Adiós a las camisas hawaiana de algodón, seda y poliéster...
Bueno yo con esto ya voy directo al infierno en primera clase slakdjiaossaksasak como no voy a sembrar mi campo con distintos granos? hay que aprovechar la proporción del campo para hacer distintas siembras. Jesús sabía mucho de peces pero trabajar el campo se lo voy a tener que enseñar cuando me muera.
Esto no lo dijo Jesús, lo dijo Dios.
¿Le vas a dar clases de agricultura a Dios?
Es Dios y lo quiero y sabe de todo, pero en este tema se equivoca, si no mezclas distintos granos en el campo, estas perdiendo productividad, como vas a realizar una sola cosecha? a parte que tampoco entiendo que tiene de malo hacerlo.
Cuando me muera se lo preguntaré
Si Dios está con nosotros... ¿Quién está con ellos?
Bueno yo con esto ya voy directo al infierno en primera clase slakdjiaossaksasak como no voy a sembrar mi campo con distintos granos? hay que aprovechar la proporción del campo para hacer distintas siembras. Jesús sabía mucho de peces pero trabajar el campo se lo voy a tener que enseñar cuando me muera.
Esto no lo dijo Jesús, lo dijo Dios.
¿Le vas a dar clases de agricultura a Dios?
Es Dios y lo quiero y sabe de todo, pero en este tema se equivoca, si no mezclas distintos granos en el campo, estas perdiendo productividad, como vas a realizar una sola cosecha? a parte que tampoco entiendo que tiene de malo hacerlo.
Cuando me muera se lo preguntaré
Una de las teorías sobre esto es que se necesitaba una forma de distinguirse de otros pueblos, y qué mejor forma que con reglas absurdas que tus vecinos no van a seguir porque tienen sentido común.
Y en verdad os digo, hermanos, que si usáis los dorikis para justificar escalas de poder, es que sois medio tontos.
¿Por qué los judíos comen kosher? Por un aspecto puramente tribal, de distinción entre clanes. Yo pertenezco a tal tribu, y por eso no como X. Lo mismo es extrapolable a todas las prohibiciones y "purificaciones" alimentarias de índole religioso. Es un factor antropológico. Su sentido, hoy, miles de años después de su instauración, es básicamente el mismo: la diferenciación. Y así nos va.
The Buddha escribió: ↑Vie Jul 21, 2023 10:41 pm
¿Por qué los judíos comen kosher? Por un aspecto puramente tribal, de distinción entre clanes. Yo pertenezco a tal tribu, y por eso no como X. Lo mismo es extrapolable a todas las prohibiciones y "purificaciones" alimentarias de índole religioso. Es un factor antropológico. Su sentido, hoy, miles de años después de su instauración, es básicamente el mismo: la diferenciación. Y así nos va.
Ostia que curioso y tendría mucho sentido que saliera por ese motivo.
Capitan Pillo escribió: ↑Sab Jul 22, 2023 12:46 am
Vamos que si había duda de que a Mago la religión le come el ojete, ya está dispersa.
Mago lo que quería era una excusa para ser racista.
También podrías dejar de perseguirme y acusarme de que si soy esto o lo otro, me haces sentir incomodo.
Si Dios está con nosotros... ¿Quién está con ellos?
The Buddha escribió: ↑Vie Jul 21, 2023 10:41 pm
¿Por qué los judíos comen kosher? Por un aspecto puramente tribal, de distinción entre clanes. Yo pertenezco a tal tribu, y por eso no como X. Lo mismo es extrapolable a todas las prohibiciones y "purificaciones" alimentarias de índole religioso. Es un factor antropológico. Su sentido, hoy, miles de años después de su instauración, es básicamente el mismo: la diferenciación. Y así nos va.
Ostia que curioso y tendría mucho sentido que saliera por ese motivo.
Hay un libro muy sencillo de leer que habla sobre estos temas:
"Vacas, Cerdos, Guerras y Brujas", te lo recomiendo si te interesa el tema.
Última edición por Monet vobiscum el Sab Jul 22, 2023 2:14 am, editado 1 vez en total.
Sr_Eames escribió:Si aparece Cocodrilo me referiré a ti como el Dios de esta página, macho.
magomarc escribió: ↑Sab Jul 22, 2023 1:20 am
También podrías dejar de perseguirme y acusarme de que si soy esto o lo otro, me haces sentir incomodo.
Es fácil: No digas chorradas sobre ser el azote de Dios castigando a los infieles de piel morena.
Y yo no digo que es una chorrada lamentable. Que me hace sentir que la raza humana perdió la batalla evolutiva en realidad.
Mi padre salió de la consulta médica, me miró a los ojos e hizo el típico gesto de quien está atravesado por el infortunio: cruzó la mano derecha a lo ancho de su cuello. Había miedo en su mirada. Y eso que siempre se cuidó de no transparentar sus emociones más internas. Pero aquella tarde no le quedó de otra: le habían detectado cáncer de próstata. Era el 2003. Recuerdo que esa misma noche lloramos juntos mi madre y yo. Lloramos desconsoladamente. Y ese día fue el inicio de una larga madeja de aflicciones…
La vida cambia. Todo cambia cuando la persona que amas entrañablemente llega al indeseado umbral de no retorno. Si se me va, me muero, pensaba. Pensaba y sentía. Y es que mi padre no solo era mi padre, era mi mejor amigo, mi mejor compañero, mi socio de andanzas, mi camarada, parábamos juntos para todo. Cada vez que me iba a trabajar, yo musitaba: Que Dios me lo bendiga siempre.
Aún con su proverbial hermetismo, mi padre alcanzó a decirme: «Solo le pido a Dios que me dé diez años más». Tragué saliva. Lo que siguió fue una rutina de tratamientos con radioterapia, hormonas e incluso el apoyo alternativo de unas hierbas chinas. Cada nueva cita de control era de terror: el doctor podría soltar una bomba definitiva, como por ejemplo: «Está complicado; hay metástasis». O tal vez no: afortunadamente, respondió bien al tratamiento. Y aunque siempre persistía el temor a una recaída, el tiempo fue pasando y nos fuimos acostumbrando a lo que consideramos una remisión de la enfermedad.
Llegó el 2013. Habían pasado diez años. Es decir, Dios le había concedido el deseo a mi padre. Sin embargo, una noche sintió fuertes dolores en el pecho. A pesar de su negativa inicial —siempre era renuente: «No pasa nada»—, aceptó que lo lleváramos a emergencias. Era evidente que el dolor había escalado más de lo que hubiera deseado. Efectivamente, ahora el tema era cardíaco: una arteria obstruida impedía un correcto bombeo de sangre al corazón. Para resumirlo, en octubre de ese año, pasó primero por un cateterismo de evaluación y luego por otro, en el que se le colocó un stent, un dispositivo que mantendría la arteria abierta para regularizar el flujo sanguíneo al corazón. Debo decir que fueron procedimientos dolorosos, muy invasivos. Y yo padecía por su padecimiento.
Al año siguiente, el mismo día de la final del Mundial de Brasil 2014, yo estaba trabajando. Y veo en la televisión de la oficina que el partido Argentina vs. Alemania iba a ser a una hora más temprana de la que creíamos. Así que llamé al celular de mi padre para avisarle. Mi sorpresa fue que la llamada la tomó el vigilante del edificio en el que vivíamos, y más aún que me dijera que a mi padre lo habían llevado de emergencia a una clínica porque se había desmayado. Dios santo, pensé, ¿y ahora qué? Corrí a la clínica, desesperado, y sí: él estaba en observación. Felizmente, con el paso de las horas, se fue recuperando.
Cierto tiempo después, empezaron los temblores en las manos. Algunas caídas inexplicables. Diagnóstico inicial: Parkinson. Seguíamos acumulando peso encima.
En otra oportunidad, mi querido padre experimentó un proceso de decaimiento, empezó a irse lentamente, casi al borde de perder el conocimiento. De nuevo lo trasladamos a emergencias. Llegó al lugar casi sin signos vitales y fue ubicado en la sección trauma shock, destinada a pacientes que están muy graves, a punto de partir. Una enfermera salió a decirnos a mi hermana y a mí que esperáramos lo peor, que mi viejito estaba realmente muy mal. Esa tarde, con mi hermana, lloramos en las afueras del lugar. Podría decir que lloramos su muerte. Por increíble que parezca, al rato nos comunicaron que, sin saber cómo, mi padre se estaba recuperando. No lo podíamos creer. Pasó de trauma shock a UCI. Y, días después, a una habitación del hospital. Era un cuadro de anemia extrema. Su hemoglobina había descendido a límites inimaginables. Volvió a casa y más adelante pasó por pruebas de descarte para encontrar la causa de la anemia, incluyendo un dolorosísimo raspado de médula ósea. Al parecer, ahí radicaba el problema, por lo cual empezó a recibir ampollas de eritropoyetina para controlarlo.
Ya en el 2017, en una cita de control del supuesto Parkinson, el neurólogo de turno, con una sencilla prueba —le pidió a mi padre que siguiera con la mirada el movimiento del dedo índice del médico—, reveló lo que sospechaba: no se trataba de Parkinson, sino de una enfermedad neurológica degenerativa llamada parálisis supranuclear progresiva. No había cura. Solo era cuestión de darle calidad de vida. Los síntomas fueron in crescendo con el tiempo: perdió la facultad de caminar por sus propios medios, debía recibir ayuda para ingerir alimentos y para cumplir con cualquier otra actividad por mínima que pareciera. Así que le asignamos una técnica en enfermería para su cuidado, 24/7.
Otro de los síntomas de esa rara enfermedad, que ataca a menos del 1 % de la población mundial, era el deterioro cognitivo. Es decir, perdería la lucidez, así como la facultad de hablar coherentemente.
Igual, continuamos con lo que habíamos empezado tiempo atrás: luego del almuerzo, nos sentábamos en la sala y yo le leía la Biblia. Eran tiempos maravillosos, los mejores de cada día. Esperábamos ese momento de cada tarde con regocijo y emoción por saber qué nos diría el Señor mientras recorríamos las escrituras. Concluimos el Nuevo Testamento y abarcamos alrededor del 90 o 95 % del Antiguo Testamento. No se pudo la totalidad: llegó un momento en que su mente ya no podía captar el mensaje. Más aún: ya ni prestaba atención a la lectura. Su cabecita estaba en otra parte. Poco a poco, dejó de decir mi nombre y lo cambió por otros, aunque —sospecho— tenía todavía alguna noción de quién era. Tal vez ya ni recordaba que era su hijo, pero al menos sabía que era alguien que le resultaba familiar.
No puedo ocultar que, en esos tiempos, me ofusqué con Dios. Me preguntaba —y le preguntaba—: ¿Por qué, Señor? ¿Por qué permitiste que nuestras lecturas diarias de la Biblia quedaran truncas? No lo entiendo. Pensé que te agradaba que lo hiciéramos; que pasáramos dos horas diarias aprendiendo tu palabra. NO LO ENTIENDO.
Y es que, a pesar de que sabía que esa enfermedad era degenerativa, guardaba fe en que el Señor no dejaría que avanzara al punto de que mi padre perdiera por completo el entendimiento y sus funciones cognitivas. No entraba en mi mente que aquello clausurara nuestras hermosas tardes bíblicas. Entonces, saltaron las dudas, las preguntas sin respuestas.
No obstante, me fui habituando a la realidad. Me acostumbré a entablar una dinámica de comunicación con mi padre, a sabiendas que podría o no entenderme. Pero eso ya no era lo importante. Lo importante era que supiera que seguíamos ahí, a su lado, sufriendo por dentro el deterioro pero conscientes de que, incluso así, él seguía siendo una presencia fundamental en casa.
Mi madre falleció en el 2019. Mi padre la adoraba. Pero el hecho lo tomó estando ya en una suerte de nebulosa mental. Si hubiese estado 100 % en sus cabales, creo que no hubiera tardado en seguirla al otro lado como consecuencia de un profundo dolor. Entonces pensé que, muy probablemente, Dios había permitido que su mente entrara en confusión para que no sufriera inmensamente la pérdida del gran amor de su vida. Tenía sentido.
En los últimos y más recientes años, mi viejito se fue deteriorando más y más. Ya no podíamos ni intentar (o simular) una conversación. Era como estar frente a una plantita. Igual, no dejábamos de abrazarlo, darle amor, atenderlo. Mirábamos fútbol en la televisión. Bueno, yo lo hacía mientras él jugaba con sus manos como si tejiera o cosiera alguna prenda imaginaria.
Dadas las cosas, podría decir que, aunque mi padre estaba aún con nosotros, ya no estaba del todo con nosotros. Imaginar su muerte era una espada de Damocles. Pero era consciente de que en algún momento pasaría. Y yo sentía que no estaba preparado para ese golpe. Lloraría sangre. Marcaría un antes y un después. No volvería a ser el mismo nunca más, pues él se llevaría consigo la mayor parte de mí. Un peso así de grande era demasiado para cargar.
Este año, pescó una neumonía. Decidimos mantenerlo en casa, pues llevarlo a un hospital ya resultaba no solo muy complicado, sino perjudicial, pues podría haberse expuesto a alguna bacteria, como ya había ocurrido antes. Se atendía mediante el Programa de Atención Domiciliaria (Padomi) del Seguro Social. El panorama era complicado. Se le administró oxígeno en balones y se le aplicaron antibióticos vía intravenosa. Paulatinamente, fue doblegando a la neumonía (su fortaleza era encomiable, parecía luchar contra todo). Sin embargo, un análisis de sangre reveló otro problema, mucho más grave aún: había una insuficiencia renal aguda. Ya no había nada por hacer, se nos dijo. Necesitaría de urgencia diálisis. Pero en su estado actual, era imposible. En ese momento, toda pequeña esperanza se difuminó por completo. La última rendija de salida se cerraba. Una cosa era saber que el panorama era muy difícil, y otra, que ahora sí había una sentencia de muerte.
Una noche no muy lejana de aquella funesta noticia, unos ronquidos extraños brotaron de su pecho. Yo sabía que el tema ya era inevitable, pero no lo vi venir del todo. Ingenuamente, supuse que mi padre estaría cierto tiempo más en cama, con los paliativos del caso. Pero no. Esa noche fue la noche. Poco a poco, se fue apagando como una velita. Hasta que dejó de respirar. Se fue en paz, rodeado por los suyos, en calma, sin sufrir.
Pero lo más sorprendente de todo fue que una inexplicable sensación de tranquilidad se apoderó de mí. Sabía que en ese momento, mi muy amado padre estaba en presencia de Dios. No derramé una lágrima, como sí había hecho en reiteradas ocasiones, en tiempos anteriores, cuando pensé que se nos iba. Sentí una paz inconmensurable. Tanta, que yo mismo no lo podía creer.
En retrospectiva, pienso que Dios permitió aquella enfermedad de deterioro progresivo para que la partida de mi padre no me fuera brutalmente traumática. Quiero decir: el Señor hizo que fuera perdiendo a mi padre de a pocos, de tal manera que mi alma se fuera acondicionando a una realidad que yo avizoraba aterradora. Dios fue muy bueno conmigo: obró con artesanía fina. Cada evento, cada situación, se fueron dando de manera tal que terminaron formando parte de una cuidadosa y muy elaborada capacitación. En el camino, hubo dolor, ansiedad, preocupación, miedo. Sí, todos pasamos por esas sensaciones. Pero la foto completa y final fue un paisaje armónico, de mucha paz interior, de aceptación, de dejar ir. Y no puedo estar más agradecido con nuestro maravilloso Dios por la manera como hizo fluir todas y cada una de las situaciones en torno a la vida de la persona que más amé y amo. Por la gracia de Dios, su despedida no fue la debacle que yo había presupuesto. Obviamente, lo extraño. Su ausencia es notable. Pero cada vez que me asalta un pensamiento con tinte melancólico, inmediatamente lo cambio por una realidad más que consoladora: la seguridad de que mi padre, un gran siervo de Dios, ya goza de su maravillosa presencia.
Dios es grande. Dios es bueno. Dios es maravilloso. Dios es un artesano fino que elabora cada parte de nuestras vidas con maestría, amor infinito y sabiendo nuestras necesidades, carencias y puntos débiles. Sabe cómo somos y, de acuerdo a ello, procede.
Cuando en el 2003 le diagnosticaron el cáncer, mi padre le pidió a Dios diez años de vida. Y Dios no le dio diez, sino veinte años más. Toda la gloria a Él. ¡Alabado sea!
Si Dios está con nosotros... ¿Quién está con ellos?
Joder, Mago, esto ha sido hasta obsceno. Da asquito ver a un indigente mental darle las gracias a Dios por que su padre aguantara tanto cuando a la vez habla de los especialistas médicos que lo hicieron posible, y el mendrugo que ha escrito esto no ata cabos.
Y la próxima vez cita la fuente que esto no lo has escrito tú.
Y en verdad os digo, hermanos, que si usáis los dorikis para justificar escalas de poder, es que sois medio tontos.
thebodhman escribió: ↑Lun Jul 24, 2023 2:48 pm
Joder, Mago, esto ha sido hasta obsceno. Da asquito ver a un indigente mental darle las gracias a Dios por que su padre aguantara tanto cuando a la vez habla de los especialistas médicos que lo hicieron posible, y el mendrugo que ha escrito esto no ata cabos.
Y la próxima vez cita la fuente que esto no lo has escrito tú.
Esos especialistas también se encomiendan a dios por su habilidad.
Si Dios está con nosotros... ¿Quién está con ellos?
thebodhman escribió: ↑Lun Jul 24, 2023 2:48 pm
Joder, Mago, esto ha sido hasta obsceno. Da asquito ver a un indigente mental darle las gracias a Dios por que su padre aguantara tanto cuando a la vez habla de los especialistas médicos que lo hicieron posible, y el mendrugo que ha escrito esto no ata cabos.
Y la próxima vez cita la fuente que esto no lo has escrito tú.
Esos especialistas también se encomiendan a dios por su habilidad.
Y más de 10 años de estudios, residencia, especialidad, prácticas, pero no, es Dios. En fin...
Y en verdad os digo, hermanos, que si usáis los dorikis para justificar escalas de poder, es que sois medio tontos.
thebodhman escribió: ↑Lun Jul 24, 2023 2:48 pm
Joder, Mago, esto ha sido hasta obsceno. Da asquito ver a un indigente mental darle las gracias a Dios por que su padre aguantara tanto cuando a la vez habla de los especialistas médicos que lo hicieron posible, y el mendrugo que ha escrito esto no ata cabos.
Y la próxima vez cita la fuente que esto no lo has escrito tú.
Esos especialistas también se encomiendan a dios por su habilidad.
Y más de 10 años de estudios, residencia, especialidad, prácticas, pero no, es Dios. En fin...
Yo conozco alguno que lo hace, de primera mano. La fe es compatible con tus habilidades.
Si Dios está con nosotros... ¿Quién está con ellos?
