ningún arma, Ben. Yo soy mi mejor arma.

El Jefe de Policía de Downpour dio un paso al frente, alzó el dedo índice y murmuró para sus adentros una palabra de dos sílabas. “Shigan”. Y su índice se clavó en el costillar de Benjamin a la velocidad de una bala. Después, pronunció otra palabra de dos sílabas. “Soru”. Y desapareció, y algo que se movía extremadamente rápido provocó un agujero en los cuerpos de Sebastian y de Gladis.

No duró más de tres segundos en llevar a cabo todos los movimientos. Limpio y silencioso. Como debía ser. Cargó primero con el cuerpo de Benjamin, que se mantenía consciente a duras penas. Lo había atravesado y su dedo había dejado una mancha de sangre en la butaca que casi se camuflaba con las rosas que decoraban el tapizado. Después se echó a la espalda a Sebastian y Gladis también, y corrió hacia la puerta de la sala. Dejó los tres cuerpos detrás de la puerta, y la dejó entreabierta, quedándose él fuera, pero vigilando lo que ocurría dentro.

Un minuto después entró Diego. Le dejó darse cuenta de lo que pasaba. Lo supo en el mismo momento en el que entró en la sala. Lo vio en sus ojos. Pero hizo como que no se daba cuenta, por si veía alguna línea de escape, o como si no quisiera creérselo. No paró hasta encontrar tres manchas de sangre. Mientras lo hacía, probablemente, su mente estaría trabajando para buscar una vía de escape. La encontró. Buscaría las cosquillas a Stewart y después lo acorralaría, dándole una oportunidad inmejorable de atacar a aquel que estuviera en las sombras. Sin embargo, se mantendría alerta y al menor movimiento sospechoso usaría al Gobernador como escudo humano para huir. Pero lo último que se esperaba el pobre muchacho era que Whisper Gulligulli lo embistiera y mordiera en el hombro con sus larguísimos colmillos sin previo aviso y a una velocidad imperceptible. Como así fue. Era su trabajo.


------------------------------------

Pasillos subterráneos de la Golden Palace.

- ¡¡Huid, desgraciados!! –exclamó Anthony, mientras ayudaba a John a correr.
- ¡No ganaremos nada huyendo! –respondió Tony, que daba la espalda al Desertor.

El Grifo y Van estaban en posición de pelea, mientras John y Anthony trataban de correr en dirección contraria. John farfulló algo. Después sus dientes chasquearon, doloridos. Alzó la mano y arrugó la tez, como si así calmara el daño.
- No luchéis… Si son como los otros os matarán…
- ¡¿Le habéis oído!? –gritó Anthony, metiendo prisa a los dos compañeros que insistían en luchar contra aquellos monstruos.
- ¡Huid vosotros, joder! –contestó Van.- ¡Os ofreceremos una vía de escape!
- ¿Estáis locos?

De entre las sombras aparecieron, caminando sin prisa, dos hombres. Sus nombres eran Frederick Warmpess y Peter Bungalow. Jefes de Policía de las provincias de la Llanura del Río Thames y de Downpourton, respectivamente. Pero no parecían ser simples policías, ni por atuendo ni por fuerza.
- Heeeey… -dijo Bungalow, que parecía ir fumado.- Lo mejor que podéis hacer es rendiros.
- Si paráis, será mucho más rápido.
- ¡¡Y un cuerno!! –respondió Tony, transformándose a su forma híbrida y abalanzándose sobre Warmpess, que se mantuvo en el sitio, relajado.- ¡¡Strong Claw!!
- Kami-e.

Como por arte de magia, el hombre se torció hasta el punto de casi desfigurar su forma humana, y esquivó el zarpazo de un Tony que no cabía en su asombro. Había ido a descuartizarle la garganta, y a falta de un escaso metro para el impacto, el fulano se dobló como una hoja de papel. El joven, que había quedado justo encima de un Warmpess que parecía estar jugando a pasar el limbo, cayó en la cuenta de que estaba en una situación muy poco apropiada.

En cuestión de centésimas de segundo, Warmpess lanzó su pierna hacia arriba a una velocidad endiablada, creando una especie de onda azul que impactó de lleno en el torso de Tony.
- Rankyaku.

El joven cayó unos pocos pasos más allá. Van no se detuvo a mirar por demasiado tiempo el herido cuerpo de su amigo. Cegado, se abalanzó sobre Bungalow, que parecía totalmente distraído, con el puño derecho imbuido en electricidad y fuego.
- ¡¡Plasma Punch!!
- Tekkai –dijo el otro, justo antes de que el puño de Van impactara sobre su cara.

El joven, jadeando, apartó finalmente la mano de la cara de Peter, que se acarició la mejilla, algo quemada.
- Huele a barbacoa… ¿No? –dijo, y se le inflaron los mofletes.- ¡¡CHIAAAJAJAJAJA!! ¡Es broma! La carne de ternera… –sujetó a Van del cuello. Este trató de convertirse en plasma, pero no consiguió desmaterializarse.- La carne de ternera… ¡¡ESTÁ RICA!!

Y, usando su dedo índice como arma, disparó contra el abdomen del joven tres veces, dejando al mismo retorciéndose en el suelo.
- ¡¡Tony!! ¡¡Van!! –gritó John, sacando fuerzas de flaqueza.
- Vaya ramillete de guapuras tenemos aquí, joder –dijo Warmpess, mientras él y Bungalow se acercaban a John y Anthony, que se habían quedado ahora quietos, preocupados por sus amigos.
- ¡¿Qué demonios sois!?
- Eso no es relevante, cariño –respondió Warmpes, dando un potente puñetazo a John y tumbándolo.
- ¡Mola tu pelo, bro! –le dijo Bungalow al recién noqueado, al tiempo que repetía lo hecho con Van en el abdomen de Anthony, quien para cuando quiso reaccionar ya estaba tumbado.

Después, cada uno de los policías cogió dos cuerpos a sus espaldas, y los llevaron a la Celda 34 de nuevo.

La misión había sido un fracaso en toda regla. Probablemente el fallo estuvo en no tener en cuenta la posibilidad de que cinco personas de una fuerza temible estuvieran protegiendo el enorme palacio.

-------------------------------------

Puerto de Rondinum

La gente se comenzaba a amontonar en la boca del puerto. Y los presentes, desde aquellos con los orígenes más humildes hasta los más pomposos aristócratas, se intercambiaban palabras de asombro y de respeto.

Todavía en mar abierto pero acercándose desde el este, entre los ya anclados buques de la Marina, se abría paso un enorme galeón que duplicaba en tamaño al buque insignia de la pequeña flota comandada por la Vicealmirante Isabella. Su casco era blanco y puro, y sus velas, también de un color muy claro, estaban manchadas por un símbolo formado por cinco círculos. Uno de ellos, el del centro, servía como punto de unión de las otras cuatro, situadas arriba, abajo, a la izquierda y la derecha del círculo central y atadas al mismo mediante rayas. Era el símbolo del Gobierno Mundial.

Se acercó más y más al puerto, mientras se acumulaba cada vez más gente en la zona. El anónimo capitán del barco tuvo que utilizar sus más avanzadas dotes de navegación para meter el navío por la bocana. Y lo hizo a la primera, sin siquiera rozarse con unas esquinas que debieron pasar a una distancia ridícula.

De pronto, decenas de coches de la policía apartaron sin atisbo de delicadeza a toda la muchedumbre. Los agentes, que salieron raudos de sus vehículos, formaron dos cadenas humanas que dejaron un ancho pasillo en medio.

El buque se detuvo justo ante el improvisado pasillo, y una especie de compuertas se abrieron en la proa. Desde allí desplegaron una pasarela hasta situar uno de los extremos sobre el suelo de Downpour. La gente comenzó a subir el tono de sus susurros, nerviosa.

Hasta que una presencia, aún en sombras pero incomprensiblemente notable, apareció por las compuertas y puso su pie en la pasarela. No se apreciaban sus detalles, pero parecía ser un hombre bastante gordo y retaco. Emanaba un humo denso desde su boca e iba acompañado por otro hombre, de complexión muy espigada.
- Ya hemos llegado, Sir –dijo este último.
- Soy un tipo campechano –respondió el otro, con una voz grave, ajada por el humo.
- Por supuesto, Sir.

-----------------------------------

Golden Palace, unas horas antes, salón de torturas

Stewart, enfurecido por la insolencia de aquel pirata majadero y engreído, comenzó a darle latigazos salvajemente por todo el torso, ante lo que John no reaccionó. Su cuerpo, pese a estar debilitado por las esposas y la bala de kairoseki, que aunque no hacía sangrar más su pierna seguía dentro, resistía aquellos latigazos como si fueran dados con un fideo. Había pasado por trances mucho peores que ese.
- ¡¡Vamos!! –exclamó el Gobernador, sin dejar de dar latigazos.- ¡¿Dónde cojones está “La Sombra”!? ¡¿Acaso eres tú!?
- Que te jodan, capullo –respondió John, con una cara insensible.

Strong se lamió el labio inferior. Dio el látigo a Frank Otorrino, que tras dar un lametazo a su piruleta, repitió los gestos de Stewart. La diferencia, y John fue el primero en darse cuenta, era que la fuerza de los latigazos se había multiplicado, lo menos, por veinte. El joven no pudo evitar soltar un gruñido de dolor.
- ¿Te gusta, John Conde? –preguntó, sádico, el Gobernador.- Pues tendrás mucho más si no confiesas.
- Que te jodan, capullo –repitió Conde, esta vez con una sonrisa en la cara.
- Whispey.

No tuvo que dar más explicaciones el Gobernador. El Jefe de Policía dio un paso al frente, como solía hacer, y miró fijamente a los ojos a su víctima, mientras se pasaba la lengua por los colmillos y en su cara brillaba aquella sonrisa de psicópata.
- ¿Hablarás? ¿Seremos amigos, Johnny?
- Puede que incluso tomemos el té de las cinco juntos algún día. Pero no hoy.
- Ya veo –dijo Whisper, a quien la chispa del muchacho, a su pesar, le hacía gracia.- Yo te lo he preguntado bien. Shigan.

Y hundió su dedo índice en el hombro de John, como si fuera un meteorito clavándose en la tierra. Y, esta vez sí, el joven gritó de dolor. Pero acto seguido se mordió el labio inferior, dando a entender que no hablaría.

Así que Whisper caminó tres pasos hacia atrás y dijo:
- Rankyaku.

Su patada cortante, aunque comedida, fue como un hacha cortando mantequilla, y provocó un serio corte en el torso de John, que gritó y dio dos patadas al suelo.
- ¿Por qué lo proteges? –le dijo Whisper, susurrándole al oído.- Eres nuevo aquí. Y apuesto a que sabes lo que ha hecho. ¿Por qué lo proteges?
- Je… -el joven hizo un amago de risa, pero paró porque le dolía todo el cuerpo.- Simplemente, me cae mejor que vosotros.

Strong esta vez, simplemente, no pudo contenerse, y se abalanzó sobre Conde con toda su ira. El joven, maniatado y débil, no pudo ver sino cómo los puños del Gobernador de la isla le golpeaban una y otra vez con gran fuerza. No era un hombre especialmente duro, pero la ira multiplica la fuerza, y aquella no fue la excepción. John se desmayó.
- Cerradle las heridas –dijo Stewart cuando se percató de que había perdido el conocimiento.- Puede que le necesitemos.
- Genial –respondió Whisper, disimulando su sarcasmo.- ¿Cuál es el plan ahora?
- No lo sé. Nos reuniremos los seis en el Salón del Cielo y pensaremos nuestro siguiente paso.
- ¡¡PUEDEQUESTÉN EN DILEMBURG!! –sugirió Rowhead, silencioso hasta ese momento.
- Me la suda –sentenció el Gobernador, visiblemente malhumorado, y salió de la estancia.


---------------------------------------------

De vuelta en la actualidad, pasillos subterráneos de la Golden Palace.

Sabía bien dónde se había metido. La intención era arriesgada desde un principio, pero la oportunidad era única. Y, aunque no era muy dado a hacerlo, decidieron entre todos que era lo suficientemente seguro como para hacerlo. Sin embargo, el azar es perjudicial la mayoría de los casos, de la misma forma en que lo fue esta vez.

Habían acordado, en alianza improvisada, satisfacer los deseos de todos, cosa harto difícil casi siempre. Rescatarían a John Conde a la par que conseguirían la información que querían y que les ayudaría a acabar con Strong. Para ello organizarían un paripé diciendo que Van era “La Sombra”, el hombre que asesinó al padre de Stewart dos años atrás, pese a que el ex-mafioso abandonó la isla hacía cinco. Eso el Gobernador no lo sabía. Era imposible que lo supiera. Así que todos accedieron.

Pero el azar es perjudicial la mayoría de las veces, y Diego no se esperaba encontrar a Whisper Karl Gulligulli ahí, pues lo había visto un par de horas atrás en Dilemburg. El Jefe de Policía, que en ese instante lo llevaba a una celda cualquiera maniatado y con una herida en el hombro, era un hombre extremadamente inteligente.

Y enseguida se olió que aquello no era como se lo estaban pintando. La actuación, tanto de Diego, como de sus amigos, como de Van, Anthony y Tony, había sido más que convincente, pero Gulligulli no se dejó llevar por la euforia del momento como hizo Stewart. Probablemente aguardó, y cuando Diego y los suyos llevaron a los otros tres a las celdas, le dijo lo que pensaba a Strong, que no dudó en creer a su más fiel soldado. Probablemente conoció a Benjamin en el mismo instante en que bajó del coche. Probablemente le tenía calado a él desde la primera vez que lo vio y todo aquel tiempo sólo estuvo divirtiéndose.

Diego tenía en muy buena estima a Whisper. Siempre lo había considerado un tío muy inteligente y la principal amenaza para todo aquello que había venido haciendo. Pero que fuera tan salvajemente poderoso… Jamás se le hubiera pasado por la cabeza. Y se cagó en todos los días en los que pensó que sería un simple poli que hacía de perrito faldero para Stewart, que era inteligente pero que su única virtud era saber apuntar bien con la pistola.

Por eso le pilló desprevenido, por eso tenía una herida en el hombro y por eso el plan se había ido a tomar por saco. Por un error de cálculo, por un juego de azar. Un error que jamás debió ocurrir. Se acordó de que aún tenían un hilo al que aferrarse cuando Whisper se detuvo enfrente de aquella celda en cuyo interior yacían doloridas otras siete personas. Abrió la puerta y empujó al joven dentro.
- Diego, si así quieres que te llame… -dijo Gulligulli- ¿No te acuerdas de este lugar?
- …
- Haz memoria. Ya me contarás. O no.

Cerró la puerta con llave, y se marchó. Y Diego se quedó de rodillas, de espaldas a la puerta de la Celda 34, con el semblante serio y los ojos perdidos en la gris pared. Algunos de los allí presentes estaban desmayados, otros simplemente deseaban estarlo. Había resultado ser el mejor parado. La herida del hombro sangraba, pero el rojo ni siquiera se había extendido a la parte de la camisa blanca que se veía.

Se movió hasta apoyar su espalda contra la pared. Miró al techo. Celda 34. Y le era demoníacamente familiar. Cerró después los ojos, y trató de hacer memoria. Pero todo lo que le venía a la mente eran imágenes oníricas, dibujos abstractos ideados para desorientarle, pero que siempre pasaban por aquel espacio cerrado y oscuro. Salió de su ensimismamiento cuando una voz temblorosa habló.
- Tú… Eres el de las excavaciones, entonces. Eres Diego -dijo John Conde, cuyo cuerpo presentaba heridas terribles pero cuya cara parecía calmada.
- Sí, o lo era, al menos.
- Me lo han explicado cuando nos has dejado la llave. Gracias por venir a sacarme de esta.
- Dales las gracias a tus amigos. La idea de rescatarte fue suya, no mía. Yo tengo mis propios objetivos.
- Pero nos necesitáis para llevarlos a cabo.
- No exactamente. Cuando me informaron de lo que había sucedido en la Torre del Reloj, en el hostal, y en mi casa, lo primero que pensé fue que todo se iría al garete. Me sorprendió saber que habíais accedido a sentaros y a escuchar nuestros motivos.
- Suelo hacer caso a mi instinto. Y creo que no me ha fallado.
- Eso no te lo podría decir; mira la situación.
- No me lo esperaba.
- ¿El qué?
- Encontrarte aquí. Cuando te vi en las excavaciones me pareciste un tipo de lo más común.
- Intento aparentar serlo.
- He leído el periódico hoy por la mañana. Trece asesinados en menos de veinticuatro horas. ¿Por qué? Es lo único que quiero saber para asegurarme de que lo he hecho bien.
- Je… -Diego enarcó las cejas.- Decidir si lo has hecho bien o mal… Es tu cuestión. No somos unos santurrones. Pero tampoco somos los malos de la historia porque nos apetezca. Todo en esta vida es ambiguo, Conde.
- Llámame John. He visto lo de Dilemburg, y he actuado en consecuencia a lo que he visto, no lo que he leído o lo que he supuesto. Es por eso que estamos aquí, al fin y al cabo.
- Te has precipitado –dijo Orlais, asintiendo levemente.- Pero si no lo hubieras hecho, no sé si hubiera podido contenerme. Y aunque no comparto el modus operandi, lo que has hecho me parece admirable.
- Suelo hacer lo que me dicta el corazón. Es una virtud y un defecto al mismo tiempo, supongo.
- Sí…

El rubio hizo ademán de llevarse la mano al bolsillo para sacarse un cigarrillo, pero enseguida recordó que estaba atado con unas esposas de kairoseki, para mayor seguridad. Para no arriesgarse a que de pronto apareciera con el poder de alguna de esas condenadas frutas mágicas. Hubiera dado igual de haber estado atado con esposas corrientes, pues no era usuario.
- Eso es kairoseki también, ¿no? –preguntó John, al percatarse del detalle.
- Buen ojo. Sí que lo es.
- ¿Usuario?
- No. Pero no son tontos; han preferido no arriesgarse y apostar por la máxima dureza.
- Lo dices como si pudieras romper unas esposas de metal.
- ¿Bromeas? Unas esposas de metal pueden romperse como si fueran de cristal golpeándolas en el punto adecuado. O la cadena, al menos –explicó Diego. Benjamin comenzó a incorporarse.
- Vaya.
- …
- Saldremos de aquí.

De pronto, una especie de rayo iluminó la mente de Diego, haciéndole ver las cosas con claridad. “Saldremos de aquí”. La Celda 34. Le pareció ver un rizo dorado en algún lugar de su subconsciente. Y lo entendió. Las imágenes, antes borrosas, oníricas y reprimidas, fueron reproduciéndose en su mente.

Él había estado en la Golden Palace, en esa misma celda, unos años atrás.

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Minas de Terralta, la Ciudad Negra

Los camiones de transporte, que eran como automóviles gigantes con una especie de baúl de gran tamaño enganchado, fueron llegando uno tras otro. Había unos veinte de aquellos bicharracos. Y de ellos fueron descendiendo personas. Una tras otra. En cantidades desorbitadas.

En cada camión –había dicho Sir Daniel Lecter- venían cerca de doscientas personas, apretadas como cerillas en su cajeta. Un cálculo rápido después, los números eran bastante significativos desde el punto de vista de la Vicealmirante Isabella. Cuatro mil individuos. La inmensa mayoría de ellos eran hombres adultos, si bien había mujeres y jóvenes muchachos desperdigados aquí y allá.

Pero cuatro mil personas eran muchas personas. Y era imposible que todas ellas hubieran cometido un delito así, de un día para otro. Pese a que Downpour era un país con una alta tasa de criminalidad –por algo sería, supuso la Vicealmirante- eran demasiadas almas, demasiadas vidas.
- ¿Qué han hecho para estar aquí? –preguntó finalmente la mujer manca.

Daniel Lecter era un hombre bastante alto –rondaría el metro noventa- y con más de flaco que de gordo, sin llegar a ser un palillo. Su tez, pálida como la de la mayoría de los isleños, y su cara somnolienta, le daban una apariencia bastante vampírica, un rasgo que se acentuaba por su atuendo, bastante chapado a la antigua.
- Han defraudado a la hacienda. Es decir, no han pagado los impuestos que debían.
- ¿Es motivo suficiente para matarlos?
- Señora… -dijo el hombre, mirando por encima del hombro a la oficial.- Es un crimen como otro cualquiera. ¿Es robar un gnomo de jardín motivo suficiente para morir? Es debatible. Pero en esta isla las cosas se hacen así. Es lo mejor si queremos tener una vida pacífica.
- No han hecho daño a nadie.
- Al resto de la población. Si todos hicieran como ellos, ¿quién pagaría las escuelas? ¿Quién pagaría las bibliotecas, o los hospitales? Debemos ser rigurosos a este aspecto. ¿No cree?
- Los nobles viven a cuerpo de rey. Y no he necesitado investigar mucho para ver que el salario medio del país es ridículo. Obviando el hecho de que se hacen distinciones de sueldos para las diversas clases sociales. ¿Dónde ve la rigurosidad en eso?
- Es la elección divina, Vicealmirante. Usted misma sabe mejor que nadie que es nuestro Dios quien decide nuestros destinos.
- Pues deberíais dejar de jugar a ser Dios y jugar con las vidas de la gente.
- Noto cierto desdén y cierta arrogancia en su discurso.
- Nota bien. Gilipollas.

E Isabella dio media vuelta en dirección al puesto de mando. Entró con una potente zancada y sin dedicar una miserable mirada a todo cuanto la rodeaba. Se dirigió a su mano derecha, Lady Di, que tomaba un té con galletitas, sentada en una mesa.
- Lady Di, un DenDen Mushi. Comunícame con la Sede ahora mismo.
- Sí, Señora.

La Sub-teniente de fragata no tardó ni quince segundos en realizar todos los preparativos mientras se comía una galleta. Y al cabo del tiempo mencionado, Isabella ya estaba al aparato y Lady Di había vuelto a su frenética actividad del papeo.
- Aquí la Vicealmirante Isabella, ¿con quién hablo?
- Vicealmirante Zhan Yamanawa al aparato. ¿En qué puedo ayudarte, Isa?
- Necesito que mandes a un supervisor o a un jodido almirante a Downpour. Lo que estoy viendo en este país no es normal.
- Sabes que la Marina no tiene ningún poder ahí, ¿verdad? No tenemos influencia. Ahí el que manda es Stewart Strong y está enchufado por el Gobierno. Ni pinchamos ni cortamos, y lo que pase en ese antro nos es igual. ¿Entiendes?
- Están matando a miles de personas por robar una manzana o por no poder pagar impuestos.
- Ya, unos hijos de puta. Si ya lo sabemos. Desde que a Saint Johann le volaron la cabeza, parece que el resto de mandatarios la han perdido también. Pero esa es precisamente la cuestión. Sólo nos llaman cuando la situación requiere de una fuerza militar superior, como aquella vez. Y ¿sabes qué? Que les jodan. Que se arreglen ellos con sus pajas mentales.
- Pues quizá os den un poco más la tabarra. Porque han matado al Primer Ministro del País y a los doce jueces de la isla.
- ¿Jueces? Y un cuerno. Son tíos del Gobierno, infiltrados sin ningún título más que el de “Manipulador Profesional” y ninguna aptitud más allá de la de joder a todo ser viviente de clase inferior.
- ¿No se supone que tanto el Gobierno como nosotros velamos por la justicia y la seguridad? ¿No se supone que somos los buenos?
- Es mucho suponer, Isa. No es por mí, sé cómo se las gastan en esa isla y hace tiempo que se decidió pasar olímpicamente. Espero que no me lo tengas en cuenta, pero ¿por qué crees que te encasqueté ese viaje institucional?
- Porque tú no querías venir. Ya me extrañaba a mí.
- ¿Quién quiere perderse un viaje institucional? ¡Son vacaciones pagadas! ¿Pero a Downpour? No, gracias. Prefiero que me peguen con un martillito en los huevos durante dos minutos. Y si ya te has sacado las fotos pertinentes, yo en tu lugar saldría cagando leches de ahí. No sé si me explico.
- Sí, sí, te explicas muy bien. Así que no vendrá nadie, ¿no?
- Nadie de la Marina. Y menos un Almirante. Ya sabes cómo son.
- Vale, gracias.
- Nada.

Isabella colgó violentamente el comunicador, y pegó una rabiosa patada a la mesa. Y después otra, y después otra. Musitó un “joder” y dio una cuarta patada a la mesa.
- ¿Y bien? –preguntó Lady Di, sin dejar de comer galletitas.
- Creo que me voy a saltar los códigos por una vez. No podré dormir tranquila si no hago algo al respecto para salvar a más personas de una ejecución injusta.
- ¿Volvemos a Rondinum?
- Ahora mismo. Ya he visto suficiente.
- Me ha llamado Mónica diciendo que el Abad ya ha regresado a Southminster.
- Pues ya tenemos próximo movimiento. Y deja ya las galletitas.

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Golden Palace, Salón del Cielo, dos horas más tarde.

Había seis hombres ahí. Se habían reunido un par de meses atrás, pero en los dos últimos días, cuando más feas se habían puesto las cosas, no habían tenido la oportunidad de verse cara a cara. Esta vez, Stewart se puso en el lado de la gran butaca, mientras los otros cinco aprovecharon la pequeñas que había dispuestas de cara a la grande.
- Entonces… ¿Ya está? –preguntó Stewart.
- Ya está –respondió Whisper.- El peligro está abortado al cien por cien. Tenemos a los implicados.
- Eso espero. Porque “él” ya ha llegado a la isla. Está en camino.
- La intención era buena, sacarnos la información acerca de eso utilizando a una cabeza de turco para hacer de “La Sombra”; y mientras intentaba hacerte hablar, dejar que los supuestos cómplices de “La Sombra” rescataran a su amigo… No contaron con que me hubiera quedado con la cara del viejo ni conque no fuéramos lo que aparentamos ser.
- ¿Tenéis todos las llaves de la Corona intactos?
- Sí –respondió Whisper, extrañado.- Pero no creerás que su intención es dar con la Corona, ¿no?
- ¿Qué iba a ser si no?
- No me jodas, Stew.
- No estarás diciendo que… -Stewart palideció.- Es imposible que lo sepan. Nadie lo sabe.
- ¿Tú crees? ¿Has mirado alguna vez detenidamente a Diego?

El Gobernador sintió un mareo y comenzó a emanar un sudor frío por los poros de su frente. Tragó saliva, y sintió cómo le temblaban las piernas y las manos.
- No puede ser… -farfulló.- No puede ser…
- No me lo explico de otra forma.
- ¡¡¿POR QUÉ COJONES NO ME LO DIJISTE!!? –gritó entonces Stewart, levantándose como un resorte y acercándose al Jefe de Policía.
- No eran más que sospechas –respondió Gulligulli, sin cambiar su expresión facial sonriente.
- ¡¡SOSPECHAS!! ¡¡¡JODER!!! ¡¡¿ESTÁS LOCO!!?
- Cálmate, Stew. Ya no hay peligro. Los mantendremos vivos hasta que llegue el invitado de esta noche, y en cuanto se vaya, los matamos. De todas formas, es la orden que nos dará.
- … -Strong jadeaba. Al final pareció calmarse.- La madre que te parió, Whispey. La madre que te parió.

Un hombre, completamente alterado, entró apresuradamente en la estancia. Corrió hasta donde estaban el Gobernador y los Jefes de Policía, y, tras arrodillarse para recuperar el aliento, y de paso, mostrar respeto, dijo:
- Sir Strong… ¡Los prisioneros de la Celda 34 han huido! ¡¡Los automóviles que habían aparcado en la entrada ya no están, han matado a tres guardias y herido a otros treinta y seis y han desaparecido sin dejar rastro!!

Stewart Strong, tras tres segundos de asimilación, cayó redondo al suelo. La sonrisa de Whisper se borró instantáneamente y los otros cuatro policías se quedaron de piedra. Y desde el exterior del palacio, se escuchó la melodía de unas trompetas que hicieron sonar el himno del Gobierno Mundial.

Había tres vehículos en la entrada. Acababan de aparcar enfrente del gigantesco palacio. Y del automóvil que iba en el centro y que era más lustroso y grande que los demás, salió un hombre. Era gordo y retaco. Iba vestido con un traje y un abrigo. Llevaba la cabeza cubierta por un bombín y fumaba un puro. Y su cara parecía la de un bulldog.

Era el Invitado.



Continuará…

Siguiendo con esto, toca poner nombre y apellidos al tomo 6. Los títulos de los capítulos son:
- Capítulo 51: Luz y Sombra
- Capítulo 52: Doce Elefantes
- Capítulo 53: Solo Para Tus Ojos
- Capítulo 54: W.K.
- Capítulo 55: A las 12 en punto en el Winding Stair
- Capítulo 56: Nombres
- Capítulo 57: A propósito de Stewart Strong
- Capítulo 58: Sonrisas y Lágrimas
- Capítulo 59: La Ciudad Negra
- Capítulo 60: El Invitado


Yo de momento estoy entre "Luz y Sombra", "W.K." y "La Ciudad Negra", así que a ver qué decís xDD


Respecto a la siguiente saga, salió a la palestra la idea de hacer una batalla entre distintas bandas piratas, una especie de Davy Back Fight, más serio pero algo similar.

Pongo en spoiler un posible desarrollo que hablé con wild:
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Un ejemplo sería que los Panteras, después de la que montan en Downpour, fueran invitados a algún torneo de lucha entre piratas cuyo premio fuera no se qué que nuestros protas quieran, y que esa saga diera pie a otra. Quiero decir, que no hubiera premio en realidad sino que todo fuera una maquinación de algún pirata de relumbrón (que sería el jefe final después de pasar por un par de islas más), como un shichi o alguien que quiere serlo. La idea que propuse es el tío con fruta de píxel, porque esto nos daría la posibilidad de que todas las islas por las que pasaran fueran como "niveles" que tienen que pasar para llegar al final boss (como en un videojuego) y que las mismas fueran diseñadas por el tipejo que tuviera el susodicho poder. Creo que podría dar juego y ser una saga divertida tanto de escribir como de leer, para meter ideas creativas e incluso hacer homenajes a nuestros videojuegos favoritos o lo que sea.

Saludos y gracias de nuevo ^^


PD: Y perdón por el doblepost xD
Última edición por Vito Corleone el Jue Ago 13, 2015 11:46 am, editado 2 veces en total.
SÍ.
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wild animal
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Re: Los Panteras Negras V3.

Mensaje por wild animal »

No me extendere mucho con la critica por que no hay que criticar, el capitulo ha sido bueno y punto. Estoy cada vez mas emocionado con esto de que empiecen los golpes, y como te odio, quiero saber quien es el invitado :lol: . Las siguientes son anotaciones que he puesto mientras leia, no son ni la mas insignificante ni la mas importante.
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Me gusto lo de contar lo que paso, ver ambas escenas, casi al mismo tiempo

Has mostrado muy bien a John, el cual no es un clon de Luffy, John aunque espontaneo es listo, justo y tiene buen corazon.

Jajaja lo de el martillo en los huevos me encanto :lol: :lol:

Lo admito, me perdi un poco cuando estan los 6 juntos en el salon, por la falta de nombres y a lo que iba la converzacion, pero es algo totalmente menor, siempre me lio con esas cosas.



Ahora, sobre la saga, voto por "Luz y Sombra", creo hace buen juego con el contexto de la saga, 2 organizaciones, los buenos y los malos, por asi decirlo, luchando por el poder en la isla.

Siguiente saga
Ahora, sobre la siguiente saga, si me permiten pondre un post donde lo mencionamos hace tiempo (mencion sin replica ni comentarios jaja).


Si me permiten, hace un buen tiempo, antes de iniciar Downpowr recuerdo que me atrevi a hacer una propuesta de jefes de la policia. Como no pude meterlos (y soy totalmente culpable por JAMAS escribir un puto capitulo :mrgreen: ), se me ocurrio que podia meterlos ahora como la banda rival de la siguiente saga. Obviamente habria que cambiar cosas de los personajes, Steward ya no seria Steward y ya no serian jefes de la policia, pero el concepto seguiria igual.
Personajes:

STEWART
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Nombre: Sir. Stewart Dompour (el amigo de Diego)

Pais: Inglaterra (Nota: Al estar basado Rondimum en Londres creo su líder debería ser ingles) Un caballero

Apariencia: Stewart es rubio, alto y elegante. Suele usar un traje elegante color azul con incrustaciones de plata, casi siempre usa trajes así, los mismos los acompaña con una capa. Se dice que cada traje es increíblemente caro. Debajo de los mismos esconde un cuerpo fuerte y musculoso, el cual combina con su aspecto conquistador.
Cuando entra en combate usa la una armadura llamada ¨Piel de dragón¨. Armadura de oro y plata combinados con un material sumamente resistente, esta tiene toda clase de adornos que hacen una armadura única, fuerte y bella a la vez. Esta cubre el 100% de su cuerpo y ondea una capa atrás.
A su espalda carga la meito ¨rayo fantasma¨.

Personalidad: Stewart es un desgraciado. Parece una buena persona pero no lo es, ha usado su ingenio para llegar al lugar que tiene. Al poseer el nombre Dompour piensa que es descendiente de los fundadores de la misma, lo cual hace que al ser ¨amigo¨ de los Tenryubitto también los odie por quitarle su reino (o lo que él sospecha le corresponde). Ha engañado, traicionado y manipulado para llegar a donde está. Aun así no muestra esa cara. Es carismático, amigable y hasta parece altruista con los demás. En la isla lo aman por su ¨generosidad¨, pero vendería su alma por más poder. Sería la parte panteril del Dr. Moriarti enemigo de Sherlock Holmes (Diego es un detective estilo Sherlock)

Habilidades: Stewart es increíblemente listo, ha podido llegar a una posición alta y planea subir más. Es carismático y puede trazar planes muy elaborados. Tiene una habilidad deductiva enorme, siendo capaz de analizar a cualquiera con solo verlo unos segundos, así como saber perfectamente que pasa a su alrededor, haciendo muy difícil engañarlo o sorprenderlo (aun así Diego lo logró)
Tiene la Neko-Neko no mi; modelo Tigre de Dientes de Sable; no hay mayor complicación: convierte al usuario en un tigre de dientes de sable, aportándole una increíble fuerza, agilidad y capacidad de evasión, además de fuerza defensiva.
Rankyaku + Tekkai + Soru.

Puesto: Líder

Enemigo ideal: John Conde


IGNACIO
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Nombre: Ignacio Valladolid

Pais: España (Torero)

Apariencia: Ignacio tiene estilo, usa un traje de torero extremadamente fino y elegante, con brillantes colores azules, rojos y amarillos. Sobre su cabeza hay una boina negra y sobre su espalda una capa roja. 2 espadas tipo estoques se esconden en su espalda.
Ignacio es probablemente el hombre más guapo y galante de la isla, usa su traje de torero para conquistar mujeres y romper corazones. Es delgado y músculos, su cabello es negro y posee ojos azules.

Personalidad: Que no te engañe esa sonrisa soñadora, Ignacio esconde un ser cruel detrás de él. Es totalmente fiel a Stewart y hace lo necesario para mantener el orden en la isla. Conquista mujeres pero solo rompe su corazón, a veces vendiéndolas al mercado negro cuando son realmente hermosas.
Ignacio es temido y admirado en todo el país, no hay un solo ser que no le tema y lo admire a la vez. Es el segundo al mando de Stewart, un oponente orgulloso y respetado.

Habilidades: Ignacio es el mejor espadachín de la isla, usa sus 2 espadas para combate siendo casi invencible en ataque cuerpo a cuerpo, solo superado por Stewart. Una característica es que su traje de torero es increíblemente pesado, aun así lo usa sin problema. Al quitárselo se vuelve sumamente rápido y casi imposible de ver, es tan rápido que no necesita el soru
Rankyaku + tekkai

Especialidad: El estratega

Enemigo ideal: Diego (ambos son rápidos y galantes)

Escuadrón: Espías


ADRIANO
Spoiler: Mostrar
Nombre: Adriano Bussolini

País: Italia (Gladiador)

Apariencia: Adriano suele usar una armadura ligera de acero estilo gladiador (porque lo fue). Uno de sus brazos está recubierto con la misma. Usa un casco ligero con púas y un aspecto feroz que cubre la parte de arriba de su rostro. Detrás de él suele ondear una capa que acompaña una espada. Es musculoso, alto y bronceado, su cabello es corto y negro. Su mayor característica es que está lleno de cicatrices por las duras batallas. Suele usar una espada de oro negro y toda clase de armas de combate que usan los gladiadores.

Personalidad: Adriano es agresivo, desconfiado, violento, ha sufrido toda su vida y por lo mismo está atento a cualquier problema. Cree en la justicia absoluta, es el más cruel de los 5 jefes.

Habilidades: Adriano es un peleador nato, fue gladiador y esclavo varios años y aprendió el arte de la batalla. Es bueno en el uso de armas, sobre todo la espada.
Tiene la kazan kazan no mi, la fruta de la piedra caliente. Esta fruta le da la habilidad de recubrir su cuerpo de rocas para usarlas en combate. Al usar las rocas se convierte en un ser de unos 3 metros. La fruta tiene otra característica, Adriano puede calentar las rocas dejándolas al rojo vivo.
Suele usar una espada de oro negro, que también recubre, haciéndola de roca hirviendo (imaginen un monstruo de roca roja con una espada que quema)
Tekkai + Soru

Especialidad: El luchador

Enemigo ideal: Van

Escuadrón: Guerreros élite (pocos) y defensa de la isla.


RAEN
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Nombre: Raen Faren

País: Egipto (Faraón)

Apariencia: Raen es parecido a un faraón. Es muy moreno, casi negro, piel forjada bajo los rayos del sol desértico. Usa un traje parecido al de los grandes faraones, con una cota de oro y una hombrera del mismo material con un gravado antiguo, sin camisa. Sobre su cabeza usa un sombrero parecido al de los emperadores, de la cual baja una máscara metálica que le cubre medio rostro. 2 brazaletes de oro adornan la parte baja de sus brazos.
Tiene una lanza de oro y diamante que usa en combate.

Personalidad: Raen es serio, cree ser de la realeza (pero no lo es). Suele actuar como si fuera un rey dando órdenes a donde quiera que va. A pesar de tener una voluntad de rey es un ser justo, la gente lo quiere porque siempre lleva justicia a la isla. Es el que de hecho maneja la policía (todos los demás jefes siempre están en otras cosas). Sus subordinados, la gente, todos lo aman.

Habilidades: Raen comió la sasori sasori no mi, zoan de escorpión negro del desierto. Raramente usa su fruta, pero al hacerlo es muy bueno. Su piel se vuelve una armadura negra y dura. Le crece una cola y es muy venenoso, siendo capaz de arrojar ácido y veneno. También es listo, puede andar bajo la arena sin problema, así como escarbar o estar bajo tierra con facilidad (Anthony se las vería duras con él)
Rankyaku + Soru

Especialidad: El comandante (el listo)

Enemigo ideal: Anthony al ser hábil en la arena.

Escuadrón: Defensa de la isla, maneja el número más grande de soldados (aunque son randoms)


HORAGE
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Nombre: Horage Odain

País: Islandia (Vikingo)

Apariencia: Es un vikingo gigantesco, mide unos 3 metros y es musculoso. Tiene una enorme barba marrón que combina con su largo y descuidado cabello. Usa un traje de pieles gruesas que lo protegen, aunque haga calor. Usa un hacha que baña en aceite y prende en llamas para el combate. Sobre su cabeza tiene un casco con 2 cuernos.

Personalidad: Horage es agresivo, siempre está temperamental y su vida está llena de emociones. Suele gritar para hablar, todo, absolutamente todo lo que dice lo hace a gritos. A pesar de ser un jefe de la policía tiene una vida llena de problemas, siempre está en problemas con criminales porque suele frecuentar bares con prostitutas y apuestas. Es maleducado y actúa como un verdadero vikingo, eructando, rompiendo platos, etc.

Habilidades: Es extremadamente fuerte, tiene una fuerza bruta abrumadora capaz de destruir rocas sin problema, su piel es dura y nunca se rinde. Hace años sufrió un ataque muy fuerte y perdió sensibilidad en casi todo su cuerpo, por lo cual casi no siente dolor y lo hace casi imposible de rendir o vencer en combate.
Usa una enorme hacha-martillo en combate el cual suele bañar en aceite para después prender en llamas y atacar en combate.
Tekkai + Soru

Puesto: El castigador

Enemigo ideal: Tony

Escuadrón: Crimen organizado y mafias.
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Takagi
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Re: Los Panteras Negras V3.

Mensaje por Takagi »

Muy buen capítulo. La escena del Rokushiki me ha resultado cautivadora, como ver a un asesino profesional, frío y efectivo. Me refiero a la primera, la segunda tienen otra intención y cumple también, por ejemplo. Es un acierto meter aquí estas habilidades porque sino se pasearían los protas. La parte de la tortura, cruenta y brutal. Muy nakamizable Diego tras hablar con John. Me gusta su forma de actuar y que hayan escapado. La que se va a liar.

Isabella for nakama.

A mí me gusta "Luz y Sombra".

PD. Cuando entra Diego a la celda hay un tofo en lugar de todo, por si puedes editarlo.
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Vito Corleone
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Re: Los Panteras Negras V3.

Mensaje por Vito Corleone »

Bueno pues, me alegro de que os guste el capítulo. Ya he metido la edición que comentabas, anty ^^. La escena del Rokushiki, como bien dices, era necesario meterla aquí, para que los protas tuvieran un primer contacto con el nivel de sus adversarios, sobre todo. Y sí, la que se va a liar xDDD

Sobre el Invitado, no te preocupes que pronto verás quién es, Wild xDD No alargaré más su puesta en escena, que llevamos unos cuantos capítulos con la incógnita. Por lo pronto se ve que no es un tipejo cualquiera...

La subtrama de Isabella la veía necesaria para ver el ambientillo de las Minas y para que quede clara la ideología del país, del cual ya hicimos un esquema en el Cap.46 (el de la llegada). No quedará ahí.

Se acerca la parte más significativa a nivel argumental de la saga, atentos.


Cambiando de tema, Wild, me gusta tanto la idea para la saga (una saga pirata total, sin más organizaciones que las de la bandera negra), como los personajes, aunque habrá que andar con cuidado para no repetir alguna fruta. Ya me extenderé en otro post que escriba con el ordenador y no con el móvil xD


PD: No seré yo el raro, voto a "Luz y Sombra" :lol:
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Re: Los Panteras Negras V3.

Mensaje por Vito Corleone »

Vamos allá. He cogido un buen ritmo (ya he escrito el 62 y el 63 y el 64 lo tengo a medias) y toca publicar el producto, en dosis semanales o como veáis. A ver si metemos ritmo y podemos despegar con la saga ya definitivamente. A partir de ahora empieza lo decisivo, espero no defraudar. Sin más dilación...

Capítulo 61
LIGHT
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- ¿Qué clase de recibimiento es este, Stewart? –preguntó el hombre gordo, retaco y anciano, dando una calada a su puro, cuando el Gobernador de la isla apareció por la enorme puerta del palacio andando a paso ligero y con cara de no haber dormido en semanas.
- Yo… Lo siento, Sir.
- En fin… Ya sabes por qué he venido. Iré al grano: estamos muy disgustados por todo lo que sucedió entre ayer y hoy por la noche. Los trece asesinatos han sido… Desafortunados. Pero confío en que ya lo habéis abortado.

Winston Garlic – Supervisor Jefe de Seguridad del Gobierno Mundial

Stewart tragó saliva, incómodo. Ojalá pudiera haberle contestado “El peligro ha sido abortado con presteza y efectividad, Sir Garlic”, pero eso ya no era posible, muy a su pesar. Vaciló y dudó entre decirle a aquel hombre con cara de bulldog la verdad, o fingir que en ningún momento habían conseguido dar con el hombre –o los hombres- que habían acabado con Sir Spencer Gergibond y con los Doce Ilustrados.
- Lo cierto…
- ¿Sí?
- Han huido. Los teníamos, pero han huido.

El gesto de Winston, que hasta ese momento, pese a no ser un dechado de amabilidad, se había portado al menos con elegancia, frunció el ceño y apretó el puro entre sus gruesos dedos. Su cara comenzó a volverse roja, e incluso su papada pareció tensarse.
- Dime que no es verdad.
- Cálmese, Sir –dijo el otro hombre que había salido junto a Garlic, que era espigado y de cara redonda. Iba también trajeado, aunque su corbata a rayas verdes y amarillas no parecía de reglamento.

Seamus McKintosh – Asistente Primero del Jefe de Seguridad del Gobierno Mundial

- ¡¿Calmarme!? –exclamó Winston, indignado.- ¡¡No me lo acabo de creer!! ¡¿No se supone que este palacio es de máxima seguridad!?
- Sí…
- ¡¡Pues vaya máxima seguridad de mis cojones!! –vociferó el viejo, alzando las manos al cielo, incrédulo. El gesto provocó que Whisper soltara una discreta carcajada.- Y respecto a usted, señor Gulligulli, reúna a sus muchachos y llévelos a alguna salita cómoda. Hablaré con ustedes en privado.
- Pero, señor…
- ¡Cállate, Stewart! ¡¡Cállate!! ¡Con estas cosas me quitas las razones para defenderte y reafirmarte en tu posición! Estás de alquiler, ¿recuerdas? ¡No eres nadie!
- Soy el hijo de mi padre –respondió el Gobernador, herido en su orgullo.
- Y de una fulana de los bajos fondos que murió al poco de dar a luz.
- No elegí a mi madre.
- He dicho que te calles. Seamus, dígales a los cocineros que me preparen un Breakfast Tea.
- No es hora de desayunar.
- Su inteligencia me abruma –dijo Garlic, sarcástico.- Whisper, en cinco minutos nos reunimos. Stewart, hasta que te diga que puedes pasar, prueba a jugar a la petanca. Puede que se te dé mejor que gobernar.

Así que, con paso firme, entró en la Golden Palace dejando a Strong fuera, con cara de impotencia y verbalmente derrotado, a causa del derroche de carisma, de fuerza y de explosividad de aquel anciano. No en vano era el máximo responsable de la seguridad del Gobierno. El que manejaba a todos los servicios de inteligencia, los secretos, las infiltraciones, las informaciones comprometidas. Y era natal de esa isla, de Downpour, país del cual fue primer ministro en alguna lejana época. Había nacido sobre aquel suelo. Más concretamente, en el de la ciudad de Bench, en McShire. Y había heredado el carácter de su tierra. Era un hombre absolutamente implacable.

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Dos horas atrás, Celda 34

El joven parecía desconcertado, y había tragado saliva ya un par de veces. En su cara se reflejaba el hecho de haber completado un puzle cuya última pieza se había resistido durante años. Al parecer, la había encontrado. Y el resultado no parecía gustarle. Y eso es lo que leyó Benjamin Louis Johnson en la cara de Diego.
- ¿Va todo bien? –preguntó John, extrañado.
- La verdad es que no lo sé –contestó el joven, con la mirada perdida en el suelo.
- Te has acordado de algo –dijo Ben.

Orlais asintió. Y no pudo evitar dejar que una lágrima saliera de su ojo derecho, cruzado por una cicatriz de tiempo atrás que volvió a escocer, como si la herida no estuviera cerrada aún. Para entonces, Tony y Gladis ya se habían incorporado a duras penas, y Sebastian, Van y Anthony se estaban moviendo para hacerlo después de haber oído la conversación desde el suelo.
- ¿De qué te has acordado? –preguntó John.
- Mierda… -dijo Diego, echándose al suelo de lado. Su llanto fue creciendo hasta resultar desgarrador.- ¡¡¡¡MIERDAAA!!!!

Para sorpresa de John, Anthony, Tony y Van, el resto de los presentes en aquella estancia también dejaron escapar más de una lágrima. Diego lloraba en el suelo. Benjamin, que parecía un tipo duro, se mordía el labio inferior con muchísima fuerza para evitar hacerlo. Gladis, con los ojos humedecidos también, caminó hasta ponerse al lado de Diego y le ofreció su hombro para llorar. Y Sebastian, acurrucado en la esquina, no tardó en darse cuenta de lo que estaba pasando. Y demostró que él tampoco era de piedra.
- Ey, ey ey… Calma… ¿Qué pasa?
- Nada –respondió Ben, con un nudo en la garganta. Una voz rota provocó un escalofrío en la espalda del anciano.
- Cuéntaselo, Ben –susurró el que más lloraba.- Ya hemos sufrido bastante en silencio.
- Pero Diego…
- ¿Qué pasa? –insistió John, cada vez más alterado.
- No me llames así –contestó el joven.- No me llamo así.
- …
- Cuéntaselo…


21 años atrás, Rondinum, en el distrito de Thames, uno de los más pobres de la ciudad.

Era un establecimiento humilde. No solía acudir demasiada gente, pero la parroquia era fiel. Generalmente, los hombres trabajadores del barrio escogían el Ben’s Hostel para ahogar sus penas en alcohol después de sus largas jornadas de actividad laboral a escaso sueldo. Pero eran felices. A lo mejor, porque compartían ese mismo sentimiento de inferioridad con respecto a los arrogantes ricachones de los distritos céntricos tales como Grayhall y Southminster.

Aquella misma tarde, el bar del local estaba poblado por unas doce personas. Algunas de ellas hablaban, otras bebían en sus mesas solitarias, otras jugaban a las cartas y otras servían.
- ¿Has oído lo de las Minas? Parece que están implantando nuevas medidas de seguridad.
- Ese aire está envenenado, por muchas medidas que tomen. El hijo de una prima mía se dejó la vida trabajando ahí hace ya cuatro meses.
- ¿El pequeño Bill?
- Dios le tenga en su gloria.

Desde la cocina llegaba el delicioso aroma de una comida recién hecha. La fusión de olores era tan curiosa como tentadora. Adivinaba uno, si ponía la atención suficiente, olores de guisos, de tortillas, de pescado e incluso de algún alcohol fuerte que acabaran de destilar.
- ¡Pelirrojo, sácame otra copa!
- ¿Otra de whisky? Ya vas por la quinta, Wayne. ¿Vas a poder pagar?
- ¿Qué?
- Que si vas a poder pagar.
- Pues claro. Sácame la dichosa copa.
- Voy.

Fuera llovía. Y un hombre, alto y corpulento, caminaba sobre los empapados adoquines. Se cubría la cabeza con un bombín, y el cuerpo con un grueso pero elegante abrigo. Sus zapatos, algo estropeados por el uso excesivo y repetido, hacían eco en aquella larga y vacía calle. Llegó enfrente del Ben’s Hostel y abrió la puerta.
- Vas de farol –dijo un hombre un par de mesas más allá de la entrada.
- Tú veras –respondió una voz de mujer.- ¡Dave, tráeme un cigarrillo, anda!
- ¡¡No, estoy ayudando a mamá con las croquetas!! –respondió el aludido desde la cocina.
- ¡No me lo distraigas! –confirmó con cierto deje de indignación Miranda, que ya estaba deseando que acabara aquel día para tomarse ella misma una copa de whisky e irse a dormir.
- ¿Seb? –insistió desde la mesa.
- ¡Espera un momento! –contestó este, ocupado en servir licor al viejo Wayne.
- No picaré. No voy –sentenció el mismo tipo que había acusado de mentirosa a la chica.
- Pues ya puede depositar su dinero en banca –finalizó ella, enseñando dos ases; uno de picas y otro de corazones.
- ¡Ay pero qué zorra!
- Lloriqueos no, por favor. Haber “picado” –dijo la muchacha, cogiendo el cigarrillo que le acababa de traer Sebastian.- ¿Tienes fuego?
- Ehh… Sí, supongo –respondió el hombre, mientras dejaba una jugosa suma de setenta berries en el lado de la mesa donde jugaba la señorita, a la que dio otro vistazo de arriba abajo.
- ¿Te gusta? Todavía está en el mercado –dijo esta, habiendo caído en la cuenta de que la miraba con ojos golosos desde el inicio de la partida.- Cierra la boca, anda, que se te cae la baba. Memo…

La carcajada fue general y nada malintencionada. Aunque ella era una auténtica preciosidad realmente. Dieciocho años, con todo lo que ello suponía. Sobre unos pies pequeños se alzaban unas piernas definidas y largas, que terminaban en la cadera para dar lugar a una forma de reloj de arena. Unas medidas proporcionadas, naturales. Y en su cara se dibujaban una pequeña nariz, y una boca de labios ligeramente gruesos que sonreían dulcemente, y unos ojos de color cian brillante amparados por unas cejas finas y unas pestañas largas. Su melena, rubia y rizada, brillaba bajo la tenue luz del bar. Y, más allá del aspecto, era una muchacha alegre y descarada, rebelde. Probablemente a causa de la edad, o porque lo había heredado de su padre.

Mary Johnson – Camarera del negocio familiar, Ben’s Hostel

Precisamente fue su padre quien, corriendo a toda velocidad, llegó hasta la mesa donde estaba su hija, y de un manotazo, echó al suelo el cigarrillo que tenía entre los dedos índice y corazón. Acto seguido, se quitó el bombín y se desabrochó el abrigo.
- ¡Te tengo dicho que no fumes, joder! –gritó, frunciendo el ceño.
- ¿Pero estás tonto? ¡No soy una puta cría, sé lo que hago! –respondió ella, encarándose a su padre.
- Bennie, calma. Ya tiene dieciocho años –argumentó el tipo que había perdido la partida.
- ¡Eso es una miserable forma de envenenarse los pulmones! –contestó el hombre, cuyo cabello ya había empezado a encanecerse.- ¡Es prácticamente un insulto a todas las vidas que se pierden en la Ciudad Negra!
- Pero papá…
- No hay peros. Sabes muy bien lo que pienso acerca de esto. Puedes jugar, puedes beber incluso. Pero tienes terminantemente prohibido fumar. ¿Me has oído?
- … -a la joven le costó responder.- Sí.
- Así me gusta. Y Seb, no le des más cigarrillos, joder. Son para los clientes.
- Sí, papá.

Así que, tras rehacerse de aquella bronca inicial, Benjamin caminó hacia una de las habitaciones de la planta baja, las de los propietarios, y se echó sobre su cama, un discreto lecho con base de chirriante madera y un colchón relleno de algodón. Tras permanecer quieto durante cerca de un minuto, se sentó en aquella superficie, y abrió el primer cajón de su mesita de noche. Del mismo sacó unos cuantos papeles de periódico doblados, y estuvo un largo rato mirándolos.

“Guardias de seguridad asesinan dos hombres en las Minas por negligencia”, rezaba el titular. El artículo explicaba que los dos hombres, natales de Easthampton, habían colocado de forma incorrecta una carga de dinamita, provocando el hundimiento del techo y provocando un retraso de dos días en la extracción del kairoseki. El supervisor, Sir Joshamee Pou, había tratado de detener a los cuatro guardias de seguridad, pero los hombres tenían a sus víctimas entre ceja y ceja y los machacaron a puñetazos.

Volvió a guardar los papeles en el cajón. Había sido otro largo día. Mary Johnson, por su parte, salió del bar y paró un taxi en una calle cercana, algo más transitada que la suya.
- Al distrito de Grayhall y Southminster, por favor. A la Biblioteca Nacional.

Fue cerca de media hora de viaje. Las vías no estaban nada congestionadas, y no vieron más que veinte automóviles en todo el camino. Cuando llegaron, la joven bajó del taxi, pagó lo debido al buen hombre que la había llevado hasta ahí y caminó hacia la puerta principal. Eran las nueve y cuarto de la noche. El “Hogar de los Sabios” ofrecía la oportunidad de viajar por todos los mundos imaginables de noche a los pocos que se animaban a abrir sus páginas a esas horas.

Aquella noche tampoco había mucha gente. Había un hombre calvo con una curiosa cicatriz en la cabeza sentado en un escritorio pequeño –el bibliotecario-, una anciana que leía en silencio, una parejita que se hacía arrumacos, no más de cuatro personas deambulando por las distintas plantas, y ella. Subió las escaleras que daban a la primera planta. Su favorita.

En la planta baja había libros en su mayoría románticos. No le interesaban. No creía en los romances. En la primera planta, en cambio, se archivaban los libros de misterio, de psicología y aquellos que contaban la historia. En las plantas segunda y tercera, se podían encontrar libros de todo tipo: recetas, autoayuda, humor, filosofía, fantasía, terror, poesía…

Le gustaba esa planta porque solía estar sola. Con sus libros, con sus aventuras, con la vida de sus antepasados. Pero sola, al fin y al cabo.

Desde que tenía trece años había tratado de ir todos los días posibles al “Hogar de los Sabios”. Decía que era su segundo hogar. Que allí, fuera de su realidad de camarera, podía soñar con hacer cosas importantes. Salir de aquella oscura ciudad, tumbarse en un velero y dejarse mecer por las olas. O descubrir nuevas islas de la mano de quienes lo hicieron siglos atrás. Fundar ese mismo país junto con quienes lo hicieron de verdad. Una canción sonaba, débil, por los altavoces.
- The good times are gone,
The new age arrives, then
See the young men coming, darling,
Cause there’ll be… There’ll be
No country for old men…

Cogió un libro. Llevaba tres meses leyendo acerca de esto último, de la historia, de la isla de Downpour. La Parte XV. Iba a cogerla, cuando un joven, quizá algo mayor que ella, cogió la Parte I de la misma colección.
- Te llevo algo de ventaja –dijo Mary, burlona.
- No te duermas, mañana mismo te pillo –respondió el otro, sonriente.

Era un muchacho de estatura media alta, vestido con unos sencillos pantalones vaqueros y una camisa blanca. En su rostro, dulce y bien afeitado, destacaban unos ojos de un color avellana lleno de vitalidad, una fina y corta nariz, y unos labios que parecían felices. Llevaba el cabello castaño bien peinado hacia un lado.
- Vas a tener que leer rápido –dijo Mary con una sonrisa de medio lado. Le resultaba atractivo; con un poco de suerte se lo podría llevar a casa esa noche.
- Te veo crecida –respondió entonces él, acercándose un paso. Aquella chica podría ser la más bella que sus ojos habían apreciado.- Sólo te he dado algo de ventaja.

La joven sonrió, y dio un paso al frente también. Se le acercó al nuevo amigo que se había hecho, insinuante, y acercó sus labios a los de él, que ni corto ni perezoso, la correspondió. Pero un instante antes de que sus labios fueran uno, ella cogió el libro de la mano del chico dio media vuelta. Él se quedó algo cortado, pero sonrió. Se la había jugado.
- ¿Te ayudo con los primeros capítulos? A lo mejor te cuesta entenderlos –dijo, provocadora.
- Es posible –respondió él, caminando detrás de la muchacha, que miró con una inocente sonrisa hacia atrás.
- Mary Johnson; encantada.
- Strong. Stewart Strong.


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Sala Amparal, Golden Palace

Winston Garlic se sentó sobre la única butaca en la que su ancho cuerpo cabía de aquella sala. Y miró con semblante serio a los cinco individuos que se mantenían en fila india, sin mover un solo músculo y con el mentón alto, a la espera de alguna palabra. Frederick Warmpess, Frank Otorrino, Whisper Gulligulli, Peter Bungalow y Lewis Rowhead formaban, en el orden mencionado, esa fila de cinco. Les había obligado a dejar sus prendas estrafalarias y a vestir de traje, como todo buen policía.
- Os hacéis llamar CP5 –dijo finalmente Winston.- Cipher Pol Nº5. Pero hasta ahora habéis demostrado ser una mierda. ¿Qué es un grupo de superhumanos que no puede detener a un jodido asesino y tenerlo quieto en su celda durante…?
- Dos horas –dijo Whisper.
- ¡¿Dos horas!?
- Estaban encerrados, mi amor. Los habíamos reducido y estaban gravemente heridos, joder.
- Menuda panda de ineptos. Me lo espero de vosotros cuatro. Pero ¿Whisper? Siempre te he considerado uno de los mejores en tu trabajo.
- Hará bien en seguir considerándome como tal.
- ¿Bromeas? No hasta ver colgadas las cabezas de esos putos desgraciados que os han huido delante de las narices colgadas en lo alto de la Torre del Reloj. Gracias a vuestro genial plan de esperar hasta el último momento y gracias a que Stewart no es capaz de mantener la boquita cerrada, esos inútiles saben dónde buscar la Corona del Soberano. No tienen las llaves, pero tienen la localización.
- ¿Usted cree?
- ¿Qué insinúa?
- Denos un voto de confianza. Mañana al amanecer tendrá las cabezas de los siete fugitivos. Lo que hemos hecho hasta ahora ha sido mero calentamiento. Nos estábamos divirtiendo.
- Más os vale. No sólo está en juego el país. El Mundo entero se la juega, chicos. Si no traéis los cadáveres de esa gente, yo mismo me encargaré de que vosotros acabéis fiambre.
- Entendido, Sir Garlic, no hay riesgo.
- ¿Qué os he enseñado? ¿Cómo se consiguen las cosas?
- ¡¡CON SANGRE, SUDOR Y LÁGRIMAS, SIR!!

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21 años atrás, distrito de Grayhall y Southminster, una de la madrugada.

El Rondinum Eye era una gigantesca noria de cerca de cincuenta metros. Uno de los lugares favoritos de las parejas para un momento romántico. Aquella noche lluviosa, dos jóvenes corrieron entre risas para colocarse bajo su amparo. Iban agarrados de la mano y calados de arriba abajo, lo cual no parecía importarles en absoluto.

Se besaron. Y él habló.
- Mary… Tengo que confesarte algo –dijo, sin apenas separarse de la muchacha.
- Lo que sea.
- Prométeme que no te enfadarás.
- Hecho –respondió ella, mientras lo volvía a besar.
- Estoy comprometido –dijo, y cerró los ojos, en señal de disculpa.
- Lo sabía –remachó Mary, sin separarse de Stewart.- He visto el anillo en tu mano.
- Pero te quiero.
- Lo sé –respondió la chica. Miró a Strong a los ojos. Sonrió.- Y yo a ti. Me tengo que ir. ¡Nos vemos!

Mary Johnson corrió hacia la carretera, donde circulaba en ese momento un taxi. Lo paró y se fue. Stewart se quedó boquiabierto, en el sitio. Y después de sonreír una última vez mientras veía alejarse el taxi, caminó bajo la lluvia hacia la carretera, para coger un taxi diferente, e irse a su diferente casa. Iba a ser verdad que los polos opuestos se atraían.


Mary bajó del taxi emocionada, pagó al taxista y le deseó buenas noches, y después corrió hacia la entrada del hostal. Sacó las llaves de su bolso y las introdujo con cuidado en la cerradura. No pudo evitar esbozar una sonrisa mientras recordaba todo lo vivido en las últimas tres horas y media. Su sonrisa hizo amago de apagarse cuando vio a su padre y a su madre sentados en la mesa más cercana a la puerta.
- ¿Dónde has estado? –preguntó su padre, secamente.- Llegas empapada. Estábamos preocupados.
- He ido a la biblioteca. Y he conocido a un chico –respondió ella, recuperando su brillante sonrisa.
- Es raro que no te lo hayas traído a casa, ¿no?
- Él no podía. Está prometido –cerró la puerta que quedaba a su espalda.
- ¿Te has camelado a un hombre comprometido? –saltó su madre de pronto.- ¿Cuántos años te saca?
- Tiene diecinueve, mamá. Uno más que yo –soltó una pequeña carcajada.- Es adorable.
- Podemos… ¿Podemos saber su nombre al menos? –dijo su padre, frotándose los ojos.
- Stewart. Strong.
- ¿Strong? ¿De los Strong de la Holyhill?
- Sí.
- Un noble.
- Sí.
- Y comprometido.
- No soy una cría. Nos hemos enamorado –finalizó ella, incapaz de ocultar su sonrisa y su entusiasmo. Sus padres sonrieron ligeramente.

Le dijeron a su hija que se fuera a la cama, a lo que la muchacha obedeció sin rechistar. Lo hacía cuando era feliz. La querían. Tanto como a sus otros dos hijos. Era una familia curiosa, pero unida. Benjamin y Miranda, ambos nacieron en ese distrito, en ese mismo barrio. Se enamoraron veintitrés años atrás, cuando él tenía veintiuno y ella veinte. Él, alto, de cabello castaño claro, de ojos de color cian y de sonrisa de galante. Ella, bajita, de cabello rubio, ojos de color añil y de sonrisa dulce. Se casaron tres primaveras después, en una humilde iglesia del barrio. Y dos más tarde, nació su ángel. Mary. Esa niña que desde pequeña tenía a todos los chiquillos de su barrio locamente enamorados. Esa niña a veces volátil, a veces demasiado suelta, pero inteligente como pocas personas en aquellos lares. Un año después de que Mary llorara por primera vez, llegaron al hogar Sebastian y David. Ambos pasaron a formar parte de la familia Johnson porque sus padres los Brown y los Giggs, amigos de Ben y de Miranda, habían perecido en las Minas.

Era una familia curiosa, pero unida. Pobre en dinero, rica en amor. Como la mayoría de las familias en Thames District.

Stewart Strong vivía en un enorme adosado, en la zona donde vivían los ricos de la ciudad. Holyhill. Su padre, Leonard Strong, era dueño de una empresa de cervezas de la isla –empresa que heredó de su padre-, y su madre, hija de uno de los magnates del kairoseki. Tenían una inmejorable relación con los mandamases de la isla, con St. Johann y St. Dannae, por lo cual recibían favores de vez en cuando. La historia de su amor no iba más allá de un matrimonio de conveniencia. Y Stewart era un muchacho muy dulce, comprensivo. Su madre a menudo decía que era el hijo perfecto. Por eso iba a casarlo con una chica noble de una familia amiga.

Era una familia poco curiosa, pero poco unida. Rica en dinero, pobre en amor. Como la mayoría de las familias en Holyhill.


Fue en una de esas noches de biblioteca. Stewart y Mary comenzaron a ir más por verse el uno al otro que por la lectura. Durante los tres años siguientes, terminaron de leer la historia de Downpour, y otras cien historias más. Y, sin embargo, seguían compartiendo sus pareceres, sus sueños, a veces en la biblioteca, otras bajo la lluvia, otras sobre la cama de un hotel. Jamás se dejaron ver por nadie que no fueran las solitarias almas del Hogar de los Sabios. Las noches en las que no se veían, en las que no se miraban a los ojos, eran las más largas y las más tristes para ambos. Ella quería libertad, él también. Fue en una de esas noches de hotel.
- Te quiero –dijo Mary, tapada únicamente por las sábanas de la cama. Al igual que Stewart.
- Te quiero –respondió él, y se besaron, una vez más. Habían perdido la cuenta ya.

Strong llevaba esos tres años aplazando su boda con la chica con la que querían casarlo sus padres. Ellos hacían oídos sordos a todas las súplicas del joven para que le dejaran elegir a su pareja. “Los nobles y los pobre estamos divididos por elección divina”- decían. “El universo no quiere que tú y esa fulana de los barrios bajos estéis juntos”.
- Júrame –dijo Mary- que algún día esto se acabará. Que podremos ser felices.

Stewart vaciló. Le hubiera encantado jurarlo. Ella era inocente. No sabía nada de la vida de ataduras que vivía. Él ansiaba lo mismo que ella. Ella, lo mismo que él. Pero como decían sus padres, el universo había decidido poner obstáculos. La quería.
- Un día saldremos de aquí –dijo.
- ¿A dónde? –preguntó Mary, pegándose a su amado.
- Al mar. Descubriremos los secretos del mundo. Juntos.
- Juntos. No puedo esperar.
- Un día…

No podía ser tan difícil.


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Bosques de O’Bitiland, cerca de la Golden Palace, tres cuartos de hora antes de la llegada del invitado.

Era un automóvil sobrio, negro y de cristales tintados. Oculto entre los árboles pero a escasos metros de la carretera y del coloso de oro rodeado de una cúpula asesina que estaba oculto entre toda aquella vegetación, aguardaba agazapado su momento. Y aguardaba, Y aguardaba. Probablemente por eso se durmió David Brown.
- Dave… ¡Despierta! –dijo Miranda, dando una bofetada al hombre, que se incorporó sobresaltado, dándose con la cabeza contra el techado del vehículo.- Hace ya casi dos horas que han ido y no vuelven. No habíamos quedado en que…
- ¡¡¿DOS HORAS!!? –gritó el otro, mirando su reloj.- Joder, joder, joder, joder… -comenzó a buscar desesperadamente algo en la guantera, totalmente desvelado.
- ¿Qué buscas? –preguntó Miranda.
- Los planos del alcantarillado del palacio.
- ¿Se puede saber de dónde los has sacado?
- Los ha robado él… -vaciló un segundo.- Diego, a la mañana, por si acaso tenía que colarse otra vez.
- Pues ha acertado.

Salieron del coche rápidamente, aunque a la anciana le costó algo más. Habían cogido un par de picos. Brown extendió el plano del alcantarillado tanto como pudo, sin dejar de caminar en dirección al palacio.
- ¡Ajá! Los deshechos se expulsan por un túnel que queda a unos cien metros de aquí… Hacia allá.
- Dave, ¿pretendes meterme por tubos llenos de mierda?
- Procuraremos no tocar la mierda, pero tenemos que sacarlos de ahí y esta es la manera de hacerlo. Saca el rastreador.

Llegaron a la boca del túnel, que resultó ser lo suficientemente espacioso como para ir de pie, y tenía algo parecido a una acera en su lado izquierdo. Vertía inhumanas cantidades de deshechos de todo tipo a un pequeño riachuelo que llegaba transparente hasta ese punto, y que después se tornaba de un color marrón oscuro.
- Estos chismes… Me pregunto de dónde los habréis sacado –protestó Miranda, mientras sacaba una especie de zahorí electrónico.
- Del mercado negro.
- Estupendo, estos son los valores que os he enseñado.
- No haber preguntado. ¿Preparada?
- Ojalá lo estuviera, hijo. Allá vamos.

Y se perdieron en la negrura del túnel, sin saber realmente a dónde los llevaría aquello.

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17 años atrás, Ben’s Hostel. Mes de febrero.

Toda la gente del barrio se apelotonaba alrededor de la entrada del establecimiento, como si dentro estuvieran regalando whisky añejo. Sebastian, que a sus veinte años ya medía cerca de metro noventa e imponía lo suyo, y David, de la misma edad y que pese a ser más bajito –difícilmente superaba los ciento setenta y cinco centímetros- era pura fibra, empujaban a la muchedumbre hacia fuera, mientras esta cogía tendencia de entrar. Nevaba.
- ¡Son demasiados, joder! –exclamó el pelirrojo, abriendo los brazos enfrente de la puerta. Dave, por su parte, persuadía a base de empujones, de puñetazos y de amenazas.
- ¡El siguiente que se arrime a la puerta se lleva una barra de pan metida por el culo, voy avisando!
- ¡¿Pero ella está bien!?-gritó Harry Ledson, el panadero, desde algún punto de entre la muchedumbre.
- ¡Eso! –insistió Tabitha Baines, la costurera.
- ¡Lo sabría si nos dejarais en paz, soplagaitas! –respondió David, alzando un brazo con la mano en posición de dar una bofetada.


Abadía de Southminster, al mismo tiempo.

Dio un paso al frente. Y ella, otro. A sus espaldas, cientos de personas, vestidas de gala, aguardando el momento cumbre de la ceremonia. Y enfrente, Charles MacAbbeh, un hombre pequeñito y de aspecto bonachón, que los miraba con una sonrisa en el rostro.

Stewart la miró. Era bastante guapa. De cabello castaño y ojos oscuros, sonrisa dulce y cuerpo esbelto. Pero no estaba seguro de lo que estaba haciendo.
- ¿Marianne Reed, aceptas a Stewart Strong como tu legítimo esposo?
- Sí, quiero –respondió ella, haciendo un gesto afirmativo con la cabeza.


Ben’s Hostel.

Cinco minutos después, tras mucha más amenaza, más prometer que avisarían del estado de su hermana e incluso de ofertar rebajas en bebidas de alcohol en caso de que despejaran el lugar y dejaran de dar la brasa, consiguieron que la gente regresara a su actividad rutinaria.

En el interior del bar sólo quedaron los más íntimos amigos de la familia, y los propios integrantes de la misma. Se escuchaban unos gritos terribles, desgarradores, desde uno de los dormitorios.
- Wayne, ¿Mary está bien? –preguntó Sebastian, mientras caminaba hacia las habitaciones. El viejo bebedor se encontraba cerca de las mismas, con su espalda apoyada en la pared. No le gustaban esas escenas.
- No sé, pero está gritando mucho.
- Mierda –dijo David, apresurándose. En su camino se cruzó Barney Blue, ese hombre que, por mucho que lo intentaba, no conseguía derrotar a Mary a las cartas. Era un tipo genial, un cliente fijo desde la apertura del local gracias a que fue compañero de colegio de Ben. Acababa de salir de la habitación donde estaba su hermana.- ¡Barney! ¿Qué tal está ella?
- Psé. Sufriendo –respondió él, mientras daba un trago al vaso de whisky que tenía en la mano.- Será mejor que no la molestéis; está a punto.
- ¡¡AAAAAAAHHHHHH!! –exclamó una mujer, desde el dormitorio contiguo.
- Al cuerno –dijo Dave, abriéndose camino entre Barney y la pared, y abriendo la puerta. Sebastian y Blue hicieron lo propio.


Abadía de Southminster.

- Y tú, Stewart Strong, ¿aceptas a Marianne Reed como tu legítima esposa?

Stewart vaciló un momento. Le vinieron, en flashes, todos los momentos vividos con la mujer que realmente amaba. Sus padres, sentados en la primera fila de bancos, aguardaban ansiosos a que su hijo dijera la frase pertinente, para confirmar su trato amistoso con la familia Reed. Así que el muchacho, con una lágrima que luego diría que era de alegría cayéndole por la mejilla, dijo:
- Sí, quiero.
- Pues yo os declaro marido y mujer.

Y con el beso entre Stewart y Marianne, la abadía explotó de júbilo.


Ben’s Hostel.

Y lo que vieron pudo haberles repugnado. De hecho, hubiera sido lo común. Pero no pudieron sino sonreír y dejar caer una lágrima después. Porque la risa de aquel bebé de ojos relucientes recién nacido era, sin duda, lo más bonito que jamás habían escuchado sus oídos. Mary, en cuyo rostro se reflejaba un gesto lleno de dolor físico y delirio emocional, con ojos llorosos, dijo, tras coger en brazos a su hijo:
- Traerá algo de luz a este mundo en penumbras. Su nombre es Light. Light Strong Johnson.



Continuará…

Notas y eso mañana en otro post o cuando vayáis comentando, que por fin he conseguido poner wifi en el ordenador y no quiero que se chafe xDDD

¡Saludos y gracias por leer!
SÍ.
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Takagi
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Re: Los Panteras Negras V3.

Mensaje por Takagi »

Winston, nombre con poso, por eso lo de sangre, sudor y lágrimas cobra más sentido aún, bravo por meternos ahí a Churchil. El tal Seamus, nombre muy británico, tiene un apellido brillante xD. Agradezco un flashback así ahora también. Y al CP5.

¡Finalazo! Light for nakama.
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wild animal
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Re: Los Panteras Negras V3.

Mensaje por wild animal »

Capitulo
Tengo que admitirlo, me has engañado totalmente, digo, sabia que Diego era uerfano, pero ¿esto? WOW WOW y WOW, te quedo fenomenal, jamas imagine que seria hijo de Stewart y nieto de Benjamin. Te has montado una historia digna de compararse con la del señor pink (que ya es mucho), y el nacimiento de Diego en el momento de la boda, y para acabar no se llama Diego, se llama Light, un precioso y bello nombre. Te felicito, empece a leer el capitulo en la madrugada (me jure lo leeria antes de despertar) y hasta me quito el sueño, no podia dejar de leerlo, y has logrado lo que siempre buscamos, que nos duela cuando vemos las palabras "continuara". Lo he dicho ya antes, pero el mejor capitulo hasta ahora lo que va de la saga, y si esa frase se repite mucho, solo puedo decir, que los capitulos van mejorando.
Spoiler: Mostrar
Ahora debo decir, estoy emocionado, todo esta encajando, cuando gritan a los 5 del CP5, imagine a Garlic escupiendo, con cara roja y gritando.

Por cierto Garlic es por Garlic Jr?

Wow wow wow, estoy perdido, Steward es hijo de un magnate cervecero, no era de un tenryu y de una plebeya?

Me gusto mucho las 2 frases conectadas de rica en dinero pobre en amor y viceversa

Marianne Reed, estoy seguro te has basado en Mary Reed verdad? la compañera de Jack Rackjam, curiosamente, su nombre era Mary, una fusion del nombre de ambas chicas, algo bastante curioso, que me agrada bastante, esos pequeños toques son los que hacen rico un capitulo.
Tomo 6
Chicos traigo el tomo 6, le he incluido algunas cosas, espero les agrade, le he puesto sangre, sudor y lagrimas. He incluido algunas cosas, luego me dicen que opinan.

[center]Panteras Negras volumen 6[/center]


Por cierto, no me contestan los demas, si llegan a contestar, puedo editarlo.

Saludos.
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Vito Corleone
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Re: Los Panteras Negras V3.

Mensaje por Vito Corleone »

Bueno, una vez más gran trabajo con el tomo, wild. Es completito (largo, como debe ser xD), con islas e incluso (por primera vez) con caras... Aunque sin duda la mejor parte se la lleva la de los agradecimientos y las preguntas posteriores. Muy bien pensado y muy bonito, en serio, genial.


Volviendo a la "actualidad", si no posteé los apuntes que os prometí fue porque las preguntas que hacíais se irán revelando durante los próximos dos-tres capítulos. Y porque el WiFi iba como le daba la puta gana xD. Hasta entonces, paciencia, porque la longitud ya se me ha ido un poco de las manos xDD. Me alegro mucho de que os gustase tanto el 61, tenía miedo a la reacción ante la noticia de que Diego no se llamara Diego y que fuera hijo de Strong xDD. Y otro tanto con el personaje de Winston, que alguno podía no estar de acuerdo y tal. Me alegro, y mucho. Gracias. ^^

Acerca del par de detalles que decía wild en spoiler:
Spoiler: Mostrar
- Lo de Garlic es porque hice una extraña relación mental entre el ajo y la mala hostia. Y como Winston tiene mala hostia, pues Winston Garlic. Pero vaya, que me di cuenta de que tenía el mismo apellido que Garlic Jr. xDD

- Dale tiempo al bueno de Stew para labrar su pasado, man. Sigue leyendo el post y lo sabrás... Chan chachachán.

- El cacao este de nombres entre Marianne Reed y Mary sí, algo ha tenido que ver con las piratas. Además, como dijimos que en la isla estaba la tumba de Jack Rackram, pues me pareció divertido hacerlo. Sin más importancia que esa xD

Por lo pronto, siguiente capítulo. Con un poco de suerte, se repetirán las frases que me decíais al término del anterior.

Capítulo 62
NO COUNTRY FOR OLD MEN
Spoiler: Mostrar
Golden Palace, Salón del Cielo

Winston Garlic había dado la orden de trasladar el paripé montado desde el centro de la sala hasta cerca de una de las ventanas, y que, a ser posible, esta diera a los majestuosos jardines del palacio.

Tanto los integrantes del Cipher Pol Nº5 como Stewart Strong se pusieron de cara al Jefe de Seguridad del Gobierno, el pez más gordo de cuantos nadaban en aquel estanque, dejando que este tuviera vistas a los susodichos jardines y al coqueto pueblo de Larsat, situado dentro de las murallas de oro.
- Este sitio es invisible desde fuera –dijo Winston, dando una calada a su inapagable puro.- E inexpugnable. Todo gracias a los increíbles avances de los científicos del Gobierno, que puso esta cúpula aquí hace ya unos cuantos años, junto con el palacio –hizo una pausa.- ¿Cómo es posible que siete ratas de alcantarilla hayan sido capaces de burlar vuestra inteligencia al entrar, y la seguridad de este sitio al salir? Porque si me dais una explicación, a lo mejor alcanzo a entenderlo.
- ¡¡LOSENTIMOS, SIR!! –exclamó Rowhead, agachando la cabeza.
- Con sentirlo no es suficiente –respondió él.- Stewart, he ordenado a tus hombres que me traigan las cabezas de esos escurridizos cabrones para el amanecer. Y si no terminas con esto, yo mismo me encargaré de que sirvas de pasto para el pueblo, ¿de acuerdo?
- Sí… Sí, Sir.

Sir Garlic se levantó, y se acercó a cada uno de los agentes del CP5.
- Enseñadme vuestras llaves. Vamos.

Los cinco sacaron una pequeña llave de oro de sus bolsillos, de sus calcetines o de sus cabelleras.
- Bien –dijo el anciano, cogiendo la de Peter Bungalow.- Esto es lo que quiere esa gente, esto es lo que ha provocado que se rían de tu Gobierno, Stew, y esto es lo que puede costar que el mundo se venga abajo. Esos tipos no sé si saben de su existencia, pero si han podido entrar aquí lo sabrán tarde o temprano. Sólo si no consiguen las llaves conservaréis vuestras cabezas, ¿entendido?
- ¿Los va a guardar usted mientras nosotros damos con los fugitivos? –preguntó Otorrino.
- ¿Os habéis vuelto locos? ¡Ni de coña, joder! Si no sois capaces de proteger una puta llave, una puta corona, siendo ese vuestro único cometido, ¿cómo podré confiar en que el mundo no quedará patas arriba por vuestra culpa?
- Entendido, Sir.
- Yo tomaré alojamiento en Larsat –señaló el pequeño pueblo de dentro del palacio.- Si mañana por la mañana, con los primeros rayos de sol, no me habéis traído las cabezas de esa gente en una bandeja, yo pondré las vuestras en una.
- Eso ya lo ha dicho, Sir –puntualizó Warmpess.
- Sí. Pero quería hacer hincapié. No voy de coña.

Y dicho eso, Sir Winston Garlic, se marchó de la estancia, a un ritmo lento pero con paso firme, como quien se sabe victorioso. No cabía duda de que confiaba ciegamente en sus muchachos. En Whisper, Peter, Frederick, Lewis y Frank. De otra forma, les hubiera quitado las llaves y las habría guardado él mismo. Pero no lo hizo. Sin embargo, su tarea en aquel momento no parecía ser la de cuidar las llaves para proteger la Corona, sino proteger el mayor secreto de cuantos ocultaba aquella oscura isla.

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Distrito Thames, Rondinum, cinco años atrás.

Los niños jugaban al fútbol, y las niñas, a ser princesitas. Sólo que ese onceavo día del segundo mes del año, lo hacían bajo la nieve y mientras celebraban el duodécimo cumpleaños de Light Johnson, con todo lo que ello suponía. Tarta de chocolate, y algunos pastelitos preparados para la causa por un atento Harry Ledson, el panadero del barrio.

Light era uno de los mejores jugadores de su equipo de amigos, y destacaba por su potentísimo disparo, impropio de un enano de doce años. Acababa de golpear un balón con fuerza, provocando el ruido de unos cristales rotos.
- Vaya liante –dijo uno de los chiquillos del equipo rival.
- El cristal ya estaba roto –respondió el otro, en desesperada autodefensa.- De lo contrario el ruido de los cristales al caerse sería más grande.
- Excusas, excusas.
- ¡¡La ley de la botella, el que la tira va a por ella!! –gritó el portero de los chavales del otro equipo, con el claro objetivo de no ir él, que era el que más cerca del desaguisado estaba.
- Debería haber rotación –dijo Light, mientras corría a por el balón, a una juguetería cercana cuyo dueño salió del establecimiento incrédulo.- Ya van ocho veces que me mandáis a por el balón.

Mary observaba a su hijo y a sus amigos. Había crecido fuerte y sano, como ella hubiera deseado. Ella acababa de cumplir los treinta y cuatro. Había madurado. Al principio había sido muy duro; sacar adelante a un bebé siendo una madre soltera de veintidós años no fue tarea fácil. Pero le había hecho crecer.

Quizá lo que más le dolía era el hecho de saber que su el padre de su hijo jamás llegaría a compartir techo con ellos. Pues aunque era lo que quería, le resultaba imposible. Stewart se limitaba a enviar un cheque, una especie de pensión, para que ni a Mary ni a Light les faltase de nada nunca. Y pese a eso, no había visto a su hijo más que en una ocasión, con motivo de su sexto cumpleaños.

Stewart y Mary seguían viéndose y amándose una, dos o tres veces por semana, siempre que Marianne, la esposa de Stewart, dejara a su marido libre. Probablemente era el hecho de que su amor estuviese prohibido lo que mantenía el fuego de su relación vivo. Ambos habían asumido que su lugar estaba en esa isla, y no en la mar como habían soñado años atrás. Habían aceptado que ser libres no estaba en su destino. Habían aceptado que su amor sólo podía ser real en hoteles de mala muerte a las tres de la madrugada.

El día tocaba a su fin. El tenue sol invernal, cuya luz a duras penas traspasaba las gruesas nubes blancas, comenzaba a adoptar un débil tono rosáceo, y comenzaba a ponerse, allá en la lejanía. El partido de los chiquillos se dio por terminado con incierto resultado, y cada mochuelo volvió a su olivo.
- No les hagas caso –dijo Light, mientras corría a la entrada del hostal, donde estaba su madre.- Hemos ganado de goleada. Tú de testigo.
- Por supuesto.
- ¿Qué tenemos para cenar?
- Sopa.
- ¿Otra veeez?

El resto de la jornada fue sencilla. Cenaron, Light se fue a la cama temprano, Mary se quedó hablando y tomándose unas copas con Sebastian y David, y después fueron apareciendo Wayne, Barney, Harry y todos los que siempre tenían un hueco asegurado en el Ben’s. El propio Ben llegó ya bien entrada la noche, a eso de las once, como solía hacerlo.

No era una faceta suya muy conocida, pero cuando no estaba atendiendo en el bar –cosa que hacía únicamente por las mañanas-, se dedicaba a manifestarse contra las nefastas condiciones laborales de las Minas de Terralta. Cada vez más gente de su barrio, y como ejemplo tenía los difuntos padres de Dave y Seb, perecía a causa de la nube tóxica que formaba aquella mole de piedra que se erguía en el centro del país. Benjamin defendía que había que acabar con todo aquello, a cualquier precio. Aunque para conseguirlo hubiera que derramar la sangre de unos pocos “cabrones acomodados”, en sus propias palabras. Así que entrenaba a diario. Pese a rondar ya los sesenta años, acudía al gimnasio todos los días religiosamente para mantener sus piernas en forma, pues las utilizaba como principal arma. Y desde pequeño había adiestrado a Light para que heredara ese sentido de la justicia y ese estilo de lucha.
- Hola, papá –dijo Sebastian, bebiéndose su segunda copa de whisky de la noche, sentado junto a sus dos hermanos.
- Hola… -respondió Ben. Parecía cansado.
- ¿Va todo bien? –preguntó Mary, con la cabeza apoyada en su mano derecha.
- No lo sé… No lo sé –respondió él.- Seb, sácame una copa, haz el favor.
- Voy.
- Ha sido esta misma tarde. Todos los medios del país, qué digo del país, del mundo, se han hecho eco. La esposa de St. Johann, St. Dannae, ha fallecido a causa de un paro cardíaco.
- ¡¡¿CÓMO!!? –exclamaron David y Mary al unísono. A Sebastian se le cayó la copa de whisky de su padre al suelo.
- El país entero está conmocionado. Se espera que mañana St. Johann dé un discurso en el funeral en la Abadía de Southminster.
- ¿Iréis? –preguntó Rajeem, otro de los habituales del local y dueño del quiosco más frecuentado del barrio.
- No lo sé. Supongo que sí –respondió Ben.- ¿Dónde está Yubaba?
- Sabes que odia que le llames así. Se ha ido a Bench a por licor. Ya casi no queda.
- ¿Volverá?
- Tarde –contestó David.- De madrugada.
- Si queréis –dijo Mary, incorporándose y acercándose a la barra del bar en busca de alguna otra bebida- ya me quedo yo de guardia. Estoy menos cansada de lo que me esperaba.
- Vale –respondió Benjamin, levantándose y besando en la frente a su hija.- Yo me voy a dormir. Estoy reventado. Buenas noches.
- Buenas noches, papá –dijo David.- Creo que yo también me retiraré.
- ¿Vais a dejar al pobre Seb sólo en la barra? Vaya con la solidaridad –exclamó Wayne, soltando una carcajada después. El viejo no parecía cambiar con el paso de los años.
- Bonita forma de hacerme invisible –regañó Mary, burlona. Casi se diría que ni su cuerpo ni, en ocasiones, su irreverente personalidad habían cambiado desde que era una alegre jovencita de dieciocho años.

El comentario de la mujer provocó una silenciosa algarabía. Procuraban recordar que había un crío de doce años –recién cumplidos- dormido en una de las habitaciones de la planta baja.

Y el bar se fue vaciando, como todos los días. Sebastian también se retiró a su dormitorio, dejando a Mary sola, con sus pensamientos. Estuvo sentada durante casi una hora, sin nada más que hacer que tomarse alguna otra copa y releer el periódico del día. Traía cuatro esquelas más por culpa de la Ciudad Negra. De pronto, sonó el DenDen Mushi del local. Mary corrió a cogerlo para que no despertara a nadie.
- ¿Diga?
- Soy yo, mi amor.
- ¿Stew? ¿Cómo se te ocurre llamar a estas horas? –preguntó ella, exclamando en voz baja.
- Lo siento… No puedo dormir. Necesito hablar contigo.
- … -hubo un breve silencio.- Cuéntame. Y perdón. Es que Light está dormido, y…
- Lo de St. Dannae.
- ¿Qué pasa?
- No lo sé. Es como si algo en mi cabeza me dijera que este no es mi lugar.
- Hablamos de esa cosa hace ya un tiempo, cariño. Nuestro sitio está en Downpour. Pero siempre podremos soñar con el mar y…
- No me entiendes. Hablo de esta familia.
- ¿Qué dices, Stew?
- No sé, joder, no lo sé… Lo siento.
- No hay nada que sentir. Descansa; mañana será otro día.
- Será lo mejor. Te quiero.
- Te quiero.

Mary enarcó las cejas. No acababa de comprender el significado de aquella llamada. Echaba de menos a Stewart. Hacían ya cuatro días que no lo veía. Y esas esperas se le hacían eternas. Se sirvió una copa más, y dio un respingo cuando vio una sombra a su espalda.
- ¿Era papá? –dijo una voz. Mary se tranquilizó.
- Sí, hijo. Era él.
- ¿Por qué no vive aquí? ¿Por qué no lo he visto nunca?
- Lo viste hace seis años.
- Ya ni me acuerdo. ¿Os divorciasteis nada más nacer yo?
- No… Es algo más complicado que eso.
- ¿Se avergüenza de nosotros?
- No, Light, no, por Dios –fingió una sonrisa.- Sólo que vive en otro mundo.
- O sea que es noble –remachó el chiquillo.- No podéis estar juntos porque… Es un noble, y su familia no le deja elegir con quién casarse.
- No lo hubiera dicho mejor –aprobó ella, cogiendo a su hijo en su regazo.
- ¿Pero él te quiere? –preguntó de pronto, apoyando su cabeza en el hombro de su madre.
- Mucho –respondió Mary, dejando escapar una lágrima.- Mucho.
- Pues eso es lo importante.


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Rondinum, Abadía de Southminster

Isabella Regem abrió la puerta de un fuerte golpe y caminó a paso muy ligero a través del ancho pasillo central del enorme templo. Aquella isla era una mierda, pero al menos el transporte era rápido y eficiente. Llegó enfrente del altar, y giró la cabeza en ambas direcciones. Tomó el camino de la derecha, que llevaba a una puerta. Y entró en la sacristía, y abrió todas las puertas que se enfrentaron en su camino con una potencia y una decisión increíbles. Se cruzó con un cura.
- ¡¿Dónde está el Abad Charles MacAbbeh!?
- Eh… Yo…
- ¡¡CONTESTA, INÚTIL!!
- ¡En su cuarto, siguiente pasillo, tercera puerta, a la derecha! –exclamó el cura, casi cagado en los pantalones.

Así que lo soltó, rezó un momento para limpiar el pecado de agarrar por el cuello a un noble pastor, y llegó al siguiente pasillo, tercera puerta a la derecha, y de la patada que le pegó, casi la echó abajo.
- Hola, Charlie –dijo.
- Vi… Vicealmirante. Cuán agradable sorpresa.
- Déjate de gilipolleces. ¿Adónde fuisteis esta madrugada y dónde habéis estado por la mañana?
- Yo…
- ¡¡No me obligues a darte dos hostias, Charlie!! –exclamó Isabella, cada vez más cerca del abad. Parecía rabiosa y violenta.
- ¡Al norte del país, en O’Bitiland en un palacio oculto con una cúpula gigante! –gritó MacAbbeh, acojonado por la imponente presencia de la oficial de alto rango. Acto seguido, tragó saliva y, cerrando los ojos, agachó la cabeza.
- Eres un poco bocazas, Charlie. Jamás confesaría ante ti. Pero gracias.

Fuera lo que fuese lo que se estaba cociendo ahí, Charles MacAbbeh estaba metido hasta la sotana. Isabella Regem tomó asiento sobre la cama del viejo.
- Verás, Charlie… No me gusta que la gente guarde secretos conmigo. ¿Entiendes? He visto el panorama de las minas. De la Ciudad Negra. Y no me ha gustado nada. Ni un poquito. Pero dudo de que un pez gordo del Gobierno Mundial haya venido únicamente para tratar un asunto que lleva al rojo vivo unos cuantos años ya. Así que te lo preguntaré una vez: ¿qué cojones os traéis entre manos?
- Yo… Verá…
- Sin rodeos. Suéltalo.
- Lo siento. No se lo puedo decir.

La cara de la Vicealmirante adoptó un tono oscuro.

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12 de febrero de cinco años atrás, día del funeral de St. Dannae.

- Por tanto, oremos por el alma de nuestra añorada Dannae. Que los Dragones del Cielo la lleven hasta el Paraíso y que el Ser Superior la acoja en su regazo, con infinita bondad. Oremos –dijo Charles MacAbbeh, entrelazando sus dedos y agachando la cabeza.

Y la enorme iglesia, abarrotada hasta límites insospechados, se sumió en el más absoluto de los silencios para rezar por el alma de la Gobernadora. Nadie era nadie especial en aquella mañana de invierno. Miles de personas invisibles en un espacio cerrado. Eso es lo que eran.

En el altar, sentados en las sillas que rodeaban el trono del sacerdote, estaban doce hombres. Los doce Jueces Supremos de la isla. La mayoría de la gente desconocía por qué esas figuras de la ley se sentaban en aquel lugar.

Y a la mayoría de la gente se le hizo un nudo en la garganta cuando un hombre, que iba vestido con un curioso traje negro y cuya cabeza iba cubierta en una burbuja, se acercó al lugar donde estaba Charles MacAbbeh. Su cabello era corto y castaño, sus ojos de color avellana y su tez, ya bastante arrugada, tenía un tono muy pálido. Era el Gobernador.

St. Johann – Gobernador de la isla de Downpour y Dragón Celestial

- Ciudadanos de Rondinum –dijo, con voz sobria.-Hoy es un día triste para el mundo, un día triste para mí. Lloramos a la que fue mi amada, una gran mujer, una excelente esposa. Es un día triste. Y me toca llorar. Pero también me corresponde admitir mis errores. Puede que sea cobarde hacerlo ahora, cuando ella ya no puede escucharme, pero jamás he tenido la fuerza suficiente para hablar claro. Espero que desde allá donde esté pueda perdonarme, porque… Tuve un hijo hace ya cuarenta y cuatro años. Su nombre… es Stewart. Y su apellido, hasta ahora, Strong.

Un murmullo estremecedor se apoderó de la abadía a una velocidad espantosa. El Gobernador se quedó en el sitio, buscando a alguien con la mirada, haciendo caso omiso de todo lo que sucedía a su alrededor. Al abad le costaba respirar. Los Doce Jueces casi se cayeron de sus respectivos asientos.

Y un hombre salió escopeteado de la abadía. Y una preciosa mujer corrió detrás de él. Ambos salieron, casi anónimamente, sin que nadie les mirara. Y el hombre pidió un taxi en la carretera, y la mujer lo agarró del brazo antes de que entrara. Llovía.
- Déjame, Mary. Necesito estar sólo.
- Lo siento mucho, Stew.
- Yo también. Hasta mañana, Mary.
- Te quiero.
- Sí.

Y el taxi arrancó, empapando con su rueda a la mujer, que vio cómo se alejaba el vehículo. Una mano amiga se enroscó entre sus dedos.
- Se le pasará, mamá.


Pasaron cinco días y Stewart no llamó a Mary. Por lo que se oía en la isla, el flamante hijo del Gobernador llevaba encerrado en su cuarto cinco días, y no había salido ni siquiera para comer. St. Johann, pese a que su hijo no quería verle ni en pintura, había dejado sobre los hombros de su único descendiente el peso del cargo de Ministro de Defensa.

Mary tampoco comió más que migajas de pan en esos cinco días. El resto de la familia funcionó igual que otros días, pues ni siquiera conocían a Stewart. Pero observaron a su hija algunos y a su hermana otros, especialmente alicaída. Como si sintieran que una parte de ella se alejaba irremediablemente. Como si ya no fuera la chica alegre de siempre.


Golden Palace.

Aquel sitio era espectacular. Probablemente, el sitio más espectacular que Stewart había visto en su vida. Pero detestaba tener que estar ahí. Acababa de descubrir que toda su vida era una gran mentira, que era el hijo bastardo de uno de esos nobles mundiales que se paseaban por la calle humillando a los ciudadanos.

Acababa de descubrir que odiaba a su padre. A su padre real, y al adoptivo, por haberle ocultado semejante realidad durante tantos y tantos años. En aquellos días, todo lo demás daba igual.

En el despacho del Ministro de Defensa reinaba un silencio absoluto. Hasta que alguien golpeó la puerta con fuerza.
- Pase… -dijo Stewart, con desgana. Un hombre de cabello rubio y de facciones muy marcadas entró en la estancia. Era Henry McMoyes, el Jefe de Policía de la isla.
- Buenas tardes, Sir… Strong. ¿Seguro que no quiere que le llame por su apellido real?
- Seguro. Ni me mentes a mi padre ni nada que tenga que ver con él. Me considera un hijo bastardo, alguien que no merece su categoría, así que allá él.
- Pero, Sir…
- ¿A qué demonios ha venido?
- Ahora que es Ministro de Defensa… Es mi superior. Y el de cierta persona que quiere verle.

Detrás de McMoyes apareció de pronto una figura sombría. Su cabello era largo y liso, sus ojos de color verde esmeralda, y su sonrisa, la de un psicópata. Stewart hubiera reconocido esa cara hasta en el mismísimo infierno.
- ¡¿Whisper Gulligulli!?
- El mismo que viste y calza –respondió este.
- ¡Desapareciste del colegio en sexto de primaria! ¿Dónde has estado?
- Es una larga historia que no viene a cuento. La cuestión es que desde aquel día en que me fui del colegio me convertí en un hombre.
- El Señor Whisper –comenzó a decir McMoyes- es el jefe del Cipher Pol Nº5 del Gobierno Mundial, una agencia de policías secretos numerados que actúan en defensa de los intereses de los de arriba. Así que… Les dejo a solas, ¿vale? Estaré en el despacho del… Jefe de Policía –sonrió forzosamente y se fue.

Whisper Gulligulli avanzó a ritmo lento hasta colocarse enfrente del escritorio de Stewart. Cogió uno de los dos asientos que había en una de las esquinas de la estancia, y se sentó.
- Ha dicho policía secreto… Pero me gusta considerarme un simple asesino –dijo Whisper.- Un simple asesino al servicio del Gobierno. Y, como Ministro de Defensa y mi único superior, creo que hay algo que debe saber.
- Puedes hablarme de tú, Whisper. Éramos los mejores amigos en nuestra infancia, ¿recuerdas?
- No hay lugar para las amistades en mi vida, Stewart.
- Hagamos una excepción. ¿Una copa?
- Por favor.
- Bueno, cuéntame. ¿Qué es eso que tengo que saber?
- ¿Sabes algo sobre las Diez Maravillas de la Antigüedad?
- Lo justo. Sé cuáles son y lo que cuentan sobre alguna.
- Pero ¿a que no sabías que en esta isla hay una?

Stewart dio un respingo. Se acordó de las noches de biblioteca con Mary. Sirvió rápidamente dos copas de whisky y volvió a sentarse en su silla.
- Explícate –dijo.
- En la Abadía de Southminster. En las catacumbas, donde reposan los restos de toda la estirpe de tu padre. Y nuestra misión es protegerla. La del CP5, quiero decir.
- Espera, espera, espera… ¿Me estás diciendo que una de esas reliquias ancestrales que son tema tabú en todo el mundo se encuentra bajo el suelo que pisé hace cinco puñeteros días?
- Es eso, más o menos –respondió Whisper, bebiéndose su copa de un trago.- Para entrar en las catacumbas hace falta una llave muy específica. Hacen falta cinco, para ser más exactos. Cada una de ellas está al cargo de uno de los miembros del CP5.
- Eso que dices me suena de algo… Oye, ¿y por qué me cuentas todo esto?
- Porque ahora también es tu tarea protegerla. Tú nos darás las órdenes. Yo, después, decidiré si acatarlas, o si por el contrario, decida desobedecerlas en caso de que me parezcan absurdas.
- ¿Y qué clase de órdenes deberé dar?
- Depende. Hay gente a la que, de vez en cuando, se le cruza un cable y decide que va a arriesgar su vida para conseguir una triste corona. Una locura. La orden pertinente en ese caso es: “Mátalo”. Y entonces yo lo haré.

Stewart tragó saliva. Por un momento llegó a odiar un poquito más –si es que era posible- al hijo de puta de su padre, por haberle puesto en un cargo donde iría matando gente con la misma facilidad con la que pasaba páginas de un libro.
- De todas formas… -dijo.- ¿Cómo es que la gente sabe de la existencia de la Maravilla y de las llaves?
- La biblioteca de la ciudad… Encierra muchos de los secretos mejor guardados del mundo, Stew.
- ¡¡De eso me sonaba a mí!! Leí algo al respecto en algún tomo de la Historia de Downpour.
- Tomo XIX, capítulo octavo. “Las leyendas hablan de un tesoro de la antigüedad, que reposa en las catacumbas de la ciudad de Rondinum y que es protegida por cinco llaves custodiadas por el Santísimo Gobernador y que, dicen, tiene poderes sobrenaturales.” Es lo que dice, textualmente.
- No entiendo por qué está ese libro en dominio público…
- Porque nos sirve de vara para medir la inteligencia de un país dormido. Si todo sigue como hasta ahora, es que está aletargado y no supondrá ningún contratiempo.
- ¿Y las amenazas externas? –preguntó Stewart.
- Para eso estamos los del CP5. Tú no te preocupes; si no la cagas, todo irá bien.

El cabecilla del Cipher Pol nº5 se incorporó y empezó a caminar hacia la puerta. Stewart lo miraba pensativo. Su mente estaba trabajando a pleno rendimiento. Y su corazón palpitaba a mil pulsaciones por minuto. Y una gota de sudor frío como el hielo se cruzó con una bombilla encendida, y su voz no tardó en hablar, justo antes de que Whisper Gulligulli saliera de la estancia.
- ¿Cuánto cobras?
- ¿Crees que soy una puta barata? Mis honorarios son altos; ¿por qué?
- ¿Cuánto?
- Ciento treinta mil semanales.
- Uf… Eso es un golpe bajo para un asesino de élite.
- ¿A qué estás jugando?
- No estás contento, ¿verdad? –dijo Strong, con gesto serio.
- Las he tenido tiesas con tu papi a cuenta de mi sueldo. Te seré sincero, me cae como una patada en los cojones. Pero es el que manda.
- ¿Nunca has pensado en grande?
- ¿A qué te refieres?
- A un millón semanal. Cuatro millones a la semana. Cuarenta y ocho al año.
- Sí que es pensar en grande, sí –respondió Whisper, sentándose de nuevo. Su sonrisa, como de costumbre, era la de un sádico asesino. Desde pequeño había sido así.- ¿Qué se te está pasando por esa cabecita, Stewart?
- Creo que lo sabes perfectamente.
- Sería jugarnos incluso más que la vida.
- Y a cambio conseguiríamos lo equivalente a mil vidas.


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Alguna parte de Downpour

Lo sabía. Aquella oscura y sucia prisión debía tener algún punto débil. Las bisagras de la puerta estaban oxidadas, roídas por el tiempo y por la humedad, y habían sido suficientes un par de golpes duros con los grilletes en las susodichas bisagras para echar abajo la puerta.

Enseguida había encontrado las llaves de las esposas. Había activado su invisibilidad. No volverían a sorprenderle. Se habían largado. No sabía cuánto tiempo tenía para salir de aquel lugar, pero si no le veían, y teniendo en cuenta que era difícil que pudieran sentir su presencia, estaría más o menos a salvo.

Llegó a una especie de salita principal. Seguía sin tener ni pajolera idea de dónde estaba. Abrió un armario, y dejó escapar un “¡Bingo!”. Había decenas de DenDen Mushis ahí. Cogió uno. Era el suyo, el que le habían confiscado al secuestrarle. El caracol tenía una cabellera negra, y unas facciones femeninas muy agradables, dentro de lo que cabía.

Tomó aire, y descolgó. Aguardó la respuesta. Por suerte había traído el DenDen Mushi de una de las personas que él consideraba más razonables –dentro de los círculos en los que se movía-. Era un ser diabólicamente razonable.
- ¡Bastian! –gritó una voz desde el otro lado.- ¿Ya la tienes?
- No, Jennie. Ha habido complicaciones. Me han secuestrado y me han quitado tanto la pista como el libro.
- … -notó que se tensaba.- Eso no me lo esperaba.
- Yo tampoco. Y ruego que me perdonéis.
- No soy yo la que te tiene que perdonar. Y lo sabes. Se lo tendré que consultar a él.
- Ten piedad, Jennie… Me matará.
- Lo siento, Bastian. Te dejo en espera. Te comunicaré enseguida lo que me transmita.

El hombre dejó el auricular sobre una mesita, y perdió su mirada en una pared. Podía ser que aquellas fueran sus últimas horas. Con la tensión, no había caído en la cuenta de que había una ventana. Se asomó. Daba a lo que parecían ser los suburbios de la ciudad de Rondinum. Allá, muy a lo lejos, se distinguía la Torre del Reloj. Un escalofrío le recorrió la espalda. Imaginó a Jennie Madina hablando con “él”. E imaginó como su aliento de fuego lo consumiría por completo. Y dio un respingo cuando escuchó el DenDen Mushi sonar de nuevo.
- ¡Bastian! ¿Sigues ahí? –preguntó Madina.
- Eh… Sí.
- Tengo buenas noticias para ti. ¿Sabes si los muchachos a los que quisimos comprar al capitán Salamandra y que supuestamente te siguieron desde WolkenBerge siguen en la isla?
- No… No lo sé.
- El capitán dice que investigues. Y que te espera dentro de un mes con el informe ante él. Así que date prisa y considérate afortunado. Tienes un mes más de vida.

Jennie colgó el aparato. Otra vez aquellos enigmáticos chicos. No llegaba a entender por qué su capitán tenía tanta fijación hacia ellos. Bastian no formaba parte de la “cúpula”, por lo que probablemente no tendría toda la información que por ejemplo Madina pudiera tener, pero le escamaba. Aunque, en efecto, se sintió afortunado. Y se apresuró a buscar una salida.

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Ya habían pasado dos meses desde el fallecimiento de St. Dannae. Dos meses desde la última vez en la que Mary vio a Stewart, aquella fatídica jornada en la Abadía. Y la mujer, a cada día que pasaba, parecía más y más deprimida. No servían las palabras de ánimo de su familia, ni las de su propio hijo.

Pero al tercer día del segundo mes, Mary recibió una llamada de Stewart, pidiéndole que fuera al Hogar de los Sabios esa noche. No le dijo nada más. Pero su voz era distinta. No transmitía la ilusión del Stewart de años atrás. Parecía haberse oscurecido.

Sin embargo, y pese a la insistencia de su padre para que no fuera, Mary decidió ir. Cogió un vestido negro de su armario, unos zapatos de tacón, y salió en busca de un taxi. En el hostal la noche siguió su curso habitual. Hasta que Miranda soltó una pregunta que les tuvo en vilo a todos el resto de la noche.
- ¿Dónde está Light?

El pequeño no tenía un pelo de tonto. Quizá lo hizo por curiosidad, para saber por qué estaba en realidad su madre así. O por ver a su padre de forma un poco más clara. En cualquier caso, ese día salió a escondidas del hostal sólo unos pasos por detrás de su madre, completamente cubierto por el abrigo más grande que tenía. Cogió el siguiente taxi y le dijo al chófer una de las frases que más escuchaban sus oídos de conductor.
- Siga a ese taxi.

Así que los dos taxis llegaron al Hogar de los Sabios. Light pidió al chófer de su vehículo que parara antes de llegar a la manzana donde se encontraba la biblioteca. Dio las gracias, pagó y cerró la puerta por fuera. Caminó lentamente bajo la lluvia, y entró en el gran edificio, medio minuto después que Mary. No parecía haber gente. Vio cómo ella se sentaba al lado de un hombre solitario, en algún lugar de la primera planta, y, sigiloso, se acercó todo lo que pudo. Era Stewart Strong. Era su padre.
- Hola, Stewart –dijo Mary, a caballo entre la ansiedad y la sequedad.
- Hola, Mary.

Por los altavoces, sonaba, débil, una canción que les resultaba familiar.
- ¿Para qué querías que viniera?
- Es para decirte… Una cosa importante.
- Pues aquí me tienes.

El ambiente se tensó. El bibliotecario, el calvo con la cicatriz, dedicó una mirada al pequeño Light, que le pidió con un gesto que se callara. Mary y Stewart se pasaron casi un minuto en silencio, mirándose a los ojos.
- No podemos volver a vernos. Nunca. Esta será la última vez.
- Ey, ey, más despacio, Stew. ¿Por qué?
- Es un asunto que no te incumbe –respondió él.
- Dime por qué, Stew… -de los ojos de Mary cayeron dos lágrimas.
- No. Sería arriesgar tu vida tontamente.

Entonces la mujer se acercó a Strong, le agarró de los hombros y, con lágrimas cayéndole por sus mejillas, le gritó tras pegarle un puñetazo.
- Escúchame, Stewart: ¡Vale que sólo pudiéramos vernos a espaldas de tu prometida y más tarde esposa! ¡Vale que me dejaras un hijo al que dar de comer y al que criar mientras tú eludías toda responsabilidad! ¡Vale que me mintieras al decirme que algún día pondrías fin a nuestra situación y seríamos libres juntos! ¡Pero no toleraré que desaparezcas de mi vida sin dar una explicación! ¡¿Me has oído!?

Stewart, entonces, apartó a la mujer de un manotazo. No había cambiado su gesto un ápice desde que Mary abrió las puertas de la biblioteca. Y siguió sin hacerlo. Su cara era sombría. Dio media vuelta y caminó hacia la salida, dejando a Mary a su espalda. Light se ocultó con un rápido movimiento entre las baldas de libros para evitar que lo descubriera al pasar al lado. Pudo ver su cara. No reflejaba emoción alguna. La canción seguía sonando.
- The good times are gone,
The new age arrives, then
See the young men coming, darling,
Cause there’ll be… There’ll be
No country for old men…

- ¡¡STEWART!! -exclamó Mary, rendida en el suelo. Él paró en seco. Ella lloraba a moco tendido.- Por favor…

Strong dio media vuelta. Y miró a la que fue su amada con gesto inexpresivo, como lo había hecho antes. Dio un paso hacia Mary. Y luego otro. Y otro. Y se quedó a un par de metros de distancia. Alzó el dedo índice.
- ¿Escuchas la canción? Sonaba el día en que nos conocimos. Fíjate un momento en su letra. There’ll be no country for old men. Debe ser cosa del destino.
- No irás a… -Mary se inclinó un poco hacia adelante.- ¡¡Stewart!! ¡¿Qué te pasa!? ¡¡Este no eres tú!!
- Soy yo, Mary. Pero la mente humana va cambiando.
- ¡No tanto! ¡No lo hagas, Stew! No lo hagas… Por favor…
- No habrá país para los hombres viejos. Y si te entrometes, será mucho peor para ti.

Stewart salió de la biblioteca, dejando sola a Mary, que era un mar de lágrimas. Y de entre las sombras de las baldas apareció Light. Y Mary cayó redonda al suelo.



Continuará…

Bien, apuntes. Al que los lea sin leer el capítulo le corto los cojones le regaño amablemente :3 :
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- A partir de ahora veréis cómo un mal que se llama "titulitis" me ha atrapado. No tengo una cosa mejor que hacer que poner nombres de películas a los capítulos. For the lulz.

- Lo que le pasa por la cabecita a Stewart es, probablemente, lo mismo que se le está pasando por la cabecita al lector, pero por si acaso, para no fastidiar la sorpresita, voy a tener la boca cerrá. Teorías sobre este tema en spoiler porfavor xDD

- Bueno, este era un capítulo para ir atando cabos. Había que aclarar de una vez la función del CP5, qué "posición" ostentan en el escalafón, etecé. Se aclara también por fin cómo se las gasta el amigo Garlic y su papel en todo esto, que no va a ser otro que el de pez gordo que va a ver cómo se la lían. Básicamente.

- A la vez, se abren más interrogantes. Sí, al fin sabemos de la Maravilla, pero se han ido dejando pistas de que hay algo que va más allá. MacAbbeh se hace el loco primero y después dice no poder decir... Algo. Sacad conclusiones porfi jejeje

- Y creo que eso es todo. Disfrutadlo con salud.

Besis de fresis ^^
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Re: Los Panteras Negras V3.

Mensaje por Takagi »

Lo primero, gracias y enhorabuena a wild, tremendo esfuerzo.

Lo segundo, sigo enganchadísimo a esta saga Vito. Al escribir tu nick he caído en lo de la titulitis xD. Está bien que el mundo del cine penetre en ti. Poco tengo yo que corregirte a ti, me ha gustado un capítulo así ahora y estoy seguro de que cerrarás todo de la mejor forma que puedo imaginar como mínimo.
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Re: Los Panteras Negras V3.

Mensaje por wild animal »

Sorry, no habia podido comentar aunque lei el capitulo hace mucho.

Debo decir que hay algo que me gusto bastante de este capitulo, y lo disfrute de principio a fin, se ataron muchos cabos y se explicaron muchas cosas, algunos misterios que ya nos picaba por saber se han resuelto aqui (y abierto otros :lol: ), al mencionar lo de las llaves pasa algo que me gusta, el lector se empieza a imaginar lo que pasara, que habra enfrentamientos.

La historia de Light esta resultando muy buena, por que no solo habla de su pasado en si, si no de sus padres, sus abuelos, y demas, en cosas que no se quedan en el olvido (como con Zoro, Chopper y Usopp), si no que afectan directamente lo ocurrido en la saga (en el caso de Luz y Sombra).

Tengo que admitir que me come la curiosidad de saber el plan de Seward.

Isabella para nakama, me gusta su actitud, me explico: por lo regular en historias Onepiecesianas los marinos suelen ser malos y corruptos, cuando no es asi, de hecho los piratas son los malos. Isabella representa todo eso que menciono, es buena, busca lo mejor para la gente, el bien, la justicia, y le vale madre (tracuccion: se la suda) lo que le diga la marina.

No me extendere mas, solo dire que espero con ansia los siguientes, aunque vengan seguidos, de hecho mas que mejor.

Saludos.
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