Y sin más dilación, vamos con el siguiente capítulo.
Capítulo 63
LOS PÁJAROS
LOS PÁJAROS
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- Alcantarillado de la Golden Palace, veinte minutos antes de la llegada del invitado.
- No tienes ni puñetera idea de por dónde vas, ¿verdad? –preguntó Miranda, ya harta de aquel sitio.
- Mamá, no me pongas nervioso –respondió David, tratando de ubicarse en el mapa.- En teoría, ya deberíamos estar cerca de las celdas…
Caminaban a través de la estrecha vía que corría al lado de aquel repugnante líquido de deshechos. El hedor ya se les había grabado en la mente en forma de trauma. Pensaron que jamás olvidarían aquel tufo infernal.
De pronto, algo hizo ruido sobre sus cabezas. Enseguida miraron hacia arriba, encontrándose con un bajo techo de piedras. Se escuchaban voces desde el otro lado.
- Pregunta quiénes son –propuso Miranda.
- ¿Estás loca? ¿Y si nos…?
- ¡¿QUIÉN ESTÁ AHÍ ARRIBA!?
- ¡¡Cafre!!
Las voces de arriba se callaron. Y Dave y Miranda hicieron lo propio. Hasta que desde arriba, una voz familiar respondió.
- ¡¿Dave!? ¡¿Mamá!? ¿Sois vosotros?
- ¡¡Somos nosotros!! –respondió David, ilusionado.- ¡¡Enseguida os sacaremos!!
- ¡¿Viene la bruja del hostal!? –gritó otra voz. Era John Conde.- ¡¡Sálvanos, bruja!!
- Un poco de respeto no vendría mal… -regañó Anthony. Tony gritó también, lleno de júbilo.
- Da igual, ¡¡Rescatadnos rápido, señora y… SEÑORAAA!!
- ¡¡Pero di mi nombre, capullo!! –exclamó Dave, acelerando los golpes que daba con su pico.
Y picaron y picaron hasta que el suelo cedió y pudieron ir arriba junto a sus amigos secuestrados.
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Cinco años atrás, Thames District
Light estaba en el sótano del Ben’s Hostel. Su abuelo le había montado, hacían ya años, un pequeño gimnasio para que en un futuro fuera un luchador impecable que se enfrentara a las injusticias que viera. Y ese día daba patadas a los sacos de boxeo dispuestos para el entrenamiento, como tantos otros días.
Era veloz y fuerte. Muy fuerte para lo que debería ser un chico de su edad. Tras una serie de cinco patadas, el saco finalmente se partió por la mitad, derramando arena. Cogió una escoba y barrió el desastre. Después subió arriba, se duchó y bajó al bar.
Mary estaba fuera. Llevaba dos días sin aparecer por casa. Solía hacerlo de vez en cuando, aunque las horas que pasaba sin regresar iban en aumento a cada escapada. Su padre pensaba que se estaba dejando ir por los caminos de la prostitución. Pero el resto de la familia, así como él mismo, se negaba a creerlo.
Habían pasado siete meses desde febrero. Y el octavo mes estaba al caer. Eran finales de septiembre. El otoño se había hecho de rogar, pero finalmente había llegado tras un largo y sombrío verano. Casi ocho meses desde que Stewart dio la espalda definitivamente a Mary. Casi ocho meses desde que ella había perdido el apetito, la alegría, las ganas de vivir. Casi ocho meses desde que Light se mostraba más agresivo que de costumbre.
Aquella noche Mary volvió a casa. En el bar estaban Barney, Wayne, Harry, Rajeem, Tabitha, Sebastian, Miranda y David. En cuanto entró por la puerta, con su ropa deshilachada y el cuerpo sucio, su madre se le acercó casi de un salto.
- Hija… ¿dónde demonios has estado? –le dijo, mientras la abrazaba. Light salió de su habitación, y fue hacia el bar también.
- ¡Mamá!
- Lo siento… He estado… Ya sabéis, viajando… Por el país –respondió ella. Sus piernas le fallaron, y Miranda la tuvo que sujetar.
- ¿Estás bien, mi vida?
- No mucho.
La llevaron a su cama. Y la dejaron sola. Hasta que su hijo entró en la habitación.
- Has estado buscando a Stewart, ¿verdad? –preguntó. Desde aquella noche en la biblioteca, no había vuelto a llamarlo “papá”.- De hecho, llevas casi ocho meses intentando dar con él para convencerle de que no lo haga.
- Light, yo… -Mary soltó una lágrima.
- ¿Por qué sigues haciéndolo? ¿Por qué intentas sacarle esa idea de la cabeza aunque él te abandonara?
- Yo…
- Aún le quieres.
Mary asintió. Light se acercó a la cama, y se sentó, con cuidado de no pisar las piernas de su madre. A ella le gustaba hablar con su hijo. A veces pensaba que era incluso más maduro. Era una tontería intentar ocultarle las cosas cuando él mismo las había visto, así que cuando hablaban, y hablaban mucho, lo hacían sin rodeos.
- No lo entiendo –dijo Light, señalando las ropas de su madre, colgadas de una silla. Su gesto era serio.- Mira ese barro, esas flores. ¿Te acuerdas de la excursión que hicimos hace un par de años a O’Bitiland el abuelo, la abuela, tío Dave y tío Seb? Nos sentamos en un prado rodeado de esas flores. No recuerdo haberlas visto en ninguna otra parte. Aún le quieres, pero… ¿tanto como para cruzar todo el país para encontrarlo? ¿Para qué? Cuando lo hagas, te matará.
- No lo hará… No digas eso… -suplicó Mary, escondiendo su llanto con la mano.
- Nunca he visto a un hombre tan seguro de lo que dice como cuando vi a Stewart en la biblioteca. No lo busques, mamá. No lo encuentres… Por favor.
- ¿Sabes qué? –dijo ella.- Lo he encontrado. Al norte de O’Bitiland.
- ¿Has hablado con él?
- No. Mañana volveré. Y lo haré.
- No lo hagas, mamá. Por favor –insistió Light. Su gesto, ahora, era lloroso. Abrazó a su madre.- Por favor…
- Mi vida… -dijo Mary, abrazando también a su hijo.- Tengo que abrirle los ojos. Él no es así. No es un asesino, Light… No lo es…
Light no dijo ni una sola palabra más. Dio un beso en su húmeda mejilla a Mary, y salió de la habitación. Volvería al gimnasio. Y se pasaría la noche dando patadas a otro saco. No quería dormir. Se cruzó en el camino con Sebastian y David, que entraron al dormitorio.
- Hola, Mary –dijo este último.
- Hola –respondió ella, secándose las lágrimas.- Hemos oído la conversación. No puedes hacerlo. Es peligroso.
- No… Es lo que tengo que hacer…
- El amor te ciega, Mary –dijo Sebastian.- No vayas. Por favor.
- No sabéis nada… Él jamás haría algo así…
- ¿Y entonces por qué lo buscas con tanto ahínco? Si estás tan segura de que no es un asesino… ¿Por qué sigues con esta locura?
Mary no respondió.
- No queremos perderte, Mary –finalizó David, con los ojos rojos.- No lo hagas. Por favor.
Sus dos hermanos salieron de la habitación. Y pasaron los minutos, y pasaron las horas. Dos, a lo sumo. Mary se incorporó, sacó de su armario un vestido blanco y se lo puso. Salió de su cuarto sigilosamente, antes de llegar al bar. Necesitaba una copa, así que se la sirvió. Y su padre llegó a casa en ese preciso instante.
- Papá… Llegas muy tarde –dijo.
- ¿Adónde vas? –preguntó Ben.
- A O’Bitiland. Hablaré con Stewart.
- ¿Sigues con eso? ¿Seguro que no vas a tirarte a algún borracho de mierda a cambio de unos pocos berries para tabaco? –dijo. En el rostro de Mary se reflejó un gesto de rabia.
- Voy a O’Bitiland. Hablaré con Stewart –repitió.
- Hija, no te entiendo. Llevas dieciséis años vendiendo el alma al diablo por el amor de alguien que ya ni siquiera te aprecia… ¿No crees que es suficiente?
- No lo entiendes…
- Probablemente no. Pero te quiero y no quiero perderte, Mary –se acercó a su hija y la abrazó con fuerza.
- No puedo dejarle hacer eso, papá. No puedo.
- Es tu decisión. No puedo retenerte aquí.
- Te quiero. Os quiero a todos –dijo ella, dando un beso en la mejilla a su padre.- Volveré, ¿de acuerdo?
Y salió del hostal. Y Benjamin, tras tomarse una copa del mismo licor que Mary había dejado sobre la mesa, se fue a dormir. Tan rápido como el señor Johnson hubo entrado en su dormitorio, Light salió escopeteado hacia la puerta de salida. Y una vez allí, comprobó que llevaba dinero en el bolsillo y que nadie, ni siquiera su madre que caminaba a unos cincuenta metros calle arriba, lo había visto. Ya lo había hecho una vez. Aquello no podía ser tan distinto.
Así que siguió a su madre a escondidas. Nuevamente, gracias a un taxi que se prestó a llevar al pequeñajo detrás de otro vehículo, a cambio de una buena suma de dinero. Y los dos automóviles cruzaron la isla. Salieron de Rondinum, y después de la provincia de la Llanura del Río Thames, pasaron de largo por la provincia de Downpourton, y entraron en O’Bitiland. Al este, las altas cumbres de la Meseta de Terralta, de la Ciudad Negra que tanto odiaba su abuelo, no se veían a causa de la densa niebla.
En la provincia del noroeste de Downpour el paisaje dominante era el de las verdes montañas y los grandes lagos. Y la carretera estaba llena de curvas. Tanto que a Light le dio miedo perder el taxi de su madre en algún cruce de caminos tras una curva cerrada. Por fortuna, no sucedió nada parecido.
Ya se respiraba el olor del mar cuando Mary bajó de su coche. Dio las gracias y cerró la puerta. Light hizo lo propio, unos trescientos metros por detrás, cuidando siempre que no lo vieran. Dio todo el dinero que tenía al taxista. Y caminó despacio tras los pasos de su madre, que se metió por una estrecha senda. Enfrente había un cartel que rezaba: “Prohibido el paso”, junto al símbolo del Gobierno Mundial. “Acantilados peligrosos” decía, debajo.
Una mentira como un templo, supuso Light. Su madre no iba a recorrerse todo el país para ir a parar a un jodido barranco. Así que él también entró en la senda. Y caminó durante un par de kilómetros a una distancia de seguridad más que suficiente con respecto a Mary. Después, se acercó adentrándose en el bosque y cobijándose en su sombra.
Y Mary se detuvo finalmente. Light, oculto entre los árboles, no veía dónde había parado, así que se las arregló para buscar un ángulo propicio. Era una valla de metal. Y su madre tocó el timbre.
- ¿Diga? –dijo una voz, desde el contestador.
- Soy Mary Johnson. Quiero ver a Sir Stewart Strong.
- Aguarde un momento.
Esperó. Y al cabo de dos minutos, la puerta metálica se abrió. No hubo palabras de por medio. Así que Mary entró. Enfrente, había una gran puerta dorada que también empezó a abrirse. Light entró a escondidas, y se escondió entre los setos. Caminó tras los pasos de su madre, y tras cruzar la puerta de oro, volvió a ocultarse. De momento, todo iba bien.
Alzó la mirada. Y se cayó de culo al suelo cuando vio el colosal palacio que había ahí. Era de oro macizo, o aparentaba serlo, al menos. No tenía claro si era posible construir un edificio con nada más que oro. Así que se acercó al mismo a medida en que lo hacía Mary.
Y tragó saliva cuando del palacio salió Sir Stewart Strong. Iba acompañado de un hombre extraño de ojos de loco y de sonrisa de psicópata y por otro que sí le era familiar. Era Henry “Machete” McMoyes, el Jefe de Policía de la isla, conocido por su destreza con el cuchillo y por su efectividad a la hora de sentenciar a los culpables. Se aceraban a paso firme a la mujer, con semblante serio y seguro.
- ¡Stewart! ¡Escúchame un poco, por f…!
No pudo terminar de hablar. Stewart le propinó un puñetazo con toda su fuerza en el pómulo, echándola al suelo. La mujer, cansada y desesperada, empezó a llorar mientras gritaba.
- ¡¡No lo hagas!! ¡¡Por favor!! ¡No eres así!
- Cállate, zorra –sentenció Stewart. Henry comenzó a esposar a Mary.- Ni siquiera te preguntaré cómo has llegado aquí. Ya no importa.
- ¡No…!
- Yo te advertí. Pero tu elección ha sido morir.
De pronto, algo salió de entre los setos, y con una fuerza terrible, pegó en la cara a Stewart, que se cayó al suelo.
- ¡¡Como le pongas un dedo encima te reviento a hostias!!
- ¡¡¡Light!!! –exclamó Mary desde el suelo.- ¡¡¿Qué haces aquí!!? ¡¡Vete!!
En una fracción de segundo, Light vio que algo se le acercaba a la cara. Se echó hacia atrás justo a tiempo para que el machete de McMoyes le hiciera un tajo que casi le dejó sin su ojo derecho en vez de hacerle uno que le dejara sin cabeza. El chiquillo empezó a retorcerse en el suelo, llevándose la mano a la herida.
- ¡¡No le hagáis daño!! ¡¡Por favor!! –suplicó Mary. Stewart los miró con desdén.
- Llevadlos a los calabozos. Ahora.
Y, pese a la resistencia de un Light rabioso, acabaron por maniatarlos y llevarlos, escaleras abajo, a la zona de celdas de aquel gigantesco edificio. Les asignaron la celda 34. Y los encerraron. Debatirían ahora qué hacer con ellos.
McMoyes, el encargado de encerrarlos, regresó al despacho del Ministro de Defensa. St. Johann, que estaba pescando en uno de los pequeños lagos del palacio, no se había enterado de nada. Ni tenía por qué hacerlo.
Stewart Strong había empleado el mismo método que había empleado con Whisper para asegurarse la lealtad de todo ser viviente que hubiera en palacio. Su mujer, Marianne, no le había puesto trabas. Ella también era ambiciosa. Todo el mundo parecía serlo.
- ¿Qué hacemos con ellos? –preguntó el recién llegado.
- No lo sé –respondió Whisper.- Stewart, son tu familia. La decisión te corresponde a ti.
- Los mataremos.
- ¿Estás seguro?
- Estar seguro es la clave para sobrevivir. ¿Acaso tenemos alternativa?
- En realidad… -comenzó a decir McMoyes.
- Los mataremos. Es mi decisión.
La celda era oscura y húmeda, y sucia. Light estaba abrazado a su madre, que intentaba frenar la hemorragia de su hijo.
- Saldremos de aquí… No te preocupes.
- Yo… Lo siento… No tenía que haber venido… Ahora te van a…
- No. Soy yo la que lo siente.
Y estuvieron abrazados un buen rato. Hasta que Light abrió los ojos y reparó en que había algo en el suelo, al otro lado de la puerta de barrotes.
- ¡Ay la leche! –exclamó el pequeño, separándose de su madre y corriendo hacia la puerta. Se estiró un poco y cogió eso que había. Era una llave. Sonrió.- Adivina a quién se le va a caer el pelo, además de la llave.
Salieron de la prisión a toda velocidad. Subieron las escaleras, y llegaron a la planta principal del palacio. Light tomó la iniciativa, colocándose por delante de su madre. Recorrieron unos pocos pasillos, hasta llegar a la enorme puerta que daba acceso al palacio y, por ende, daba acceso al exterior también.
Salieron y corrieron. Sin mirar atrás, sin quedarse ni física ni espiritualmente en aquel lugar. Corrieron con todas sus fuerzas, y la puerta de oro estaba abierta, y saltaron la valla, y corrieron, y corrieron, y se perdieron por los bosques de O’Bitiland.
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Downpour.
La orden era tajante. Había que cerrar todas las fronteras de la provincia. Se ofrecía una alta recompensa para el que consiguiera llevar a ocho fugitivos a la sede policial de Dilemburg y un pequeño premio para el que informara que los había visto.
John, Anthony, Tony, Van; Benjamin, Sebastian, Gladis, Diego. Esos eran los nombres. Uno de los hombres más influyentes de la isla, el aclamado detective Diego Orlais, figuraba en la lista. La gente no terminaba de entenderlo. Todo se solucionaba con un “Ellos son La Sombra” por parte del Gobierno del país.
- ¡¿Diego Orlais es La Sombra!?
- ¿Qué hace John Conde, el pirata que la lió en Calm y destronó al rey Krugger en Drum, en nuestra isla? ¿Es el culpable de los asesinatos de los jueces y del Primer Ministro?
Comentarios de ese tipo eran los que había de moda en aquel momento a lo largo y ancho de la isla. Mientras tanto, no había rastro de los susodichos fugitivos.
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5 años atrás; mes de octubre. 3 días más tarde de la partida de Mary.
En el Ben’s Hostel había caras largas. La familia propietaria del local, y los amigos de la misma, estaban reunidos en lúgubre comité, ávidos y faltos de noticias al mismo tiempo. David intentó llamar a su hermana por enésima vez. Con idéntico resultado al de las anteriores intentonas. No hubo respuesta.
- Ojalá no le hubiera dejado irse –dijo, maldiciendo el momento en que la vio salir por la puerta.
- Confiemos en que el viejo dicho de “No news is the best news” no se equivoque –dijo Wayne, bebiendo una copa de whisky.
- Creo que si el Gobierno los tuviera no habría montado semejante espectáculo –propuso, esperanzado, Harry, el panadero.
- Pero si lo han montado es que los quieren matar. Eso suponiendo que Light esté con ella –objetó Sebastian. Miranda observaba y escuchaba en silencio.
Afueras de Rondinum, suburbios.
No había nadie en las calles. Era un barrio curioso, que se mimetizaba con el gris entorno que lo rodeaba. No constaba más que de veinte casas, todas ellas de metal, y el silencio era absoluto.
- Ven, Light. Vamos. Llamaremos a casa. Vendrán a rescatarnos, no te preocupes.
La casa estaba vacía. Y, en realidad, no pensaban robar nada –si acaso una pieza de fruta cada uno-, sino más bien tomar un DenDen Mushi prestado. A Mary le habían quitado el suyo al apresarla, y Light aún no tenía uno. La herida del ojo derecho del muchacho ya había empezado a cicatrizar. Ella fumaba un cigarro.
Pero el pequeño se detuvo ante otro transmisor, en la sala de estar. Este era de imagen, y estaba situado entre dos butacas, alzado gracias a una especie de mesilla. Mientras su madre buscaba uno que sirviera para llamar, Light encendió el de la sala. Y lo que proyectó, tanto por imagen como por verbo, atrajo la atención de Mary.
En la pantalla aparecía la cara de Stewart Strong. Parecía serio.
- Ciudadanos de Downpour. Yo, Stewart Strong, en condición de Ministro de Defensa, me siento en obligación de anunciaros un hecho muy relevante. Lo que voy a decir, por si hubiera algún atisbo de duda, no es una broma. Ni un simulacro.
Ben’s Hostel, simultáneamente.
La cara de Stewart Strong en la pantalla hizo que todos los presentes se estremecieran. Aquel era el hombre que tiempo atrás había conquistado el corazón de Mary y que ahora, por lo visto, pretendía acabar con la vida de uno de sus seres queridos.
- Hay ciertas cosas en nuestro país, así como en todos los países del mundo, que son catalogadas como “Secretos de Estado”. Su privacidad y el hecho de que no salgan a la luz es especialmente necesario para que la estabilidad, y sobre todo, la paz, sigan reinando en el lugar correspondiente.
Abadía de Southminster
Charles McAbbeh estaba tomándose su caldo de pollo para cenar cuando la programación habitual de su serie de comedia romántica favorita fue interrumpida por un mensaje extraordinario proveniente del Gobierno del país. Se sorprendió al ver la cara del hombre que le había hecho una propuesta muy poco habitual un par de meses atrás.
- Cuando una persona interfiere en nuestra tarea –señaló al Jefe de Policía Henry McMoyes- e intenta sacar a la luz uno de esos secretos de estado, sin ninguna razón más que la de aumentar su fama y acaparar portadas… El honor de nuestro país se ve manchado. Como si el pueblo no se fiara de nosotros. Y no hay nada que nos duela más que pensar que nuestro pueblo sospecha, no confía en nosotros. Por eso nos corresponde erradicar de nuestras tierras estas conductas inapropiadas.
Ben’s Hostel.
El discurso de Stewart tenía poco menos que boquiabiertos a todos los presentes en el bar. Las caras de Mary y Light aparecieron en una esquina de la pantalla.
- Una de esas personas es Mary Johnson. No trabaja sola. La acompaña su hijo de doce años, Light Johnson. El hecho de que hayan intentado atentar contra su propio país no puede quedar impune de ninguna de las maneras.
- Hijo de puta… -murmuró Benjamin, apretando los dientes.
- Sé que la situación de algunas familias no es la apropiada. Pero intentamos con insistencia arreglar la situación de las Minas. Así que mi mensaje y mi petición es la siguiente: ¡Pido al pueblo de Downpour que colabore con su país para la inmediata detención y ejecución de Mary y Light Johnson! ¡Si los veis o sabéis algo de ellos, denunciadlo enseguida! ¡La policía irá esta misma noche al Thames District y preguntará a todo ser conocido o cercano acerca de ellos! ¡¡Si se niega a colaborar, será inmediatamente eliminado!! QUE LOS CRÍMENES DE ESTOS DOS DEMONIOS… ¡¡¡NO QUEDEN IMPUNES!!!
Hubo un terrible silencio en el local. Se podía decir que alguno intentaba hablar, pero nadie acertaba a articular las palabras correctas. Hasta que al final Benjamin gritó.
- ¡¡¡¡HIJO DE PUTAAAAAAAAAAAAAA!!!!
Afueras de Rondinum; suburbios.
Mary se dejó caer sobre sus rodillas, agarrotada y nerviosa. Light, mientras tanto, se limitó a sentarse, completamente aturdido, sobre una de las dos butacas de la casa. La ciudad estaba cerrada, y ellos tenían una orden de búsqueda, captura y ejecución sobre sus cabezas. Era técnicamente imposible sobrevivir.
- No puede ser… -musitó el niño.
- El Thames District no… A nuestra familia no… No será capaz… -se mordía el labio inferior.
- Sabes que lo será.
- Sé que lo será –en el rostro de Mary, de pronto, se vio una seguridad y una firmeza que tiempo atrás tuvo. Quizá cuando era una imberbe muchacha de dieciocho años.- Pero no le dejaremos poner un dedo encima de los nuestros.
- Me parece genial, mamá –se incorporó de un salto.
- ¿Adónde vamos? ¿Al distrito?
- No podemos aportar nada desde ahí –respondió Light. Nunca hablaba como un niño. A veces Mary hubiera deseado que su personalidad fuera un poco más acorde a su edad.- Pero en cambio han hecho una cosa mal. Los del Gobierno, digo. Han venido a Rondinum. Y sé dónde están.
Dos horas después…
La Torre del Reloj dijo que eran las doce de la noche. Las divisiones 1-7 de la policía de Downpour se desplegaron por todo el distrito. A su cabeza iba un hombre que no era el que solía mandarles. Whisper Karl Gulligulli, junto con otros cuatro hombres bastante desconocidos aunque familiares para la ciudadanía se habían puesto al mando.
El procedimiento no variaba. Si encontraban a alguien por la calle, le preguntaban acerca de la familia Johnson. Y a los que no contestaban, les metían una bala en la cabeza. Y nadie contestaba. Los cadáveres se acumulaban en el húmedo suelo.
La unidad compuesta por Whisper, sus cuatro hombres y la primera división se encargó de cierta calle en la que se encontraba cierto hostal. No fue nada elegido por el azar. Había no más de diez personas, y un hombre viejo con una botella de whisky y un pequeño DenDen Mushi.
- Están aquí. Salid cagando leches –dijo, a través del auricular del mismo.
Después colgó el DenDen Mushi, lo echó al suelo y dio un trago a su botella. Justo en ese instante Whisper Gulligulli se detuvo enfrente de aquel tipo.
- Hola, buen hombre. ¿Cómo se llama?
- Wayne Sterling. ¿En qué puedo ayudarles? –añadió, dando otro trago a la botella.
- Sabe muy bien en qué –replicó uno de esos cuatro hombres, que llevaba una gran piruleta.
- Je, je, je… Iros al infierno.
Y Whisper Gulligulli, frío como el hielo, introdujo su dedo índice en la frente del hombre con la potencia de una bala, asesinándolo al instante. Después, miró a sus cuatro muchachos y ordenó.
- Haced lo propio con todos los que lo han visto.
Y así lo hicieron. En cuestión de segundos, acabaron con las diez vidas que habían visto, aterrorizadas, la escena del asesinato del viejo Wayne. Y siguieron caminando, hasta colocarse enfrente del hostal.
De pronto, desde el establecimiento que quedaba al lado, una panadería, empezó a salir una colección increíble de balas. Era una ametralladora. Acabó con la vida de casi la mitad de los integrantes de la primera división.
- Vaya genio, mi amor –dijo uno de los hombres de Whisper.
- Freddie, encárgate de lo de ahí. No te cortes un pelo.
Estaba de vuelta al cabo de un minuto. Traía, a patadas y dando toques con ella, la cabeza cercenada de Harry Ledson, el panadero. Pero antes de que volviera, desde detrás de unos contenedores de basura situados cerca del hostal, otra ametralladora empezó a hacer de las suyas. Acabó con la vida de prácticamente todo lo que quedaba de la división uno. Los dos o tres que quedaron vivos, huyeron despavoridos.
- ¡¡PEROQUÉ COMUNIDADMASRUIDOSA!! –exclamó otro de los hombres de Whisper que, de nuevo, no se inmutaron.
- Lewis, cierra la boca y termina con el “pistolero del contenedor”.
Resultó ser la pistolera del contenedor. Tabitha Barnes, la costurera, no volvería a ver un amanecer. Abrieron la puerta del hostal, y se encontraron con un hombre sentado en una de las sillas de una de las mesas. Era Barney Blue.
- Vaya… No me esperaba que nadie llegara tan lejos. ¿Os habéis agachado?
- Algo así –respondió Whisper.- ¿Dónde están los Johnson?
- En la punta de mi nabo. ¿Te crees que os lo voy a decir?
- ¿Qué ganáis tú y estos pobres sacrificándoos por una puta y un enano?
- Ganamos que tanto ellos dos como sus seres queridos tengan un futuro. Y una posibilidad de venganza contra el cabrón de tu jefe.
- Qué tierno…
Y antes de que nadie más pudiera decir una sola palabra, Barney cogió una pistola de debajo de la mesa, y se apuntó a la sien.
- ¿Qué pasará si muero? –dijo.- No hay nadie más aquí. Y no hay nadie más que sepa dónde están. Los Johnson vivirán, amigo. Y os joderán bien.
- Sólo algunos vivirán –respondió Whisper, relamiéndose los colmillos.- Qué inocente… Y qué estúpido.
- ¿A qué te refieres?
- A nada. ¿No ibas a volarte los sesos? Deja que te ayude.
Y a una velocidad endiablada, Whisper se abalanzó sobre Barney Blue. A este pareció verle una especie de tigre de largos colmillos justo antes de que el hombre, o el monstruo, le arrancara la cabeza de cuajo.
Aquel día, en el Thames District, perdieron la vida un total de 84 personas. Algunos, por dar una vía de escape a la familia de los fugitivos, otros por nada. Al final, todo esfuerzo resultó inútil. Esa matanza sería recordada por las generaciones posteriores como “La Caza del Octubre Rojo”.
Una hora antes, Palacio de Southminster.
Habían entrado. No importaba cómo. La puerta estaba bastante desprotegida, y bastó con un golpe seco en la nuca del único guardia de seguridad. Y caminaron, escondiéndose en cada esquina, tras cada cortina. Mary tenía una pistola en la mano. Light tenía miedo.
Atravesaron los pasillos cuidando que no fueran vistos. No se cruzaron con nadie. Y llegaron. Era la sala principal. O la puerta que daba acceso a ella. Las anchas ventanas de la estancia tenían fabulosas vistas hacia el río Thames y hacia el Rondinum Eye. Y ese era, precisamente, el paisaje de fondo que habían utilizado en el mensaje de Stewart a todo el país.
- Mamá, ¿estás segura?
- Espero estarlo, mi vida.
Light miró la pistola.
- Y tú… ¿serás capaz?
- Que no te quepa duda. Cierra los ojos cuando yo te diga, ¿vale?
- Vale.
Y entraron en la estancia. No parecía haber nadie. Mary apuntaba con la pistola en todas las direcciones imaginables, buscando algo que no encontraba. Hasta que escuchó un “clic” a sus espaldas.
- Tira el arma al suelo, Mary Johnson. Ahora.
Obedeció. Y dio media vuelta para ver el inexpresivo rostro de Stewart Strong ante ella. Y ante Light. Se había escondido detrás de la puerta para sorprenderlos por la espalda. Sabía que irían ahí. Salió también Whisper Gulligulli a escena.
- Imprevisible, ¿verdad? –dijo el Ministro de Defensa, sin dejar de apuntar a la mujer.- Que el vídeo fuera un señuelo que sabía que entenderíais… Imprevisible. Digno de un genio. Decidme, ¿qué debería hacer ahora con vosotros?
- Déjale escapar –respondió ella, señalando a su hijo.- No te pido más que eso.
- ¿Estás tonta? Primero lo mataré a él. Y después a ti. No puedo permitir que os riáis en mi cara, Mary. Ni que tengáis la posibilidad de menear la lengua. Ya estoy harto –hizo un gesto de lástima- de andar haciendo el imbécil, persiguiéndoos como si fuerais… Ratas.
- Déjale escapar… Es un niño… Es tu hijo.
- A la mierda con todo. Es un hijo bastardo, como soy yo. Y me odia y me odiará si no acabo con él ahora mismo. Y algún día hará lo mismo que voy a hacer yo con mi padre.
Light empezó a llora tímidamente. No quería hacerlo. Pero aquel hombre que decía ser su padre le daba miedo. Le aterraba. Podía haber sido el protagonista de su peor pesadilla.
- Así que es eso… -dijo Mary.- Todo esto… ¿sólo es por precauciones? ¿Sólo es para que él no haga lo mismo que tú?
- No… Va más allá de eso. Jamás lo entenderías.
- Nunca entenderé un asesinato a sangra fría.
- Y nunca lo entenderás –respondió Stewart, acercándose a la mujer.- Whisper, vigila la entrada principal y asegúrate de que nadie más haya venido.
- Voy.
Whisper salió de la estancia corriendo, para volver lo antes posible. Stewart, Mary y Light. Los tres se quedaron en aquella sala del palacio. Y Stewart apuntó a la cabeza del pequeño con la pistola. Mary, tras morderse el labio inferior y reprimiendo sus impulsos, habló.
- Eres un ser despreciable.
- Lo soy. Y sin embargo, tu debilidad hacia mí os ha traído a esta situación. ¿Y sabes qué? El hecho de ser despreciable me llevará a ser el hombre más poderoso del país. El más rico. El más influyente. Y todos me adorarán por proteger a mi país de vuestra amenaza primero, y por perdonar a mi malogrado padre cuando sea el nuevo Gobernador. Y tú, Mary, serás un jodido cadáver por no haber sabido reprimir… Tus impulsos.
- ¿Te acuerdas de aquel tomo de la Historia de Downpour? –dijo, de pronto, Mary.- El XIX. Lo que decía acerca de la Maravilla. Dijimos que un día la encontraríamos, la venderíamos y seríamos los más felices y libres del mundo surcando el mar.
- ¿Es lo que ansías, Mary? ¿La Maravilla? –respondió el hombre, sin dejar de apuntar a Light.- ¿La riqueza? ¿La libertad? Necesitas madurar. El universo me ha elegido para ser un ser superior. Y a ti para ser mi puta. Para vivir bajo el yugo de tu necesidad hacia mí. Nunca estuvimos predestinados, Mary. ¿Quieres oro? Lo tendrás. Pero en tu tumba.
Y, sacando toda su ira, Mary se abalanzó sobre Stewart, y le propinó con el alma el puñetazo que con más ganas dio en su vida. La nariz de Strong sonó a rota. Y la mujer se levantó, con los nudillos bañados en la sangre del que fue su amado.
- ¡¡Vamos, Light!! ¡¡Corre!!
- ¿A las escaleras? –preguntó el pequeño, ansioso.
- ¡Rápido!
Había unas escaleras en la esquina más cercana del salón. Y empezaron a subirlas. Y a subirlas. Stewart, tras mucho retorcerse por el suelo, consiguió levantarse. Cogió la pistola y empezó a disparar contra madre e hijo. No consiguió darles, y se perdieron sobre el techo del piso, escaleras arriba. Corrió tras de ellos justo en el instante en que regresó Whisper.
- ¡¡Corre, Whisper!! ¡¡Están huyendo por las escaleras!! ¡¡¡PARAD, MALNACIDOS!!!
E iniciaron su persecución. Whisper era increíblemente rápido, y enseguida dejó atrás a Strong. Mary y Light, por su parte, encontraron una especie de elevador.
- Entra, ¡rápido! –le dijo ella.
Y entraron, y no había más opción que la de subir. Y subieron. Y la puerta del elevador se abrió. Y llegaron a un sitio donde soplaba el viento. Era la cima de la Torre del Reloj. Corrieron hacia uno de los bordes. Rondinum estaba a sus pies. La visión, desde luego, era celestial. Pero Mary empezó a llorar.
- No puede ser… -cayó sobre sus rodillas. Light también empezó a llorar ansiosamente.- ¡¡JODEEEEEEERRR!!
En ese instante, llegó Whisper Gulligulli a la cúspide. Corriendo, y trayendo a Stewart a cuestas –por lo que había vuelto a por él- había llegado casi a la misma velocidad que el elevador. A Mary se le hizo un nudo en la garganta. Y a Light ya no le salían las lágrimas.
- Mamá…
La pistola la llevaba Stewart. Pero Whisper le dijo que mejor no, que mejor utilizara la que llevaba él escondida bajo su americana. Era un fusil desplegable. Y se lo dio a Strong, que sonrió sádicamente mientras el viento le azotaba su despeinada cabellera y se quitaba la sangre de la nariz con la manga de su chaqueta.
- Se acabó Mary. Habéis subido al único lugar del palacio que no tiene salida. Por vuestro pie –apuntó a la mujer a la cabeza con el arma.- Tu viaje llega exactamente hasta ese punto. ¿No es irónico? Una mujer que toda su vida ha estado destinada en los barrios más bajos de la ciudad, morirá en el punto más cercano al cielo de la misma. ¿La oyes? Es la risa burlona del demonio, camuflada en el viento. Lo prometido es deuda. Yacerás en compañía de tu anhelo. Aquello que podía haberte dado la libertad. El universo… No lo quiso así.
- Light… -dijo ella, con la voz apagada. Miró a su hijo- Te quiero. Ahora, salta.
- ¿Qué, mamá?
- Que saltes. Hazlo, va. Hazlo por mí.
- No querrás que…
- ¡¡SALTAAAA!!
- Qué irracional… -dijo Stewart, apretando el gatillo mientras Light subía a la baja pared del mirador de la torre.
Saltó. Vio la bala impactar en la cabeza de su madre. Y vio sus rizos rubios, sus ojos azules, su sonrisa amarga antes de morir, saltar por los aires en mil pedazos. Y saltó. Y cayó. Era un pájaro. Y voló. Y voló.
Y voló.
Continuará…
Disfrutadlo